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Contenido creado por Agustina Lombardi
Cine
Un oasis en este desierto

76º Festival de Cannes: “Los colonos”, la importancia del punto de vista

La película chilena se estrenó en la sección Un Certain Regard y ganó el premio de la crítica. Una entrevista a su director.

01.06.2023 18:20

Lectura: 12'

2023-06-01T18:20:00-03:00
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Por Nicolás Medina
nicomedav

No hay que menospreciar el poder que tiene el cine para plasmar, de una forma digerible, una realidad determinada a veces cargada de un fuerte componente sociopolítico. Es entonces esperable que, a través de las películas, se intenten explotar las posibilidades que tiene el arte de integrarse como parte de la cultura y del individuo o de su capacidad de abarcar distintas audiencias y de expandir el alcance de distintos temas, para hacer una declaración ideológica.

El problema surge cuando el cine, con todas las posibilidades y recursos narrativos que presenta, es reducido al concepto de herramienta. Y si hacemos un paneo general sobre el cine contemporáneo, salta a la vista la falta de capacidad de muchos autores por priorizar la historia, los personajes y el tema a tratar, al perderse en un desierto de discursos atados a la agenda política del momento.

“Los colonos”, de Felipe Gálvez. Foto: Quijote Films

“Los colonos”, de Felipe Gálvez. Foto: Quijote Films

Un wéstern latinoamericano

Afortunadamente, Los colonos, del director chileno Felipe Gálvez, es un oasis en este desierto. Porque logra ser, primero, una película extremadamente consciente de su forma, de su dispositivo fílmico y de lo que busca provocar con su relato, a pesar de su fuerte carga sociopolítica, que termina por reivindicar un conflicto inherente en la historia latinoamericana y totalmente pasado por alto en la filmografía regional.

La historia de Los colonos nos ubica en la frontera de Chile y Argentina. José Menéndez ha comprado un gran terreno que comprende la frontera de la Patagonia chilena y argentina, pero para hacer uso de este debe deshacerse de los indígenas que la habitan. Ahí es donde entran los principales personajes de la película, que se construye como un western. El escocés MacLennan (Mark Stanley), Bill (Benjamin Westfall) y un mestizo oriundo de la zona, Segundo (Camilo Arancibia), quienes conforman a este trío funcional y disfuncional a la vez.

Minimalismo intrincado

A simple vista, Los colonos recurre a una propuesta minimalista en cuanto a su puesta en escena. Hay una gran cantidad de planos generales de establecimiento de locaciones, planos de larga duración donde el tiempo diegético se iguala al tiempo de relato y nos hace presenciar las secuencias de acciones en tiempo real, y hace que estas se sientan bastante aisladas, dado que no se recurre a un montaje que corte sobre la acción para cambiar de valor de plano, sino que en muchos casos se nos muestra todo desde una misma posición, de inicio a fin.

Pero lejos de tratarse de una puesta en escena insípida, estos momentos hacen que la película nos permita recorrer la totalidad del cuadro para entender qué es lo que realmente está sucediendo, cuáles son los personajes involucrados en cada escena, qué es lo que sucede, y nos recuerda constantemente que los personajes se encuentran en un territorio hostil y que, tarde o temprano, este entorno abandonará su carácter indiferente ante esta presencia extranjera. De esta manera, esta propuesta minimalista se luce también en su diseño de producción y su dirección de arte, que junto a las decisiones arriesgadas pero funcionales de Gálvez, nos hacen contemplar cada cuadro como si se tratase de una pintura de época que nos invita a detenernos en los detalles.

A medida que el relato avanza, se identifican diferentes capítulos que no buscan fragmentar la historia sino hacer que el espectador tome una postura determinada frente a los personajes. Es en este momento donde la película se vuelve un western y no simplemente otro drama de época. Y no solo porque esté adornada con toda la parafernalia típica de un western, sino por cómo el viaje de sus personajes, sus relaciones, el aislamiento y la figura de la autoridad y los supuestos héroes de moral cuestionable nos hacen entrar en este mundo.

Uno de los capítulos más interesantes es probablemente el segundo, donde luego de la presentación de Segundo y el escocés MacLennan estos llegan a la República Argentina y conocen a Bill y sus hombres. En este capítulo, Gálvez cambia momentáneamente el tono de la película, dejando entrar el humor, en una fantástica secuencia donde ambos bandos organizan una suerte de olimpíadas para pasar el tedio de los campamentos solitarios y no obstante alerta a la presencia de indígenas rebeldes.

