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Commendatori

A 25 años de Los Soprano: el antes y después del paradigma del entretenimiento

El 10 de enero de 1999, salió al aire en HBO el piloto de Los Soprano y cambió de manera permanente la televisión.

15.02.2024 18:32

Lectura: 6'

2024-02-15T18:32:00-03:00
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Por Sofía Durand Fernández
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Un mafioso que, a raíz de un ataque de pánico, comienza a visitar a una terapeuta. Con el diario del lunes, una sociedad que aboga por la salud mental puede leerlo como un logline menos absurdo que hace 25 años. En ese entonces, ese mismo logline podría haber sido la primera parte de la construcción de una serie completamente diferente.  

En 1998, se estrenaban Dawson's Creek en The WB, That 70's Show en FOX y Will & Grace en CBS. También se estrenaba la quinta temporada de Friends. Series como Seinfeld y La Niñera eran consideradas un éxito rotundo. El formato de sitcom continuó siendo fructífero hasta hace muy poco. Actualmente, las series mencionadas siguen viéndose, incluso se transmiten en sus respectivos canales de televisión y están disponibles en las plataformas de streaming.  

Pero faltaba un tipo de contenido audiovisual. Uno que, años después, pasaría de ser la excepción para convertirse en la norma. Interpretar a un personaje en una serie no tenía el mismo prestigio que ahora. Como tampoco lo tenían dirigir o guionar en la pantalla chica. David Chase (1945) lo tenía claro. “La televisión en ese momento, con pocas excepciones, era tan irreal, tan inhumana. Los anuncios eran mejores que los programas”, dijo Chase este año, en una entrevista a El País de España.  

—Siento que llegué al final, y lo mejor ya terminó.  
—Muchos norteamericanos se sienten así.

Así comenzaba Tony Soprano, en el primer episodio de Los Soprano (1999), a contarle a la Doctora Melfi lo que le ocurría. Agregando que, si bien su padre no había logrado tanto como él, poseía valores que hoy en día eran inexistentes. Un diálogo similar a aquel “Yo creo en América”, con el que comienza El Padrino I (1972).

La representación de la mafia en el mundo audiovisual no era algo nuevo. De la trilogía de El Padrino, de Francis Ford Coppola hasta el Tony Montana del director Brian De Palma en Scarface (1983). Personajes solemnes, que podían ser tan calculadores como temperamentales, dependiendo la situación. El canon de una masculinidad que aún no era tan cuestionada. 

El factor determinante, lo que probablemente causó que más de un televidente se haya inclinado sobre la pantalla, es la entrada de los patos canadienses en la piscina del protagonista. Lo inesperado, algo que se rebela contra lo establecido. Tony le había dicho a su terapeuta que era un consultor gerencial de desechos, pero todos sabíamos que era un mafioso. Un mafioso que, tras tirarse a su piscina a observar a los patos, entraba a la casa como un niño y abría un libro de aves.  

Puede que sea por eso que, cuando Chase presento el guion a cadenas de televisión abierta, fue rechazado. “Lo que no les gustaba nada era el hecho de que tuviera problemas de ansiedad y tomara antidepresivos. No les importaba si mataba a gente, pero no les gustaba que mostrara debilidad", afirmó el director. 

Por si fuera poco, el tono de las seis temporadas queda determinado una vez que Melfi le pregunta si se siente deprimido y él le contesta, “desde que los patos se fueron”. Lo simbólico, lo humorístico y lo absurdo se juntaron para dar la pauta de lo que iba a ser, de ahí en más, la serie.  

El vínculo de Tony con su madre, inspirado en el de David Chase con la suya, que genera risa, confusión, y hasta rabia. La inconformidad de Carmela, su esposa, que claramente es infeliz, pero para los parámetros italoamericanos, no es válido divorciarse. Los tintes "hamleteanos" en la relación que mantiene con su tío. 

 El camino que recorren sus hijos, sobre todo AJ, para darse cuenta que sí, que su padre no es quien creen que es. De hecho, “College” (1999), uno de los episodios que profundiza en esto, es considerado uno de los mejores de la serie.  

Un elemento destacable es el camino terapéutico preciso que realiza Tony Soprano. La negación, en un principio, la rabia cuando le dicen algo que no le gusta —aunque no deje de ser verdad—, hasta la proyección freudiana que desarrolla con su terapeuta. Es imposible que el espectador, por momentos, no se sienta identificado con Tony Soprano.  

Aunque las muertes y la violencia sobren, aunque el estilo de vida diste del usual, aunque en numerosas ocasiones pueda tener un comportamiento repudiable. El off the record del mafioso es lo que atrapa y se mantiene latente. Las ocurrencias de Christopher Moltisanti, como cuando decide que quiere ser guionista en el medio de una emboscada, la visita de Paulie Gualtieri a Nápoles —"Commendatori"— y el alivio cómico que representa Silvio Dante son memorables.  

En términos técnicos, los planos sirven para denotar y comunicar de manera significativa, tiene un buen uso del soundtrack, la intro se merece un capítulo aparte y cuenta con un guion ingenioso. Un ejemplo de lo último se puede ver en “Denial, Anger, Acceptance” (1999), cuando mantiene un intercambio con Ariel, un judío ortodoxo al que está extorsionando. “¿Y los romanos? ¿Dónde están ahora?”, le preguntaba Ariel a Tony. “Los estas mirando, imbécil", le responde.  

Si hay que ponerlo en términos matemáticos, Los Soprano es el resultado de una sumatoria. Una cadena de televisión con ganas de darle un giro a la industria, y una persona que quería hacer cine, pero ante la imposibilidad de llevarlo a cabo, necesitaba vivir de algo. Un punto de inflexión en la forma de contar historias a través de la pantalla chica.  

Personajes con una complejidad tridimensional, tramas con una continuidad extensa, la generación del hábito de no darle todo servido en bandeja al espectador. Silencios, símbolos, subtextos. La sutileza del buen cine transferida a la televisión. Si hace unos años podíamos darnos el gusto de seguir con fascinación Breaking Bad (2008), y hace unos meses impactarnos de manera colectiva y comentarlo en Twitter con Succession (2018) —pasará mucha agua bajo el puente antes de que los domingos vuelvan a tener sentido—, es gracias a Los Soprano. 

Por Sofía Durand Fernández
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