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Contenido creado por Manuel Serra
Música
Octubre es redondo

“De regreso a Oktubre”: a 37 años del disco ricotero decisivo y su vigencia política

Con los shows de Skay y los Fundamentalistas en una misma semana, una retrospectiva a uno de los álbumes más emblemáticos de Patricio Rey.

26.10.2023 14:15

Lectura: 11'

2023-10-26T14:15:00-03:00
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Por Diego Paseyro
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El 4 de octubre de 1986 Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota cruzó el Rubicón para ser una banda de culto. Ya no había retorno. Si para sacar su primer disco, Gulp!, tuvieron diez años, ahora, en menos de uno, debieron sacar el segundo, con todo lo que eso implica para una banda de rock. No solamente colmaron las expectativas, sino que se abrían un irreversible camino de éxito. Algunos de sus temas más emblemáticos pertenecen a dicho álbum, tales como “Ji ji ji”, “Música para pastillas”, “Ya nadie va a escuchar tu remera” o “Preso en mi ciudad”. Tal vez sea el álbum con un costado político más definido, y esto se hace presente de varias formas; desde el título y el arte de su portada, a cargo de Ricardo Cohen, más conocido por Rocambole, hasta alguna de sus letras, como “Fuegos de octubre”. La oscuridad incendiaria y el misterioso magnetismo por el cual se conocería más tarde al grupo, tal vez comenzó cuando sacaron un disco que se estamparía en el inconsciente colectivo de una sociedad, y en cuanto muro, bandera, remera o piel cupiera. Es un homenaje a todas las revoluciones de la historia de la humanidad, a la lucha de los oprimidos contra los opresores, tres años antes de la caída del Muro, en el que tal vez sea uno de los gestos más poéticos que se le conocen a una banda de rock. Una curiosidad de la portada es que en la parte inferior derecha se puede ver el rostro del Che Guevara en una pancarta. Sin embargo, el affaire de los Redondos con el mes de Octubre no se circunscribe simplemente al álbum homónimo. También ¡Bang! ¡Bang!... Estás liquidado, La mosca y la sopa y Lobo suelto, cordero atado, Vol. 1 y 2, se editaron en este mes.     

Ahora bien, ¿qué tiene para decirnos este caleidoscópico trabajo lírico y musical treinta y siete años después de su lanzamiento? A fin de cuentas, ¿quién no le hizo el amor a un drácula con tacones? ¿Quién no se siente preso en su ciudad? Tal vez como nunca estamos asistiendo a una TV. Führer mucho más honda. Tentaculosa. El motorpsico está más enloquecido que nunca. Tracciona con toda furia en el mercado del amor. ¿Alguien escucha nuestra remera hoy? ¿Acaso los chicos no siguen siendo como bombas pequeñitas de camino a la cueva del perico?

Es cierto que este segundo trabajo de Carlos Alberto Solari, Skay Beilinson y compañía, se ancla claramente en un momento y en un lugar. Que recibe influencias musicales de la new wave o el post punk, que incorpora elementos distópicos en medio de la Guerra Fría y con una catástrofe en ciernes como la de la planta nuclear de Chernobyl, y la tapa del disco, diseñada por Rocambole, hace claras referencias a la Revolución rusa de 1917. Pero estos guiños no nos pueden hacer creer que su contenido se circunscribe a una época y que por esto pierde el carácter atemporal. Si por algo se ha caracterizado la prosa solariana, es por justamente darnos material poético universal. “Todo preso es político”, por ejemplo, es una frase que se estampó en nuestra cultura como un diagnóstico tan efectivo como dramático.

El dieciocho y veinticinco de octubre respectivamente, y ante 1200 personas, la banda tocó por primera vez sus nuevas producciones en Paladium (Reconquista 945), lo que daría nombre al disco homónimo que registró lo que sucedió esas dos noches. Además de los temas de sus primeros dos discos, esas noches también sonaron “El regreso de Mao”, “Roxana Porchelana”, “Rock de las Abejas”, “Patricio Super Show”, “Nene Nena” y “Blues de la Libertad”. Para esos dos conciertos se sumó el tecladista Andrés Teocharidis, quien le agregó a la banda el inconfundible sonido del órgano Hammond. La idea era que se incorporara definitivamente pero un fatal accidente de tránsito abortó los planes. Luego de estos dos conciertos la banda atravesaría una de sus últimas transformaciones de camino a lo que ya nadie podría evitar que fuese: un fenómeno de masas. Una banda de estadios. Tito D'aviero en guitarra y Piojo Ábalos se fueron intempestivamente, mientras que Walter Sidotti se incorporó a la batería. Para D'aviero no hubo sustituto. Al año siguiente también se marcharía el saxofonista Willy Crook y vendría en su lugar Sergio Dawi.

