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Entrevistas
Roma amor

“En la antigua Roma había una sexualidad sin límites, pero algo estaba mal visto”

Conversamos con la escritora Viviana Rivero, cuya novela “Apia de Roma” recrea la vida en la época en la que Roma se hizo imperio.

14.08.2023 07:55

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2023-08-14T07:55:00-03:00
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Por Gerardo Carrasco
  gcarrasco@m.uy

Construido por mandato del emperador Augusto en el año 20 antes de Cristo, el Milliarium Aureum podría considerarse como una suerte de kilómetro cero de la antigüedad. En ese monumento del foro romano nacían —o culminaban, dependiendo de la dirección del viajero— todas las vías romanas y, según es fama, estaba ornado con la inscripción omnes viae ducunt Romam: todos los caminos conducen a Roma.

Y si en la Antigüedad todas las sendas conducían a la ciudad de Rómulo y Remo, en el mundo de la novela histórica moderna no son pocas las sendas que siguen ese rumbo. Desde el Quo Vadis de Henryk Sienkiewicz hasta El reino de los réprobos de Anthony Burguess, pasando por el insoslayable Yo, Claudio, de Robert Graves, numerosos autores han utilizado a Roma y a sus figuras destacadas como material para sus obras.

En esa egregia lista pide espacio ahora la argentina Viviana Rivero, una narradora con experiencia en narrativa histórica que tenía como asignatura pendiente abordar el mundo romano. Para saldar esa deuda acaba de lanzar Apia de Roma, una novela ambientada en tiempos del ya mencionado emperador, heredero de Julio César, obra en la que el rigor histórico se entrelaza con la ficción, el romance y hasta se asoma a un cierto protofeminismo. En diálogo con LatidoBeat, la autora habló acerca de ese nuevo libro y el proceso creativo que involucró.

Una de romanas

“Me pareció que era un buen momento para irnos bien atrás, porque quería traer a este tiempo a las pioneras, a las primeras mujeres que en esa época hacían algo distinto, en una época en la que las mujeres no tenían capacidades jurídicas. Me interesaba saber si ya entonces trataban de ganar algún derecho, conquistar algún lugar”, explica.

“Hacía mucho que quería escribir sobre esa época y lugar”, añade, y reconoce que desde el año 2017 venía postergando esa cita, hasta que en el último año sintió que había llegado la hora. “Algo había pasado en mí que quería ver esos temas. Antes no lo había pensado, y es claro que tiene que ver con el movimiento de las mujeres actualmente, esa sin duda fue una de las razones”.

Ya puesta a la tarea y con afán de investigar, la escritora dio con literatura científica reciente que resultó providencial para su propósito.

“Tal vez si esta novela la hubiera escrito yo u otro escritor hace cosa de veinte años, no hubiera reparado en ciertos detalles”, señala, refiriéndose a indicios acerca de algo que —salvando las distancias— podría considerarse como una forma primitiva de feminismo o sororidad en el naciente imperio romano.

“Ellas no tenían una lucha de género, porque no se unían. No tenían derechos, pero trataban todo el tiempo de saltarse las reglas, y como podían las saltaban. Pero lo hacían a nivel privado, personal”, refiere.

“Se suponía que no podían manejar sumas grandes de dinero si no era a través de un hombre. Sin embargo, ya en ese tiempo había mujeres que comerciaban, que empezaban a mover mercadería por su cuenta”. Curiosamente, esa actividad al filo de las normas podía ser más accesible en los estratos más pobres.

“A veces le era más fácil a una mujer humilde el comerciar, tener un restaurante o una pyme, por decirlo de un modo moderno”, comenta con una sonrisa. A modo de ejemplo, sugiere que una mujer del pueblo podía ofrecer también servicios “como que le encargaran el planchado de la ropa, y ganar dinero con eso”, mientras que una mujer de clase alta sin duda encontraría escollos, debido a que se estaría inmiscuyendo en el mundo de los varones.

