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Contenido creado por Agustina Lombardi
Cine
Tick tick boom

“Oppenheimer”, la explosión cinematográfica de Nolan que hace vibrar las salas de cine

En su nueva película, el director retrata el auge, la caída, las dualidades y los diferentes matices del “padre de la bomba atómica”.

21.07.2023 16:15

Lectura: 9'

2023-07-21T16:15:00-03:00
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Por Nicolás Medina
nicomedav

Imaginemos que se ha anunciado con meses de anticipación un gran evento, una gran fiesta. La fiesta promete ser de las mejores del año. Las entradas se venden agotando funciones como si se tratara de conciertos de Coldplay o Taylor Swift en Argentina, donde nadie entiende de dónde sale ese dinero en un país en crisis. Al entrar a la fiesta, observamos y detectamos dos sectores VIP con ambientes totalmente distintos. A la derecha, un grupo de hombres y mujeres elegantes de traje y vestidos largos toman whisky, alguna que otra cerveza; todo parece muy clásico y hasta un poco pretencioso. A la izquierda, una explosión de colores y risas. Los daiquiris de frutilla van y vienen mientras los invitados bailan como adolescentes mientras del otro lado de la habitación el primer grupo dialoga sobre la complejidad del espacio-tiempo y el destino humano.

A la derecha, el grupo está encabezado por Chirstopher Nolan, quien tiene a su lado a un Cillian Murphy que apenas se ha quitado su boina de los Peaky Blinders. A la izquierda, está Greta Gerwig acompañada por una esplendorosa Margot Robbie vestida de rosa.

Los grupos son las películas dirigidas por sus referentes; Oppenheimer de Nolan, y Barbie de Gerwig. ¿La ubicación de la fiesta? Una sala de cine. Y la incógnita acerca de dónde ha salido tanto dinero para comprar entradas en plena crisis económica hace referencia a otra pregunta: ¿de dónde surgió tanto interés por parte del público por ir al cine cuando lo único que las cifras demuestran es el menguante interés por asistir a las salas de cine? La fiesta se llama Barbieheimer y ha sido el evento cinematográfico mejor promocionado del año.

Nosotros nos acercamos a la barra y pedimos una bebida para estar a tono, respiramos hondo y nos adentramos en el laberinto filosófico que se presenta al entrar en la filmografía del director de películas como Memento, la trilogía de Batman: The Dark Night, The Prestige, Inception o Dunkirk. Hoy, hablamos de la última película del director inglés: Oppenheimer.

Universal Pictures

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Adaptada del libro publicado en 2005 y escrito por Kai Bird y Martin J. Sherwin Prometeo Americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, la última película de Nolan funciona, al menos en un inicio, como una especie de película biográfica sobre el físico teórico estadounidense J. Robert Oppenheimer, quien estuvo al mando del Proyecto Manhattan. En él, un numeroso grupo de científicos —bajo lineamiento, control, gestión y financiación militar— terminaría por concebir y posteriormente detonar la primera bomba atómica en lo que se conoció como la prueba Trinity, que desembocaría en las dos bombas que Estados Unidos lanzaría sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, que acabaron con la vida de más de 200.000 japoneses.

A gran escala, ese es el hilo conductor de la película, pero Nolan, basándose en el libro de Bird y Sherwin, va más allá: hace uso de su vasta experiencia en los relatos no lineales y su control desahogado sobre el montaje y propone lo que termina por convertirse en una segunda película dentro de Oppenheimer. Porque Oppenheimer es tanto una biopic como es un thriller judicial.

En el relato, esto se construye en películas paralelas. Por un lado, la parte más atractiva, entretenida, digerible, en la que Nolan hace que sus declaraciones sobre no haber utilizado ningún efecto visual generado de manera digital (CGI) se luzcan con grandilocuencia. Se cuentan los inicios de Oppenheimer (Cillian Murphy) como científico y el proceso de creación de la bomba nuclear, siempre desde su punto de vista. En paralelo, esto se articula con esta segunda película, el thriller judicial, que Nolan presenta en blanco y negro. Allí toma principalmente el punto de vista del personaje de Lewis Strauss (Robert Downey Jr.), empresario y funcionario público que presidiría la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos y que a lo largo de los años distanciaría cada vez más su ideología de la de Oppenheimer, algo que Nolan construye a través del uso del punto de vista de manera inteligente para hacer que estos hechos resulten cinematográficos y no simplemente anecdóticos.

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Es en este juego de construir un relato doble que amalgame los sucesos de las diferentes temporalidades que la película puede llegar a perderse (y al espectador) por el simple uso de su forma, puesta por encima del contenido. En toda la tendencia de Nolan hay cierto interés por parte del autor por recurrir a diálogos exhaustivos y temáticas complejas que pueden, en el mejor de los casos, desafiar el intelecto o capacidad de comprensión y concentración del espectador, y, en el peor, volverse conceptualmente vacíos. Y en este caso, Nolan se arriesga al cuadrado. No es fácil para el espectador promedio seguir los razonamientos y diálogos de físicos, matemáticos, químicos, ingenieros, etc. Pero tampoco es completamente accesible toda la jerga judicial y política que se utiliza en las secuencias de blanco y negro en relación al juicio/audiencia que se le imparte a Oppenheimer.

