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Cine
Una parte del todo

“La ruptura”, la película filmada en el Cabo Polonio y el amor en tiempos neoliberales

Marina Glezer conversa sobre “La ruptura”, su ópera prima y una coproducción argentina-uruguaya que se estrena en 2024

19.12.2023 19:32

Lectura: 17'

2023-12-19T19:32:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
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“Voy a inmortalizar lo que es el amor escapando a tiempos neoliberales”. - Marina Glezer  

Es 1968 y un hombre visita por primera vez el Cabo Polonio. Años más tarde, se exilia en Uruguay con su familia. Elige aquel lugar que conoció tiempo atrás para vacacionar con su familia. Los recuerdos en el Cabo Polonio se convierten en una parte fundamental de la infancia de sus dos hijas. Una de ellas crece, se dedica a la actuación y luego incursiona en dramaturgia y dirección cinematográfica.  

“Hay algo ahí que es intrínseco, una parte material y espiritual de mi persona está radicada allá”, dice Marina Glezer.  

Su largometraje es una carta de amor al balneario que la vio crecer. Pero, ante todo, Glezer busca interpelar. No solo sobre la gentrificación, sino también sobre el rol de la mujer en sociedad, la percepción normativa del amor y el “deber ser”. Lo personal y lo artístico orbitan alrededor de su proceso creativo. Habla de “imágenes disparadoras” y toma influencias de la música, el cine y el arte de manera indiscriminada. Zitarrosa, Martel, Vardá.  

“Una parte del todo”, dice para referirse a las tramas que se intersecan en “La ruptura” y el trabajo en equipo durante la producción de una obra cinematográfica. El común denominador en la vida y obra de Glezer es la importancia de lo colectivo sobre lo individual. 

Marina Glezer nació en Brasil, pero se nacionalizó como argentina. Como actriz, ganó un Cóndor de Plata, el premio a mejor actriz del festival de Montreal y protagonizó tres videoclips de Ratones Paranoicos. Estudió dramaturgia con referentes como Mauricio Kartun y Agustín Mendilaharzu. Con cinco cortometrajes y una obra de teatro, “La ruptura” es el primer largometraje que dirige. Protagonizada por Catalina Silva Bachino y Alfonso Tort y coproducida por Nadador Cine y Habitación 1520, actualmente está en la etapa final de postproducción y se estrena en 2024. 

La Ruptura es tu ópera prima, pero también sos actriz, has hecho cortometrajes y dirigiste obras teatrales, ¿cómo sentís que se fue dando ese proceso? ¿Te preparaste o fue algo que se presentó en tu camino? 

Yo empecé a estudiar teatro desde muy niña y tenía una fuerte convicción en la adolescencia. Descubrí una vocación como actriz. A los 25 fui mamá y empecé a darme cuenta de que el cuerpo era para la maternidad, casi al 100%, como lo era para la actuación cuando uno va a hacer personajes. Entonces empecé a indagar, sobre todo leer y escribir, y empecé a formarme como dramaturga. En ese proceso de la maternidad, que tuve a Francisco a los 25 y a Ramón a los 28, hubo un largo proceso de formación. Ya había tenido siete años de formación actoral y asistí a un lugar de dramaturgia para actores, para así ampliar la formación de actriz a la de dramaturgia.  

Estudie muchos años con varios maestros, de los que destaco a Mauricio Kartun, Romina Paula, Pablo Ramos, Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu. En esos laboratorios de dramaturgia y desarrollo literario me puse a escribir. En esa búsqueda narrativa y literaria, encontré la posibilidad de escribir Salón De Belleza, los cinco cortometrajes y también La Ruptura. También tengo un segundo largo escrito que se llama Meme. Me gusta mucho escribir. De hecho, ahora hace dos meses firmé contrato con Galerna, que es una editorial argentina, para escribir un libro.  

Dentro de la escritura, te desarrollás en muchas áreas. No es lo mismo escribir una obra de teatro, un cortometraje, un largometraje y ni que hablar un libro.  