“La matrona era para tener hijos, estaba dentro de la casa”, cuenta Rivero, situación a la que no se resigna Apia, la protagonista de su novela. Inteligente, y hábil para los números, debe lidiar con el hecho de haber sido casada contra su voluntad a los catorce años con un acaudalado comerciante de perlas que ya superaba el medio siglo.

“Ella va aprendiendo de ver comerciar al marido, le gusta eso, y cuando él muere ella quiere seguir con esa actividad. A nivel legal no había ninguna prohibición, aunque las mujeres tenían que hacer los actos jurídicos a través de un tutor. El problema era que no la dejaban entrar a las reuniones del gremio”, detalla. En aquel entonces, el comerciante que no participaba de los encuentros de esa especie de Cámara de Comercio quedaba al margen de negociaciones vitales y se veía privado de información crítica sobre los buques y caravanas que trasladaban los más codiciados artículos.

A Roma va, dinero llevará

“Otra cosa muy interesante fue descubrir que había un banco creado por mujeres y para beneficio de las mujeres”, cuenta la escritora, quien detalla que los historiadores supieron hace muy poco de la existencia de tan singular institución. “Es un descubrimiento bastante reciente. Hará cosa de dos años se encontraron unas tablas con escritos” que lo describen.

“Era un banco fuera de la ley: una mujer prestaba dinero, sumas altas, y se daba como garantía, por ejemplo, unos aritos comunes como estos”, dice mientras señala unas piezas de bijouterie que lleva puestas.

“Entonces, si la que recibía el préstamo no lo devolvía, la otra no iba tener dónde ir a quejarse. Existían tribunales, pero ese banco estaba fuera de la legalidad. Supuestamente ellas no podían prestar dinero, pero el dinero era metálico y servía donde fuera, y todo se basaba en la confianza, la garantía era más bien simbólica”, asegura señalando de nuevo sus aretes.

Banda de hermanas

En Apia de Roma, mujeres de muy diversa condición superan las barreras sociales y son capaces de unirse para sobrevivir en un mundo regido por hombres.

“Habían descubierto que podían confiar una en la otra”, refiere la autora, situación que pone de manifiesto a través del lazo afectivo que la protagonista genera con Furnilla, la esclava personal que su marido le obsequia, y en la que “descubre que podía confiar plenamente”.

“Van descubriendo una pequeña red de mujeres en la cuales pueden confiar. Apia comprueba que eso va más allá de las clases sociales, de las castas. Se suponía que una esclava y su ama no podían ser amigas, pero Apia agradece la confianza de Furnilla y se pregunta cómo puede retribuirle”. La respuesta obvia para esa pregunta es la libertad. Sin embargo, y tal como se demuestra en las páginas de la novela, no se trata de un obsequio fácil de dar. O de recibir.

Preguntando se va a Roma, y leyendo también

La redacción de Apia de Roma requirió un previo proceso de estudio acerca de la época imperial romana, materia en la que la autora admite que no estaba muy firme.

“Empecé de cero [ríe], hacía varios años que venía juntando material, juntaba y juntaba”, método de trabajo que suele emplear. “Es lo que hago, voy reuniendo bibliografía y cuando llega el momento me pongo a leer. Calculo que leí más de treinta libros para preparar esta novela”. Dicha bibliografía estaba compuesta de “libros de distintas clases, de todo, algunos muy buenos y otros no tanto”. Entre los primeros la autora destaca uno en particular: se trata de URBS: la vida cotidiana en la Antigua Roma, publicado en 1942 por el filólogo e historiador florentino Ugo Enrico Paoli.

