Escribe Juan Gabriel López | @galopezjuan
Joy Division, New Order, A Something Ratio, Durutti Column, Happy Mondays, Northside y (brevemente) Orchestral Maneuvers in the Dark y James. Y, claro, The Haçienda, el boliche que dirigieron junto a New Order.
Factory Records, un sello discográfico independiente británico con sede en Manchester fundado en 1978 por Tony Wilson y Alan Erasmus. Donde trabajaban, además, el productor discográfico Martin Hannett y el diseñador gráfico Peter Saville, el equipo creativo detrás del sonido y la imagen tan particulares de las bandas que firmó el sello. Un sistema de catalogación con números de registro muy particular. Lanzamientos musicales, sí, pero también obras de arte, películas, seres vivos, la lápida de Wilson, un gato.
24 Hours Party People (2002) es una acabada presentación de la escena musical en Manchester durante la década de los 80 y 90, a través de la mirada del periodista, productor y mecenas, Tony Wilson (interpretado por Steve Coogan). Se centra, justamente, en la creación de Factory Records, cuando Rob Gretton, manager de Joy Division, también estaba asociado.
A lo largo del documental, aparecen los altibajos de esta empresa independiente, mezclados con momentos de la vida personal de Wilson, que se convierte en una figura clave en la escena cultural de Manchester. O de Madchester.
La película, dirigida por Michael Winterbottom, sucede en un tiempo y un lugar donde la música y la cultura se fusionaron para dar origen a un movimiento revolucionario. La marca indeleble que los de Madchester dejaron fue lograr que el reconocimiento y el renombre de la ciudad influyera a muchas generaciones del mundo occidental.
Acerca a los personajes que formaron parte de este movimiento, desde músicos y productores hasta managers y promotores. A través de entrevistas, imágenes de archivo y recreaciones, se ofrece una visión de la época, destacando la creatividad y la energía que caracterizó aquellos años.
Pero, más allá de la música, 24 Hours Party People también aborda cuestiones más profundas como la identidad cultural, la influencia de la industria musical y la relación entre el arte, la sociedad y la política. En este sentido, la película se convierte en un testimonio de una época marcada por la rebeldía y la búsqueda de la autenticidad.
Para 1979, el Reino Unido era un hervidero. Pobreza, caos social, revueltas campesinas y de obreros metalúrgicos. El desempleo y la inflación crecían al galope y los micro conflictos sociales ya no eran tan micro. La llegada al poder de la líder de la oposición por el Partido Conservador estuvo fogoneada por tensiones raciales y violencia en las calles.
Lejos de cumplir con su reconocida frase de asunción de 1979, “donde haya discordia, llevemos la armonía”, Margaret Thatcher como Primera Ministra (la primera mujer y la persona que más duró en ese cargo) acrecentó a través de sus liberales políticas made in Friedman, el racismo, la violencia, el desempleo y la pobreza. También, las actividades ilegales fueron en aumento, a la par del sistema financiero y del comercio exterior.
En aquellos años, la tensión social y la oscuridad en los suburbios de las principales ciudades británicas marcaban la primera plana de los medios. Desde el interior de esta realidad asfixiante, surgía el movimiento pospunk. El nuevo movimiento podía definirse como agresivo, pero sensible. Explosivo, pero contenido, casi implosivo desde las entrañas de sus músicos y de cada individuo en sus recitales, ya sin tanto desenfreno como en los Sex Pistols, o The Stooges, pero con una oscuridad renovada por nuevas realidades de un mundo en el que se empezaban a consumar las caídas de las grandes ideologías y los grandes relatos.
En ese contexto, llegó al poder Thatcher y llegaron, al mismo tiempo, a su máximo apogeo las bandas como The Cure en la ciudad de Crawley, Siouxsie And The Banshees de Londres y Joy Division, de Manchester. Esta última se convirtió en la máxima referencia del movimiento pospunk, una bisagra de lo que vendría, la new wave de Manchester que cambiará al mundo.
