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Contenido creado por Sofia Durand
Literatura
En la ruta

“Perder el juicio”: Ariana Harwicz no da tregua y mezcla placer con sufrimiento

La autora argentina construye una atmósfera asfixiante con personajes que juegan bajo sus propias reglas.

29.01.2025 17:18

Lectura: 9'

2025-01-29T17:18:00-03:00
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Por Gerónimo Pose | @geronimo.pose

“¿De qué se me acusa? ¿Qué dice la acusación textualmente? ¿Usted no la leyó? Debería saberla en detalle. Violencia marital agravada por la presencia de menores. Golpes punzantes, patadas, arañazos, trompadas, rasguños, lesiones con material inflamable, amenazas con uno o varios objetos cortantes no identificados, agravado por la presencia de los menores en cuestión y de múltiples testigos. Se la acusa de conductas no adaptadas, de intimidación y de sometimiento a vejaciones sobre su cónyuge. Madame, seamos claras: en total hay ciento cincuenta cartas en su contra”. (Perder el juicio, 2024)

Desde el título se plantea una polisemia: Lisa acaba de perder el juicio por la tenencia de sus hijos y lucha encarecidamente por no perder el suyo. Esto luego de pasar por un engorroso proceso judicial en el cual intentó defenderse con una abogada de oficio.

Busca acercarse a los niños siguiéndolos hasta la escuela, intentando no ser detectada por el padre, quedándose en la puerta. Tiene sus restricciones, acaba de perder el juicio. En la piscina intenta nadar lo más cerca posible de ellos para poder sentir sus brazadas. Decide incendiar la casa de sus exsuegros, los viejos salen en batas y en calzones buscando aire y es cuando por primera vez desde el juicio entra nuevamente a la casa. Se mueve como un fantasma. Se lleva a sus hijos.

Maneja por la autopista y no puede evitar sentir arrepentimiento. La adrenalina claudica y emerge la culpa. Rechaza algunos llamados del padre, otros los atiende. Se entera que en el village están haciendo manifestaciones, reclaman la aparición de los mellizos y cárcel para la madre. Ella maneja con los ojos flujos en cada parcela de asfalto. Maneja sin poder dejar de mirar las rayas blancas de la ruta. Están con ella, de nuevo. Siente euforia, no puede controlarse. “Esa es la euforia, ¿no?”, se pregunta. Luego ve que ya se alejaron lo suficiente y entonces pueden hacer un alto al costado de la carretera para mear.

Persiste un soliloquio interno, una retórica implacable, que ya había aparecido en Matate, amor (2012). Pero lo que lo diferencia es que no arrastra al lector a un estado de alerta continuo hasta el punto final de quiebre, hasta la irrupción o el estallido como lo había hecho en la mencionada novela. En Perder el juicio (2024) mantiene esa técnica narrativa asfixiante y feroz, pero continuamente nos va develando una historia a través de las acciones, con una protagonista constantemente en movimiento y que pareciese siempre estar en un auto atravesando las carreteras de Francia. Es entonces que consigue amalgamar esa desmesura emocional que vimos en La débil mental (2014) y en Precoz (2015), esa concatenación de imágenes y estados completamente dictaminados por la emoción con las acciones, con las consecuencias y con el movimiento. Esto no quiere decir que a la autora la domine una inclinación por lo barroco. Al contrario. Sus personajes parecieran estar en contacto estrecho con la realidad. Habría que ver cuál realidad maneja cada uno de ellos, por supuesto.

Foto: Anagrama

Foto: Anagrama

“Tengo esta locura, mamá, de arrancarme los ojos y el corazón cuando el deseo me hace perder la cabeza y la conciencia” (Precoz, 2015)

El placer mezclado con el sufrimiento.

Podríamos definir, en líneas generales, que Perder el Juicio narra la intensidad de una relación de pareja. Los vemos manifestarse tanto en las discusiones preponderantes como en las posteriores y las que inicialmente los llevaron a juicio. Situaciones de violencia que ponen en duda si la protagonista es víctima o victimario.

Los incendios, secuestrar a los mellizos y convertirse en una prófuga. Existe una desconexión de la protagonista con su entorno, al que intenta constantemente volver a la misma a través de la contemplación, ya sea de los campos abiertos o con el ronquido de la suegra. Parece que lucha frente a su propia elucubración, por momentos burda e innecesaria, que la desconcentran de su presente y de las preocupaciones que tan al alcance de la mano están y que podrían empujarla a la ruina de un momento a otro.

Una historia que ocurre en dos continentes y que poco a poco va devorando con la fuerza de una belleza salvaje. El incipiente deseo de Lisa por escribir y que podemos llegar a leer fragmentos de una especie de diario que acompaña la historia y se destaca por estar impreso en letra cursiva.

