Con el fallecimiento de Brian Wilson este 11 de junio, The Beach Boys volvió a estar en boca de todos. Como suele suceder con la muerte de cada creativo, la obra retoma su voz con más potencia. Su época se convierte, de repente, en el mejor momento para estar vivos. Pero volver atrás es imposible.
La banda marcó de manera indiscutible la década de los sesenta. El rumbo que tomaría la industria musical durante las décadas que le sucedieron. Y uno de los pilares que lo hizo posible fue Pet Sounds (1966). Porque la undécima entrega de la banda trascendió a su coyuntura. Se convirtió en un mensaje para la posteridad.
La figura de Brian Wilson encaja como la pieza clave de esa pared que lo sostiene. Fue el responsable de casi todas las composiciones y arreglos musicales del álbum. Los conflictos con su salud mental fueron una constante durante varios años de su carrera, pero estos no le impidieron ser uno de los mayores compositores de todos los tiempos. La banda le debe mucho, porque es gracias a su pluma que The Beach Boys lleva al verano consigo como el sello identitario más fuerte de su impronta. Sonidos que cuentan cuentos de lugares lejanos. Y que invitan a olvidar, por un segundo, las obligaciones que presionan día a día.
Es importante situar la obra en el contexto de su época. Entender que varios aspectos que la componen hoy posiblemente no sorprendan, pero que en su momento resultaban, por lo menos, revolucionarios. La implementación de sonidos árabes, timbres de bicicleta, campanas, botellas y hasta ladridos de perro funciona como ingrediente de una receta secreta que nadie querría revelar. Y como toda mezcla improbable, el resultado también era improbable. Pero generalmente es aquello más impredecible lo que marca el rumbo de la innovación. Aquel que se anima a pisar donde nadie más había pisado antes.
Y los genios tardan en ser reconocidos. Parecen invertir en un futuro que saben que no llegarán a ver, con una fe ciega que los obliga a seguir tirando del carro. Y eventualmente lo consiguen. Van Gogh no vendió una sola obra en vida. La obra de Franz Kafka no fue valorada hasta años después de su muerte. La música de Bach fue conocida por el mundo alrededor del 1800, casi que de manera aleatoria. Y si bien The Beach Boys gozó de gran popularidad en la década más intensa de su trabajo, también fueron objeto de burla, y tratados como un producto comercial.
Sus intentos por llevar consigo el imaginario colectivo del mundo del surf. Sus letras explícitas sobre el tema cuando solo uno de ellos practicaba el deporte les valió grandes golpes. Principalmente de aquellos que sí se consideraban parte de esta tribu o comunidad, que no se identificaban con su música y las risas no faltaban. La imagen de los niños buenos que cantaban sobre surf y chicas lindas les salió cara por momentos, pero no logró opacar su legado musical.
El álbum, compuesto por 13 canciones, lleva consigo varios temas que hoy son considerados los hits más icónicos de la agrupación. Comienza con “Wouldn´t It Be Nice”, el himno que invitaba a una juventud de los sesenta ya avanzados a salirse de la línea. A olvidarse de sus preocupaciones por 2:33 minutos. El escapismo de sus letras y el espíritu adolescente que proponen era visto como algo infantil por muchos de los oyentes, y es algo que se mantiene hasta el día de hoy.
Versos como “Wouldn't it be nice if we were older?” (¿No sería genial si fuéramos mayores?) o “And wouldn't it be nice to live together, In the kind of world where we belong?” (¿Y no sería genial vivir juntos en el mundo al que de verdad pertenecemos?) delatan una chispa inocente y juvenil que hoy, 60 años después, nos hace reconocerlos al oído. Saber que son ellos quienes nos hablan. Y el nombre “Pet Sounds”, como una alusión directa a lo más primitivo y animal de sus sonidos, parecía adelantar el carácter más importante de la obra: su experimentación. La mezcla de sonidos básicos que de buenas a primeras no se identificarían como instrumentos musicales, como sonidos animales pero benevolentes: sonidos de mascota.
Foto: Billboard
Y es que resulta imposible hablar de The Beach Boys sin hablar del surf, aunque esto irrite a los surfistas. Porque para The Beach Boys el surf es su musa inspiradora. Le cantan a la arena y la sal como una pulsión que les brota de manera espontánea y natural, aunque no practiquen el deporte. Va más allá de eso. Se trata de la identificación con una manera de entender la vida. Unos códigos de comportamiento y de hermandad que parecen solo haber encontrado en este deporte y lo que lo rodea.