La importancia simbólica de Joy Division y la posterior influencia de la banda en la década de los 80 tiene un artífice del stars system británico. El rol de Tony Wilson desde su Factory Records es tan importante y condensa tantos hitos de la época que, en 2002 el director Michael Winterbottom, decide realizar una película sobre la vida de este personaje.
Conductor en la televisión local de la ciudad inglesa, cazatalentos musicales, productor y melómano, Wilson fue el arquitecto de la new wave británica y del sonido Madchester. The Haçienda, su club fundado en 1982, fue una de las salas de música más populares de la historia y allí se conformó el lugar donde la música y la sociedad cambiarían para siempre.
En 1978, y como previa a The Hacienda, Wilson fundó The Factory Club en la zona de fábricas abandonadas del gran Manchester. El lugar también sería un símbolo de un mundo que se inclinaba cada vez más a las finanzas y menos a los talleres y las grandes fábricas. Ese mismo año, los Joy Division (antes se llamaban Warsaw) firmaron un contrato con Tony, poniendo la estampa de su nombre con sangre.
Con el productor, los Joy Division lograron un éxito rotundo y atrajeron la atención de los sellos más importantes, pero los músicos decidieron mantener su vínculo con la Factory Records para tener libertad en las composiciones. Además, la influencia del productor musical Martin Hannet (definido por Wilson como la única persona exitosa en todo el documental), resultó crucial para que el sonido de las bandas que pasaban por The Factory fuera algo único en la historia de la música.
Sin embargo, la banda emblema del sello dejaría de existir trágicamente en 1980 porque Ian Curtis, su vocalista, se suicidó días antes de partir de gira a Estados Unidos. Los problemas de depresión y epilepsia de Curtis, sus excesos, la carta suicida a la pareja que lo abandonó, las letras sobre problemas existenciales y sus sonidos oscuros, hicieron de Joy Division la fiel representación de una época negra para la población urbana y obrera del Reino Unido, época en la que comenzaba a resultar imposible pensar en formas alternativas de vivir… como mercancías.
El suicidio de Curtis marcó a fuego a los jóvenes de Manchester. Factory Club cerró y Wilson decidió fundar el club The Haçienda en 1982. Consciente de que algo nuevo estaba en marcha en los garajes ingleses, el productor comenzó a fijar su atención en nuevas sonoridades.
Los primeros en llamar la atención de Wilson fueron Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris, aquellos viejos conocidos, ex integrantes y sobrevivientes de Joy Division. Sumando a la tecladista Gillian Gilbert, esposa de Morris, formaron rápidamente la banda New Order. El sonido de New Order fue la mezcla entre explosión pospunk y pop electrónico, desafiando los límites de todo lo escrito musicalmente hasta el momento y batiendo récords de ventas para un sello independiente como Factory.
Los sintetizadores de Kraftwerk y la experimentación del krautrock (todo alemán) completaron un collage sonoro que dio lugar a una nueva forma de bailar, de escuchar y de enfrentar la realidad. Los integrantes de New Order lo hicieron de nuevo y se convirtieron en la banda más influyente y exitosa de su época
Si bien el nombre new wave es un invento de la industria para generar mejores ventas (despegándose de la anárquica y agotada estética punk rock), describe también la realidad de la música en todo Occidente: comerciales o independientes, más ruidosas o más sensibles, más analógicas o más electrónicas, las bandas de la new wave contenían como principales características una aparente despolitización, una relevancia superlativa en la estética y el diseño, un mosaico de géneros, heterogeneidad rítmica, letras teñidas de intelectualismo y problemas existenciales.
24 Hours Party People comienza su segunda parte con la aparición de dos jóvenes en una azotea. Estos son la representación de Shawn Ryder y Bez, posteriores miembros de Happy Mondays, la banda más drogadicta que supo dar Manchester (el primero sería fundador, el segundo quedaría inmortalizado en sus bailes arribas del escenario).
