Por Gerónimo Pose | @geronimo.pose
Para entender cómo aterriza un artista que tenía su rumbo marcado como un cantautor de baladas y que parecía que iba a terminar su vida detrás de un piano, en un disco como Rain Dogs (1985), compuesto por tantas disonancias y tan alejado de lo que venía haciendo, habría que detenerse brevemente e ilustrar un poco ese camino.
Nació en la parte de atrás de un taxi, en el estacionamiento del hospital Murphy en Whittier, California. El mismo lugar en el que nació el expresidente Nixon.
Su infancia en ese lugar no fue nada fácil. En una entrevista de 1976 contó que lo primero que tuvo que hacer fue pagarle al taxista 1.85 dólares, bajarse y ponerse a buscar trabajo. Lo único que encontró fue un trabajo como ayudante de parto, pero rápidamente lo echaron y así surgió su desencanto por las tareas precariamente remuneradas. A los 10 años se mudó a San Diego. Gracias a que su padre era profesor de español, pasó los siguientes años yendo y viniendo a Pomona, North Hollywood, La Verne, Salt Lake, lugares metropolitanos que rodeaban Los Ángeles.
Siempre se reía en la iglesia y en los funerales. No había nada que le diera más gracia que reírse en situaciones en las cuales no era lo apropiado. En el liceo le gustaba ir a los bailes. Tocaba la guitarra rítmica y cantaba en una banda llamada The Systems.
Sin embargo, abandonó los estudios y se dedicó a trabajar en restaurantes como mozo y bartender. Manejó camiones de reparto, fue bombero por un corto periodo de tiempo, trabajó en una estación de servicio, en una joyería y como cocinero.
Sus apariciones en el programa del recientemente retirado David Letterman, un host conocido por su carisma y dureza, son muy recordadas. La primera fue en 1983 para la presentación de su disco Swordfishtrombones, un disco bisagra y que marcó particularmente un cambio drástico hacia el rumbo al que Waits apuntaba. Un disco al que describe no solo como música de cañerías, sino también como producto de las entradas de diario de una exótica odisea. Dentro del mismo existe "Frank Wild’s Years", que es una historia sobre un hombre , en este caso Frank , el cual se asentaba de una vez por todas en el valle.
Colgaba sus años salvajes en un hilo que manejaba por la frente de su esposa. Quizá por el resentimiento de tener que abandonar esos años de lujuria. Vendía muebles usados por San Fernando, manejaba un pequeño sedán y asumió un préstamo de 30 mil dólares para comprar una casa de dos habitaciones. Su mujer hacía buenos bloody marys y estaba en silencio la mayor parte del tiempo. Tenía un chihuahua ciego que se llamaba Carlos. Frank, luego, cansado del perro, puso 40 dólares de nafta en el auto y se fue al norte.
El primer encuentro cayó en el mes de diciembre, cuando la imagen de presentación era un cigarrillo recién prendido, gracias a la ayuda de una caja de cerillas que en su dorso decía: "Late Night With David Letterman’’. Estas apariciones, que se caracterizaban por los intercambios humorísticos y elocuentes, se arrastran hasta el 2015 y son fácilmente ubicables en las telarañas del internet.
Para ese entonces, Waits se había forjado una imagen pública fácilmente reconocible, en la cual el humo y los acordes arpegiados de un órgano eran su cortina de terciopelo. La postura torcida, el traje desaliñado, la barba de tres días y, por supuesto, el cigarro entre los dedos. La voz cansada, áspera y como de alambre de púas, el ingenio y la poca seriedad, fueron elementos que realzaron su figura de cantante de cabaret antes del disco que habla de espadas, pescados y trombones, cuando se sentaba en solitario frente al piano y declaraba que el que había estado bebiendo era el piano y no él.
Llegó a Nueva York con su esposa y sus hijas. Fue una ciudad que participó activamente en la configuración de su sonido. Desde la ventana de su casa podía escuchar distintos ritmos de distintas culturas. Una ciudad que le resultaba infinita y que le obligaba a experimentar situaciones surrealistas cada vez que pisaba alguna de sus calles. La imagen de un Mercedes-Benz de 50 mil dólares siendo bañado por sangre y del cual sale un travesti con un anillo de dos dólares le hacían salirse de su eje, como las discotecas dentro de las iglesias y fumar bajo un techo de vitrales. Creía que todo aquel movimiento era estimulante para su creatividad artística. El bombardeo de información y el acaudalado flujo de personas le resultaban atractivos para su nervio óptico. Buscaba tomar todo aquello que sucedía ante él pero sin formar parte tampoco, como quién busca la expansión creativa sosteniendo una bomba.
Rain Dogs (1985) forma parte de una trilogía que nació con Swordfishtrombones. Le siguió Rain Dogs y Franks Wild Year’s (1987). En esta línea temporal, Waits dirigió sus intenciones en la experimentación del sonido. Quiso sacarse de encima esa imagen de borracho arrastrado que dormía en pubs y fumaba todo el tiempo, como cuenta en una entrevista de 1979 en el Shryock Auditorium.
Encerrado en la parte baja de Manhattan elucubró personajes y sus correspondientes historias. Salía solo para grabar los sonidos que le interesaban, y su intención era la de retratar, a su manera, el vaivén de una ciudad que estaba en continuo movimiento hacia ningún lugar. En esta trilogía, y más precisamente en Rain Dogs, Waits se aleja de la noche y la neblina y decide retratar la locura, poner el ojo y encontrar belleza en lo más border. Se amparó en el uso de la percusión y en la ayuda de su guitarrista Marc Ribot, el cual cuenta que las instrucciones que el muchacho de California le daba antes de tocar eran algo así como: "Tocá como si estuvieras en el bar mitzvah de un enano’’.