La apertura del disco es clara. “De regreso a Octubre. Desde Octubre”. La banda propone regresar, tal vez, al mes y al año de la revolución rusa, desde el Octubre presente. Ese juego de retorno, esa incorporación de una dimensión histórica, ese tomar impulso desde el ayer para intentar explicar el hoy, es, metodológicamente hablando, un camino acertado. ¿Qué sentido tiene hablar del presente si no se entiende como tal cosa, al menos los últimos sesenta años? Nietzsche dijo: “Coloca entre tú y tu presente el espesor de al menos 200 años”. Nada puede ser entendido sin la luz de la historia. Ni el fenómeno de Milei, ni el ataque de Hamas, ni la guerra en Ucrania. Por nombrar algunos hechos destacados de nuestro Octubre.

El poder de síntesis de la pluma de Solari es tal vez uno de sus puntos altos, y por qué no, el secreto de que sus letras lleguen con tanto impacto a tan disímiles estratos sociales. A nadie le son ajenas sus granadas de fragmentación poética. Luego de ese primer verso la canción se completa con “sin un estandarte, de mi parte, te prefiero igual, internacional”. Es difícil asignarle a los Redondos o incluso al Indio, un estandarte, una bandera, una proclama. Por supuesto que sabemos de sus influencias, de qué fuentes bebieron, y hasta cierto punto sus inclinaciones estéticas, éticas o políticas, pero, de ningún modo se podría decir que se identifican exclusivamente con una idea, doctrina o sector del espectro político partidario. La prueba de esto es su masividad. Habiendo dejado su origen de banda de La Plata más multitudinaria, más parecida a un colectivo artístico que a una de rock, de corte más tradicional, donde los conciertos eran para unos pocos y tenían lugar monólogos y performances, y una atmósfera hippie y, por qué no, intelectualoide lo invadía todo, se convirtieron en una referencia ineludible para los desclasados, desencantados y huérfanos políticos. Todo aquel que quedaba al margen de cualquier proyecto, encontraba en el bondi ricotero un lugar, un propósito y un destino.

Pero el Indio, echando mano a su clarividencia, a su escritura afilada, que nunca le hace sobrar un adjetivo a un verso, deja claro que “te prefiero igual, internacional”. Tal vez los postulados de la hermandad proletaria sí los prefiere. No es que los Redondos sean eso, exclusivamente, pero sin dudas, en esos trazos, nos dejan saber alguna de sus inclinaciones. Lo de internacional puede estar haciendo referencia a la Asociación Internacional de Trabajadores inaugurada por Marx y Engels en Londres en 1864, o bien al himno obrero ruso. Porque más allá de las connotaciones políticas con que ese himno puede resonar en nuestros días, lo cierto es que su espíritu, su cariz metafórico como un grito redentor y revolucionario, puede ser adoptado sin bajarlo a coyunturas partidarias. Su nacimiento tuvo que ver con campesinos, obreros, estudiantes y desertores del ejército, marchando para diferenciarse de las tropas leales al Zar. El Zar no es más que una metáfora del Poder. ¿Cuál es el Zar de nuestro Octubre? ¿Que seguimos prefiriendo igual? ¿Qué estandartes no tenemos?   