En esta secuencia, el director chileno se las ingenia para dejarnos en claro cuál es su objetivo y darle valor al punto de vista de cada personaje, y como nosotros —como espectadores— nos relacionamos, empatizamos, o tomamos partido por uno u otro. Y, mientras tanto, el guion deja que se cuelen algunas frases que nos recuerdan a algunos de los conflictos más importantes de la película, de la historia latinoamericana y, por qué no, de la historia de los conflictos bélicos en general: “Nada bueno surge de militares aburridos”.

Este interés de Gálvez por jugar con los diferentes puntos de vista y con la relación del espectador con los personajes, y con la inminente llegada de la violencia más explícita en el último acto es algo que ya manejó previamente en su cortometraje Rapaz. El corto contaba en pocos minutos un arresto ciudadano a un presunto ladrón en las calles de Chile.

“Los colonos”, de Felipe Gálvez. Foto: Quijote Films

“Los colonos”, de Felipe Gálvez. Foto: Quijote Films

Hay muchas decisiones acertadas de dirección en Los colonos que la hacen digna del galardón recibido, y la hacen jugar un rol importante en la selección de la 76º edición del Festival de Cannes. En un océano de denuncias y discursos políticos e ideológicos que resultaban prácticamente la única lectura posible sobre muchas películas; la ganadora del premio Fipresci de Un Certain Regard se una a otras pocas como The Zone of Interest, de Jonathan Glazer (que retrata el horror de la Segunda Guerra Mundial solo mediante el uso del sonido y del fuera de campo), o la iraní Terrestrial Verses, de Ali Asgari y Alireza Khatami (donde en diferentes capítulos vemos a personajes variados interactuar con una autoridad en fuera de campo en las situaciones más absurdas posibles desde una mirada occidental, pero más complejas dentro de su realidad).

Para profundizar sobre la visión de su director y conocer más detalles de la película, desde LatidoBEAT entrevistamos en mesa redonda en Cannes a Felipe Gálvez.

Felipe Gálvez.

Felipe Gálvez.

Hay una tendencia del cine actual por hablar sobre la colonización, pero intentar hacerlo desde un lugar distinto. ¿Esto es una moda? ¿Hacia dónde vamos con esa revisión histórica?

Podría llamarse moda, cada año el Festival de Cannes se centra en determinadas temáticas, a veces son zombis, a veces otras cosas. Me parece que el que haya una tendencia a revisar la historia y hablar del colonialismo es más importante que hablar de zombis. Sobre todo cuando se trata de un género que creó el cine —el western—. Me parece importante que directores como Scorsese (en su nueva película Killers of the Flower Moon) y los grandes estudios, que son los que promovieron este tipo de películas y las transformaron en un mecanismo de propaganda, empiecen a hacer una revisión sobre la historia y sobre lo que probablemente fue el genocidio más grande la historia del siglo XX, el que se encargó de matar a todos los indígenas en todo el continente. Una historia que, tanto en el caso de mi película, en Chile, como en el resto del continente, desde América del Sur hasta América del Norte, es una historia oculta y borrada. Y el cine ha tenido un rol protagónico en borrar o desestimar esta historia. El que empiecen a existir estas películas, y más si vienen de directores de renombre como Martin Scorsese, permiten que estas críticas sean más masivas y lleguen a más lugares.

¿Considerás que la película es didáctica en algún sentido?

Bajo ningún punto de vista, porque yo no tengo nada que enseñar. Porque como historia no hay nada de verdad en mi película. Y si fuera didáctica, yo estaría enseñando mentiras, lo cual sería peligroso. Eso quizás es lo que hacen los documentales, pretenden presentar la realidad, y mi película no hace eso. Mi película es una ficción que trata de ser no realista con la imagen, con el vestuario, que trata de ser un artificio. Porque yo creo que el cine es una máquina de distorsionar la realidad, no de representarla.

Pero más allá de que no intente ser un retrato realista, a nivel de producción tenés un gran despliegue de época que no se trata generalmente en la filmografía latinoamericana, ¿cómo fue enfrentarse a esto?