El plantel de grabación lo completó Larry Taylor en el bajo, Greg Cohen en el contrabajo, Michael Blair en la percusión, Stephen Hodges en la batería y Ralph Carney en el saxofón. Tuvo sus invitados de lujo, por supuesto, como John Lurie, miembro de la icónica banda The Lounge Lizards y con quién compartió rol protagónico en la película Down By Law (1986), de Jim Jarmusch. También Chris Spedding, Tony Levin, entre otros. Si bien en la portada pareciera figurar el mismo Tom, en realidad es una foto tomada por el fotógrafo sueco Anders Petersen a una pareja en un café en Hamburgo.
Utilizó banjos, acordeones, marimbas, armonios, trompetas africanas, entre otros instrumentos que distaban de su sonido original. Se había acostumbrado a tocar ciertos instrumentos y, por ende, no encontraba una salida en las teclas negras y blancas del piano, ni en las seis cuerdas de acero. Fue entonces que decidió continuar buceando hacia otros lugares. Redescubrir su espíritu en instrumentos que muchas veces armaba él mismo.
Influenciado por Bukowski, Waits contaba historias dentro de sus canciones y fuera de ellas. Discos como Nighthawks At The Diner (1975) tienen introducciones a las canciones. Grabado con un público en vivo, Waits aprovechaba los intervalos y las improvisaciones musicales del contrabajo, su guitarra, un piano y la batería para hacer, en un caso específico, introducciones emocionales del clima. Esto es algo que hizo a lo largo de su carrera a partir de ese disco. Previamente, en el debut Closing Time (1973) y The Heart Of Saturday Night (1974), abundan las baladas y las canciones con estructuras clásicas de versos y estribillos.
Otro de los invitados fue Keith Richards, con quién milagrosamente pudo grabar la canción "Blind Love". En una entrevista en la que fue consultado sobre cómo era grabar con Keith, Waits declaró que algo se terminaba. Que podías no terminar la canción, pero sí la botella. A su vez, Kief también grabó guitarras en la canción "Big Black Mariah". Volvió a estar en las listas de éxito con "Downtown Train", que luego volvió a popularizarse gracias a la versión de Rod Stewart, en 1990. El choque de culturas, del cual siempre decía que podía escuchar desde su ventana, se refleja en "Jockey Full Of Bourbon", una acelerada interpretación de salsa con una guitarra con un chorus mezclado con un flanger. Otra, por supuesto, es "Tango Till They’re Sore", y ni hablar de "Cemetery Polka".
"Diamonds & Gold" es una especie de vals con pinceladas de una guitarra eléctrica, en el cual Kathleen figura como principal letrista.
Nadie en 1985 estaba haciendo lo que Waits buscaba llevar a cabo con Rain Dogs. Se adentraba en canciones épicas alemanas que moldearon sus maneras de composición, al igual que La ópera de los tres centavos. Mientras, lo que reinaba era más bien el post-punk, el synth-pop y todo lo que el criterio de cada uno pueda incluir en el ultrajado termino new- wave.
Inaugura entonces un nuevo mundo para él. Ya no era aquella figura oscura, sino que se disfrazaba para la ocasión. Siempre fue un showman, pero ahora podía serlo aún más, vestido de rojo e incluso maquillado. Esta imagen de clown que fluctúa utilizando diferentes voces, diferentes tonos y poses.
Canciones de cabaret, polkas, folk y góspel son parte del disco. Gracias a esa variedad de géneros, Waits pudo teatralizar sus apariciones públicas (conciertos y entrevistas), utilizando su voz como instrumento monstruoso. Algo que, por supuesto, no se alcanzaba a notar en sus dos primeros discos. En Small Change (1976), la balada de Tom Traubert, nos permite conocer esa faceta. Es entonces que podemos diferenciar esta etapa al comienzo de su carrera, la de la poesía inteligente, de las historias tristes sobre personajes derrotados y narradas en ubicaciones reconocibles (para la población estadounidense, por supuesto). En Rain Dogs las historias crecen hasta acariciar otras alturas. Los personajes empiezan a ser más dinámicos, a adquirir otras tonalidades, y los bares parecen historia pasada.
Baladas como "Hang Down Your Head" y "Time" mantienen en ellas la esencia melancólica del cantante de California. Comprimen en ellas varios elementos particulares de sus anteriores discos y se elevan de entre las otras composiciones, más disonantes, como buscando seguir respirando. Como si fueran parte de un recuerdo o partieran de una habilidad nostálgica ya bien conocida por Waits. Esta versatilidad, representada en las 19 canciones, compone una travesía en la cual los cementerios, el tiempo y los trenes de medianoche esperan al igual que la luna amarilla, quién golpeó la noche brillando como una moneda recién lustrada.
Un caos hermoso que aterrizó cuando Waits ya llevaba 10 años de carrera. 10 años grabando canciones para hacer su álbum más visceral y el billete de oro para todos los que vinieron después como Mule Variations (1999), Bone Machine (1992) o Blood Money (2002), discos que no hubieran existido si Waits no hubiera redescubierto su propio espíritu y hubiera decidido, finalmente, morir solo detrás de un piano.
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