Por Jimena Bulgarelli | @jimebulgarelli
Cualquier tiempo pasado fue mejor, donde lo bello ya fue hecho y deshecho. Ya glorificamos la decadencia, por lo que ahora vivimos en un deterioro puro y constante. Ultraviolence, el tercer disco de estudio de Lana del Rey, que fue lanzado un 13 de junio, hace exactamente diez años, es una aterciopelada violencia. Es entregarse a una decadencia de mirada nostálgica al pasado.
La magia de Hollywood se impregna en la voz de Lana del Rey. La vuelve increíblemente glamourosa. Fascinada por los años cincuenta, Billie Holiday, Marilyn Monroe y Frank Sinatra. Mítica, lujo y ostentación suenan a algo tan refrescante como antiguo. Lana retoma una estética de la edad de oro, y la metamorfosea con su propia realidad, remeras blancas y jeans azules.
Desde sus comienzos como Lana del Rey, como artista, sus videos musicales caseros tuvieron siempre un aire retro. La voz tímida y esa orquestación leve, marcaron lo que sería la industria pop norteamericana femenina de las siguientes décadas.
Al salir su disco Born to Die (2012), la crítica más dura comentaba que el hechizo se había roto. El disco sería retocado, con aire de hip hop, y sobrecargado. Retocado para obtener éxito y dinero. Pero, realmente, la línea musical ya estaba marcada. Una de las principales razones por las que comenzó a ser visible antes de su debut con un álbum, fue su increíble capacidad de hacer converger pasado con presente. Una poesía más moderna y canto hablado.
Sus primeros conciertos en vivo, también fuertemente criticados, son en realidad el reflejo de una voz que se quiebra frente a la exposición. Más que “cantar bien”, sus primeros conciertos eran la oportunidad de ver una sensibilidad vulnerable con sus entonaciones rebuscadas y gestos melancólicos. Defender esos conciertos significa defender un recital íntimo y sincero. En 2014, al volver con Ultraviolence, la dramatización orquestal y barroca perdió centralidad para que su voz fuera el eje principal. Su voz más madura irrumpió con cantos almidonados y glamourosos, como el nado de un cisne.
La convergencia entre pasado y actualidad no terminó ahí. Si bien no es fue notoria como en su primer álbum, la actualidad sigue presente. No tanto en la instrumentación, ni en sus entonaciones, sino en su lírica. Su escritura aúna maravillosamente esa lírica clásica con la lírica de corte más moderno.
Los sencillos que pertenecen a la primera parte del disco, como "Ultraviolence", "Shades Of Cool", y "Brooklyn Baby", muestran un lado más actual, pero aún clásico. Mientras que en la segunda parte más calma y melódica, con "Old Money" y "The Other Woman", Lana del Rey es indudablemente clásica y glamourosa, siguiendo la estética hollywoodense de las estrellas de oro.
Su voz va entre el susurro y el lamento, pero también hacía un canto angelical, de encanto sensual y refinado. Al retocar el disco, logró un eco mágico.
Este compilado de canciones son un ejemplo significativo de un sentimiento universal, la
nostalgia por algo que no llegamos a vivir. La interminable insatisfacción de vivir en una época cristalizada en la nada.
Sus canciones desmoronan y conectan con un valor perdido
en nuestra época, el de la tristeza melancólica que desemboca en una profunda visión.
Es que este álbum marca definitivamente su futuro musical. Esta oscuridad es conducida hacia una luminosidad que toma distintas direcciones en sus álbumes posteriores. Desde su siguiente disco Honeymoon (2015), hasta el último Did You Know That There's A Tunnel Under Ocean Blvd (2023), esta´ en un juego constante entre luz y sombra, vida y muerte, tristeza y apreciación hacia la vida. Tras diez años, ha transitado por un camino de reaprendizaje en el que, incluso, la muerte se volvió ya no un deseo, sino un final inescapable en el que vida, muerte, amor y sexo se conjugan.
"Ultraviolencia", un término introducido por Anthony Burgess en su novela La naranja mecánica (1962), pero popularizado en la adaptación cinematográfica de Stanley Kubrick. Lana se ha declarado seguidora de sus películas, mencionando también la adaptación Lolita (1962).
En su álbum hay una transportación a los sesenta y setenta, por sus tonos agudos y referencias a psicodélicos. En abril de 2014, dos meses antes del lanzamiento de Ultraviolence, Lana le dijo a Radio que estaba “inspirada en los Eagles y The Beach Boys”, mientras que su “mente y raíces estaban en el jazz”
Para producir el disco, se unió con el vocalista de The Black Keys, Dan Auerbach, quien escribió el bonus track “Flordia Kilos”, siendo esta canción la más alegre de todo el álbum. Profundizó en sus tonos agudos, se rodeó de guitarras eléctricas pesadas al estilo garage, e influencias del jazz.
Abrió con “Cruel World”, donde explota la potencia de su voz, que se contradice levemente con las imágenes amenazantes que describe. Pistola y bourbon en mano.