En cuanto a tonalidades y melodías, sus canciones irradian positividad. Los coros melódicos, las subidas y bajadas transportan al oyente de un lado a otro de manera lenta. Sucede algo similar, aunque racionalmente suene improbable, con el reggae. El efecto de desconexión y positivismo de que todo va a estar bien. La apología a una especie de carpe diem y la intención imborrable de soñar con un futuro prometedor, si es que el presente no alcanza.
Otro hit fue “Sloop John B”, adaptación de una canción folclórica tradicional bahameña. Y con él, el escapismo. “I wanna go home” (Quiero ir a casa). “Well, I feel so broke up, I wanna go home” (Me siento roto, quiero ir a casa).
Un ingrediente inesquivable del repertorio es “God Only Knows”, su himno al amor. Porque esta canción no elige centrarse en lo hermoso que tiene con el otro que está presente, sino en el vacío que genera la idea de que un día ya no esté. Pero nunca se baja del barco de esta positividad y melodía alegre pero pacífica que inunda sus canciones. Quien escuche The Beach Boys sin manejar el inglés y no entienda sus letras, capta el mensaje de todas formas. Porque sus sonidos llevan una carga de estilo vital pesada que desborda las palabras. “God only knows what I'd be without you” (solo Dios sabe qué sería sin ti).
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Canciones como “I Wasn´t Made for These Times” firman la carta de romanticismo que la banda lleva consigo. Esta sensación de que todo pasado fue mejor, de que el sistema nos oprime. De que las obligaciones nos afligen y que no queda otra opción más que pensar en playas y paisajes remotos. Rincones exóticos y la inmersión en la naturaleza. Toman el estandarte romántico, pero no sus modos. Porque no arrastran el aura oscura ni la tristeza por momentos autodestructiva que abunda en el movimiento artístico. Elige hacerlo desde una persecución de la alegría. Desde la creencia en que si el presente no parece agradable, quizás el día de mañana lo sea un poco más.
Su estética visual acompaña. Las portadas de sus discos persiguen una estética muy concreta, obviamente infestada de elementos del surf. Colores vivos que rozan la psicodelia de los movimientos hippies decoran muchas de ellas. Otras muestran fotos en la playa, o van un poco más allá e imitan a las famosas e icónicas revistas de surf de la época. Todas transmiten lo mismo: alegría, relajación entre hermanos, escapismo. Las fotos en grupo en la playa, con tablas bajo el brazo. Los toques en vivo con camisas floreadas. El cabello claro peinado en corte taza o hacia el costado. Todos iguales. Su construcción visual es inseparable de su música y responde a un modo de vivir.
Pero la construcción de este mundo no tiene que significar un descenso en la calidad artística y compositiva, y de hecho no lo hace. Porque los grandes, figuras totalmente alejadas de este mundo tan concreto que proponen, evaluaron su música como un punto de inflexión. Algunos utilizan palabras simples, pero que encierran juicios contundentes.
Sobre “The Little Girl I Once Knew”, John Lennon aseguraba que era la mejor grabación que había escuchado en semanas, y aclamaba a su mente maestra: “Todo es por Brian Wilson”. En su reseña para la revista Melody Maker, destacaba su uso de las voces como instrumentos. Porque en la música de The Beach Boys, los coros son una firma de identidad. Cantos que llevan al oyente a otra sintonía. Un tinte angelical que resulta, hasta el día de hoy, inconfundible.
Paul McCartney fue más lascivo. En entrevista con David Leaf, afirmaba que nadie podía ser considerado musicalmente educado antes de escuchar Pet Sounds. Lo catalogaba como “el clásico del siglo”. Inmejorable en múltiples aspectos. La causa de sus llantos en varias ocasiones.
El fallecimiento de Brian Wilson cierra una etapa. Es la culminación de un estilo propio que podrá ser recordado y que sin dudas lo será, pero que llegó a su fin. Con una estética propia y una construcción de identidad sólida e innegable, Pet Sounds funciona como la cúspide de una carrera muy amada en nuestros días, pero que fue forjada a fuerza de remo a contracorriente.