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Contenido creado por Sofia Durand
Cine
Come as you are

“Queer”: cuerpos que arden, imágenes que deliran y Burroughs desde la visión de Guadagnino

El director desarma la novela del estadounidense y la reconstruye en un sueño narcótico de deseo y desesperación.

12.02.2025 15:17

Lectura: 7'

2025-02-12T15:17:00-03:00
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Por Juampa Barbero | @juampabarbero

En el cine de Luca Guadagnino, el deseo no es solo un motor narrativo, sino también un prisma a través del cual se filtran el tiempo, la memoria y el cuerpo.

Queer, su más reciente película, adapta la novela de William S. Burroughs con la sensibilidad que ya desplegó en Call Me by Your Name (2017), pero desde una óptica más taciturna y caleidoscópica. Si en aquella historia veíamos el despertar de un amor marcado por la luz estival, acá el cineasta italiano se adentra en un territorio de sombras: el ocaso de un hombre atrapado entre la nostalgia, el exceso y la imposibilidad.

Luca Guadagnino entra en un club exclusivo: el de los directores que se atrevieron a adaptar al ícono de la generación Beat. Hasta ahora, solo David Cronenberg se había coronado con El almuerzo desnudo (1991), y lo hizo entendiendo que filmar a Burroughs no es cuestión de fidelidad, sino de posesión, de dejarse infectar por su lenguaje y sus demonios. Guadagnino sigue ese sendero, pero con su modus operandi.

Donde Cronenberg hizo un thriller disparatado de criaturas viscosas, Guadagnino opta por una fiebre más carnal, donde el placer y la culpa se funden en un delirio sensorial. Mientras el primero tradujo la pesadilla en biomecánica y mutaciones, el segundo la convierte en un trance narcótico donde los cuerpos hablan más que las palabras.

Adaptar a William S. Burroughs es un acto de fe, o de locura. Quizá ambas. Su prosa no avanza, se retuerce. Se fragmenta como un espejo roto y refleja una realidad que solo existe en la periferia de la conciencia. Quien se atreva a llevar su obra al cine tiene dos opciones: o intenta capturar su estructura esquiva, esa sintaxis de vanguardia que arremete contra la narrativa convencional, o se deja poseer por su espíritu, invocando su esencia en imágenes febriles, desarticuladas, alucinadas.

Queer (2024), Luca Guadagnino

Queer (2024), Luca Guadagnino

Luca Guadagnino, siempre sediento de cuerpos y de atmósferas incandescentes, elige lo segundo. Queer no es una transposición literal del Burroughs mexicano, el de las cantinas opiáceas y los amores desesperados, sino una proyección de su fiebre. La película respira entre el artificio y la sensación de realidad alterada, como si el cine fuera la última gran droga de la humanidad. En este trance, los colores se saturan, los tiempos se dilatan y las emociones, como en un mal viaje, oscilan entre lo sublime y lo insoportable.

Al fin y al cabo, ¿quién querría un Burroughs "realista"? Su literatura es un vómito de imágenes, un circuito neuronal incendiado, un exorcismo privado que de alguna manera termina contagiando a quien lo lee. Guadagnino comprende que la única forma de ser fiel al escritor es traicionarlo, mutarlo, reinventarlo. Y en ese proceso, nos entrega una Queer que no intenta domesticar a Burroughs, sino soltarlo en un México que no existe, en un romance que no sabe si es epifanía o condena, en un cine que, por un momento, se atreve a ser puro desvarío.

El protagonista, William Lee —interpretado por Daniel Craig—, es un forastero en el México de los años cincuenta, una ciudad recreada en los estudios de Cinecittà sin ocultar su artificiosidad —más bien la abraza—, evocando el escenario onírico de Querelle (1982), de Fassbinder, y la languidez melancólica de Wong Kar-wai. Entre bares de mala muerte y noches de mezcal, Lee fija su obsesión en Eugene Allerton (Drew Starkey), un joven estadounidense cuya presencia oscila entre la indiferencia y el coqueteo ambiguo.

Es en esta tensión donde la película encuentra su pulsión más eléctrica, un vaivén entre atracción y rechazo que convierte a ambos en imanes humanos atrapados en un eterno juego de entrega y abandono.

Queer (2024), Luca Guadagnino

Queer (2024), Luca Guadagnino

Daniel Craig se despoja por completo de su imagen de ícono de acción para encarnar a un personaje que se desliza entre el cinismo y la fragilidad, como si estuviera siempre al borde del colapso, pero sosteniéndose con un último hilo de ironía. Un hombre que se consume en sus propios excesos, pero nunca deja de buscar un resquicio de ternura. Su interpretación no busca imitar de lleno a Burroughs, sino capturar su naturaleza: la voz arrastrada, la mirada entre perdida y calculadora, el cuerpo que parece moverse con un ritmo distinto al del resto del mundo. Hay en su actuación un aire de agotamiento existencial, como si cada palabra le pesara, pero al mismo tiempo una lucidez despiadada que le permite atravesar la desdicha con un humor tan seco como letal.

Craig sabe que en este universo no se actúa con énfasis, sino con disociación, y encuentra en esa desconexión un punto de extraña belleza.

La película, más que una trama lineal, es una serie de viñetas que orbitan en torno a la adicción —al alcohol, a las drogas, al amor— y al anhelo imposible de conectar de manera absoluta con otro ser. Guadagnino, sin embargo, no se queda en la sordidez; eleva la historia con un lirismo visual que encuentra su punto álgido en una escena a cámara lenta, donde el Lee de Craig, resquebrajado pero feroz, deambula al ritmo de "Come As You Are", de Nirvana, como un fantasma que se resiste a desaparecer. El soundtrack también incluye a Prince, New Order, Sinéad O’Connor y Caetano Veloso, entre otros. Como no podía ser de otra manera, Trent Reznor y Atticus Ross, de Nine Inch Nails, tomaron las riendas tras haber colaborado con el director en Challengers (2024).

Así es como Queer toma licencias y se bifurca en una odisea psicodélica. No busca la sobriedad ni el rigor de la reconstrucción histórica, sino una experiencia afectiva, una distorsión controlada. Y es que Burroughs nunca escribió sobre el México tangible, sino sobre un país filtrado por la paranoia y la abstinencia, por el deseo y la devastación. Guadagnino lo entiende y lo celebra, asumiendo la fantasmagoría como el único terreno posible para contar esta historia.

Queer (2024), Luca Guadagnino

Queer (2024), Luca Guadagnino

El relato se divide en distintas partes. Primero, la monotonía de México; luego, un viaje chamánico a Sudamérica. Lee se obsesiona con la yagé, más conocida como ayahuasca, en una búsqueda que trasciende lo químico y se vuelve mística. Es ahí donde la película se entrega al surrealismo, donde la experiencia deja de ser meramente visual para volverse sensorial: cuerpos que se disuelven, voces que flotan entre lo real y lo alucinado, la percepción que se expande y se pliega como una respiración alterada.

En el prólogo de la novela, Burroughs cuenta el episodio que marcaría su vida y su obra: el asesinato accidental de su esposa durante el infame número de Guillermo Tell. Ese fantasma atraviesa el libro, y Guadagnino, al igual que Cronenberg, decide incorporarlo a su relato.

Pero lo hace a su manera. Una fantasmagoría que apenas roza la superficie de lo concreto, una imagen que se siente más como un recuerdo distorsionado que como un hecho. La escena final se desliza casi en un susurro, como si habitara solo en la mente de Lee, una culpa latente que nunca termina de materializarse del todo, pero que lo acompaña como una sombra.

Guadagnino no explica a Burroughs. Lo deja arder.