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Contenido creado por Sofia Durand
Cine
Vos no sos mi Dios, papá

"El viento que arrasa": entre el calor, la violencia y el silencio ensordecedor

La película de Paula Hernández genera un clima que asfixia y presenta diferencias con la novela adaptada.

14.06.2024 17:31

Lectura: 7'

2024-06-14T17:31:00-03:00
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Por Jimena Bulgarelli | @jimebulgarelli

El viento que arrasa (2023) es la primera novela de Selva Almada (Argentina, 1973). Tiene fuertes dejes e imágenes cinematográficas que, sintetizadas, logran funcionar en la pantalla. La película de la argentina Paula Hernández, en coproducción con la productora uruguaya Cimarrón es realizada en Uruguay.  Del libro al cine, a otra vez un libro tipo archivo de rodaje, Ruge el viento.  

Resulta que los gritos de adoración terminan en un ensordecedor silencio, interrumpido por un irritante sonido de motor destartalado que hierve en las calles de tierra. ¿Qué hace falta para despertar? A Elena, nuestra protagonista, le hizo falta una concatenación de sucesos comunes y físicos para desencadenar un pensamiento, una idea, una realización.

Nada parece realmente excepcional en esta historia, en dónde un predicador (Pearson) y su hija (Elena o Leni), llegan a la casa de un mecánico (el Gringo) y su hijo (Tapioca o José). Donde el sol chaqueño hierve y la tormenta arrasa para dar paso a una gran descompresión.

El viento que arrasa (2023)

El viento que arrasa (2023)

La novela de Selva Almada, breve y sin ser una historia excepcional, es ligera e induce a la reflexión. Es una alegría que el recurso de la violencia y la idea de un choque —forma últimamente utilizada de mala manera para lograr inducir a un pensamiento más profundo— no aparezca agresivamente, y que aun así ocurra la sensación de una necesidad de meditación.

A Almada le interesa la violencia estática, el fanatismo fuertemente arraigado que lo convierte todo en ciego, de allí su espectacular epígrafe “...Ruge el viento, arma remolinos en la tierra. / Nosotros somos el viento y el fuego que / arrasará el mundo con el amor de Cristo”. Selva Almada logra un en el camino ligero, pero profundo, donde el lenguaje es lo que logra elevar el texto.

Cómo llevar un lenguaje poético, que describe la realidad con delicada fuerza, a una puesta en escena que suele servirse de la oralidad sin justificación. El sonido del silencio en el campo y el calor no son más que un aviso a esa tormenta indicada desde un principio en el título.

En la película de Paula Hernández nada es agresivo contra el libro. Cobra y forma su propia identidad sin agredir a la novela. La dificultad que supone cambiar de medio original se intensifica en este libro, donde el texto es sobre un predicador, sobre la misma palabra (de Dios). La temática central cambia por los propios motivos de una adaptación, no hay centralidad real en la novela, sino más bien diferentes temáticas de los cuales Hernández decide cinchar de uno para profundizar.

En la novela todo es revelado y contado desde una perspectiva muda, sin censor, de allí la ligereza del texto. La estructura es también acomodada: mientras que Almada desarrolla un texto narrado en tercera persona, lo cual también ayuda con el concepto anterior, e intercala tiempos como flashbacks, la película es lineal. Y el punto de vista, antes nulo, en la película es el de Leni. Son decisiones que deben realizarse para que sea funcional, la decisión principal es desterrar lo que fue originalmente para convertirlo en otra cosa, la novela ya no es, debe ser desarmada por la propia funcionalidad.

Tanto en la novela como en la película, son los padres quienes tienen la palabra, la verdad que se origina en sus creencias. Nadie crece creyente en un seno familiar sin fe. Como decía en un principio, la violencia no es cruel sino anuladora. La filosofía principal es que tanto Pearson como el Gringo, de creencias contrarias, funcionan como censores de invisibilización para sus hijos. La propia creencia y el propio ideal se vuelven egoísmo. La palabra del padre, cautiverio, porque no es la verdad compartida.

El viento que arrasa (2023)

El viento que arrasa (2023)

Esta tensión bien resuelta para la adaptación es llevada al contrario, la palabra es cambiada por el silencio. Es el viento que arrasa, y todo se agita de manera extraordinaria, sin decirse.

No hay víctimas. Ni en el libro, ni en la película. Hay temas recortados, como el tópico de la madre, en donde en la novela se menciona fuertemente a las madres de Tapioca, Pearson y Leni. Hernández no da lugar a las madres, pero reemplaza a la mujer madre poniendo el foco a la única mujer, Leni.

Elena y su padre, el predicador, pudieron haber desatado aquella tormenta en cualquier lugar. El mecánico y su hijo pudieron, quizás, seguir con sus vidas de esa manera sin el encuentro de esos otros dos. Si bien el conflicto era ineludible para los dos primeros, para los últimos es la presencia de aquellos lo que desata la tormenta.

Las conciencias y formas de vida chocan y generan conflicto, un conflicto que Leni ciertamente parece venir posponiendo. Mientras Tapioca el hijo del mecánico sufre una revelación, Leni termina por ahogarse.

El silencio, el calor, la fe injustificada, la menstruación y el sudor, la música escondida. Y la confusión por parte del Gringo al pensar en Leni como la esposa de su padre y no como su hija, que la satisface. Podemos ver una mueca, una mínima sonrisa en su comisura, porque esa confusión le dice y le recuerda que es mujer, tomando conciencia de su propio cuerpo.

El viento que arrasa (2023)

El viento que arrasa (2023)

La actividad mecánica de su cuerpo del día a día es despojada por un baile y el llanto, experimentaciones físicas.

Las infiltraciones en las vidas se hacen más o menos evidentes. Chango sufre una revelación, y el Gringo quizás lucha por su compañía en esa soledad. El mecánico come una naranja que el predicador le cedió, y el predicador toma cerveza y fuma cigarros que el gringo le ofreció.

Cada hijo toma su camino, porque el padre no es ningún dios. La esencia real es el choque y conflicto de ideologías, entre ambos padres como entre hijo y padre.

Es un en la carretera, donde la evangelización y la fe para Leni quedaron atrás.

La imagen que agobia, los planos que se acercan tensos, un color verde opaco que se extiende por todo el paisaje haciendo que el mínimo rojo realce, el silencio del viento y la música que finalmente deja de ser sumamente personal. Todos los sentidos están trabajados, creando una experiencia sensorial que intensifica la trama, es decir, la película no solo funciona sino que puede llegar a ser inquietante como un rebaño de ovejas en la ruta.

El libro sobre la película Ruge el Viento, contiene fotografías de las localidades, desde el registro del momento de la idea inicial hasta reflexiones de los actores e involucrados. Un libro que me resulta innecesario ahora —ya—. Porque cortó el mito, la fantasía, la oportunidad de fanatismo. Esta rápida realización de objetos ahoga la obra inicial, la película. Y me contradigo, porque la gratificación de que la literatura y el cine latinoamericano sea exitoso es enorme. Pero angustia la sensación de que no sea realmente duradero, sino una ráfaga. Rápido hecho, rápido pasa. Sin marca real.

El libro es como una fantasía arrebatada, no hubo lugar para la especulación porque ya todo se nos fue detallado en ese mapa que es el libro.

Me pregunto, en qué momento fue realmente necesario un diario de rodaje, si no es años después de su lanzamiento, donde se ha dejado crecer la especulación, la fantasía, el fanatismo que puede lograr lo desconocido. El mito ya no será, porque todo el silencio que reemplazó la palabra fue nuevamente escrito.