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Literatura
La invención de lo humano

“Romeo y Julieta”: el clásico que ofició de precedente para el culto a lo romántico

La obra de Shakespeare se estrenaba hace 430 años. Hoy, es la responsable de un gran legado de historias de amor en el arte.

30.01.2025 15:12

Lectura: 9'

2025-01-30T15:12:00-03:00
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Por Catalina Zabala
catazabalaa

El amor en el arte abunda. Desde la literatura hasta el cine, quienes consumen estas historias se han mostrado, en general, propensos a ser conquistados más fácilmente por las peripecias de los amantes. Tanto lectores como espectadores parecen verse atraídos por una fórmula repetida pero eficiente. ¿Pero recordamos la primera historia de amor que conocimos a través del arte? ¿Ese primer impacto como de simbiosis entre dos personas que se siguen eligiendo de manera constante, como destinadas a viajar en un mismo tren?

Romeo y Julieta, de William Shakespeare, se estrenó un 29 de enero de 1595 o 1597 (los historiadores lo siguen debatiendo), en el teatro de Londres. Dos días después del estreno, se publicaba el texto. Es imposible saber si aquellos primeros espectadores tenían una mínima noción del impacto que tendría aquella historia que bailaba por primera vez ante sus ojos, tanto para la literatura inglesa como universal. Pero Romeo y Julieta abrió una nueva puerta. Las historias de amor ya existían, pero no se las encontraba como el objeto central y absoluto de una obra de manera tan frecuente.

Las relaciones románticas siempre fueron musas inspiradoras de quienes cuentan historias. Gran parte del patrimonio musical consiste en letras inspiradas en el amor hacia un otro. En el caso de las películas, también se vuelve más difícil la tarea de buscar una en la que no haya ni una referencia a un interés amoroso, en tal grado que puede caerse en clichés fácilmente. 

Shakespeare parece haber trazado, a través de este clásico, la primera línea de un largo entramado de concepciones que hoy nos hacen entender el amor de una manera determinada y no de otra. Nuestro consumo del amor en el arte fue bastante similar a través de los años, y Romeo y Julieta parece haber sido uno de los primeros pasos. Entre otras cosas, es por esto que se lo considera un clásico. 

¿Pero qué determina que un clásico se convierta en eso? ¿Qué tiene que tener una obra para que, pasados los años, sea no solo recordada, sino exprimida, estudiada, reconfigurada y reinterpretada desde múltiples focos diferentes? Los teóricos que indagaron en este concepto fueron varios, uno de ellos Italo Calvino. En su obra Por qué leer los clásicos (1999), el periodista y escritor italiano expresa una serie de condiciones que una obra debería tener, a su juicio, para ser considerada un clásico. 

Calvino se centra principalmente en la atemporalidad del relato. Su capacidad para trascender su época y tener algo para decir a las diferentes generaciones a través de los siglos, generando nuevos lectores de manera constante. No solo tiene que ver con su aparente conocimiento universal de las cosas, su visión global del mundo y de la especie humana que hizo que sus obras se sintieran totalmente acertadas. No solo la capacidad de ser reinterpretado de manera constante, según el contexto en el que se lo lea, sino que ofrece una gran posibilidad de relectura. Se trata de obras que se prestan para ser leídas en varias ocasiones, con ojos nuevos. A propósito, Shakespeare parecía tener la clave para generar específicamente este tipo de relatos.

En otras palabras, lo esencial de los clásicos parece ser su capacidad para diagnosticar la realidad del hombre en un momento determinado. Parecen representar un sentir colectivo, reflejan los síntomas humanos. La capacidad de Shakespeare de plasmar la esencia humana en sus textos siempre lo diferenció de los demás autores. Su aparente conocimiento universal de las cosas, su visión global del mundo y de la especie humana hizo que sus obras se sintieran totalmente acertadas. 

Romeo y Julieta en el balcón, Julius Kronberg (1886)

Romeo y Julieta en el balcón, Julius Kronberg (1886)

La intensidad de Romeo y Julieta radica en el hecho de que, a diferencia de numerosas historias de amor, esta es una tragedia. Es un atisbo de lo que podría haber sido, pero que no fue. Es una historia que deja al espectador durante gran parte de la historia con sabor a gloria, pero de golpe y como por error en los acontecimientos, se la arrebata.

Los Montesco y los Capuleto. Dos familias muy poderosas que se encuentran enfrentadas desde antaño. La inocencia de un amor fuerte e inesquivable que encuentra su lugar para crecer en el terreno más hostil posible. Las escapadas en la noche. La esperanza de un día diferente. Esperanza. Este parece ser lo que mantiene al espectador prendido a la obra hasta conocer su trágico final, uno que la vuelve lamentable pero memorable. El hecho de que se nos apague una llama de esperanza que venía alimentándose desde el inicio del relato hace que quede impreso en nuestra mente de manera radical.

Parece que el amor a veces no basta. Que no podemos escapar de nuestras condiciones. Desde Titanic (1997) hasta una reciente A dos metros de ti (2019), seguimos cautivándonos por estos vínculos que parecen estar destinados al fracaso irremediable, porque aún así tenemos esperanza en que quizás podría haber solución.