Es un proceso que lleva mucho tiempo, mucha búsqueda. Es un proceso, a veces, angustioso. El primer largo que escribí fue realmente mucho más angustioso que el segundo largo y cada corto fue un proceso bastante largo y de aprendizaje. Es un aprendizaje constante porque es algo que no hice antes. En ese sentido, lo que más destaco es la conjunción colectiva de lo que uno se propone. En esos procesos literarios, dramatúrgicos y cinematográficos, más allá de que el ejercicio de escribir es solitario, siempre está la búsqueda de un taller, de colectivizarlo, de encontrar dentro de la propia autoría otras voces además de la propia.  

¿La constante en ese proceso creativo con la escritura es tu pasión por escribir o la necesidad de ponerse nuevos retos y descubrir nuevos horizontes?  

Retos y horizontes. Siempre me gustaron los deportes extremos y cuando practiqué el skate, derivé en el snowboard, que derivó en el surf. No soy surfista, snowboarder, ni skater. Siempre fue el arrojo, la curiosidad hacia nuevos horizontes. Son portales que se van abriendo. Etapas de procesos artísticos, porque todos conllevan cierta lógica de la composición, pero siempre motivada por una curiosidad que es mucho más que la rigurosidad de una disciplina, de un trabajo. En el medio siempre estoy haciendo muchas cosas, no es que estoy focalizada en la escritura.  

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

¿Cómo viviste la transición de ser dirigida a dirigir?  

Hay algo del mundo propio de las ideas que se enmarca en el proceso de dirección y no en el de interpretación. Cuando yo agarro un texto de otro, tengo que interpretar la cabeza de aquel que escribió y ponerle voz, cuerpo y corazón a un rol de actuación. Tiene que ver con la interpretación. Cuando uno dirige y escribe, tiene el campo de ideas a disposición de lo que uno quiera proyectar y contar. En ese sentido, junto con la maternidad, me atravesó mucho un movimiento feminista que me dio la pauta de que había cierta desigualdad en las narraciones sobre los roles femeninos que uno tenía que encarnar. Me pareció que la transición hacia la dirección me daba espacio, tiempo y lugar para proyectar historias de mujeres protagónicas que no dependieran de la ratificación de un rol masculino.  

Cuando fui actriz, siempre encarné personajes que tenían que ratificarse, solventarse o basarse en la conjunción con un masculino. La libertad que me dio poder generar historias propias me dio lugar a poder fantasear, inventar y crear un marco creativo para cierto marco teórico que quería implementar dentro de lo que elegía contar.  

En La ruptura están muy presentes los lugares de conquistas. La trama corre alrededor de cómo la protagonista pierde esos lugares de conquista, en el plano emocional y físico.  

O al revés. Julia se quiere ir, pero se da cuenta de que se tiene que quedar. Algo que ella no sentía que tenía arraigado, o conquistado, y que termina conquistándolo en el campo de la confusión. El estar confundido no es un mal estadio. El estadio de tener cierta confusión es un puntapié para encontrar una claridad. Julia, en ese sentido, encuentra un espacio propio de conquista en el momento en el que se permite entrar en la búsqueda y la duda. Cuando la certeza se transforma en pregunta, es un gran puntapié para empezar a ponerse creativo y a reinventar una propia historia. En esa búsqueda está la protagonista.  

En esa disyuntiva entre quién influye a quién, si el personaje al ambiente o viceversa, ¿cuál dirías que es el caso de Julia? 

En el caso de Julia, lo que hay es una trama, pero también hay una subtrama que homologa la trama inicial y se yuxtapone con la trama secundaria. En la gentrificación del pueblo donde ellos viven en el momento que se están separando, también hay una ruptura. En ese sentido, y vuelvo a la idea de lo colectivo, entienden que el concepto del amor como idea individual, como deseo individual no existe. La única manera de que el amor se construya es con más de una voluntad. El amor se construye con la suma de voluntades. Y eso replica en la estructura de un rodaje, de un proyecto cinematográfico. Es como un reloj, no hay engranaje girando y dando bien la hora si todas las piezas no están encastradas en un mismo engranaje.  

