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Contenido creado por Federica Bordaberry
Historias
Escribe Álvaro Caso Bello

¿Nos cambian el arco de lugar? Una reflexión sobre el espíritu de los tiempos

"Tarea difícil si las hay hacer algo que refleje el zeitgeist de lo que se siente en un momento determinado".

28.03.2022 10:58

Lectura: 7'

2022-03-28T10:58:00-03:00
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Hay una palabra que se usa por ahí en historia, literatura, filosofía y estudios culturales: zeitgeist. Como otras palabras del idioma alemán, esa lengua llena de consonantes que forman palabras que nos parecen imposibles de pronunciar, zeitgeist es un término bien cargado. En su sentido literal quiere decir algo así como el fantasma del tiempo; pero en un sentido más amplio, es usado para referirse a cosas que capturan el estado de ánimo, el espíritu, el humor, de un momento en el tiempo particular. Tarea difícil si las hay, hacer algo que refleje el zeitgeist de lo que se siente en un momento determinado de esa coordenada tan elusiva que es el tiempo.

Por estos días leí algo que me pareció que era un intento de capturar algo de ese zeitgeist de lo que hemos estado viviendo en los últimos dos años. “Lo que estás viviendo no es un cambio de vibra. Es el cambio permanente”, es una traducción aproximada del título de un artículo del periodista Elamin Abdelmahmoud para Buzzfeed. Como historiador con un cierto interés sobre el tema de la temporalidad —sobre cómo las personas perciben y conceptualizan el tiempo y su experiencia— el título y objetivos del artículo me llamaron la atención. También, me recordaron distintas conversaciones sostenidas en los últimos dos años. Algunas de esas charlas fueron con amigos, colegas y familiares, sobre la “normalidad” pre-pandemia, sobre la idea de lo “sin precedentes” y sobre lo que se viene después de una crisis de proporciones planetarias.

Parte del motivo por el que el artículo me llamó la atención es por una coincidencia generacional con el autor. Al igual que el periodista, nací a finales de la década del ’80 y no tengo memoria de algunos de los hechos que llevaron a la caracterización de la llegada del “fin de la historia” allá por el año ’92.

El sentimiento, el transmitido por el periodista en ese artículo y el sentir de muchas de las personas de nuestra generación que vivimos y transmitimos nuestros pensamientos en redes sociales es algo así como de búsqueda del arca de la estabilidad perdida; o de la fuente de la nueva normalidad. Es algo así como, en las palabras de un meme que se ha viralizado por internet, el estar “cansados de vivir acontecimientos históricos”.

Pero, para los que vivimos los ‘90s y los tempranos 2000 fuera de los países centrales del hemisferio norte, estos años de supuesta mayor “normalidad” estuvieron llenos de incertidumbres y crisis. Las personas de nuestra generación que nacimos en América del Sur, entonces, vivimos acontecimientos que marcan un antes y un después mucho antes de eventos como la crisis de 2008 o la pandemia. Conocimos crisis financieras, corralitos, inflaciones astronómicas, migraciones por crisis y sacadas de muchos ceros a nuestras monedas, mucho antes de nuestros pares del hemisferio norte.

¿Por qué, entonces, lo que viene pasando desde marzo de 2020, y cuyas raíces algunos encuentran en 2012, 2016, o incluso antes, marca algo tan drástico, tan histórico? ¿Por qué generan tanto sentimiento de antes y después Incluso entre gente que ha vivido grandes disrupciones en el pasado reciente?

En ese artículo de BuzzFeed se apunta a algunos aspectos singulares de la crisis desatada por el Covid. Si bien la pandemia ha sido experimentada de modo diverso conforme a países, momentos y medidas sanitarias, el autor nota la dimensión extremadamente personal, incluso íntima, de la experiencia con el coronavirus.

Si hay algo compartido tanto por este artículo, como los memes en redes sociales sobre estar cansados de vivir “momentos históricos”, ello es el sentido de una cierta decepción generacional. Una decepción que, de vuelta, tiene mayor o menor intensidad dependiendo de dónde viven las personas y otras circunstancias particulares. Como toda decepción, es también es hija de las expectativas; de las expectativas que distintas personas podían tener o tienen con respecto a este momento –el siempre fugaz presente– en el devenir de los acontecimientos humanos.

No faltan estudios sobre los desafíos generacionales de aquellos considerados como millenials en distintos países (aproximadamente los nacidos entre el ’80 y mediados o fines de los ’90). Hemos escuchado conversaciones en Europa, en América Latina, luego en América del Norte, y más recientemente en Asia oriental –en Corea del Sur, e incluso en China–, sobre temas compartidos. Los nacidos entre esos años viven hasta más grandes con sus padres, deben pasar más años en instituciones educativas, tienen más deudas más temprano en la vida. Incluso con calificaciones formales muy superiores a las de sus predecesores generacionales, puede que no logren mantener los estándares de vida en los que nacieron. En distintos países, incluso, se está abriendo una fuerte brecha generacional en términos de cultura y actitudes hacia una variedad de temas.

De manera interesante, no hay una respuesta única o simple –ni política, ni cultural, ni en términos de regiones– a estas ansiedades generacionales.

Reconocida esta realidad general –que, no me canso de repetir, en sus detalles es extremadamente variable dependiendo del país o la región— me parece importante retomar el punto de las expectativas. Porque gran parte de la reflexión del artículo que mencionaba y de lo que se ve en redes sociales pasa por el fenómeno de las promesas incumplidas o las expectativas no concretadas.

En cualquier caso, está bueno preguntarse si acaso teníamos tantos motivos para tener la vara de las expectativas tan alta allá por 2020. A fin de cuentas, antes del Covid no es que viviéramos en un mundo sin enfermedades infecciosas; ni la terrible decisión tomada por el presidente de la Federación Rusa de invadir Ucrania es la primera guerra del siglo XXI; ni, lamento decirlo, la actual incertidumbre y disrupción económica es la primera de este siglo, ni será la última.

Entonces, si el artículo captura muy bien ese zeitgeist de sentir que vivimos en una época de “cambio permanente”, de sentir, en términos futboleros, que nos cambian el arco de lugar constantemente, vale la pena preguntarse cuándo esto no fue la regla, o por qué tenemos la percepción de que estos tiempos son particularmente cambiantes.

Tampoco éstos o aquéllos acontecimientos que están ocurriendo serán los últimos eventos históricos, sin precedentes, o caracterizados con otros calificativos altisonantes, que deberemos transitar. Los desafíos actuales son enormes y, desgraciadamente, tenemos más medios e incentivos que nunca para decantarnos por el escape y la evasión. Por agarrar el teléfono y pretender que el tiempo, efectivamente, se detenga.

Pero, como decía una canción que capturaba bien el zeitgeist del Río de la Plata por los tempranos 2000, el tiempo no para. Y nos hacemos un flaco favor, tanto a nivel personal como colectivo, si pensamos lo contrario; y si asumimos que el estado “normal” de las cosas es alguna versión osificada en nuestras mentes de 1997, de 2007, o de 2019. En un punto, el artículo tiene razón respecto a que tenemos que hacer las paces con el sentido de cambio permanente; y para hacerlo está bueno también desmitificar distintos pasados como momentos supuestamente más estables o, incluso, mejores.

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Álvaro Caso Bello es historiador, docente universitario y analista. Obtuvo su doctorado en historia en la Johns Hopkins University (Baltimore, EE.UU.), ha ejercido la docencia en universidades de Estados Unidos y Uruguay. Es investigador asociado del programa de estudios latinoamericanos de Johns Hopkins y de la ANII.