Sin embargo, a pesar de estos tropezones, Nolan busca, a fin de cuentas, sembrarnos la duda acerca de los grises que caracterizan a su protagonista (y al verdadero Oppenheimer). Nos lleva a lugares incómodos, tematizando los conceptos del bien y del mal y dejando latente la idea de que Oppenheimer fue despojado de su humanidad por esa obsesión con la que generalmente se construye tanto arquetípicamente como estereotípicamente a los científicos en este tipo de narrativas. Para lograrlo, Nolan propone secuencias que repite en reiteradas ocasiones donde de manera sensorial, a través de todos los recursos audiovisuales posibles, nos adentra en la mente de Oppenheimer. Esto genera una sensación de que no estamos simplemente expectantes al borde de una explosión atómica generada por la bomba; también hay una cuenta regresiva dentro de su creador que hace temblar la sala.

Universal Pictures

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Nolan es capaz de transmitir esta idea acerca de lo sensorial a través de todas sus decisiones y en conjunto con grandes colaboradores: el uso de efectos prácticos y no visuales que se sienten reales y amenazantes (algo extremadamente valioso en una época donde el CGI se ha vuelto cada vez más lamentable), la música original de Ludwig Göransson, que acompaña al montaje a veces confuso y otras completamente funcional de Jennifer Lame, y el broche de oro de la fotografía de Hoyte van Hoytema (quien se merece un premio, no solo por su trabajo en la película, sino porque no debe ser fácil lidiar con los caprichos y demandas de Nolan a nivel visual). Esta hace que Oppenheimer sea, a diferencia de muchas películas estrenadas últimamente, una experiencia para disfrutar (o padecer, dependiendo de los gustos) en una sala de cine. Y logra que, a pesar de tratarse de una película de tres horas que nos desafía en más de un sentido, valga la pena.

Pero a pesar de todo esto, Oppemheimer lucha por momentos contra su propio discurso. Hay cuestiones no resueltas a nivel de guion acerca de la idea de Oppenheimer como mártir. Esto es algo que se plantea y de lo que es muy difícil alejarse por la forma en la que la película es contada y por cómo conocemos su intimidad, sus momentos de crisis, sus batallas, no solo contra sí mismo, sino contra un Estados Unidos que lo persigue por tener conexiones con el Partido Comunista a pesar de no ser miembro de este directamente, o su lugar de mando medio en algo que era mucho más grande que él y sobre lo que su control era transitorio y relativo.

Pero esta idea de mártir choca directamente contra otros pasajes de la película a nivel de guion. Se afirma y reafirma posteriormente que Oppenheimer participó de las decisiones que llevaron a que sus armas fueran utilizadas, y no fuera simplemente una posibilidad. Esto, más que sembrar la duda, hace que sea muy difícil empatizar con este personaje, que gran parte de la película se busca victimizar, a pesar de haber, aún en vida, expresado su trauma y arrepentimiento luego de su creación.

“Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”

Oppenheimer es una explosión a nivel de experiencia cinematográfica, a pesar de que irónicamente puede por momentos implosionar en contra de sí misma, principalmente a causa de ciertas secuencias de guion que terminan por quitarle peso a uno de los eventos más esperados del año. Más aún, a una de las secuencias cinematográficas más esperadas del año (la explosión de la bomba realizada con efectos prácticos en su totalidad), que pasa, al menos en un primer visionado o sin previo aviso, prácticamente desapercibida.

Lo que sí no pasa para nada desapercibido, y es digno de mención porque habla mucho sobre el prestigio y lo importante que puede resultar Nolan para la industria, es la cantidad de actores y actrices de primer nivel que participan de la película. Si bien la película, desde el lado actoral, es cargada por Murphy y Downey Jr., cuenta con un apoyo y espaldarazo constante de talentos como Emily Blunt, Florence Pugh, Matt Damon, Ben Safdie y Jason Clarke. Y como si esto fuera poco, muchos otros actores impresionantes se limitan a hacer apariciones de únicamente una o dos escenas, y no llegan quizás al minuto en pantalla (Tom Conti, Rami Malek, Casey Affleck, Kenneth Branagh, Gary Oldman, etc.). Esto deja en claro que Oppenheimer es un proyecto de un calibre de producción que —más que cameos innecesarios— cuenta con el apoyo de referentes de la industria que confían no solo en los dólares de su director, sino también en el resultado final de su trabajo, y quieren ser invitados en la fiesta más esperada del año.

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Oppenheimer se acaba de estrenar en cines (podés chequear todas las funciones en nuestra cartelera).

Por Nicolás Medina
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