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Teatro
Una caricia

“Hay un león afuera”, la obra que escribió un hijo para recordar a su madre

Este 26 y 27 de octubre se presenta en la Sala Zavala Muniz del Teatro Solís. Antes, el director Andrés Papaleo dialogó con LatidoBEAT.

21.10.2022 16:05

Lectura: 9'

2022-10-21T16:05:00-03:00
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Por Valentina Temesio

Hay un león afuera son las páginas en blanco que Andrés Papaleo llenó con la intención de retratar a su madre mientras que ella se desdibujaba. La obra de teatro que él mismo escribió y dirige narra la historia de Grace, una mujer que a sus 53 años está casada, tiene dos hijos y trabaja. Vida normal.  Sin embargo, en un momento dado comienza a hacer un gesto raro con la boca y repite mucho las cosas que dice; podría ser depresión u otras cosas, pero los médicos no encuentran cuál es el diagnóstico.

Con el tiempo, dan con la enfermedad. Las escenas, que cobran vida en la obra, son los propios recuerdos de Papaleo. Si bien esta creación empezó como una descarga y estaba en las sombras, se convirtió en la obra viva que retrata a la madre del director y ese proceso doloroso, pero también los días graciosos. De alguna manera, reivindica aquellos momentos en los que su madre volvía a ser ella.

Este martes 26 —a las 20:30 — y miércoles 27 de octubre —a las 19:00 y 21:30 — la obra vuelve por tercera vez a las tablas. Actúan Nicolás Pereyra, Virginia Méndez, Daniel Cabrera, Emilia Asteggiante y Magdalena Long, se presenta en la sala Zavala Muniz del Teatro Solís.

La última función será accesible: tendrá lengua de señas para quienes no oyen.

Foto: Santiago Bouzas

Foto: Santiago Bouzas

¿Qué te llevó a escribir esta obra?

Cuando no sabían qué enfermedad era, las opciones eran alzhéimer de inicio precoz o demencia frontotemporal. Finalmente fue la segunda. En ese momento yo era mucho más chico. Fue en 2017. Era una situación difícil, porque mi madre iba perdiendo su personalidad y forma de comportarse muy rápido. Después empezó a afectar la parte motora. En ese momento yo escribía como una descarga, no como una obra de teatro. Escribía, escribía, escribía. Obviamente durante el proceso también se daban escenas que eran muy lindas, porque, en algún punto, mi madre nunca perdió el sentido del humor y su personalidad. Siempre había algo de ella que estaba ahí.

Un día un amigo me preguntó si estaba haciendo algo y le dije que no, que estaba escribiendo algo para mí. Le conté más o menos de qué iba, se lo mostré, empezó a reír y me dijo: “Tenés que hacer algo con esto, es muy gracioso”. Desde ahí le empecé a dar forma como de obra de teatro, antes no lo había pensado así.

Decís que la obra borra los límites del drama y la comedia, de la ficción y la realidad. ¿Cómo lo lograste?

Los límites del drama y la comedia se borran porque es una obra que no está encarada desde el golpe emocional. Estoy hablando de una cosa que nos pasa a todos. Es una situación difícil, como tantas otras que atravesamos los seres humanos, pero muchas veces durante el proceso nos damos cuenta de que no es que estamos mal todo el tiempo. También pasan cosas muy graciosas. Traté de reflejar eso en la obra, no quería compadecerme, tampoco encararlo desde ese lugar. Sino mostrar cómo es y que se puede vivir con eso, es otra forma de lógica del comportamiento. Como es la vida: somos complejos y contradictorios, pasamos por muchas situaciones en simultáneo. El tema de la ficción y la realidad es porque en un momento de la obra el hijo revisa un borrador y empiezan a aparecer las escenas que él vivió o que escribió o manifestó. El personaje de la madre, que a medida que avanza la obra pierde cada vez más su capacidad de comunicarse, ve esas escenas y comienza a hablar con los espectadores de la sala sin ningún tipo de problema. El desafío como director fue meterme en la mente de un personaje que no puede expresarse y pensar cómo podría hacerlo.

¿Es la primera vez que escribís una obra tan personal?

La primera vez que escribí teatro era muy chico, tenía 19 años. Hacía mis propias obras para poder dirigirlas con mis compañeros de la EMAD (Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático) o con actores que en ese momento estaban en mi entorno. Después dejé de escribir, hice algunas versiones de clásicos para otras cosas. Con esta obra siento que era la primera vez que hablo tan directamente.

Te exponés más...

Es mi voz, hablo de mi familia y de algo que en su momento fue muy difícil y doloroso. A través del arte, que es a lo que intento dedicarme, quería darle otra dimensión, un significado distinto.

Tu profesión entra en tu vida personal. 

