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Contenido creado por Sofia Durand
Literatura
Astros y territorios

“Sobre esta tierra”: la novela que Lalo Barrubia “debía” escribir

La propia naturaleza cuenta la historia de otra mujer que vivió antes en el mismo lugar; el trabajo es dilucidar, y cavar.

15.01.2025 16:45

Lectura: 10'

2025-01-15T16:45:00-03:00
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Por Jimena Bulgarelli | @jimebulgarelli

A fines del pasado noviembre se presentó Sobre esta tierra, la última novela de Lalo Barrubia por Criatura Editora. Fue en el espacio de Escaramuza, con Mariana Figueroa en conversación con la autora y con el público. "Es una novela que se consultará en el futuro para entender nuestra época", dijo Figueroa. Todo culminó con una performance. Lalo con un pañuelo rojo atado en la cabeza, vestida con un enterito de jean del que colgaban herramientas; canta, canta o tararea un poema que ostenta abarcar la novela. La tierra, las herramientas, las manos, el sol; y estamos dentro, ya envueltos por la breve peregrinación que duró estaciones enteras.

Lalo Barrubia nació en Montevideo, en 1967, y desde el 2001 vive en Suecia, aunque alterna con Guazuvirá. Aun así, entre la costa uruguaya y el exilio sueco, sigue muy vinculada a Montevideo, al Uruguay, al Río de la Plata.

Escritora y artista de performance con merecida admiración, también lleva adelante su blog de poesías. Ha publicado libros de poesía como Suzuki 400 (1989), Tabaco (1999), y Borracha en las ciudades (2011). El libro de cuentos Ratas (2012), y novelas como Arena (2004), Pegame que me gusta (2009), y Los misterios dolorosos (2013). Además es licenciada en Trabajo Social, y trabaja en programas culturales para niños y jóvenes en la ciudad de Malmö, Suecia.

Barrubia puede ser ubicada dentro de la escena alternativa montevideana que apareció junto con la vuelta, o lenta apertura, a la democracia. Es de la generación de los que fueron jóvenes en la dictadura cívico–militar; la generación que tuvo sus primeros atrevimientos artísticos durante el contexto de un Uruguay regido por la censura. Fue, o es parte, de la llamada “cultura subterránea” de los ochenta, época marcada por la desesperanza mezclada con la ira punk, cuando era necesario y de orden existencial dar la espalda a las tradiciones. Esta época de exilio y falta de esperanza, son la grisura que se ilumina para ser la materia narrativa para Lalo. Esta característica de suspenso en el tiempo, exilio y desesperanza cotidiana que revitaliza y vuelve a caer se mantiene siempre y de manera irremediable en toda su narrativa, aunque no esté del todo visible y sea tan solo la sombra; de las sombras se trata.

El tema está en los personajes, la esencia se mantiene por el espíritu protagonista del ciudadano común, del proletariado con todas sus miserias cotidianas que cae como de una barranca, o la nada. Porque es la miseria avasalladora, el camino cuesta arriba, o la nada misma del silencio. Pero existe el aire fresco de la tardecita de verano, el fogón de la noche y el vino barato, las alegrías cotidianas que nos apartan de la mediocridad o que nos acercan. Los personajes que se presentan son de esta tierra: de este mundo y época, pero que representan, no lo marginal, sino lo próximo a ello, alteridades diversas caídas del sistema, voces de intereses fuera del orden. 

Se trata de una novela que comenzó como una performance y que, según la autora, debía escribir. La prosa de Lalo danza entre la austeridad y la poesía, o si se quiere es una austeridad poética de gran capacidad analítica.

Foto: Criatura Editora

Foto: Criatura Editora

Una mujer que se dirige a un pedazo de tierra elegido, o designado por el destino, se decide por construir con sus propias manos y cuerpo, y sin experiencia, su propia casa. La tierra escogida tiene historia propia, al igual que aquella mujer; así las historias se entrelazan, así la naturaleza causa milagros y estragos, y el pensamiento y la movilidad física quedan enganchados. La propia naturaleza cuenta la historia de otra mujer que vivió antes en la misma tierra; el trabajo es dilucidar, y cavar.