Conviven muchos universos que se trasladan de la ficción a la realidad. Estás narrando la esencia de un vínculo, el funcionamiento de un pueblo y a su vez, tiene un componente meta, porque estás narrando la intención detrás del proyecto audiovisual.  

Sí, y que por suerte puede zafar de los algoritmos. Hay una elección entre el ambiente y el amor en ese mismo lugar y momento que tiene que ver con los sentidos. Con la naturaleza avasallante. Hay un parlamento de la madre de Julia que dice, “es raro ser distinto por elección”. Hay algo que en lo que ellos eligen ser como son, y en la elección de poder ser lo que uno quiere ser hay una especie de libertad. Pero eso siempre tratando de conjugar el todo por las partes, cada parte de esa historia en ese multiverso engrana porque es un todo.  

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

En la idea de la realidad y la ficción reuniéndose, unido con lo que decías al respecto del rol de la mujer, ¿hay una intención de mandar un mensaje de protesta?  

No quiero protestar, quiero interpelar a unas masculinidades que están fragilizadas por el deber ser de un orden patriarcal. La película viene a replantear de algún modo -porque eso es la estructura de un sistema que vienen de origen patriarcal- la colonización de nuestros pueblos. Viene a descolonizar ciertas ideas del rol de la mujer, que debe ser madre, que debe gustar de un solo hombre, de que alguien debe ser normal si cumple determinadas reglas y normas sociales que están naturalizadas a la normatividad y que “lo otro” también sea lo normal. Entonces viene a interpelar, a preguntarse. Nunca a condenar o protestar o reclamar, sino a preguntarse por qué es de ese modo que se naturaliza y no podría ser de este otro modo para cambiar la perspectiva.  

Lo que intento es cambiar un poco la perspectiva de lo que debe ser por lo que desea ser. Sí tiene mucho, no de una realidad personal, pero de una realidad que atraviesan los pueblos con finalidad turística hacia una ley que es más del mercado que del progreso del propio pueblo, que nace siempre por una circunstancia muy cultural o histórica y se ve avasallado por intereses macroeconómicos o mercantilistas que vienen atrás del desarrollo a invadir todo. 

¿Cuál es tu vínculo con el Cabo Polonio? ¿Por qué el Cabo Polonio como locación cinematográfica? 

Es una locación que me atraviesa desde muy niña. Mis padres se exiliaron en la última dictadura militar en Uruguay y ahí nació mi hermana. Mi padre tenía un vínculo de amistad muy fuerte con ciertas familias de Uruguay. Va por primera vez de visita al Cabo Polonio en 1968 y termina yendo desde 1987 a la fecha todos los veranos como el lugar de descanso y veraneo. Por lo que voy al Cabo Polonio desde que tengo 5 años. Fue el lugar donde veranee toda la vida. Como te decía al principio, el amor se construye y lo que tengo ahí es más que un amor de construcción, son los cimientos solidificados de un amor fuerte, duradero, persistente. 

Me siento parte de la comunidad vecinal del Cabo Polonio, me siento agradecida con ese parque natural y me conmueve profundamente la inmensidad y generosidad que tiene ese espacio. No solamente porque crecí allí sino por ese salvajismo. Más allá de las modas y las cosas que lo atravesaron en términos de decisiones políticas para ver qué se hacía, o antes de que se declarara reserva ecológica, hay algo me une. Hay algo ahí que es intrínseco, una parte material y espiritual de mi persona está radicada allá. Entonces, es muy fuerte porque en la película, por las devoluciones que tuve, se ve un vínculo muy honesto con la geografía del lugar. En estos 35 años, además de agradecimiento, hay una súper reciprocidad y en la película creo que está plasmado.  

