Por Gerardo Carrasco
gcarrasco@m.uy
"Una vez se miraron y se entendieron dos hombres,
Los vi borrosos salir al camino, y callados,
Para explicarse a fierro; se midieron de muerte.
Uno quedó; era dulce la tarde, el tiempo claro".
Carlos Mastronardi, Conocimiento de la noche, 1937.
“En mi país somos duros”, prometía Alfredo Zitarrosa en su popular canción Adagio en mi país. Esa dureza, aguante —o resiliencia, por usar un neologismo a la moda—, bien podría ser una característica atávica y bien atornillada a nuestros genes.
Porque antes de que el Uruguay naciera como tal, esta Banda Oriental era un sitio dejado de la mano de Dios, un páramo sin oro ni plata para el ávido conquistador y al que tal vez —citando al criticado crítico Américo Castro— “el latido del imperio hispano llegaba ya sin brío”.
Por ello, nuestros más lejanos ancestros sobrevivieron en un territorio salvaje, donde la ley no existía o quedaba a trasmano. Un lugar donde la vida era muy dura y todo estaba por hacer, y en el que el honor y la existencia se defendían a punta de cuchillo.
En ese mundo ancho y ajeno, cerril y lleno de asechanzas, transcurre Un corazón de venganza, la primera novela de Daniel Marrero, quien —según confió a LatidoBeat— ya tiene otras obras listas para publicar.
Consultado acerca de la génesis de su novela debut, Marrero cuenta que todo comenzó con una imagen única, que se abrió paso en su mente y pidió ser narrada.
Surgió a raíz de la ilustración Pisando el poncho, del artista plástico uruguayo Enrique Castells Capurro, obra admirada por Marrero y que —cedida por la familia de su creador— ilustra la portada del libro.
“Ahí hay una pelea a facón, y me interesó saber cómo eran esas peleas de gauchos, luchas que se hunden en la historia, desde la esgrima en Italia o España, hasta los combates a cuchillo de compadritos y malevos ya en el siglo XX”.
Para Marrero, Castells logra “con pocos trazos plasmar imágenes de gran fuerza”, y en esa en particular “hay una puesta en escena de un duelo a facón”, dibujo que le inspiró la idea de “generar una situación que desembocara en una de esas peleas”, y que en un primer momento no ambicionaba a ir más lejos.
“Solemos pensar que nuestra historia arranca en el Grito de Asencio, en la Batalla de Las Piedras, y que para atrás no hay nada”.
“El resultado podría ser el habitual: muere el malo, gana el bueno y todos contentos. El asunto es que cuando empecé a escribir los personajes se transformaron. Algunos crecieron, otros se diluyeron un poco, y quedó una novela con un montón de aspectos que no estaban comprendidos en el relato lineal que había pensado un principio”, cuenta el autor.
Así, dentro de la mente del escritor la trama “se fue complejizando para bien, y le dio a la historia unos matices que me parece que son muy interesantes”, señala.
Acá cerca y hace tiempo
Una de las características marcantes de Un corazón de venganza es el protagonismo del escenario, que no se limita a ser un mero lienzo en el que se mueven los actores. El campo de Marrero no es colorista ni una pieza de folclore, sino un paisaje silvestre, solitario y hostil, muy difícil de reconocer en las amables praderas de hoy en día.
A la hora de hacer su elección de época, el escritor admite que hubo cambios respecto al proyecto original. “Mi pensamiento inicial era ambientar el relato en los años mil ochocientos y tantos, una época más conocida quizá para los lectores”. Sin embargo, luego decidió remontarse un poco más en el almanaque.
“Lamentablemente solemos pensar que nuestra historia arranca en el Grito de Asencio, en la Batalla de Las Piedras, y que para atrás no hay nada. Sin embargo, el basamento sobre el que se construye nuestra historia, y hasta el concepto mismo de orientalidad, es bastante anterior. Están los padres de la independencia, pero mi novela es la de los padres de esos padres”, cuenta. Por ello, la acción del relato —que abarca varios años— podría centrarse hacia 1780, “en una campaña donde empezaban a surgir pueblos nuevos, con poca gente, en un paisaje muy distinto al que vemos ahora”, explica.
“Yo soy de Montevideo, pero por suerte he podido recorrer bastante la campaña, y desde mi niñez hasta ahora he visto la evolución del campo en muchos sentidos: antes un eucaliptus podía ser la referencia de una casa, ahora los eucaliptus modificaron el paisaje”, ejemplifica. Con tales evoluciones “se acortó el horizonte, se acortaron las distancias, es un cambio que uno ve cuando sale al campo”, dice.
“La historia la escribí muy rápido, lo que más tiempo y trabajo me llevó fue ajustarla a la época, que todo fuera coherente: la vestimenta, los lugares, las proporciones”. Verbigracia, en la campaña de aquellos tiempos “había muy pocas mujeres, y eso generaba ciertas situaciones. Por ejemplo, cuando surgió Maldonado tenía 36 hombres, 19 mujeres y 22 muchachos”, cita.
“La parte de la ropa fue muy graciosa de trabajar. ¿De dónde sacás fotos de la moda del siglo XVIII en la Banda Oriental?”, bromea. Sin embargo, la información se obtuvo y “en el libro aparecen algunas peculiaridades de lo que se usaba”. Lo mismo sucede con ciertas costumbres mundanas de entonces. “Están los juegos de cartas, me puse a buscar cómo se jugaban”, refiere.
