Por Catalina Zabala
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El artista se debe a su público. O al menos eso es lo que siempre escuchamos.
Que no estarían donde están si no fuera por sus oyentes. Que son un modelo a seguir para millones de niños que los miran por la tele con ilusión e inocencia. Que deben ser un ejemplo. Que tienen que opinar de política, pero no de manera "equivocada". Que tienen que pronunciarse sobre temáticas sociales. Pero cuidado con lo que digan, no vayan a herir los sentimientos de algún colectivo.
La carrera de Aitana es apenas un ejemplo de los resultados que puede llegar a tener nuestra manera de consumir —literalmente— a nuestros ídolos.
Porque se habla mucho de separar la obra del artista, pero nadie quiere hacerlo. Se busca en cada obra cualquier atisbo de realidad personal e intimidad de quien la diseñó. Cualquier dato que se escape. Porque en la cultura pop más mainstream, la intimidad es un lujo que se paga sumamente caro. Es una parte del postre que el público planea deglutir completo. Se quiera o no, es parte del producto.
En Uruguay esto no sucede de la misma forma. Los artistas nacionales van al supermercado y hacen sus compras. Salen a caminar por el centro, tienen cierto margen de cuidado de su vida personal. Pero en otros lugares del mundo, quizás por la masificación de los públicos y una mayor exposición inevitable, esto no es así.
Al mismo tiempo, estos países cuentan con ciertos formatos que hoy son claves protagonistas de su cultura pop, y que van moldeando la manera en la que el público se acerca a esa figura a la que admira. En el año 2001 nacía Operación triunfo, un reality televisivo enfocado en el talento de jóvenes cantantes amateur que sobreviven a un extenso casting e ingresan a una academia intensiva de canto en Terrassa, Barcelona. Allí compiten entre ellos durante tres meses en busca de visibilidad y de ganarse el premio final.
David Bisbal, Chenoa, Rosa López o David Bustamante son algunos de los grandes nombres que pasaron por allí. El programa les concedió una enorme popularidad de manera repentina a cambio de algo que seguramente no dimensionaban al principio: su intimidad.
Y el caso de Aitana no se quedó atrás.
Entró a la academia en 2017, con 18 años. Venía de San Clemente de Llobregat, el pueblo de sus padres, con el objetivo de dedicarse a la música y tal vez, algún día, llenar estadios.
Aitana no ganó su edición, quedó en el segundo lugar. Cumplió lo que muchos seguidores del programa entienden como “la maldición” del ganador. Su fama nunca se mantiene. Así, Aitana perdía el trofeo contra su amiga más cercana dentro de la academia, Amaia, pero integró junto a Bisbal la larga lista de segundos ganadores que obtienen, como por obra del destino, el mayor de los éxitos en ventas.
Pero una vez terminado el programa, los antiguos televidentes querían más. Y la intimidad de una ídola a quien habían votado como ganadora y a quien ahora le compraban discos, perfumes y hasta una muñeca Nancy con su cara no era un beneficio al que quisieran renunciar.
Como a toda chica joven, linda y exitosa hay que conseguirle un novio, los titulares de chisme y tinte romántico comenzaban a salir sin intención de desaparecer. Una relación con su compañero de academia Luis Cepeda, diez años mayor que ella. Su relación con Miguel Bernardeau, actor de la serie Élite (2018) e hijo de Ana Duato. Su reciente relación con Sebastián Yatra. La carrera de Aitana fue siempre relacionada al hombre que tenía a su lado en cada etapa de su vida, muy a su pesar. Y sus intentos de dejar el ámbito privado a un lado fueron fuertemente criticados.
Cuarto azul (2025) llega ocho años después de su salida de la academia. Ocho años de carrera musical explosiva en los hombros de la artista. Su cuarto álbum de estudio llega con una vulnerabilidad que había advertido en entrevistas, pero que nadie parecía tomarse en serio.
Porque la “Metamorfosis Season”, nueva era comercial denominada por la propia artista, encierra una cirugía a corazón abierto en forma de 19 canciones. Para bien o para mal, no hay metáforas. No hay significados encerrados. Escribe un diario íntimo en versos y lo comparte con sus 13 millones de oyentes mensuales en Spotify.
De repente, la chica criticada por escribir canciones a sus novios y llorar en sus letras cuando la dejaban, decide responder. Pero su respuesta no es la elección de una nueva musa inspiradora. Ella responde y lo hace más evidente. Si no la dejan mantener su vida privada tras las puertas de su casa, entonces las abre al público. Invita tanto a fans como a haters a meterse adentro de su cuarto azul. El cuarto de su infancia. Aquel que sus padres habían decorado de azul porque los controles ginecológicos del embarazo anunciaban erróneamente que tendrían un varón. Repentinamente decide dar de comer sin aderezo aquello por lo que tanto le habían rogado. Y siempre con una sonrisa.
