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Música
El niño que cantó

Abel Pintos: “Tuve miedo a la soledad que implica la imposibilidad de compartir”

El argentino vuelve a Uruguay en el marco del festival America Rockstars, compartiendo grilla con artistas como Lali, Coti y Tiago PZK.

14.11.2023 13:23

Lectura: 9'

2023-11-14T13:23:00-03:00
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Por Federica Bordaberry

Una persona que va a ver un clásico, sea del arte que sea, hace esto: saca una entrada, se viste, se emprolija, va hasta el lugar del espectáculo, se sienta, lo mira, se va. Hace todo eso ya habiéndolo visto, ya sabiendo el final.

Con Abel Pintos sucede eso.

Muchísimas de las personas que van a verlo ya saben todas sus canciones, ya lo vieron tocar, ya lo vieron en la televisión, en la radio y en los diarios. Es uno de esos artistas que no tienen grieta en Argentina. Es querido. Allá, en Uruguay y en muchas otras partes del mundo.

A su público le dice familia. A uno de sus discos en vivo le puso La familia festeja fuerte, como guiño al uso de hashtags para sus conciertos. Un chiste interno con miles de personas.

El cariño parte de que, aunque haya nacido en 1984 y tenga solamente 39 años, la trayectoria de Pintos en la música es largo. No son solamente los premios que ha ganado, la cantidad de discos que ha sacado, sino que toca desde los 11 años. Hace música, entonces, hace casi tres décadas.

Un niño que comenzó su carrera queriendo cantar, y solo cantar. Que pasaba el día entero cantando. Que buscaba lugares dónde cantar. Que se crio musicalmente de la mano de León Gieco, un artista que, además, le “enseñó a pescar, no dar el pescado”.

Y, más adelante, un adolescente de 17 años que hoy recuerda al recientemente fallecido Ricardo Iorio, cuando Almafuerte hizo un concierto en Baradero a beneficio de la familia de Rubén Patagonia, que había tenido un accidente. Lo invitaron a tocar con Ariel, su hermano, y los pusieron antes de Almafuerte. Se vio, entonces, cantando “Ojos de cielo” frente a miles de metaleros.

Ese mismo cantante que fue parte del jurado de Got Talent Argentina junto al uruguayo Emir Abdul, que dice que parte del origen de su familia está en Canelones, cuyo último disco se llama El amor en mi vida, en honor a su familia, volverá a cantar en Uruguay después de su gira, a casi un año de su última visita por el interior del país y un Antel Arena lleno.

Vuelve a Montevideo y tocará en el Festival America Rockstars 2023 el día 26 de noviembre, en la rambla del Golf. En medio de una grilla que hace un recorrido generacional, con artistas que van desde Lali, Tiago PZK, Coti.

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Sos de Bahía Blanca, te casaste en Cañuelas y vivís en Chaco, ¿cómo aporta todo eso a tu género musical principal? 

En realidad, responde a una vida dentro de la música. Desde niño, siento a muchas ciudades como ciudades propias porque las visité durante muchos años. Fui estableciendo relación con muchas ciudades. Bahía Blanca es la ciudad en la que nací, y va a ser siempre mi ciudad de raíz, pero de alguna forma hay muchas otras ciudades de la Argentina que también siento como mi casa, porque me han hecho sentir de esa manera durante muchos años. Entonces, esto de nacer en una ciudad, casarme en otra, vivir en otra, trabajar en otra, es natural para mí.

Sentirse en casa está vinculado a lo geográfico, pero también sucede con personas. ¿A ti te pasa eso?

Sí. Siempre dije que mi casa está donde están mi gente y mis cosas. Entonces, hay ciertos objetos que yo traslado a todas partes que son mi casa, y hay ciertas personas que están constantemente conmigo y que son mi punto más elevado de intimidad. Esas personas son mi casa, son las que me hacen sentir en casa. 

¿Ejemplo tanto de cosa como de persona?

Mis libros y mi guitarra están conmigo, o mi equipo de mate por ejemplo, también. Son las mismas cosas que yo uso. O sea, el equipo de mate que uso en la gira es el equipo de mate que uso en casa. En definitiva, es un compañero. Pasa lo mismo con mis libros y con mi guitarra. En cuanto a personas, lógicamente mi mujer, mis hijos, mis padres, mis hermanos, amigos. Mis socios, que son, antes que mis socios, mi familia también. Son muy presentes. Esas personas son mi hogar. 

¿Qué libros llevás contigo?

Siempre llevo una copia de Mi planta de naranja lima porque es mi libro fundamental. Aunque no lo lea todo el tiempo, tengo mi copia que llevé durante estos 28 años. Es como un amuleto, prácticamente, para mí. Luego, el libro con el que esté en el momento. 

¿Por qué Mi planta de naranja lima?

Fue el libro con el que entré al mundo de la literatura. Es un libro que ha sabido conmoverme y movilizarme a lo largo de mi vida entera y en las distintas etapas, pero lo leí teniendo 12 años y fue verdaderamente muy liberador y muy conmovedor para mí, siendo niño. Se convirtió, literalmente, en un amigo para mí. Mi mejor amigo, probablemente.

