Gerónimo Pose | @geronimo.pose
Milonga de Quirón (2025) abre sus puertas con una imagen que estará presente a lo largo de todo el disco: el río. Este puede manifestarse como el destino de cada uno de nosotros, aunque por momentos seamos agua cansada y no lo podamos ver. Aunque seamos ríos que perdieron la fe, nuestro destino está en el mar. Como una luna ardiente que se ofrenda en Prato y Bulevar para luego ser cargada hasta la rambla y enfriada en el mar.
Garo retorna luego de 13 años desde aquel Un mundo sin gloria (2012). El álbum con el que se ganó el respeto de quienes miran de reojo cuando un músico, tras haber sostenido un éxito abrumador con otro proyecto, decide abrirse su propio camino. No es un secreto que La Trampa era Garo Arakelian. Como ha dicho el músico Leiva en alguna entrevista, en todas las agrupaciones hay ciertos órdenes que, si bien no son jerárquicos, orientan las ideas y las intenciones de la banda. No existen las composiciones multilaterales, son parte de un mito. Siempre hay uno o dos que tiran de las riendas. Depende del resto entender su lugar dentro del colectivo, que el proyecto prospere o que los egos y las discordancias ganen terreno.
Durante este tiempo, Garo grabó dos discos con la banda El Astillero: uno de versiones de los propios integrantes, y otro con composiciones originales. Giraron por todo el país. Luego, silencio de nuevo.
Hubo algunas colaboraciones esporádicas, como aquella con El Color Ausente. Una canción que habla sobre el barrio Parque Rodó, situación geográfica que también está presente en Milonga de Quirón. El barrio que queda justo en el medio entre Pocitos y el Centro es un caso de estudio. Tiene un parque que homenajea al gran José Enrique Rodó, que ostenta una rambla que se estira por toda la costa. Habría que involucrar a Canarios (2010) de La Hermana Menor, un disco que orbita los alrededores de este barrio. Y es que Garo podría venir de la escuela compositiva o letrística de Jaime. Aquella que hace especial ahínco en mencionar situaciones geográficas reconocibles. Hay calles y cruces como Paysandú y Cuareim, por ejemplo, presentes a lo largo del disco. Volviendo a sus labores durante el silencio, estuvo metido en las producciones del disco debut de Martín Iglesias y el de Federico Deutsch, entre otros proyectos que lo mantuvieron ocupado durante estos 13 años.
Los singles fueron "Expreso", un tema que incorpora vientos con su propósito oculto de big band —compuesto por un trombón , una trompeta un saxo alto y un saxo barítono— y un tempo acelerado en el que el yo lírico se encuentra en un coche expreso yendo hacia ningún lugar. No hay nadie tras la línea de ayuda. Tras la ventana por la que todos vemos la vida pasar, prisioneros de la desesperación. Más tarde, "Llevo el Vientos del sur", en colaboración con Sebastián Teysera. Una canción que relaja el frenesí que venía arrastrando desde la anterior. Ya con "Expreso" se notaba que Milonga de Quirón no iba a ser igual a Un mundo sin gloria. No tanto por la instrumentación, sino por la intención de su letra. Si en Un mundo sin gloria se percibían matices similares —por poner un ejemplo— al Murder Ballads (1966) de Nick Cave y su idea de relatar hechos de la crónica policial local, en Milonga de Quirón prevalecen premisas y búsquedas mucho más personales.
El álbum fue producido por Santiago Peralta, que junto a Laura Gutman e Irvin Carballo, entre otros, forman parte no solo del disco, sino también de la banda en vivo. Aún no hay fecha de presentación confirmada, pero en entrevista con Radio Futura se habló de presentarlo el 6 de setiembre en la Sala Zitarrosa.
En ambos discos, el eje principal podría ser el amor y sus múltiples direcciones. Por supuesto, Garo vuelve a su faceta de narrador con "La balada de Martín Aquino", una canción de riffs pesados y un bajo marcado que narra la historia del último matrero uruguayo. Aquel que la policía rural no podía atrapar, a pesar de la orden de captura emitida en todo el país. Un matrero, es decir, un fugitivo que busca el campo para escapar de la justicia, o una sombra que se hunde en los montes del Tacuarí. El río que nace en un ramal de la Cuchilla Grande, allá por Cerro Largo. Rodeado por la policía en un rancho de Fraile Muerto, estos gritaron: ‘’Disparen, que acá está Martín Aquino’’.
