Documento sin título
Contenido creado por Manuel Serra
Cine
Juzgando la eternidad

“Argentina, 1985”: meterse en el barro de los juicios militares y hacer una gran película

Protagonizada por Ricardo Darín, da una vuelta más a los filmes sobre los autoritarismos y se centra en el juzgar a los represores.

03.10.2022 12:36

Lectura: 9'

2022-10-03T12:36:00-03:00
Compartir en

Por Nicolás Medina
nicomedav

ALERTA: esta reseña puede contener algunos spoilers sobre el argumento de la película.

A pesar de lo menospreciado, o a veces marginado, que puede resultar el cine latinoamericano para los espectadores adoctrinados por esquemas de producción, o un uso del lenguaje que no se corresponde a las posibilidades, o incluso a las concepciones teóricas sobre el cine como tal, son las películas encargadas de relatar sucesos relacionados a las dictaduras militares de América Latina las que mayor respaldo tienen por parte del público. Claramente, por tratarse de hechos pertenecientes a nuestra historia reciente, y que nadie más que nosotros estará interesado por contar y recordar.

Estas películas recurren a contar diferentes historias, desde diferentes perspectivas y con un acercamiento distinto a los hechos. Algunos guiones optan por contar la dictadura desde su origen, otras seleccionan lapsos puntuales de tiempo, algunos se sitúan en el presente para mirar hacia atrás y centrarse en las consecuencias que nos atormentan hasta el día de hoy, y, otras, directamente, optan por crear adaptaciones, pero con historias o personajes originales para tomar cierta distancia de la responsabilidad que implica acercarse demasiado a los protagonistas y a los hechos reales.

La noche de los lápices, la cruda película dirigida por Héctor Olivera, 1986; La historia oficial, ganadora del Óscar y dirigida por Luis Puenzo en 1985; la mítica El secreto de sus ojos, también ganadora del Óscar y dirigida por Juan José Campanella en 2009; o la reciente, y, posiblemente, la película uruguaya más importante hasta la fecha acerca de la dictadura, La noche de 12 años, de Alvaro Brechner, estrenada en 2018, son todos filmes que se acercan a los autoritarismos desde lugares muy pero muy distintos, tanto a nivel de historia como cinematográficamente.

Ahora le toca a Argentina, 1985, estrenada y galardonada por la crítica en la 79° edición del Festival Internacional de Cine de Venecia, y exhibida y premiada con el voto del público en la 70° edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Dirigida por Santiago Mitre (El estudiante, La cordillera), y escrita por él junto a Mariano Llinás (Historias extraordinarias, La flor), está protagonizada por Ricardo Darín y Peter Lanzani.

En esta oportunidad, la película se basa en hechos reales postdictadura, a los que busca adaptar de una manera bastante fiel. El guion de Mitre y Llinás se centra en el “juicio a las Juntas”, donde, por primera vez en la historia del mundo, un tribunal civil se encargó de ir contra viento y marea sobre los responsables militares que habían tomado el poder durante la dictadura. En este caso, siendo el tribunal responsable del juicio ante Jorge Rafael Videla, Orlando Ramón Agosti, Emilio Eduardo Massera, Roberto Eduardo Viola, Omar Graffigna, Armando Lambruschini, Leopoldo Fortunato Galtieri, Basilio Lami Dozo y Jorge Anaya.

Para contar esto, el relato y Mitre recurren a una serie de decisiones que pueden llegar a darse de frente contra muchas concepciones acerca del “hacer cine”, donde muchas veces este tipo de películas (basadas en hechos reales, generalmente involucrando sucesos políticos, juicios, etcétera), terminan siendo concebidas o vistas como herramientas, necesarias o importantes, a secas, y si, si bien no hay lugar a dudas de que la pantalla tiene el poder de comunicar, dejar constancia, o incidir directamente en la exposición de diferentes sucesos, puede que estos filmes, a veces, terminen dejando de lado su potencial como película en sí, y se olviden que deben funcionar por sí mismas y con todos los recursos que tienen a disposición, como si se tratara de una historia original no atada a hechos reales y concepciones morales o éticas.

Pero por suerte, Argentina, 1985 logra cubrir todas las posibilidades. La película es consciente de sí misma como tal, como herramienta política e ideológica, pero Mitre logra ponerle su impronta y plantear un relato que funcionaría incluso como un contenido aislado o para alguien que no tuviera ningún tipo de conexión con el tema o el trasfondo histórico del que parte la historia.