El acto que sigue en la película sucedió en la vida real: los dos personajes alimentan a miles de palomas con comida envenenada provocando una escena dantesca y surrealista en toda la ciudad. El espíritu lúdico y bizarro de la banda que firmaría con el sello de Wilson quedó fielmente representado en este peculiar momento y fue tapa de todos los periódicos locales por el caos que generaron miles de palomas muertas cayendo en el asfalto de Manchester.
El año de la estampa fue 1982, año en el que la sociedad británica se incineraba en conflictos internos y raciales, y la pobreza y la inflación parecían imparables. Sin embargo, la decreciente popularidad de Thatcher tomaría aire e impulso en el ámbito donde el Reino Unido siempre se sintió cómodo: la guerra.
Esta vez fue la victoria en Malvinas lo que comenzó a forjarle a la Primera Ministra el mote de Dama de Hierro. A las elecciones del 83, la oposición llegó dividida y los sindicatos tan reducidos como el rol estatal. Fue paliza para los conservadores, con un margen del 40% sobre el segundo partido.
Además, por aquellos años se daba un radical cambio en la industria musical: en 1981 surgía en Estados Unidos el canal MTV, dedicado originalmente a pasar videos musicales. El impulso al videoclip y a una nueva forma de stars system, no tendría igual.
Así se configuraban los ánimos del devenir británico. La alineación en materia de política con los estadounidenses y la emisión monetaria extrema como herramientas para detener el caos económico y social devinieron en que la sociedad en su conjunto (pero en mayor medida, los jóvenes) buscaran escapes más o menos transitorios a esa realidad que los agobiaba.
Más que rebelarse ante la clase política y proclamar alguna especie de lucha como sus antecesores, la generación new wave se preocupó esencialmente por divertirse, vestirse cómodamente y sentir nuevas formas de placer. En una sociedad dormida por tantos golpes y donde no parecía haber escapatoria de un sistema que todo lo metabolizaba en su favor, la música bailable parecía ser la puerta de entrada a un escape fugaz y sin tiempo.
Manchester, un barrio gigante lleno de esas puertas.
Si el punk le dio la furia al pospunk, que luego se la dio al new wave de Manchester, este último gran género recibió del house los ritmos sintéticos que necesitaba para hacer de la postura new wave una impostura inquieta, casi espasmódica, introspectiva y libre. Es decir, el punk devino en una nueva forma de baile y el house y las guitarras eléctricas se mezclaron.
Los primeros DJs de house tocaban en clubes gays de Chicago. El house era reproducido a partir de las innovadoras tecnologías de sintetizadores y teclados, en premezclas y loops. El objetivo de quienes asistían a esas veladas era el de divertirse con aceptación y sin tabúes, ni prejuicios. Sin embargo, la pequeña masa que iba a estos clubes pertenecía a clases sociales relativamente acomodadas de la ciudad de Chicago y lo hacía, en general, en el más absoluto de los secretos.
El elitismo para sobrevivir de estos clubes pasó en el verano de 1980 a expandirse por el viejo continente. La puerta de entrada fue Ibiza, lugar de veraneo de miles de turistas a principio de los 80 (y, quizás, el lugar más emblemático para un veraneo con todos los condimentos del neoliberalismo en auge). La experiencia playera de los oriundos de países fríos como ingleses y alemanes era tan innovadora que volvían urgente a sus tierras a contar la novedad. Parte de las buenas nuevas eran los DJs norteamericanos contratados por los clubes de playa en la balnearia isla, que pinchaban música para bailar en trance.
Los clubes de Berlín, París, Londres y Manchester recibieron con brazos abiertos a los nuevos estilos y fue esta última la ciudad que más se destacó por la cantidad y la calidad de las fiestas. ¿El lugar donde se daban las mejores? The Haçienda de Tony Wilson, claro.
24 Hours Party People es un viaje al corazón de una comunidad creativa y apasionada que desafió las normas establecidas y dejó una huella imborrable en la historia de la música británica. Un homenaje a un movimiento único que trascendió fronteras y generaciones, y que sigue resonando en la cultura contemporánea.
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