“Ese libro la verdad que me sirvió mucho para la reconstrucción de las costumbres diarias de los romanos antiguos”, tema en cuyo abordaje fue muy cauta. “Hay que tener mucho cuidado porque el tema de la Roma antigua tiene sus fans, como puede tenerlos un artista. Hay mucha gente conocedora del tema, saben mucho y miran todo con lupa. Me encontré con foros de gente que discute al respecto, preguntan”, recuerda, y destaca la presencia en esos foros de jóvenes tan curiosos como talentosos. “Recuerdo en particular a un chico que hacía unos excelentes videos sobre los vehículos en la Roma antigua, y explicaba todo sobre ellos. Hasta entonces yo no tenía idea de que existía todo un mundo sobre el tema, y que le interesaba tanto a tanta gente”.

Todo a su debido tiempo

Redactar una novela histórica verosímil es una tarea en la que se deben superar dos dificultades elementales, que en realidad son la misma: el anacronismo de lenguaje.

A comienzos del siglo XX hubo un auge del género, que produjo piezas memorables y también papel deleznable. Sobre estas últimas obras, no faltó quien comentara con humor lo absurdo que resultaba leer cómo emperadores romanos, sacerdotes egipcios o sátrapas de Persia se expresaban al estilo de los tertulianos de los cafés de París.

También acecha al novelista el riesgo opuesto: ceñirse al lenguaje de la época narrada hasta el punto de volverse incomprensible para sus contemporáneos.

“Hay que tener mucho cuidado con eso, es algo que tuve presente todo el tiempo”, asegura Rivero, quien enfatiza su preocupación por “hacer a los personajes lo suficientemente cercanos, que no hablaran demasiado raro, y al mismo tiempo no perder la noción de la época, no hacer que se expresaran como lo hacemos nosotros hoy. Fue algo difícil, pero creo que lo manejé bien”, dice.

“La novela cuenta la historia de una mujer, y en esa historia hay tres elementos fundamentales: la gran amistad con su esclava personal, el hallazgo de su vocación y el momento en el que se enamora de otro de los personajes de la novela, un centurión”, resume, y agrega que fue en la construcción de ese vínculo amoroso donde debió ser especialmente cauta para no incurrir en “anacronismo romántico”.

“Se hacía difícil componer los diálogos entre un hombre y una mujer enamorados y no caer en esos anacronismos. Una tiene la tentación de escribir ‘te amo’, pero ¿dirían tal cosa los romanos antiguos? En mi novela no lo hacen. En algún momento él dice ‘te doy mi corazón’, y nada más. Tuve mucho cuidado para que no pareciera una novela moderna ambientada en la Roma antigua”, insiste.

Así, la exclusión de esa romántica expresión estaba justificada, al menos de acuerdo con el material consultado por la escritora.

“Por lo que yo estudié, en la Roma antigua las personas no eran muy apasionadas y mucho menos amantes. Eran, sí, pasionales, porque les gustaba pelear y guerrear. Supongo que también se enamorarían, porque el amor es algo que siempre existió. Pero no eran sensibles, sino más bien lo contrario: prácticos y materialistas”, describe.

De carne siempre fuimos

Si bien no podría calificarse como una novela erótica, Apia de Roma es una novela en la que el erotismo y la sexualidad están presentes, y son plasmados del modo en que los vivían los romanos de otrora.

“Pensemos que esto ocurre antes del cristianismo, había una sexualidad sin límites, desenfrenada. No había nada prohibido ni nada era mal mirado, cada uno podía hacer lo que quería”, cuenta. Sobre ello, detalla que “las relaciones paralelas no estaban mal vistas, aunque sí se respetaba la unión entre un hombre y una mujer de apellido y estirpe, porque de ahí nacían los ciudadanos romanos”, un detalle para nada menor.

“Para ellos lo más digno de protección era la ciudadanía romana. Roma era su máxima veneración, y por eso se cuidaba especialmente a los niños que nacían de un matrimonio, pero no porque el matrimonio fuera algo sagrado por sí mismo. Tampoco estaba mal vista la homosexualidad, pero sí lo estaba, o era motivo de burla, ser la parte dominada o pasiva en una relación”, narra.

