Por Jimena Bulgarelli | @jimebulgarelli
Leer a Rocío Medina es un repensar la forma básica y originaria constantemente.
Herrumbrada es el primer libro de la autora. Maduro, rígido, tierno. Su escritura es natural y, a la vez, colocada por una lógica interna irrefutable. Criada en Tacuarembó, Rocío nos desplaza de su ciudad a la capital durante todo el libro, haciendo el ejercicio para que ninguna desaparezca, y amalgamándolas.
Nació en el 2000, en Durazno, aunque fue criada en Tacuarembó. Es poeta y profesora de literatura, su vocación es nata. Ha hecho publicaciones en antologías, pero esta es su primera publicación individual.
El poemario editado por la editorial uruguaya de poesía "La Coqueta", da luz visible a su palabra, una escritura de conexiones novedosas. No necesariamente por el contraste sino, mejor aún, por la forma y el lugar desde que se enuncia.
Prologado por el poeta y también profesor de literatura, Martín Palacio Gamboa, el libro se abre ya en el repienso de una forma pactada, y nos infiltramos en la escena personal de la autora. La resignificación se hace evidente al encontrarnos con que el primer texto poético, viene seguido de la definición de “campo”, sacada del diccionario. Una definición personalísima e intransferible, que sólo puede ser contada en la escritura.

Rocío Medina
La palabra inicial nos marca la estética de una manera sintética, pero que puede abrirse y expandirse en —o hacia— diferentes matices de la imaginación de la autora. Rocío Medina, arraigada al campo y con gran dolor desplazada a la capital; esto último un sí y un no constante. No reniega del paisaje natal, pero tampoco se acuna en él. Cómo se hace si algo siempre se pierde.
Es un intento de revivir al cardo y la pasionaria; está última se dice que su flor preparada con azúcar era el postre de los gauchos. Pero es también el ser en la ciudad, donde el yo poético le debe todo lo maravilloso por la palabra a su paisaje natal.
Y desata la pregunta: ¿Si hubiera nacido en Montevideo, o acaso en cualquier otro lugar que no fuera Tacuarembó, escribiría?
Y sin embargo, aunque esta tediosa pregunta rige en la escritura, logra separarse de ella para no revolcarse en una estética popular del interior. La exaltación de lo criollo no incomoda ni se vuelve artificial, porque es un ir y venir constante de Tacuarembó a Montevideo, con el miedo de que el origen se vuelva difuso, porque la casa hogar ya no yace en la tierra de origen. Lo que antes era el viaje de ida, ahora es el de vuelta.
Rocío hibrida en su visión la estética popular del interior a lo Bocha Benavides con algo, si se quiere, más urbano metálico. Su escritura está pautada por el ritmo de un ómnibus en la ruta.
Queda inacabada toda expresión montevideana para poder decir. Recurre a la palabra de ritmo y color local natal acerca la experiencia, pero no es suficiente. No es uno ni otro. Rocío encuentra la expresión en la conjunción de la gauchesca con el rock popular uruguayo, y así logra decirnos, aunque aún de manera inacabada, lo que no tiene traducción: es el sonido amargo “de una piel quebrada”. Traza en su escritura ese existencialismo de rock campestre a lo Pecho e’ Fierro.
Escribe de manera natural “galopera”, “relincha”, “yeguada”. No utiliza el color local de Tacuarembó de forma engañosa. No nos engaña ni tampoco a ella, no se regodea en el pasado, sino que es honesta.
Intentar recuperar esa visión original sin que la escena montevideana agregue sus matices, ciudad que empaña y bifurca el pensamiento, es el sentimiento de una búsqueda constante. Es aceptar la pérdida de una conciencia en estado natural, alimentarse de su recuerdo con inteligencia y acoplarla con su presente para crear una inexistencia temporal, donde todo ocurre de forma feroz y real, como un animal domesticado reaprendiendo su condición. El tiempo es nulo, la suspensión es necesaria.
Cede su existencia e, inmediatamente, antes de pararse en una individualidad angustiante, toma las riendas con fuerza.
Lo que aquí es desviación fue, en verdad, origen. La rabia está en el ritmo del motor. Desdibuja los límites comúnmente pactados. Se disocia del yo, y del otro.
Es esencialmente ella, con la angustia y la rabia de millones.
¿Es acaso el rock popular uruguayo una gauchesca descentralizada? La continua deformación en la enunciación de Rocío, del resultado de esa amalgama en su imaginería.
Solo así, en esta resignificación del entendimiento es que ella vuelve a la palabra áspera del origen. Cardos.
“Yazco eternamente atada/ a un lugar que no me suelta, / estoy condenada”. El campo se vuelve opresión a la vez que liberación. La herrumbre es el paso del tiempo, y lo permanente es lo que continuamente se transforma y resignifica.
Queda claro: el centro te empuja a la vida, a la vez que te ubica en el límite.
Y el resultado es: “la yeguada que galopa por el medio de la ciudad entre los edificios”, y “va a costar volver a imaginar/ si creo saberlo todo/ y no me maravilla nada”. Es la sabiduría nata nublada. La enajenación y la autoconciencia. Lo incomprensible de lo cotidiano, absurdo “en esta masa/ entre humana y canina” en donde “cómo es que el mundo no revienta”.
Leer a Rocío Medina es encontrarse con una escritura que no necesariamente presenta una conexión novedosa, pero que sí lo es en la forma. Leer Herrumbrada es, precisamente, una corrupción en esa correlación, presentando una singularidad interior que se expande a lo anterior y presente, en un sentido de permanencia del color local uruguayo colectivo.
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