Por Juampa Barbero | @juampabarbero
Stephen King no es solo un autor prolífico. Es una fábrica de pesadillas que el cine y la televisión no dejan de explotar, y nunca lo harán. Con más de 300 títulos basados en sus obras, es el escritor vivo con más adaptaciones en la historia. Desde los años 70 hasta la actualidad, su legado generó un sinfín de versiones, algunas convertidas en clásicos indiscutibles, como The Shining (1980), de Kubrick, Carrie (1976), de De Palma o IT en sus dos versiones.
Algunas adaptaciones, aunque en su momento pasaron desapercibidas o no recibieron el reconocimiento que merecían, hoy son innegociables gracias a la mirada inconfundible de sus directores. The Dead Zone (1983), de Cronenberg, y Christine (1983), de Carpenter, son ejemplos de películas que, con el tiempo, se reivindicaron por su estilo y visión. Otras, en cambio, crecieron en la memoria colectiva hasta convertirse en piezas de culto indiscutibles. Misery (1990), Pet Sematary (1989) y El misterio de Salem’s Lot (2024), lejos de perder impacto, siguen marcando a cada nueva generación de espectadores.
Esto no quiere decir que la era dorada de King sea una cosa ochentosa ni nada por el estilo. De gustos no hay nada escrito. Pero sabremos en un par de años si Doctor Sleep (2019), 1922 (2017) o Mr. Harrigan’s Phone (2022) sobrevivirán con la misma altanería que lo hicieron The Green Mile (1999), The Shawshank Redemption (1994) o Total Eclipse (1995); películas que, aunque no son de terror, demuestran la versatilidad de las adaptaciones. En esta misma línea, no podemos dejar de mencionar el clásico de los clásicos: Stand By Me (1985).

The Monkey (2025), Oz Perkins
Cada pocos años, una nueva generación de cineastas vuelve a sumergirse en su obra buscando reinterpretarla, actualizarla o simplemente rendirle homenaje. Su influencia es tal que podría considerarse un subgénero en sí mismo. Sus historias fueron llevadas a la pantalla en todos los formatos: desde miniseries como The Stand (2020) o The Outsider (2020), hasta proyectos inminentes como Welcome To Derry, de Andy Muschietti, y la próxima adaptación de The Dark Tower, a cargo de Mike Flanagan.
Algunas versiones se mantienen fieles a su material de origen, otras lo transforman por completo. Pero en todas hay un hilo en común: esa mezcla de horror visceral y emociones humanas reconocibles que convirtieron a King en el amo y señor del terror moderno. Si el cine puede hablar de un "estilo Hitchcock" o de un "género Lovecraftiano", tal vez ya sea hora de aceptar que el "cine King" es una categoría propia.
Ahora es el turno de El mono, un relato publicado por primera vez como folleto en la revista Gallery en 1980. Fue reeditado en la colección de cuentos Skeleton Crew de 1985 en Estados Unidos, y en el libro La niebla (1980) en los países de literatura hispana. En manos de Osgood Perkins, se convierte en una pesadilla con tintes de comedia negra. Dato no menor: además de ser uno de los directores más prometedores de la época, es el hijo de Anthony Perkins, protagonista de Psicosis (1960).
Mucho se habló de Oz Perkins el año pasado, tras el estreno de Longlegs (2024). La aterradora película nos muestra a un Nicolas Cage que nunca antes habíamos visto, encarnando a un asesino despiadado. Si bien Longlegs lanzó a Perkins al estrellato al convertirse en la película independiente con mayor recaudación del 2024, el director ya había incursionado en el terror anteriormente con películas como The Blackcoat's Daughter (2015), I Am The Pretty Thing That Lives In The House (2016) y Gretel & Hansel (2020). Además, Keeper ya está confirmada para este año, que será el tercer largometraje que el director estrene en menos de 16 meses, en colaboración con la distribuidora NEON.

The Monkey (2025), Oz Perkins
Desde el primer minuto, El mono deja claro que no es una película de terror convencional. La historia no pierde el tiempo en largas exposiciones ni explicaciones innecesarias: un mono de juguete golpea su tambor, alguien muere. Tan simple como efectivo.
La película sigue a los gemelos Hal y Bill Shelburne, quienes descubren el siniestro juguete de su padre y rápidamente comprueban que cada golpe de tambor equivale a una muerte violenta. Lo que parece una maldición infantil se convierte en un tormento que los sigue hasta la adultez, enfrentándose con un destino del que no pueden escapar.
Uno de los mayores aciertos de la película es cómo transforma la premisa del cuento en una serie de secuencias creativas y sangrientas. Perkins entiende que la clave de El mono no es solo el juguete maldito, sino la forma en que la muerte parece disfrutar de su trabajo. Las muertes no son simples accidentes: son espectáculos macabros, exagerados, casi caricaturescos. Un hombre electrocutado en una piscina, una mujer envuelta en llamas, una decapitación inesperada. Es un desfile de fatalidad en el que cada giro de la llave es una sentencia de muerte ineludible.
El tono de la película es un balance entre el horror y la ironía. No es una comedia de terror en el sentido clásico, pero tampoco es un relato opresivo. Perkins introduce momentos de humor negro que funcionan como un respiro entre las escenas de violencia. Hay una sensación de que la película se ríe en la cara de la muerte, como si dijera: “Sabemos que no podemos escapar, así que al menos hagamos esto entretenido”.
La película no tiene interés en explicar demasiado el origen del mono, ni en darle una lógica a su maldición. Lo que importa es el terror que genera, la forma en que destruye vidas con precisión mecánica. Como en la saga de Destino Final, la muerte es un hecho y no un enemigo que se pueda vencer. Es una fuerza absurda y arbitraria. No hay justicia ni sentido en quién muere y quién sobrevive. La vida es cruel, y la película no deja espacio para ilusiones.
El uso del sonido es otro punto fuerte. El golpeteo del tambor se convierte en un leitmotiv que genera ansiedad cada vez que aparece. Es un recordatorio constante de que algo horrible está por suceder, y Perkins lo utiliza con una precisión milimétrica.
El trasfondo personal de Perkins añade una capa extra de significado. Su madre murió en los atentados del 11 de septiembre, y la sombra de esa pérdida parece impregnar la película. No es solo una historia de terror, sino una reflexión sobre la fragilidad de la vida y la imposibilidad de controlar el destino.
En un género donde muchas propuestas oscilan entre la nostalgia y la pretensión de trascendencia, Perkins esquiva cualquier etiqueta fácil. El mono no busca justificar su horror ni dar respuestas innecesarias; su fuerza radica en su simpleza despiadada. A veces, el miedo más puro no viene de lo que se explica, sino de lo que simplemente ocurre. Y en ese sentido, este mono toca su tambor con una brutalidad imposible de ignorar.
El verdadero terror no es solo lo que nos acecha, sino lo que nos deja. El mono es una historia de maldiciones, pero también de herencia: lo que nos transmiten, lo que cargamos sin elegir, lo que se esconde en los rincones de nuestra memoria esperando su momento para despertar. Osgood Perkins convierte un cuento sobre un juguete asesino en un retrato feroz de lo que significa crecer bajo la sombra de un miedo que no nos pertenece, pero que nos termina definiendo.
A esta altura, Stephen King no necesita más adaptaciones para confirmar su legado. Pero El mono es la prueba de que, en las manos correctas, su obra puede seguir mutando y sorprendiendo. Osgood Perkins no se limita a ilustrar el cuento: lo desarma, lo distorsiona y lo reconstruye con su propia voz. Eso es lo que separa a una buena adaptación de una verdaderamente memorable.
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