El primer corte sin anestesia tuvo lugar en enero. La cantante anunciaba el estreno de Metamorfosis (2025), un documental de Netflix sobre su día a día. Y en las entrevistas de la promo, lanzaba una verdad que nadie quería escuchar. Se encontraba medicada y con un diagnóstico de trastorno depresivo. ¿La culpable? Su ansiedad. ¿La causante? Su exposición mediática. Su inmersión en un mundo en el que se la obligaba a transitar desnuda, y al que había entrado de un día para el otro. Y por supuesto, por cada uno de nosotros. Seres insaciables de circunstancias ajenas. De una necesidad peligrosamente inmadura de vivir nuestra vida a través de nuestros ídolos.

"Metamorfosis" (2025)
Pero nunca es tan sencillo. No siempre se trata de encontrar culpables. De hecho, no siempre los hay. Nadie obligó a Aitana a entrar en el concurso. Uno del que ya conocía las reglas. Nadie la obligó a escribir sobre sus novios. Nadie la obligó a anunciar su noviazgo con Cepeda en pleno estadio Bernabéu ni a protagonizar una serie infantil de Disney con su pareja de aquel entonces. Y el público ama a quien escucha. Sueña con algún día, aunque sea por un segundo, conocer a quien mira por la tele. Saber qué le gusta, saber a qué le teme. Porque la obsesión siempre es un peligro del que nadie sale ileso en cualquiera de sus presentaciones.
Metamorfosis iba a tener como narrativa principal la preparación de sus presentaciones en el Estadio Bernabéu. Un hito en su carrera profesional que no logra cualquier cantante de su país. Pero en pleno rodaje y por razones que la artista asegura que son ajenas a su equipo, las fechas se cancelan. Varios otros pilares de la vida de la artista se desploman, y se apaga todo. Depresión diagnosticada. Chloé Wallace, la directora, decide cambiar el objeto filmado. Ahora la narrativa pasaba a ser el pozo emocional en el que la cantante se metía. Y lo que todos entendían como un acto de vulnerabilidad sin igual, era apenas un tráiler de lo que vendría.
Las letras de Aitana, generalmente centradas en el amor y el desamor, siempre contaron con descripciones muy específicas de lo que parecían experiencias personales. “La última vez te vi llorando por Facetime”, “valen de nada cuatro años juntos”. Siempre parece estar hablando de algo que vivió, sus canciones parecen tener nombre y apellido. Y la gente especula. Cuarto azul lleva esta forma de trabajar a su máxima expresión.
Varias de las canciones le hablan a alguien directamente. La conflictiva etapa de su depresión hizo estragos en su música que se ven a simple vista en esta nueva entrega. Se pregunta si lo que está viviendo es realmente para ella. Decide hacer una pausa para ver dónde está parada, luego de un salto a la fama a los 18 años que ella admite nunca haber dimensionado, y ocho años de carrera vertiginosa sin parar a pensar.

"Metamorfosis" (2025)
Un primer síntoma de vulnerabilidad que aturde es “Cuarto azul”, la canción que lleva el nombre del disco. “Devuélvanme a donde crecí por favor”. Suplica que se le devuelva su inocencia, una que no vio desaparecer.
A medida que el álbum avanza, nos introduce de manera progresiva a las preguntas más íntimas de la cabeza de la artista. Se va descendiendo como por una escalera caracol que cada vez se vuelve más oscura. Y allí aparecen canciones como cartas firmadas por sus destinatarios.
En “Música en el cielo” le habla a su abuelo fallecido y lo menciona directamente. Reflexiona sobre la muerte. En “Cuando hables con él”, dedicada a su expareja Miguel Bernardeau, le pide perdón por haber sacado un álbum entero en su contra. El ruido vertiginoso de la electrónica y las letras de despecho que escuchábamos en Alpha (2023) son apagados por esta nueva canción: “que me perdone por las canciones, la música también se equivoca”. Nada más que agregar. En “Conexión psíquica” aparece, de nuevo, la integración de su vida personal: el coro lo cantan sus mejores amigas de la infancia.