Fue difícil, fue un proceso muy largo. Chile es un país en el que es muy difícil hacer cine. Es un país que tiene la suerte de tener nombres de muchos grandes directores en los últimos años, es cierto. Pero creo que es un mérito de los directores y no del país, que básicamente no nos da fondos para hacer películas. Demoré nueve años en hacer esta película y Chile fue el último país del mundo en darme fondos, y terminó siendo un socio minoritario en la película. Y eso nos condiciona como chilenos al momento de hacer películas. Tenemos mucho miedo cuando hacemos cine porque existe la posibilidad de nunca volver a hacerlo, porque te lo ganas por suerte y no por mérito. Y yo creo que estas temáticas empiezan a ser importantes porque son originales, porque uno intenta salirse de las plataformas. Las plataformas nos van haciendo cada vez más difícil el contar historias. Entonces, a los que nos interesa buscar originalidad tenemos que ir al pasado, a lugares más ocultos, o incluso al futuro. Tenemos que encontrar nuevos lugares de los cuales hablar.

¿Cuáles son tus expectativas de la película en Chile?

Espero que abra algún tipo de debate. Siento que hay interés por este tema. Al no existir libros, o directamente no ser parte de nuestra historia, hay interés por saber más. Y hay una gran discusión y una gran controversia al respecto. En Argentina, el pueblo Selk’nam es considerado vivo; en Chile es considerado extinto. Entonces los familiares de los Selk’nam están discutiendo para que puedan ser asumidos y declarados como un pueblo vivo y no como uno extinto. Al mismo tiempo, si tú vas a Chile, los Selk’nam son la imagen del país. Te puedes comprar un muñeco o un helado de ellos, o comprarte ropa de su pueblo. Y eso es muy violento, porque se transforma la imagen de un pueblo que fue asesinado en la imagen de tu país porque son cool.

Lo que sería la apropiación cultural…

Exacto. Una apropiación cultural que ni siquiera se preocupa por hacer una declaración o asumir que hicimos un genocidio. Tenemos un presidente en este momento que es de la región, esta historia es de su región. Así que tiene la posibilidad de hacer una corrección, o de reaccionar y tener en cuenta los 120 años de violencia constante con este pueblo.

¿Dónde estuvo el génesis de la película, de tu interés por hacerla?

En mi familia tengo personas que fueron exiliadas, torturadas o fueron presas en la dictadura. Y me crie escuchando historias y teniendo pesadillas terribles. Siempre quise hacer una película sobre la dictadura pero nunca tuve la distancia suficiente para no polarizarme. Pero cuando encontré esta historia, encontré en paralelo una analogía y sentí que podía tomar una distancia que me era más interesante para asumir un conflicto que, en esencia, para mí es similar. Y lo que me interesa cuando abordo esos conflictos es situarme en un espacio que no tome posición. Mi sensación sobre el cine de dictadura es que, si tú hablas de las víctimas, la gente que está a favor va a decir “esto es mentira”, entonces no genera discusión. Genera memoria, pero no discusión. Para mí era interesante ponerme en distintos puntos de vista y que sea el espectador el que se tiene que acomodar. Obligarlo a tomar una decisión. Pero la película no sale como una propaganda, genera una conversación ambigua y genera dudas. Eso es lo que me interesa.

Esta película, al igual que tu corto anterior, Rapaz, habla mucho sobre la violencia y las relaciones de poder. ¿Son temas que te interesa seguir tratando?

La idea es seguir en el mismo camino. De películas corales, con muchos personajes, con otras páginas borradas de la historia de Chile. Películas que sucedan en el pasado. Lo que tiene Rapaz de Los colonos y viceversa es esta idea de muchos puntos de vista y de que tú, como espectador, tengas que ver qué partido tomar. A mí me interesa hacer ese tipo de películas, pararme en un lugar extraño en el medio de un conflicto y encontrar ese lugar que pueda generar preguntas y cambiar percepciones. Chile es un país muy polarizado. No le vas a cambiar la opinión a un pinochetista extremo, ni tampoco a una persona que sufrió la violencia de la dictadura. Pero en el medio de esa polarización hay preguntas que te generan conflictos.

“Rapaz”, de Felipe Galvéz. Foto: Quijote Films

“Rapaz”, de Felipe Galvéz. Foto: Quijote Films

Coproducida entre Chile, Argentina, Reino Unido, Taiwán, Francia, Dinamarca, Suecia y Alemania, y producida por Quijote Films, Los colonos se llevó el pasado 27 de mayo el premio de la crítica (Fipresci) como mejor película de la competencia Un Certain Regard.

“Los colonos”, de Felipe Gálvez. Foto: Quijote Films

“Los colonos”, de Felipe Gálvez. Foto: Quijote Films

Por Nicolás Medina
nicomedav