The Guardian le adjudica a esta novela ciertos retazos de la obra del reciente finado David Lynch, y puede que encontremos algunos aspectos manchando estas páginas. No en el tono narrativo, ni en la fragmentación, pero sí en el poder de la historia en sí misma, su capacidad evocadora y la construcción de personajes complejos. También hay un rollo espectacular con la observación que recuerda a Marosa Di Giorgio y al propio Lynch. La protagonista parece obnubilada constantemente por su alrededor, por la luz, los sonidos, los animales, la vegetación. Y es un estado sometido involuntariamente: el de la contemplación. La protagonista no tiene el control de absolutamente nada y lo único que puede atinar a hacer es continuar, seguir por el trayecto. Pero no hay paisajes oníricos ni aspectos fantasiosos que podrían vincularse más fácilmente, y perezosamente, con la obra del cineasta. Insiste en tomar por completo las páginas del libro una crudeza fenomenal que agobia y que no permite alejarnos del mismo.

Lo que leemos es, de nuevo, una especie de monólogo deformado, un soliloquio que refleja a la perfección el estado sostenido de la protagonista a lo largo del libro. Es entonces que nos encontramos de repente con intercepciones completamente arbitrarias, detenimientos en aspectos absurdos y luego velocidad y confusión. Construye a esta altura no solo una novela magistral como lo es Perder el Juicio, sino que también un estilo original, sincopado que va rumiando en territorios nebulosos y férreos que a esta altura ya está asentado en su literatura.

Foto: Birthe Fritsch vía Flickr

Foto: Birthe Fritsch vía Flickr

Está la voz interior de los personajes, una voz vertiginosa. Y a Harwicz no le interesa plantear certezas respecto a lo que el personaje narra en en primera persona: si lo soñó, lo pensó o lo imaginó, si sucedió de verdad, sino que busca a través de la multiplicidad de posibilidades que el lector construya su propia voz. Y ahí, creo yo, ya que trajimos a colación esta comparación con Lynch, hay un punto de contacto importante con el director fumador desde los 8 años.

Ariana Harwicz nació en Buenos Aires en 1977. Estudió filosofía, cine y teatro. Se desempeñó durante muchos años como profesora de cine, de producción. Principalmente daba clases sobre adaptaciones de la literatura en el cine, algo que declara la ayudó mucho para construir su propio camino. Su cabeza fue educada con la pintura, con el cine. Todo menos literatura. Su sensibilidad está compuesta por un coctel explosivo. Es entonces que se comprende el poder visual de las novelas de Harwicz, al igual que Wim Wenders, amparadas en el recurso de la imagen. Un recurso utilizado a conciencia, adrede. Y por supuesto que a diferencia de Wenders, Harwicz lo lleva al terreno de la literatura y eso es todo un desafío.

Vive en el campo, en Francia, desde el año 2007. Es ahí, en la distancia, que dice encontró su propia escritura Argentina. También sostiene que todos los escritores deben tener su Primera Guerra Mundial, como la tuvo Louis-Ferdinand Céline (1894 - 1961). Todos deben tener un evento que los marque a fuego, y no precisamente tiene que ser trágico, sino que incluso hasta la aparición de un ciervo puede resultar impactante, ya que la escritura debe salir de algún lado. Si no, la misma no puede salir de ningún agujero, de ningún pozo y por ende tiende a ser genérica y sin espíritu. En su caso fue irse a vivir a otro país.

Su estilo es muy argentino, aunque a veces se decante por pequeñas expresiones más europeas como village, auto ruta, y fresa. Al preguntarle esto un periodista de Seúl Radio Ariana contestó que podría hablar horas de esto, que es uno de los temas que más le apasionan. Cabe destacar el libro Desertar (2021) donde mantiene conversaciones junto a Mikael Gómez Guthart sobre traducción, sobre desertar de la lengua materna.

"Mi escritura es realmente un entramado entre las palabras francesas y las argentinas. Siempre navego aguas binacionales. Hay palabras profundamente argentinas como giros, cierta retórica argentina como cuando digo matate, amor. Eso no está en otras culturas. Yo estoy todo el tiempo en la ruta, con el auto, entonces es autoruta. A veces negocio conmigo misma e intento que las dos lenguas estén presentes". (Desertar, 2021).

Sin embargo, se siente completamente alejada de los autores que a medida que van alcanzando éxito internacional comenzar a manejarse con un lenguaje híbrido. Lo suyo es una decisión política, dice. Argumenta que detesta los libros en spanglish, que mezclan tres o cuatro idiomas en el mismo para generar así un producto, un producto cosmopolita.

Le interesa que su lengua sea ardua, difícil de traducir. Pero por supuesto que termina siendo una escritura de extranjería. El francés está presente, pero desde el punto de vista de la extranjería.

Este año la encuentra trabajando en la adaptación teatral de Perder el juicio. A la espera del estreno de Dementia, una ópera que escribió y que se llevará a escena en el Teatro Colón en la temporada 2025. Por otra parte, Matate, amor ya tuvo su adaptación teatral y ahora le espera el estreno, también este año, de la adaptación cinematográfica gracias a los esfuerzos de Martin Scorsese (o capricho, quién sabe) bajo la dirección de Lynne Ramsay y con Jennifer Lawrence como protagonista.