Las tres canciones que siguen forman un grupo, todas ya habían salido en sencillo. “West coast” es como un reggae blues y rock suave con frases latinas y sonido retro sucio de los noventa con una sensación de peligro constante. “Shades of Cool” es más bien una balada sombría y cinematográfica. En este punto, ya deducimos que el término que da nombre a su tercer álbum de estudio, va dirigido a las relaciones amorosas, pero también tiene que ver con el manifiesto y defensa de una forma de vida liberal y rápida correspondiente a los años psicodélicos. Y esto queda completamente plasmado al comenzar “Ultraviolence”, sencillo que le da nombre al disco y que, con ritmos pegajosos, nos describe una violencia referente a la canción de The Crystals, “He Hit Me (It Felt Like a Kiss)” de 1962. Allí compara las sirenas de la patrulla con violines orquestales, convergiendo en un mundo interior un sentimiento único producido por dos situaciones contradictorias.
“Brooklyn Baby”, su cuarto sencillo, lo iba a trabajar con Lou Reed, pero murió justo el día que ella llego´ a Nueva York, así que la escribió con su novio Barrie O’ Neill , vocalista de Kassidy. Igualmente, homenajeo´ a Reed en esta misma canción, en título, ya que él nació en Brooklyn, y en letra: “And my boyfriend’s in the band / He plays guitar while I sing Lou Reed [...] Yeah my boyfriend’s really cool / But he’s not as cool as me / `Cause I’m a Brooklyn baby”.
“Fucked My Way Up to the Top” significa, en cierta medida, su actitud ante los juicios. A pesar de ser fuertemente criticada, su estilo ha sido reconocido por el público como una marca referencial para las artistas femeninas contemporáneas.
Las siguientes tres canciones, “Money Power Glory”, “Old Money”, y “Young and Beautiful” hablan del dinero de una manera extraña. De una manera ambiciosa y, quizás, último recurso para encontrar la felicidad. Desarrolla su forma sofocada de cantar las palabras, irreal, al igual que los conceptos de juventud, belleza y amor. Aunque la última canción mencionada no pertenece al álbum y fue escrita e interpretada para la película The Great Gatsby (2013), los temas son comparables. Son de la misma época y se especula que es la primera parte de “Old Money”.
La mujer amante y la tristeza se condensan en “Sad Girl”, “Pretty When You Cry”, y el cover “The Other Woman” de Nina Simone. Trilogía que representa lo más criticado de Lana, por su constante autodesprecio, feminidad frágil y eterna tristeza que no coincide con el feminismo masculinizado de la época. Son típicas canciones de femme fatale muy bien logradas, llenas de agonía de los sesentas de Nancy Sinatra al estilo “Bang Bang (My Baby Shot Me Down)”.
Finalmente se escuchan los bonus tracks con la mencionada “Florida Kilos”, “Black Beauty”, “Guns and Roses” y “ Is This Happiness”. En “Guns and Roses” se pone repetitiva con una balada sencilla donde encuentra lugar y sonido para glorificar Axl Rose, con quien salió en 2012. Antes de ser reconocida, Lana del Rey (Elizabeth Grant) escribió “Axl Rose Husband”, formándose un personaje a lo Marianne Faithfull y femme fatale.
Lana Del Rey explota su personalidad, se convierte a partir de este álbum en una Nancy Sinatra del siglo XXI, colocando la tristeza en un pedestal para embellecerla, al igual que su obsesión con la cultura estadounidense del pasado.
Es un latido fúnebre, un disco producido a sus 27 años como la redención de que aún está aquí, desamparada. Efectos que convergen y llegan a un canto de ensueño. Lírica fúnebre y voz angelical se unen para crear una pieza nostálgica, digna ser llamada la heredera de Cohen.
Hace calor al escuchar el disco, una especie de duermevela. Todo es alumbrado por
luces blancas de TV, y la voz comienza a desgranarse magnífica. Arreglos de cuerda, voz
operística y rasgada, sonidos ahogados. La violencia de la que habla es lo cotidiano, el
derrumbe de la man~ana, el llegar de la noche aproximándose abismal. Hay extraños cruces
cinematográficos entre Kubrick, Tarantino y Bond. Un espacio en blanco y negro suspendido
en el tiempo, que hace ecos ahogados en agua salada y se aleja del barroquismo inicial para sumergirse en una oscuridad de Polaroid, como su portada tomada por Neil Krug que muestra
a Lana con el rostro en blanco, de pie delante a un auto y vestida con una camiseta blanca.
La inclusión de un auto en la portada, como en sus cuatro primeros discos, vincula a la experiencia beatnik americana, como dice Mariana Enríquez en Página 12, con reminiscencias cinematográficas a lo Corazón Salvaje de David Lynch. Un "on the road" (desde Kerouac hasta las road movies) que va de la necesidad de vivir en el camino y sin raíces. Como Krug le dijo a Complex: “La portada necesitaba sentirse como el último cuadro de una película de Polanski de los años 60, donde la audiencia ha sido debidamente traumatizada, y esto es lo último que ven antes de que aparezcan los créditos”. Un trabajo atmosférico para ser escuchado en su totalidad, como una película protagonizada por una mujer de sensualidad tortuosa y malditismo, ejerciendo la feminidad clásica como arma estética y, por qué no, ideológica.
Lana del Rey estudió metafísica cuando empezó a cantar en barsitos por el an~o 2006. La experiencia desintegradora que encarna es más real y sincera que nunca, porque lo que realmente le interesa es el deseo carnal y metafísico individual.
La mítica de Lana del Rey es la autenticidad de una sinceridad no censurada por el miedo, que no utiliza una bandera ya inscrita en el sistema de un empoderamiento masivo despersonalizado.
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