Para lograr esto, el relato se va adaptando progresivamente a las necesidades de la historia que lo subordina y que tiene peso por sí sola. Luego de varias placas en negro que sirven para contextualizar en qué punto de la historia Argentina nos encontramos, y qué es lo que ha sucedido previo al comienzo del relato, una cámara movediza e inestable comienza a acompañar a Darín, quien se encarga de representar a Julio Strassera (el fiscal designado para reunir las evidencias y acusar a los mandos militares), acercándose a un clima de thriller político. Algo que va y viene de la película en los momentos que es necesario, pero que se alterna constantemente con otros tipos de registro.

Inmediatamente, conforme se nos introduce el personaje de Strassera, se introducen otros dos elementos importantes: la familia, y el humor. La película y sus personajes estarán constantemente lidiando con las consecuencias que ocupar estos lugares implica, o implicó, para las familias de los verdaderos protagonistas. Y, por otro lado, se recurre a introducir el humor, o la comedia, pero no una irreverente o irrespetuosa, sino una que va muy de la mano del carisma que ya conocemos de Darín como actor. Y son estos vestigios de humor, los que lejos de resultar irrespetuosos o contradictorios con el tono de la película (no hay un intento por decorar la tragedia, como puede hacerlo La vida es bella de Roberto Benigni), logran alivianar ciertas situaciones y convertir a la historia en lo que realmente es: una historia sobre lo que implica ser humano, donde las emociones cambian y donde a veces la risa, por más leve que sea, puede terminar funcionando como un mecanismo de defensa ante situaciones que de otra manera no podríamos sobrellevar.

Entre el drama, la tensión, el suspenso (muy bien construido a través de un montaje dinámico que, a su vez, no deja que el espectador se pierda, a pesar de la cantidad de información que se brinda en términos formales y con un lenguaje judicial que puede de otra manera resultar limitante), y la comedia, el relato se divide en dos bloques claramente identificables:

La primera mitad de la película es la presentación de los personajes, la conformación del equipo que llevará a cabo el caso. A Darín se le sumará Peter Lanzani como Luis Moreno Ocampo, el fiscal adjunto, y luego una serie de personajes secundarios para la película, pero nada para la historia argentina, los jóvenes que, cuando ningún profesional de carrera se atrevía a participar del juicio, decidieron tomar las riendas como representantes de una nueva generación y hacerlo ellos mismos a pesar de su carácter inexperiente de estudiantes, etcétera.

La segunda mitad de la película es el juicio en sí, llevado a cabo en una gran cantidad de jornadas, y donde la película y Mitre son totalmente conscientes de lo que deben hacer para funcionar. Dado que ya hay un registro casi estereotipado para llevar a la pantalla este tipo de argumentos e historias. En ese sentido, es donde la película, en el priorizar la funcionalidad, deja un poco de lado la búsqueda por originalidad y se asemeja a muchas películas de este estilo (la reciente The Trial of The Chicago 7 de Aaron Sorkin del año 2020, por ejemplo). Mitre y Llinás recurren a intentar ser lo más fieles y responsables posibles en cuanto a los hechos reales, tomando como referencia material de archivo del juicio real (registrado en video), lo cual se ve, no solo en los valores de plano y la ubicación de la cámara, sino hasta en pequeñas correcciones y movimientos que aunque no buscan simular un registro televisivo, nos remiten a esto y priorizan el peso de la palabra y los testimonios; no hay porqué espectacularizar o darle peso a algo que tiene un peso lo suficientemente importante.

Y, de la mano de esta fidelidad hacia los hechos reales, está la increíble ambientación de época imposible de pasar por alto porque, a su vez, la película cuenta con un despliegue a nivel de diseño de producción que tiene la marca de Amazon (su productora), por todos lados. La cual, de la mano de una banda sonora que incluye música original y éxitos de la música argentina, logran por terminar de crear un universo digno de ovacionar.

Argentina, 1985 logra funcionar en absolutamente todo sentido. Tanto como adaptación como si se tratara de una película unitaria, original o aislada. Desde un principio, cuenta con una serie de talentos y recursos que la hacen casi imposible de fallar. Y donde lo único que quizás pueda generar cierta controversia o displicencia, sea el uso de la comedia, así como lo que uno opte por entender que la película debería ser. Pero, a fin de cuentas, Argentina, 1985 es lo que tiene que ser, un relato funcional, de un suceso histórico extremadamente importante para el mundo y para la historia latinoamericana, la cual logra mover todas las fibras necesarias en cualquier ser humano y que, incluso habiendo pasado décadas desde la dictadura, termina por a través de un discurso de Strassera (que es una adaptación literal, aunque recortada), en el que acusa finalmente a los responsables militares, dejar un mensaje claro: nunca más.

Argentina, 1985 se encuentra disponible en salas de cine y será la representante de Argentina para la 95° edición de los Premios Óscar. A su vez, la película estará disponible en Amazon Prime a partir del 21 de octubre.

Por Nicolás Medina
nicomedav