Un punto clave es la última canción del álbum, “La chica perfecta”. Porque es una colaboración con Fangoria, banda de electrónica liderada por Alaska. Una figura adulada y transgresora que lleva décadas marcando la cultura pop española. Canciones como “A quién le importa" o “Ni tú ni nadie” aluden directamente a la libertad de expresión y a la riqueza dentro de la individualidad. A no contentar expectativas. A lo genuino. Su maquillaje histriónico y característico, sus presentaciones en vivo y su estilo alternativo la ubican frente al público como una referente no solo de la música, sino del pensamiento.

"Metamorfosis", (2025)
Pero Aitana no se queda ahí, porque decide incluir a la mitad de la canción un fragmento del monólogo de Antonia San Juan en Todo sobre mi madre (1999), de Pedro Almodóvar.
“Me llaman ‘la Agrado’, porque toda mi vida solo he pretendido hacerle la vida agradable a los demás. Además de agradable soy muy auténtica. Mira qué cuerpo, todo hecho a medida".
Citar a Pedro Almodóvar en una canción de pop comercial no es algo que pase desapercibido. Menos si se está colaborando con Alaska. Porque la última canción del álbum parece ser el punto final de un largo discurso entretejido que comenzaba con gran inocencia a través de “6 de febrero”, el primer tema del álbum. Es el último escalón de la escalera caracol, y en este punto ya no llega la luz.
En varias entrevistas la cantante ha asegurado que su inseguridad y su miedo a la cancelación siempre marcó su carrera. Que le costaba ser ella misma con 18 años, cuando de un momento a otro todos los focos de la prensa española apuntaban hacia ella. Sus discursos, tanto en su música como en entrevistas, siempre fue muy recatado. Nunca nada muy polémico, nunca nada acusatorio. Pero como los dedos siempre quieren apuntar, no faltaron, por supuesto, aquellos que la criticaron por esta misma decisión de no dar declaraciones arriesgadas. De no querer contar su vida, una que había estado a completa disposición de todo un país durante tres meses en la academia de Operación Triunfo. Y muchos de ellos no se lo perdonaron nunca.
La cancelación llegó de todas formas. En 2023 y con el Alpha Tour, la coreografía de “Miamor”, su colaboración con Rels B, horrorizó a varios de sus fans. Un baile erótico que nadie esperaba de la niña que veían en la academia. Una niña que ya había crecido. No era ejemplo para infancias, se había sumado a la larga lista de cantantes del género urbano del momento cuyo último fin parecía ser escribir sobre sexo. Buscaba no defraudar y aún así defraudaba.
Pero su nuevo perfil contestatario aparece ya por aquel entonces, cuando decide comenzar a proyectar en las pantallas de los conciertos restantes, los titulares periodísticos que daban la noticia del horror social que había generado este nuevo baile erótico. Y este se volvía cada vez más largo.
Resulta sencillo escuchar toda esta historia en clave comercial. Una cantante de pop que entra en un reality show para hacerse conocida. Que lanza su primer EP de seis canciones en 2018 para sacar un álbum con las mismas canciones y algunas nuevas. Que lanza tres perfumes diferentes y una muñeca Nancy de su figura, y que ahora parece estar lucrando con la salud mental. Lanza un documental en Netflix para promocionar el álbum que vendrá. Y por si fuera poco, previo a los conciertos programados para 2025, fija dos listening parties en Madrid y Barcelona, en las que sus fans pagan por ir simplemente a escuchar el álbum junto a ella. En estas fiestas, otra vez la vulnerabilidad. El espacio decorado como la habitación de un hogar. Y su outfit, un conjunto de encaje que parece lencería. Porque elige mostrarse sin barrera de contención.
Y es que la empresa de Aitana tiene jugadas claras que apuntaron por varios años a ponerla en el lugar en el que se encuentra hoy. Una cantante de 25 años que llena un Movistar Arena de Madrid solo para la escucha de su disco, el cual lanza tres días después. Con Cuarto azul en el tercer lugar dentro del top global de álbumes debut de Spotify de esa semana, solamente superada por Miley Cyrus y Damso. Esto además de ser el sexto disco con mejor debut de la historia de Spotify en España, con un total de 7,5 millones de streams a nivel global en su debut.
La guerra por el mejor puesto dentro de la industria la integran todos sus participantes, en mayor o menor medida. Pero Cuarto azul es sin dudas un cambio de entendimiento en su carrera. Una apertura al completo que no sabemos si se volverá a repetir, o si solo quedará en una triste pero honesta etapa de su vida. Se trata simplemente de un síntoma a atender. Del resultado que aparece cuando tanto los públicos como los medios de comunicación, queriendo o sin querer, buscan hacer de sus ídolos un mueble más dentro de su hogar.
Por Catalina Zabala
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