Cortesía de la producción

Cortesía de la producción

Tu visión del Cabo Polonio, entonces, también se traduce como un retrato de amor, no es algo neutral.  

La película tiene una inmensa subjetividad de los ojos de esa niña que fui, de la mujer que era cuando escribí La ruptura. Ya hace ocho años que escribí esa película, me ha costado mucho. No soy la misma que escribió esa historia. Perdonarme, aceptarme, entenderme desde la que escribió esa historia a esta que soy hoy, que la monté y la terminé. Hay ocho años en el medio que me hicieron cambiar y transformar. Lo que tiene es una gran subjetividad amorosa de mucha honestidad y profundidad, en términos narrativos y estéticos.  

Se interceptan grandes elementos que a vos te interpelan. Desde tu lucha por el rol protagónico que toma la mujer, como el contexto, ¿esos ocho años fueron porque el proyecto te interpelaba demasiado?  

Esos ocho años fueron por diversas razones. El proceso de llegar a una película acabada, desde que empecé a escribir el guion hasta que la terminé, tiene que ver también con que hacer cine es un privilegio costoso, de mucha perseverancia y persistencia sobre el deseo de narrar esa historia. Creo que es un milagro y los milagros se construyen. La ruptura como mi primer largometraje es un milagro, porque esa persistencia y esa perseverancia tienen que ver con el orden de que, si la historia merece ser contada, la historia nace. No puedo dejar de compararlo con lo que es un hijo. 

Crear una película es un proceso que tiene muchas instancias y aristas, dificultades, escollos. En esa complejidad uno va madurando, evolucionando y va, obviamente, sintiéndose interpelado por uno mismo. Pero saliéndose del orden de lo autorreferencial, y nunca poniéndose por delante de la obra. La obra es la obra y uno nunca está por delante de ella. La ruptura existe, pero para nacer hay que romper un mundo y para hacer una película existe algo del orden de atravesar ciertas limitaciones.

En Latinoamérica, hacer cine, hacer una coproducción argentina - uruguaya, mover ese engranaje y generar ese mecanismo no solamente es persistencia y perseverancia. Tenés que tener fuerza y motorizarlo, no claudicar en el intento de las muchas frustraciones que uno va conllevando a medida que las cosas se postergan, se perpetúan en el tiempo, se prolongan. La falta de dinero, el crowdfunding, los fondos de Ibermedia, el aplicar a determinadas protecciones y promociones que de repente se ven muy cuestionadas desde las propias políticas nacionales del país al que pertenecés. Entonces, a veces es verdaderamente muy complejo desarrollarse como directora audiovisual, y mucho más si sos mina. En los terrenos laborales, en todos los ámbitos, la tenemos más complicadas porque somos minas.  

Ser mujer en el rol de directora, además...  

Esos lugares se conquistan. Me cuesta, capaz es una dificultad mía, afianzarme en el lugar que ocupo y decir “esto lo hice yo”. Soy más de creer en un “nosotros”. Esta película es nuestra, esto lo hicimos nosotros. Entiendo que cuanto más seamos, mejor, y que esas conquistas se van dando a lo largo de la lucha colectiva entre nosotras. Y que también es para un nosotros, en la medida en la que nosotras generemos más espacios y tengamos más roles, también crearemos más espacios para otras, otros y las personas que menos oportunidades tienen.  

En Argentina, existe la fortuna de tener referentes como Lucrecia Martel, que siendo mujer tiene una gran trayectoria. 

Y encima salteña, de provincia. Todavía es más complejo.  

¿Cuáles son tus influencias a la hora de escribir?  

Sin duda, admiro profundamente a Lucrecia Martel. Hay algo que ella dice mucho que es que ella no ve cine. Me siento un poco identificada porque no soy una erudita de retener lo que me forma. Todas las referencias o inspiraciones provienen del sobre estímulo que tuve a lo largo de mi vida en términos culturales. Fui extremadamente estimulada por mis padres, que tenían un gran compromiso intelectual con la cultura latinoamericana. Lo que me lleva a ser lo que hago y ser lo que soy tiene que ver con toda esa confluencia de músicos.  

