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Contenido creado por Agustina Lombardi
Literatura
Los libros y sus autores

“Péndulo”, la nueva novela de Carlos Rehermann sobre encuentros y el paso del tiempo

El escritor, que además es arquitecto, publicó su última obra con Casa Editorial HUM.

24.07.2023 16:01

Lectura: 6'

2023-07-24T16:01:00-03:00
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Publicó las novelas Los días de la luz deshilachada (1991), El robo del cero Wharton (1995), El canto del pato (2000), Dodecamerón (2008), 180 (2010; Segundo Premio Nacional de Literatura), El auto (2015) y Tesoro (2016; Premio Narradores de la Banda Oriental). Basura y otros textos para teatro (2012; Primer Premio Nacional de Literatura) reúne algunas de sus obras de teatro. Además de escribir, Carlos Rehermann, se desempeñó en los medios; condujo La habitación china en TV Ciudad y actualmente el programa radial Tormenta de cerebros, dedicado al diálogo con artistas y otros protagonistas de la cultura.  

Carlos Rehermann. Foto: Javier Noceti

Carlos Rehermann. Foto: Javier Noceti

¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?

El tiempo va y viene. El futuro lo hago yo, así que no me interesa mucho adelantarme; el pasado, en cambio, siempre tiene lugares ocultos: iría al pasado.

Si pudieras ser un personaje de tu libro, ¿cuál serías?

Uno es todos los personajes de sus libros, pero si me obligan a elegir uno, sería Melina.

Si pudieras combinar el final de cualquier libro famoso, ¿cuál elegirías y cómo sería el nuevo final?  

Cambiaría el final del Nuevo Testamento. Mataría a Dios que, mientras habla sin parar pisaría una cáscara de banana (la que dejó Adán en el Antiguo Testamento, porque hay un error en la versión de la manzana), resbalaría y se fracturaría el dedo meñique de la mano izquierda, que se le infectaría debido a las laceraciones; como en esa época (bíblica) no había antibióticos, se infectaría y moriría de septicemia.

Si pudieras vivir en el mundo de cualquier libro, ¿cuál elegirías y por qué?

 Viviría en Nevaslippe, la ciudad natal de Filimario Dublé, protagonista de El destino se llama Clotilde, de Giovanni Guareschi. Viviría allí porque es una ciudad elegante, tranquila y cosmopolita.

Si pudieras invitar a tres personajes literarios a cenar, ¿quiénes serían y por qué?

Invitaría a Johnny, el protagonista de La canción de la pulga, de Gerald Kersh, a Fanny Hill, de Fanny Hill, de John Cleland, y a Clotilde Troll, la chica de Nevaslippe.

¿Cuál es tu técnica más extraña o inusual para superar el bloqueo de escritor?

¿Qué es el bloqueo del escritor?

¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?

Cinco cápsulas del tiempo.

¿Cuál es tu autobiografía en una frase?

Sería la onomatopeya de un misil con la ojiva inactiva pasando desde ninguna parte a ninguna otra, a cierta altura.

Contanos qué estás leyendo ahora

Extraños en un tren, de Patricia Highsmith, por séptima vez.

Si pudieras tener una conversación de una hora con cualquier escritor famoso, pero después nunca más podrías leer ninguna de sus obras, ¿a quién elegirías para tener esa conversación?

Hablaría con Rulfo. Inevitablemente uno ya leyó toda su obra (unas 200 páginas), así que no hay problema. Hablás y después no hay nada más para leer. 

Si tus libros fueran adaptados al cine, ¿a quién te gustaría que interpretara al personaje principal?

Daniel Hendler.

El primer verso que te viene a la mente.

No es un verso, son tres, de Antonio Machado:

“El ojo que ves no es

ojo porque tú lo veas:

es ojo porque te ve”.

¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?

Es una pregunta tan rara que te recomendaría leer mi novela Tesoro.

Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida ¿qué es?

Escalopes al Marsala acompañados de una ensalada de repollo y berro.

Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.

Por favor.

¿Cuál es tu idea de felicidad y tu idea de miseria?

Calma y no calma.

"Péndulo" de Carlos Rehermann

Fragmento de Péndulo

Se sentaron en una mesa del bar, cuyos mozos estaban en la vereda, tratando de averiguar qué había sido aquello.

Cuando los vieron llegar, ensangrentados y con la ropa sucia y desgarrada, se apuraron a atenderlos, pero no les preguntaron nada. Melina se repuso rápidamente. Pidieron café, leche, sándwiches calientes, tortas dulces y cigarrillos. Alejo pidió un coñac.

—Tráigalo primero, por favor —le dijo al mozo.

Melina lo miró frunciendo el ceño.

—Para mí también —dijo. Cuando tuvieron ambos sus copas de coñac ante sí, agregó: —Nunca tomo coñac. Es lo que les dan en la nieve para entrar en calor, ¿no?

Alejo levantó la copa en señal de brindis, gesto que Melina se apuró a imitar, y dijo:

—Vos tomaste coñac en el desayuno cuando te conocí.

Ella sonrió.

—¿Cómo sabías? —dijo Alejo.

Ella lo miró. Era una mujer madura, pero no la vieja que tenía que ser. Era la misma, Alejo lo sabía, la reconocía. Pero estaba más joven. Estaba más delgada que la última vez, pero no tanto como la primera.

—¿Cómo sabía qué? —dijo ella.

—Esto, cómo sabías que iba a ocurrir esto.

—No lo sabía. Solo te hice caso: me dijiste que viniera hoy a las siete y media al bowling.

—¿Que yo te dije? ¡Yo no te dije nada! —dijo Alejo con violencia.

—Me lo dijiste hace nueve años. Dentro de nueve años, en el baño de primera clase de un avión de Pan Am.

Alejo se había metido medio sándwich en la boca y masticaba furiosamente; sin tragar, bebía cada pocos segundos un sorbo de coñac, y cuando se le terminó, de café. Grandes migas caían de su boca. Hacía ruido como un jabalí que come de una batea de afrecho después de un ayuno de dos semanas.

—Hace nueve años vos me dijiste que tenía que salvarte. Me lo dijiste en el jardín del museo Daners, y te hice caso, aquí estoy. Te salvé —dijo.

Melina terminó su coñac y comenzó a comer un trozo de torta de queso con mermelada de moras. Dijo:

—No sé si me tenías que salvar a mí o si yo tenía que salvarte a vos. —Alejo había aceptado que ella sabía algo, que tenía razón en algo, pero igual estaba loca—. De un lado, yo te pido que vengas para salvarme; del otro, vos me pedís que venga para salvarte. Está bien que me lo pidas, pero al que había que salvar era a vos.

—Bueno, discutamos acerca de quién salvó a quién, a ver.

—A mí esa bomba no podía hacerme nada —dijo Melina.

—Ah, mirá.