Cortesía de producción
Volviendo a los singles, "Llevo el Vientos del sur" es otra referencia a Dino, el mismo al que Garo le pidió prestada la canción "Guardo tantos recuerdos", incluida en Un mundo sin gloria. Dino orbita la obra de Garo como un fantasma o luz que intenta reparar lo que la oscuridad destrozó. Es decir, Vientos del sur (1999) es el disco más recordado del compositor nacido en 1945, en la capital de nuestro país.
Es una canción personal, como lo es todo el disco. Parece haber sido creado a corazón abierto. Tal vez se cansó de la especificación narrativa y decidió escribir desde la base empírica: las emociones personales. Las de un hombre atravesado, quizás, por la pandemia —una interpretación que puede hacerse a partir de las referencias al trabajo y la falta del mismo—. Y aunque vuelve a su cualidad de narrador en "La Balada de Martín Aquino", el disco orbita otros ejes y otras inquietudes, ya que todo lo otro estaba resuelto. Ya existe un disco que se moldea y se mueve bajo esas premisas.
Sí es cierto aquello de que la desesperación poco tiene que ver. Son, incluso, antagónicos. Este disco resulta en la personificación de aquel imposible y en los conceptos clave con los que uno puede y debe manejarse en la vida: la libertad, el amor y el hogar. Lo cierto es que 13 años provocan una distancia interesante; Uruguay no es el mismo Uruguay que era cuando lanzó Un mundo sin gloria. Garo podría haber reciclado fórmulas en pos de anidarse en un territorio cómodo y conocido. Sin embargo, la proeza está en el elogio, en las citas del boxeador, en las armonías que siempre desembocan en lo mismo: estamos volviendo a casa.
“Vienen a demoler, a derrumbar toda forma de amar”.
"Canción abierta" podría haber sido la elegida para cerrar el disco. Hubiera sido lo más clásico: terminar con una canción introspectiva, con cuerdas, el pulso de la púa sobre el acero y las arritmias percusivas que emergen al final, pero no. Las cuerdas buscan enfundarse en la canción, un cello que rasga las notas más graves que puede ejecutar. Un humo de escenario que no es, balas de goma que dicen que no, un yo lírico que no tiene miedo, que cree en el amor.
La elegida es "No voy a caer", quizás la canción más personal del disco. Nos da pinceladas de lo que pudo ser la adolescencia de un hombre que decide no rendirse ante sus miedos. Abrazarse como un romántico adolescente. En el invierno de 1982, decidieron pintar “Tiranos Temblad” en los pasillos del colegio, con todo lo que eso conllevaba. Faltaban tres años para que la dictadura terminara formalmente —aunque sus retazos siguieron manchando nuestra democracia por muchos años más—. Hubo amenazas de expulsión, pero no encontraron en todo el liceo a un delator. Luego cuenta cómo lo rebotaron en la puerta del Valle Miñor, en un cumpleaños de 15. Valle Miñor quedaba en la calle Julio César, casi Rivera. Eran bailes en el Centro Gallego, de los más populares de los años 80. Después de esto, su autoestima quedó hecha polvo. Ante el temor de no servir para nada, su guitarra rugió y al año formó su primera banda de rock.
"No voy a caer" es la despedida, como toda canción que cierra un LP. Y Garo, en una jugada inteligente, se despide con un concepto de resurgimiento y luminosidad. Hace eco de su oscuridad, de sus falencias, de sus inseguridades. Pero por encima de todo eso, sobrevuela un deseo firme de no claudicar frente a las presiones —autoimpuestas o ajenas—. Cambió el siglo, perdió sueños, empleos y la fe en sí mismo. Y cuando estuvo a punto de bajar los brazos, toda su vida cambió.
Tenés que ver la fuerza que te da el amor.