Por Yamila Lara
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“Cuando retira la mano del mentón de la chica… ella hace algo semejante a un gran esfuerzo con todo el cuerpo, levanta el bracito, señala con el dedo a don Salvador y cortando la palabra en sílabas, con mucha firmeza articula:
- Pa-pá.”
El fragmento pertenece a uno de los momentos claves del cuento de Antonio Di Benedetto (Mendoza, 1922-1986), que da título a esta nota. Fue publicado por primera vez en 1957, en un libro llamado “Grot”, que se reedita ocho años más tarde bajo el nombre de “Cuentos claros”. Escritor argentino, no nacido en Buenos Aires (tal cómo él se define), fue arrojado al mundo el Día de los Muertos. Autor de “Zama” (1956), novela que lo consagra, hace aquí víctima de la espera (1) a otro de sus personajes de ficción: Salvador Quiroga, “gefe” (así, con “g”) de la estación de ferrocarril de San Rafael.
"El ferrocarril. Organización inglesa. Organización. Pero allí, tan lejos, con tanta soledad en torno, hace falta mucha voluntad para que las cosas marchen sobre rieles."
Descrito como una “comedia grotesca” (2) , el cuento se desarrolla en la profundidad del paisaje mendocino. En el afán de cumplir con su deber, el “gefe” y dos peones, en una zorra a palanca, se dirigen con provisiones hacia un tren de carga que se encuentra frenado en las vías. En el camino divisan tierra arada y se detienen en busca de agua dulce, fría. En medio del desierto, Quiroga se encamina hacia una señora con una criatura en brazos y le ordena: “Abuela, agua. Mis hombres allá tienen sed, y tenemos que seguir”.
Lo que no imagina el protagonista es que, a raíz de la inocente acusación que hace la niña al señalar su gorra, se verá sometido a las voces inquisidoras de extraños coterráneos, que no sólo le atribuyen la paternidad de la pequeña huérfana, sino que lo hacen culpable de la huida de la Juana: madre de la criatura, única hija y hermana de la familia de “jueces”. Con escopeta en mano, lo arrestan en “un rancho del desierto donde sólo moran enemigos que nunca imaginó tener”. Entre el asombro y el absurdo, es declarado culpable por el supremo tribunal, que deja en manos de Dios, el veredicto final.
“-Este hombre dice que en la noche puede llegar un tren…
-Puede estar aquí a medianoche- interrumpe don Salvador.
-Mejor- dice el viejo, dejando confuso al jefe, y prosigue- Si el maquinista no ve la zorra parada en las vías habrá un choque. Este hombre no quiere el choque y tampoco quiere reconocer a la Juanita. Si él levantó a la Juana, Dios dispondrá que el tren choque con la zorra.
-Así sea- dice la vieja, y se persigna.”
Durante toda una noche, en la inmensidad del silencio y la oscuridad, Quiroga aguarda agónico el choque entre el tren que fue a ayudar, y la zorra que ha quedado varada en la carretera. Al amanecer, tras el impacto, tres ferroviarios se acercan inocentes en busca de agua y explicaciones. Uno de ellos, con gorra; a quien la criatura también reconoce como su padre.
El juicio de Dios lo absuelve.
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(1) La dedicatoria de “Zama” reza: “A las víctimas de la espera”.
(2) Calificación de Julio Premat, prologuista de la 5ta edición de “Cuentos Completos” (2018) de Antonio Di Benedetto. Buenos Aires, Argentina. Adriana Hidalgo Editora.
Por Yamila Lara
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