“Los códigos de la época eran los que les permitían tener el paisaje y la sociedad”, destaca Marrero, ya que vivían en un contexto donde no había ley. “El título es indicador de ello y da un poco de razón a la historia, porque entonces la Justicia solía tomarse en mano propia, y el sentido del honor era distinto al de hoy”, advierte.
“No había siquiera Ley de Duelos, pero había duelos sin ley, y si uno se descuida incluso hoy hay mucho gaucho que anda con el facón en la cintura y que, si se toma un par de virundelas, lo saca”, afirma.
“Creo que la historia, además de resultar entretenida, tiene en algún punto una veta educativa, en particular sobre lo que era la campaña oriental en el siglo XVIII”, considera.
La novela de Marrero “tiene distintas situaciones”, en las que se plasma, entre otras cosas “el tema de lo filial, de lo que eran esas familias pioneras, el desarraigo de gente que llegó desde otros lugares a la nada, a un lugar que era incluso impreciso en cuanto a sus límites y dimensiones”. Instalados en semejante finis terrae, esas personas “tienen que ver cómo desarrollarse, de qué vivir en medio de un montón de carencias”, situación que en ocasiones las lleva a “dedicarse a actividades non sanctas, pero necesarias para vivir en ese mundo”.
“No había siquiera Ley de Duelos, pero había duelos sin ley, y si uno se descuida incluso hoy hay mucho gaucho que anda con el facón en la cintura y que, si se toma un par de virundelas, lo saca”
Sin embargo, no todo era desazón. “También tenían posibilidades de prosperar. La forma de que la gente se asentara era regalarles su parcela y darles apoyo para construir, y en eso funcionaba mucho la solidaridad de grupo. Hoy uno piensa que esos desposeídos podían recibir, por ejemplo, diez hectáreas en Punta Ballena. Hoy sería toda una fortuna, pero entonces no era nada”, explica.
“Es la historia de Caín, que sigue matando a Abel”
El nudo de la acción urdida por Marrero transcurre en El Molle, una estancia situada en algún punto del este de la Banda Oriental, y en tiempos en los que tales establecimientos estaban muy espaciados unos de otros y equivalían a señoríos feudales sin rey al que responder.
Allí, sin entrar en spoilers —o destripes, como prefiere la RAE—, nace el enfrentamiento entre dos hermanos, Juan de Dios y Braulio, herederos de las tierras y la hacienda. Un relato tan antiguo como el episodio bíblico de Caín y Abel, pero a la vez diferente.
“Podría ser un Caín y Abel, pero con algunos ingredientes más”, concede risueño el autor, quien subraya ciertas diferencias. “No hay entre los hermanos un rencor acuñado a lo largo del tiempo”, sino más bien “una indiferencia de uno hacia otro”. Además —y evitando una vez más revelar el argumento— hay una mujer que juega un rol decisivo en la historia. Se trata de Fátima, quien enciende y mantiene viva la idea de la venganza que da nombre al libro, incluso cuando el personaje vengador no parece muy dispuesto a ajustar las cuentas.
También, y con Fátima de por medio, se desarrolla una historia de amor que —por el número de sus personajes y por el entorno— puede remitir al cuento La intrusa, de Jorge Luis Borges.
“Leí mucho a Borges en mi juventud, y sin duda en mi ‘disco duro’ esa información debe estar, pero no me basé en ella, al menos conscientemente, para mi novela”, asegura Marrero, y revela que el romance prohibido que se lee allí “surge de una situación real que yo conocí en el departamento de Cerro Largo” y que —quizá por la ya mencionada desproporción entre hombres y mujeres en el campo— “seguramente no sería tan extraña ni única”.
“Hay una historia de amor, hay un corazón y hay una venganza”, resume.
“Antes un eucaliptus podía ser la referencia de una casa, ahora los eucaliptus modificaron el paisaje”
Finalmente, sí se le puede adelantar al lector que, hacia el final de la obra, se encontrará con algunas vueltas de tuerca. Sin embargo, no hay nada de qué preocuparse: no se trata de ningún indeseable Deus ex machina, sino de recursos legítimos que añaden suspense a una historia en la que parecía no haberlo.
“Eso apareció durante la escritura, no fue pensado de antemano”, reconoce el autor. Sin embargo, esos recursos sirven para llevar al lector hasta “ese límite entre la justicia y la venganza” sobre el que se mueven los personajes.
Paseo animado
“Toda esta historia podría haberse desarrollado perfectamente en El Molle y sus inmediaciones. La idea de desplazar a los protagonistas por distintos lugares fue dejar claro que esa estancia no era Macondo, que no se trataba de un lugar solo perdido en la nada, sino que todo el resto [del país] también era así”, enfatiza.
Por esa razón, el protagonista de la historia hace un periplo que lo lleva hasta el incipiente Maldonado y también “a un lugar que no se dice cuál es, y que yo ubicaría cerca de la actual ciudad de Canelones” y, al igual que Aparicio Saravia más de un siglo después, “nunca llega a Montevideo, porque esa no era la idea”, sino “mostrar que había asentamientos que no llegaban siquiera a ser aldeas o pueblos, lugares sin nombre, pobladitos que se armaban alrededor de los fuertes militares y que en algunos casos fueron desplazados con toda su gente. Me pareció importante incluir eso”, expresa.
Así, en la novela de Marrero hay lugar para todos los elementos de la campaña: el gaucho, el milico, el hacendado, la china, el indio e incluso los animales: ganado indómito, jaguares peligrosos y el omnipresente caballo.
“Los que faltan deliberadamente son los personajes históricos. En esta narración, que desde el punto de vista global es menor e íntima, no tienen cabida”, concluye.
Por Gerardo Carrasco
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