Sobre esta tierra es la introspección que nos acosa con sus preguntas insidiosas, con su imaginación inescapable en medio de las tareas físicas manuales, mecánicas y repetitivas. Es el pensamiento abarcando todo, mientras el cuerpo actúa autónomo y productivo. Es el pensamiento y la acción que cohesionan en un momento determinante de vuelo ciego y supervivencia, cuando  la cabeza te va a mil y el cuerpo no para.

Hay un miedo constante contra los avances tecnológicos, con la sistematización de las máquinas y con ello la sustitución del pensamiento y la memoria. Hay una necesidad de documentación, porque mientras el avance tecnológico ocurre “existe gente que hunde sus manos en la arena para clavar palos y levantar sobre ellos una casa, (...) gente que mata animales a cuchillo y gente que recoge uvas para tu vino hasta que las manos le quedan azules y llenas de pequeños tajos. No sé si la humanidad podría sobrevivir sin esa interacción con la cruda potencia de la naturaleza” (p. 33).

Es necesario pensar en estas cosas, tirada, mientras el amor por las herramientas mecánicas crece (porque es la herramienta y la fuerza física, el brazo que sostiene y dirige la motosierra), mientras el temor por la tecnología y el miedo a quedarnos sin elección crece. Es necesario pensar y hablar y escribir sobre estas cosas, así se deja registro sobre la época en la que vivimos, antes de que nos consuma en su —nuestra— totalidad la tecnología.

Cada párrafo culmina con un precioso ancla final, un ancla de reflexión arbolada que nos cuenta el movimiento físico que se pierde en el pensamiento. Hay que cortar alfajías de dos cuarenta y siete. Ocho hay que cortar. Las mutaciones del virus, la libertad definitiva que no será más que acomodarse a las circunstancias. Faltan tres. Estaremos para siempre en este casi ahora, cuarenta años quedan para levantarnos cada mañana. Cortes terminados.

La novela atraviesa todo el covid-19, desde el sentimiento de irrealidad y las máscaras, al final y comienzo de la recuperación del aire.

Existe esa sensación, mientras el libro transcurre, de ir construyendo la casa, y no sin sudor. El libro transcurre y nos construye la sensación de ser dueños de un rancho propio sobre esta tierra.

Hay juegos con el tiempo, no necesariamente con la temporalidad del relato colmado de recuerdos que se vuelcan por las rendijas del techo del rancho, pero si por la preocupación de la voz que nos habla, la preocupación del desánimo frente al tiempo inexistente, a la vez que se enfrenta a la eternidad: el desánimo y la des–esperanza de la eternidad, donde el tiempo es otro, el lugar es nunca.

Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

La narración se desarrolla en clave de una obsesión: la de la construcción de la casa con las propias manos. Todos los datos acumulados y el lenguaje adquirido se aparecen y encuentran conexión. Así, el pensamiento tiende a ir hacía atrás, y la obsesión actual empuja y tiende a ir hacía adelante: construcción. Pensamiento y obsesión–construcción se unen en esta luminosa novela de tierra y astros.

“ (...) empecé por aburrimiento y el espacio se extendió y se midió en pulgadas” (p. 39).

Y durante esta simbiosis existe el sentimiento de olvidarse de quien es uno, de ser en plural. De necesitar destruir el lenguaje pero necesitarlo, estar obligada a pensar en la estructura. La certeza de lo burdo del control, de lo singular. El trabajo es encontrar la gramática del caos, y cavar.

La construcción propiamente dicha del rancho se vuelve una construcción y desarrollo personal: "Por cada tabla que pongo soy una persona un poco mejor” (p. 45).  Y la suerte, la suerte tan poco conocida a la que mejor no buscarle trascendencia, sino apreciarla como “una alegría práctica y sencilla” (p. 50). Porque la guita es tiempo y el tiempo libertad.

