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Contenido creado por Manuel Serra
Cine
La cruda realidad

“Mientras somos jóvenes”: las vidas que no pudimos tener y otras mentiras que nos contamos

Reconocer que no conseguimos lo que anhelamos puede ser doloroso. Pero idealizar caminos que no tomamos es elegir sufrir.

28.10.2022 12:10

Lectura: 7'

2022-10-28T12:10:00-03:00
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Por Diego Sardi

Título original: While We’re Young / Director: Noah Baumbach / Año: 2014

País de origen: Estados Unidos / Duración: 1 hora y 37 minutos / Disponible en Prime Video

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Una de las razones que disparó mi crisis de los treinta, que ya luego de tres años sin resolver imagino que se irá cuando llegue la de los cuarenta por aquello de que “un clavo saca otro clavo”, es darme cuenta de que el tiempo de vida es finito. Ya sé: es una obviedad que no somos eternos. Pero siendo honesto, viví mis veinte como si lo fuera. Sentía que todo estaba por empezar. Que podía ser y alcanzar lo que quisiera. Pero el día después de soplar la velita de mi trigésimo aniversario de nacimiento, comiendo los restos de torta de cumpleaños, me pregunté si estaba donde esperaba estar a esta altura de mi vida y vi que la respuesta, en varios aspectos, era “no”. No lo conseguí. “Pero recién tenés treinta”, me decía con razón una de mis voces internas. “Pero esta es la edad en que uno se convierte en adulto”, respondía otra. “Y mientras que los jóvenes revolucionan el mundo, los adultos son los que se acostumbran a él”, sentenció. Y a mí no me gusta conformarme. 

Josh (Ben Stiller) y Cornelia (Naomi Watts) son un matrimonio de unos 45 años que trata de convencerse de que les gusta la vida que llevan. Tras haber intentado sin éxito tener hijos, se consuelan jactándose de la libertad con la que pueden vivir al no contar con nadie a su cargo. “Si quisiéramos ir a París mañana, podríamos”, dice ella. Sin embargo, el último viaje que hicieron fue hace ocho años. En el fondo, ambos saben que hace tiempo están encerrados en la monotonía de sus trabajos —él es documentalista y ella productora—, envejeciendo y extrañando la espontaneidad y frescura que supieron tener. “Lo importante es tener la libertad, no tanto lo que hacemos con ella”, dice Josh a su esposa cuando esta le reclama que el año pasado no pudieron viajar por el documental en el que lleva trabajando hace casi diez años y sigue sin terminar. Así de delirantes suenan los intentos desesperados por mentirse a uno mismo.

Podés escuchar la columna por audio en este SoundCloud.

La disconformidad de estos dos personajes se potencia cuando conocen a Jamie (Adam Driver) y Darby (Amanda Seyfried), un matrimonio de 25 años que se acerca a Josh por ser admiradores de su trabajo como documentalista. Rápidamente, se enamoran de la vida que lleva esta pareja de jóvenes: él es un director nóvel y ella se dedica a hacer helados artesanales, son cariñosos y divertidos entre ellos, improvisan planes con sus amigos, como caminar por las vías del tren a la noche, y llevan un estilo de vida vintage, construyendo sus propios muebles, mirando películas en VHS, escuchando discos de pasta y tipeando en máquinas de escribir. La espontaneidad y originalidad con la que viven resulta fascinante para los protagonistas, que hasta ahora estaban rodeados de cuarentones que viven a merced de sus hijos recién nacidos y que ya no pueden dedicarse tiempo a ellos mismos.

Josh, el negacionista principal, se obsesiona con tener junto con su esposa una vida como la de estos jóvenes, lo cual resulta tan ridículo como cuando nuestros padres intentan vestirse como nosotros o como cuando nosotros intentamos hacer videos para TikTok (¿o se dicen reels?). El personaje idealiza esta vida para evitar la que le tocó y escapar de la frustración que le genera no haberse convertido en quien creyó que iba a ser para sus 45 años. No pudo tener hijos, no logró terminar su nuevo documental ni alcanzó el reconocimiento profesional que le gustaría tener como director. Y, por orgulloso, en lugar de adaptarse, se volvió una persona cínica y egoísta. Es así que está convencido de que no se puede cortar nada de su nuevo documental sumamente complejo y pretensioso que dura seis horas y media, y las ideas para hacerlo funcionar que le da el suegro, un documentalista consagrado, se las toma como ataques personales.

La amistad con Jamie revitaliza a Josh porque, además de recuperar la juventud, lo acerca a conseguir una de las cosas que tanto anhelaba: admiración como documentalista. El joven se muestra interesado en aprender de él. Lo ve como un mentor. Josh, con el ego embriagado, le abre las puertas de su vida y comparte todo lo que tiene con él. Al fin, alguien lo vio de verdad y supo apreciar todo su potencial. Sin embargo, cuando quiere acordar, Jamie toma control de los capitales profesionales más importantes de él: Cornelia se ofrece a producirle el documental, su suegro le apadrina el proyecto y el entrevistado principal de la película de Josh está también ahora en la de Jamie. De un momento a otro, se ve saqueado por el joven de cuya vida se enamoró pero que no resultaba ser alguien más que, como él, encarnaba otra pose, otra ilusión. Porque de la misma forma que jactarse de que uno escucha música en discos de pasta solo para parecer cool es una pose, decir que estamos conformes con nuestra vida cuando en realidad no lo estamos también es posar.

Reconocer que no conseguimos lo que anhelamos puede ser doloroso. Pero idealizar vidas que no tuvimos, caminos que no tomamos y versiones de nosotros en las que no nos convertimos es elegir sufrir. Josh tiene que aceptar su realidad. Por un lado, que envejeció. Que tiene artritis y que necesita lentes para leer. Que a sus 45 años no está donde le hubiera gustado estar profesionalmente. Que ya no podrá hacer muchas cosas que le hubiera gustado hacer, pero que eso no significa que no haya mucho más por delante. Y, por otro lado, tiene que reconocer que, en el fondo, sí quiere tener hijos, al igual que su esposa. Por tener más de 35 años, para intentar quedar embarazada, Cornelia se tuvo que someter a un tratamiento de inyecciones y sufrió varios abortos naturales. Se desanimaron y, en lugar de volver a correr el riesgo de intentarlo, prefirieron convencerse de que estaban conformes con una vida sin hijos. Se mintieron.

La película no plantea que está mal tener ambiciones e ideales sino que, si las mezclamos con obstinación y negación, se pueden meter entre medio de la realidad y uno. Y ahí nos perdemos de lo que la vida tiene para ofrecernos y nos quedamos encerrados en los laberintos de nuestra mente, en la película que nos montamos en la cabeza. Romantizamos futuros que nos prometimos en lugar de estar en el ahora, donde seguramente haya algo o alguien muy valioso y digno de ser apreciado. Quizá esta es la forma de salir de mi crisis de los treinta: vivir lo que me toque vivir más allá de los planes que tracé a los veinte. Y disfrutarlo. Al menos, hasta que me llegue la crisis de los cuarenta.

*Diego Sardi (Montevideo, 1990). Productor de contenidos audiovisuales y docente. Es coordinador académico del departamento de Cine y TV de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Montevideo. Cursó una Maestría en Producción de Cine en Columbia College Chicago. Trabajó en Chicago y en Los Ángeles para productoras de cine y TV, en el Sundance Institute y el Festival de Sundance en 2017.

Por Diego Sardi