Te podría decir que Zitarrosa es una influencia, como lo es Chico Buarque, como lo es Lucrecia Martel, como lo es Agnes Vardá. Como me sirvieron los libros de Stephen King mientras escribo y cómo me ha sabido también conmover Anne Carson, Clarice Lispector, Emily Dickinson. Hay un montón de partes. Hay toda una parte de las obras de teatro con las que me fui formando. Pero la pintura de Hopper, la obra de arte y el campo de ideas de León Ferrari, con las canciones de Mercedes Sosa, convergen en todo lo que hago, escribo, digo y pienso.  

Percibís el arte como algo multidisciplinario que se retroalimenta desde sus diferentes aristas.  

Me parece que no hay en el arte la categoría de qué es lo que te influencia, porque cuando empecé a estudiar dramaturgia teatral para actores el primer ejercicio que recuerdo fue una imagen disparadora para empezar a escribir Salón de belleza. Fue una foto. Una imagen disparadora. Hay algo en ese sentido de que todas las disciplinas artísticas tienen una interseccionalidad que conllevan a un mundo creativo. Sí o sí, en algún punto, hago la analogía de que todo material histórico o formativo tiene la posibilidad de relacionarse con un ámbito de otra disciplina. Incluso lo dice mucho Lucrecia Martel, el sonido es tanto o más importante que lo que uno desarrolla como imagen. Creo que lo importante es eso, cómo la sensorialidad de cada arte en particular o de cada artista en su singularidad te atraviesa. Cómo uno es esponja de aquello que va a leer, escuchar o va a ver.  

Siendo un lugar bastante inhóspito para filmar, ¿presentó alguna dificultad? 

La ruptura como proyecto es osado. Es un proyecto de ópera prima osada, por esto que vos bien decís. La locación es, si no la conocés con los ojos cerrados y no tenés un equipo de treinta personas a la vera de las direcciones que uno va dirimiendo en el proceso de filmación, es casi imposible. Por supuesto que sabía, desde el día que la escribí, que tenía un reto por delante que era de esos de una travesía. El lugar inhóspito y lo osado del proyecto no radicó tanto en el momento de producir y filmar, sino más en cómo generar la estructura monetaria y financiera para poder llevar a cabo el proyecto entre los dos países y conjugar un equipo.  

¿Por qué esta historia y no tal vez otra? ¿Cuál es la importancia de esta historia en particular?  

La ruptura nació como una primera imagen disparadora. Muchas cosas nacen de un cuento, de un chiste, de alguien que te va a contar un chismoseo y algo se te ocurre. Venía el nuevo plan de manejo, yo ya había estado en la primera demolición de la Playa Sur, antes de que se privatizara Gavasol. Tiraron todas esas casas y, en 2015, volvió un plan de manejo a lo que es toda la pasarela de la zona rocosa en donde estaba mi casa, la casa de La ruptura. Entonces, había trece casas marcadas que estaban a menos de cien metros del mar que iban a ser demolidas.  

Chisme, más situación de “te tiran”, más conocer un actor que admiraba mucho, se me armó esta historia en la cabeza. El ángel exterminador es una película que disparó como primer viaje inicial el relato de La ruptura. Después entre al taller y empecé a trabajar mucho sobre el guion, además de juntarme con Pablo Solarz, director y guionista, y tenía muchas ganas de hacer una película desde que soy muy joven. Me dan ganas de agarrar el mando. Por momentos siento que quien dirige la batuta es quien dirige los destinos de los acontecimientos y fue un disparador para decir, “esta es la historia que voy a contar en el Cabo Polonio, en mi casa, antes de que sea demolida y que la geografía cambie para siempre. Voy a inmortalizar lo que es el amor escapando a tiempos neoliberales”. 

Por Sofía Durand Fernández
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