Hay mucha gente que dice que cada vez que se lee El Principito se le encuentran significados nuevos. ¿A ti te pasa eso?

Sí. Yo pienso que, en reglas generales, acaso la literatura está viva porque estamos vivos nosotros y nosotros cambiamos. Por tanto, cambia la lectura, literalmente, como cambia la lectura de la vida y la lectura de las situaciones cotidianas. A lo largo de las distintas etapas. Para mí es sano y muy interesante revisar libros que a uno lo hayan marcado, especialmente en distintas etapas de la vida. 

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Uno va cambiando a lo largo de su vida, ¿qué conservas del Abel de toda la vida?

La pasión por la música, pero traducida en la música como herramienta de comunicación fundamental para mí. De niño tenía alguna dificultad, no para hablar porque era bastante extrovertido, pero sí a la hora de conceptualizar verbalmente ciertas emociones. A lo largo de mi vida aprendí a comunicarme. Me volví mucho más elocuente. La literatura me dio muchas herramientas en ese sentido. Sigo sintiendo que en tres minutos de canción puedo ser bastante más certero a la hora de comunicar mis emociones que en varias horas de conversación.

Estás relacionado al folclore, pero también hay canciones tuyas muy escuchadas que son con La Oreja de Van Gogh, algo de cumbia con los Ángeles Azules, Los Palmeras, Francisca Valenzuela, ¿te queda cómodo salir de lo tuyo?

Nunca sentí salir de lo mío. Lo mío es estar en la música. Es un ejemplo parecido a lo que hablábamos al comienzo, al respecto de las ciudades. El folclore argentino y sudamericano, o latinoamericano, es mi ciudad de origen. Son mis raíces. Nunca me voy a ir de allí, por tanto, nunca tengo que regresar. Pero los géneros de música son como colores para mí. Colores que elijo combinar en distintos momentos y de distintas maneras para seguir, metafóricamente, pintando la obra de mi trayectoria, que espero dure mi vida entera y sea un poco la bitácora de mi paso por esta tierra.

Tenés una voz muy particular, con un tono muy tuyo, ¿encontraste alguna voz similar?

He escuchado a muchos cantantes que han sabido sacarme muy bien y que, de hecho, trabajan de hacerme tributo, conciertos tributo míos. Me honra y me resulta muy simpático. Siento, en cierto punto, conmovedor. Me parece que la voz de cada quien no tiene que ver con una cuestión de frecuencias sonoras, sino más bien de frecuencias energéticas, de ondas energéticas. Creo que la voz de cada quien identifica por una cuestión más vibracional que sónica, de alguna forma. Entonces, en ese sentido, yo creo que cada uno de nosotros tiene una voz única e irremplazable, porque lo que transmitimos y cómo lo transmitimos es único e irrepetible.

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

Yo escuchaba canciones en mi infancia, por ejemplo con mi padre, y las tengo grabadas en la memoria. Si te pido una canción de tu infancia, ¿cuál me dirías?

“Zamba para olvidarte”, de Daniel Toro. Vos mencionaste a tu papá, yo la cantaba con mi papá y fue la primera canción que aprendí a cantar. Y “Cuando ya me empiece a quedar solo”, de Charly García, que la escuché en la versión de Mercedes Sosa cuando yo era muy chico. Y fue la primera vez que una canción me movilizó tanto internamente que me encontré llorando sin entender muy bien las razones. Hoy entiendo. Hoy sospecho qué me pudo haber hecho llorar. Pero, en definitiva, yo era un niño y no sabía ni si quiera que uno podía llorar por emoción. Yo tenía relacionado el llanto con el dolor, hasta ese momento. Únicamente, exclusivamente, con el dolor. Esa canción me marcó mucho porque me hizo saber que la música, a lo largo de mi vida, me iba a hacer llorar muchas veces y no únicamente por tristeza.

¿Cuál es la razón por la que te emocionó tanto esa primera canción? ¿O cuál es tu sospecha?

Durante muchos años le tuve mucho miedo a la soledad. Tengo el recuerdo desde muy niño de gustar mucho de compartir las cosas. Un poco una filosofía de vida. Para mí las tristezas compartidas pesan menos y las alegrías compartidas valen doble. Es importante para mí compartir, desde muy niño lo sentí así. Entonces, durante muchos años, le tuve miedo a la soledad respecto a la imposibilidad de compartir. No así a la soledad como aprender a vivir a convivir con uno mismo. Esa soledad sí la aprecio, la valoro y la he trabajado mucho. Pero creo que siendo niño, sin razonar todas estas cosas, la imagen de un hombre llegando al fin de sus días y estando absolutamente solo en toda la simbología de soledad que utiliza Charly en la letra de esa canción, evidentemente, me provocaba una tristeza profunda. 

Por Federica Bordaberry