Exacto. Es imposible, y lo fue en su momento, que no se mezclaran. Porque yo trabajo desde mis emociones y mis estados de ánimo. Aunque profesionalmente uno está acostumbrado a tener que hacer un personaje más allá de lo que le esté pasando en la vida. Lo hacés, pero eso está. Es muy difícil ponerse el chip o que algo te esté pasando en la vida y no te afecte a vos cuando estás trabajando con tus emociones y tu propia vida al servicio de otros personajes para con el público.

La actuación hace mucho hincapié en eso, en dejar los problemas personales afuera del escenario.

Hay muchas formas de hacerlo, lo podés usar a tu favor o hacer un momento de disociación. Lo tuve que hacer ahora como director. Una cosa es escribir la obra y otra es cuando las escenas pasan a cobrar vida. Fue súper fuerte. Mi mamá murió en 2018. Hice una disociación que, emocionalmente, la pude mantener hasta el día del ensayo general. Porque en la obra están el personaje del escritor y de la madre. Cuando vi la obra en el ensayo general, que lo hicimos con público y con lengua de señas, quedé destrozado, en el piso. Como una especie de catarsis. Me tocaban y me preguntaban si estaba bien, y yo lloraba. Pero creo que es eso, en el arte y en la vida en general, aunque es un poco más obvio cuando uno actúa porque tenés que ponerte una máscara. No importa lo que te esté pasando personalmente porque vendés un servicio al otro.

Foto: Ana Gencarelli

Foto: Ana Gencarelli

Es la tercera vez que la obra se presenta este año, además ganó el Premio Nacional de Literatura en 2017 y la declararon de interés general por la Junta de Montevideo. ¿Por qué crees que sucede esto con la obra?

En la obra hablamos de emociones humanas y de vínculos familiares y con seres queridos. Eso es algo que a todos nos toca en algún punto. A algunas personas les llega por el hecho de la enfermedad mental, pero también lo hace con quienes no tienen a nadie enfermo cerca. Si no te toca por ese lado, te toca por otro: el de la pérdida. La gente no lo recibe como un baldazo de agua fría, sino que se despeja y conecta con una zona sensible y profunda, pero de una manera que se parece a una caricia. Eso siento. Las reacciones han sido súper fuertes, hasta ahora nunca me había sucedido recibir las devoluciones de personas.

Una vez se acercó una mujer a la que le estaba pasando lo mismo con su esposo. Su hija tenía 15 y su hijo 17, a mí eso me mató. Porque eran dos adolescentes, mucho más chicos que mi hermana y yo. Fue muy fuerte. Ella me dijo que se sentía sola, no había conocido a alguien que le haya pasado lo mismo. Fue a ver la obra con sus hijos y ahora la van a ir a ver de vuelta. Sienten que hay algo de ellos que conecta. Creo que eso es lo que pasa, que la gente conecta algo. Yo traté de hacer un trabajo muy sincero, los actores fueron por el mismo camino. Te podrá gustar más o menos, pero creo que eso hace conectar con determinadas cosas de la obra que le tocan también su propia humanidad.

La obra es accesible, incluye lengua de señas. ¿Qué implica para ti hacer una obra que llega a personas que no todas las veces acceden al teatro?

Siempre estuve vinculado con la accesibilidad, pero no tan consciente. El deterioro de mi mamá me hizo verlo. Cuando quise hacer esta obra quería que fuera accesible y empecé a buscar formas. En un primer momento evalué hacerlo con audiodescripción, pero en las funciones que hicimos en el Sodre la tecnología no estaba disponible. Me propusieron incorporar lengua de señas uruguaya. La obra ya estaba montada, no quería poner a un intérprete a un costado, quería que esté integrado a la obra.

En tres ensayos le buscamos la vuelta junto a dos intérpretes y transformamos la obra. No todas las funciones tienen lengua de señas. Ojalá a futuro sean todas así, pero hay un tema económico que varía.

Es otra función porque está totalmente integrada. Si bien la obra es compleja en la forma que tiene de ser narrada, porque usamos audiovisuales, está el actor hablando en escena con monólogos, se mezcla con escenas del pasado. Pero a veces hay superposición de todo. De monólogos grabados en voz en off con el chico diciendo monólogos en vivo mientras sucede una escena y en la pantalla vemos un a mascota virtual. Fue todo un desafío adaptar la obra para personas que no van seguido al teatro. 

¿Cómo recibieron la accesibilidad?

A la primera función fueron 20 personas sordas, que es un montón. La mayoría se sentó en primera fila. En el momento nos dimos cuenta de que habíamos armado el espectáculo para que se viera de más atrás. Después tuvimos un intercambio y nos explicaron cómo lo vivieron. A la siguiente función, los esperábamos con una intérprete que los recibía, los acompañaba y le sugería que se sentaran después de la quinta fila. 

En la segunda función, después de que corregimos varias cosas, les explicamos también el lenguaje de la obra y cuáles eran los códigos. Terminaron llorando y riendo al mismo tiempo, y agradeciendo. Fue súper fuerte.

Foto: Ana Gencarelli

Foto: Ana Gencarelli

Por Valentina Temesio