Por esa razón, “a veces, y con la venia del marido, la mujer buscaba como amante a una esclava y no a un esclavo, porque no quería asumir el rol pasivo, de dominada, ante un hombre esclavo”, ejemplifica.

“De hecho, se dice que Julio César y su sobrino y sucesor Octavio habían sido amantes, y que César también había sido amante de un hombre poderoso. Sin embargo, todos ellos tenían sus esposas e hijos. Esa relación paternal también incluía eso, era como una relación completa, con todo”, agrega.

Cleo, Cleopatra, la reina del Nilo

Apia de Roma narra en paralelo la historia de su protagonista de ficción y la de una mujer real, quizá la más poderosa e intrigante de su tiempo: la egipcia Cleopatra. Estas dos mujeres nunca se cruzan en el relato, en el que la autora usa las personalidades que atribuye a cada una como un contrapunto en el que enfrenta dos maneras de gestionar las emociones y pararse ante la vida. En ese intento, la novela por momentos amenaza con deslizarse hacia un discurso new age, y el ya mencionado peligro del anacronismo asoma.

“Seguramente si eras una madre en aquellos tiempos y querías a tu hija, la educarías para que fuera fuerte. Apia tiene a su madre, pero Cleopatra no, porque murió en el parto o bien la asesinaron. Sea como sea, el hecho es que la borraron de la historia. Fue criada por una nana, y educada para el reino, toda su vida la dio por el reino”.

Cleopatra “manejaba siete idiomas, y fue la primera persona de su familia en hablar la lengua del pueblo egipcio, porque consideraba que el pueblo tenía que ser escuchado. Poseía altos conocimientos de estrategia militar, algo que queda claro en su papel en la batalla de Accio, entre las tropas de Octavio y Marco Antonio. Me leí todo un libro sobre esa batalla para resumirla en una página”, rememora.

“Estaba educada para que nada la permeara, ni el amor de un hombre ni el de sus hijos. De hecho, pasaba pocas horas con sus hijos para que el sentimiento hacia ellos no la hiciera vulnerable”, cuenta.

Esa obsesión por la fortaleza y el control de las emociones acabaría por pasarle factura. “No se acomoda, no es flexible, no acepta los cambios. No logra darse cuenta de que aquello que le había funcionado una vez no le funcionaría de nuevo, y hasta hace que su hombre, Marco Antonio, se mate, para luego intentar seducir al nuevo gobernante de Roma”, narra.

Apia, instruida en una dureza similar, es el contrapunto de la reina egipcia, y aprende que la rigidez marmórea no es lo más recomendable en la vida.

“El destino de ambas es muy distinto, y yo quería mostrar eso. Las personas más longevas del planeta son las flexibles, las que aceptan lo que no pueden cambiar”, refiere. “Apia empieza con una personalidad similar [a la de Cleopatra], pero luego se quiebra una vez, y desde ahí cambia”.

Será por eso que la quiero tanto

Desde los barrios de los magnates a los caseríos de la plebe, Apia de Roma recorre la ciudad de las siete colinas y plasma mediante certeras pinceladas la vida en la capital del imperio latino. En su descripción, deja claro que, pese a las intrigas, la corrupción y los conflictos, los romanos llevaban a su ciudad dentro del corazón.

“Amaban su ciudad y tenían gran conciencia de comunidad, algo que no sucedía del mismo modo en otros pueblos. Amaban a Roma, la respetaban y estaban orgullosos de ella”, explica.

“Tenían edificios de gobierno, algo de lo que carecían los demás. Estaban orgullosos de la república, aunque el que más decía defenderla fue el que le dio la estocada final”, dice en referencia a Octavio, luego devenido en Augusto, quien es también un personaje relevante en su libro.

Por desgracia, desde la antigua Roma hasta hoy, a la humanidad no le han faltado Octavios: poderosos que se rasgan las vestiduras en nombre la república, la libertad o la democracia, al mismo tiempo que planean su aniquilación.

Por Gerardo Carrasco
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