El segundo tema del disco se llama “Preso en mi ciudad”, y cuenta con uno de esos dardos poéticos del cantante que uno no puede escuchar y salir indemne. “Atrapado en libertad” es un prodigio de la síntesis narrativa, y aquella recién estrenada democracia desde la cual nacieron esos versos, tanto aplican para la nuestra, supuestamente madura, pero que nos tiene, por otras, o tal vez las mismas razones, en el mismo cautiverio libertario. “Música para pastillas” nos habla, previene y alerta de la industria de lo bello llevado a su paroxismo en pastillas adelgazantes, anabólicos y en cirugías estéticas. Es la necesidad de parecerse a un ideal inalcanzable y pagando un precio muy alto; paradójicamente, un deterioro físico formidable que termina muchas veces en la muerte. En la bíblica “Semen-Up” hay un juego, una ambigüedad. Porque bien el objeto al que la canción le canta puede ser una mujer o bien una sustancia. En cualquier caso, el tema es el deseo. La libido. ¿Hacia dónde se nos va? ¿Dónde la depositamos? ¿Cuáles son nuestras compulsiones?  “¿De quién son mis deseos de hoy?”, va a preguntarse el Indio años después en “Luzbelito y las Sirenas”. En “Divina T.V Führer”, la genialidad sintética aparece desde el título. Uno no puede enfrentarse a esas tres palabras sin que junto a ellas no se le aparezcan potentes imágenes y un entramado de sentido. Equiparar la televisión, que hoy podrían ser los dispositivos en general, a la figura de un Führer, eso es, literalmente desde la lengua germana, a un mesías o un salvador que nos guíe, y a su vez, darle el carácter de divino, es totalmente acertado y vigente. Al igual que en “Semen-Up”, aparecen nuevamente los múltiples sentidos, porque, en definitiva, la imagen de ese mesías puede ser desde un líder político o religioso al algoritmo de Google.

“Motorpsico” es el motor del alma. El alma de un sujeto posmoderno para quien Dios ha muerto, pero él tiene “a su lado, su dios”, “que no juega a los dados”. Tal vez el tema más filosófico, o si se quiere, más metafísico del álbum, pero que no abandona el concepto que aglutina a todos. Porque, a fin de cuentas, “el mercado de todo amor”, o si se quiere, “el amor como mercadeo” es una de las consecuencias de un mundo regido por la oferta y la demanda. “Ji ji ji” se ha ido convirtiendo con los años en el himno de la banda. El tema elegido por los Redondos y luego por Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado para cerrar los conciertos. Tema que incluye uno de los solos de guitarra más legendarios –salve, Skay– de toda la cultura rock hispana, y que dio lugar al famoso “pogo más grande del mundo”. ¿Qué más podemos decir de una canción para dejar en claro su potencia y relevancia? El tema denuncia la paranoia y los peligros del consumo que tan instalado está dentro de la cultura rock. “Una noche de cristal que se hace añicos”. “Los ojos ciegos bien abiertos”.

En “Canción para naufragios” se explora la posibilidad de un intercambio bélico nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. ¿Peligro que le corresponde exclusivamente a la década del ochenta? En “Ya nadie va a escuchar tu remera”, el Indio y compañía ponen sobre la mesa la posibilidad de ser algo pasajero, una moda del momento. Algo efímero. A la postre, podemos estar seguros de que el fenómeno ricotero de efímero y pasajero no tuvo nada. La adhesión de “los redondos de abajo” de “las bandas” se fue incrementando cualitativa y cuantitativamente con el tiempo.

Treinta y siete años pasaron desde que se editó este emblemático álbum y la rueda sigue girando. Si bien la banda se disolvió en el 2001, la mística continúa. El componente religioso de las misas, esto es, los conciertos, continuó con la nueva banda del Indio Solari, Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, y aunque ya no lo tiene en escena, es la forma de seguir de cerca el legado. También con los Fakires, la banda de Skay.

En Oktubre encontramos el álbum decisivo de los Redondos. El que marcaría la tónica estética de una banda que sólo tocó en vivo en Argentina y en Uruguay, convirtiéndola en un fenómeno cultural del arrabal rioplatense. Y estamos próximos a una semana ricotera a flor de piel. Mientras el próximo 4 de noviembre estará Skay y los Fakires en La Trastienda, el 10 de noviembre Los Fundamentalistas estarán en el Velódromo Municipal. Cabe preguntarse entonces: ¿Somos, por acaso, nosotros, hoy, un público respetable? ¿Nuestro aliento vamos a proteger? ¿En este día y cada día?    

Por Diego Paseyro
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