Existe el caos, la existencia fuera del mundo, la sensación de provenir de un error y ser distante, la decisión de dejar que el mundo combata su propia existencia: la pandemia, aunque fuera el tiempo cuando transcurre la novela, jamás fue de suma importancia, pues la narración nos lleva por un camino secundario.

La romantización de la forma de vida que nos plantea sirve como escudo, porque no sabemos qué está bien, pero hay que vivir lo que miramos aunque nos estremezca la ignorancia, y los conocimientos hayan sido articulados por necesidad. La independencia se considera como otra forma de margen, donde los procesos se bloquean entre sí, y no hay finalización posible. La simbiosis aumenta, la necesidad de resolverlo todo geométricamente como en el trabajo se apodera, la mimetización con el trabajo que contradice el lenguaje. El precio del trabajo contra el propio cuerpo natural para volver a la naturaleza: este juego entre trabajo y cuerpo maneja una contradicción, una dialéctica del sí y del no que ya no sirve para explicarlo todo, una disconformidad constante. La estructura de la lengua no se acomoda a los acontecimientos de una vida al margen, la lengua no basta, los tiempos verbales se hacen inútiles.

El libro objeto encontrado en el terreno sirve como oráculo, como puente a otra vida que ocupaba el mismo terreno antes. Una voz que se cruza de manera permanente, no solo durante las actividades, sino también en el pensamiento, donde todo se mezcla. La mujer fantasma que podríamos ser todas, la resaca, la culpa, las visiones como un sueño esclarecedor, la escritura de una realidad que quema las manos. La soledad imposible, querer la soledad, la lejanía, y tener que aceptar al mundo, al hombre y a sus fantasmas: utilizar la naturaleza como barricada.

La construcción del rancho no se basa en la idea de un heroísmo ante el consumismo ecológico, es verlo posible y hacerlo sin ningún tinte de optimismo, porque es lo que se tiene.

Dos tablas, y el destino de la civilización. Cuatro tablas, y la imposición de la IA. Seis tablas, y la monotonía desquiciante de las fábricas. Ocho tablas, y las estructuras estáticas y su daño a lo humano. Diez tablas, y la necesidad de salvar a sus fantasmas de su pasado. Doce tablas, y la interacción de los árboles con los que interactuó el fantasma y ahora la protagonista. Catorce tablas, y bandas de sótano, encontrarse en Durazno y Convención, viajar a dedo. Más tablas, y superposiciones del tiempo. La decisión de sacarse el peso de querer ser alguien sin perspectivas ni ambiciones: porque todos las tenemos y no somos más éticos por no tenerlas.

Sobre esta tierra es la interpretación de una realidad desde el punto de vista de una marginada, es el paisaje común en el que nos hace sentir como turistas a la vez que nos reconocemos, es un texto de tierra y astros. Es la mezcla de las lecturas de Onetti y Quiroga, y lecturas actuales que nombra y mezcla, como Gonzalo Baz, Mariana Figueroa, Diego Recoba y José Arenas. Una mezcla solo lograda por el apetito y el placer del lector.

Personajes que surgen de la vida real, de un mundo donde las cosas se derrumban. La novela es una crónica de una realidad paralela sobre esta tierra, que puede ser aquí o del otro lado del mundo, así como Lalo vive, conservando la lengua natal, o mejor dicho el vocabulario, pero cultivando y enriqueciendo el lenguaje a la distancia, en una época en donde el contacto es permanente y la lengua se retroalimenta. Y el exilio, siempre el exilio, aunque aquí sea allá; aunque aquí sea el exilio, y casa sea al otro extremo geográfico, la construcción del hogar es aquí. Aquí: país de exilio místico espiritual. Un aquí tan lejano como reconocible, donde no hay certezas, pues la construcción es eterna.