Pero esta no es la única obra de Shakespeare que ofició como una suerte de piedra clave para lo que vendría. Era un adelantado para su época, y escribía con gran facilidad sobre temas de los cuales la sociedad apenas tenía consciencia. Parecía tener conocimientos sobre psicología mucho antes de que la disciplina existiera. Observaba al ser humano como desde un escalón más alto, entendiendo sus aciertos y sus fallos, sus tentaciones y sus deseos más oscuros. Luego de entenderlo, lo escribía, dejando registro de una comprensión humana que sigue sorprendiendo a los teóricos de la actualidad. Su capacidad de plantear la cuestión humana como tal no tenía precedentes, y fue capaz de describir al ser humano como apartándose, por un momento, de su propia condición de miembro de la especie.

No es casual que hoy sea recordado como el “inventor del ser humano”. No por nada Harold Bloom, un eminente crítico literario estadounidense que dedicó gran parte de su vida a estudiar a Shakespeare tituló, Shakespeare: La invención de lo humano (1998) a una de sus obras más consagradas. En esta obra, Bloom expone como el autor logra, como nunca antes, una dimensión humana y profunda en los personajes de sus obras. Logra captar la esencia humana y la traslada al papel.

Romeo y Julieta, P. Leroy (1880)

Romeo y Julieta, P. Leroy (1880)

Este efecto revelador lo logra a través de dos puntos clave: su trabajo con la duda humana, como un rasgo característico fundamental de la especie, y su traducción a los monólogos. En estos, los personajes son capaces de abrir su interioridad de manera llamativa a las palabras, y expresan sus conflictos; los dilemas a los que se enfrentan. Para Shakespeare, y para muchos de sus posteriores lectores, esto es lo que nos hace humanos. La posibilidad de la duda y lo que hacemos como consecuencia de esta. Los caminos que elegimos tomar para resolverla. El error y la solución. Reiniciar ese ciclo.

El caso de Romeo y Julieta no podría ser diferente. La historia parece cautivarnos de manera constante por el conflicto que se da entre la historia de amor efervescente que presenciamos, y la realidad de ambos personajes. El lugar de donde vienen y los juicios allí aprendidos. La duda parece invadir toda la obra, no solo por el hecho de no saber lo que puede terminar sucediendo, sino porque los personajes se encuentran atravesados por la duda de manera irremediable.

Se estima que la obra de Shakespeare fue llevada a la pantalla grande en más de cien ocasiones. El clásico amoroso parece ofrecer siempre una nueva manera de mirarlo, una nueva perspectiva de la cual grabar la misma historia. Romeo + Julieta (1996), de Baz Luhrmann, es una de las más populares. Protagonizada por un joven DiCaprio y Claire Danes, este ejemplo trae el relato renacentista a nuestros días, conservando el esquema más básico: dos jóvenes hijos de familias muy poderosas que se enamoran, contra la voluntad de su familia. La decisión de desarrollar la historia en la década de los noventa refuerza esta idea del clásico, del fenómeno universal. El conflicto no queda en su momento histórico, sino que al ser un dilema humano, se puede trasladar con facilidad a prácticamente cualquier momento histórico. En lugar de espadas, armas de fuego. En lugar de Verona, en Italia, una ciudad moderna pero ficticia llamada “Verona Beach”. La película sirve como ejemplo para reforzar esta misma idea. Aunque la fachada pueda cambiar, lo universal se puede seguir comunicando.

Pero más allá de cuestiones particulares de Romeo y Julieta, la fórmula infalible de este clásico y que se busca volver a retratar de manera infinita parece ser el amor imposible. Esos vínculos que parecen surgir de las entrañas y estar destinados a unificarse, pero que por condiciones externas se ven frustrados. La diferencia económica, las contradicciones religiosas, las diferencias de edad. Desencuentros temporales. Los triángulos amorosos, las terceras personas. Por alguna razón pareciera que el amor no nos basta en su plenitud. Necesitamos que no funcione. Ver imperfecto a lo perfecto. Buscarlo y reclamarlo sabiendo que no se nos va a otorgar, pero aún así morir, a veces literalmente, en el intento.

Romeo + Julieta (1996), Baz Luhrmann

Romeo + Julieta (1996), Baz Luhrmann

Podemos ver de manera repetida los esquemas que ofrece este clásico en numerosas obras de arte posteriores. Más allá de esta idea de lo romántico como trágico y la constante búsqueda de un clímax al que nunca se llega, aportó una serie de imágenes que hoy forman parte de la iconografía popular. El enamorado que se acerca por la noche al balcón de la doncella (uno que nunca se menciona en el clásico de Shakespeare) lo vimos en numerosas ocasiones, desde películas infantiles hasta historias desgarradoras. Escapar en la noche. Consumar un amor prohibido.

Esa fuerza incontrolable que encuentra su lugar, aún cuando todos los agentes externos parecen oponerse a su naturaleza. Porque para el crítico Bloom, Shakespeare va más allá. Inventa una nueva manera de entendernos a nosotros mismos como especie. Nuestra manera de entender el amor, los cánones, las relaciones de poder, la ira, la venganza, la naturaleza humana en su totalidad. Su capacidad para plasmarla en el lenguaje y generar personajes complejos pero transparentes hace que sigamos volviendo a sus escritos una y otra vez. Así, sus esquemas alimentan nuestro imaginario colectivo. Llevándonos a compartir concepciones sobre los temas más trascendentes de la vida a partir de sus propios paradigmas.

Por Catalina Zabala
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