Documento sin título
Contenido creado por Manuel Serra
Historias
Entre neumas y neumáticos

Adrian Sutil, el piloto alemán e hijo de la música que puso a Uruguay en la Fórmula 1

Según Enzo Ferrari, el ruido del motor es la mejor música. Eso interpretó en 128 GP el hijo del violinista uruguayo y la pianista alemana.

08.07.2022 15:19

Lectura: 10'

2022-07-08T15:19:00-03:00
Compartir en

Por Sebastián Chittadini

Quienes han estado alguna vez en una carrera de Fórmula 1 le dan la razón a Ferrari, ícono del motor y fundador de la marca de autos deportivos más famosa del mundo. Para esas personas y para sus oídos, el sonido de los motores es –sin exagerar– casi como una refinada pieza musical de características celestiales.

Así lo entendió Adrian Sutil -nacido en Starnberg (Alemania) el 11 de enero de 1983- en cada vuelta recorrida en una carrera que duró siete temporadas en la Fórmula 1, en la que superó con creces el centenar de Grandes Premios (128) con escuderías como Spyker, Sauber y Force India (lo que lo posicionó en el noveno lugar del ranking histórico de más GP corridos sin haber obtenido victorias).

En su trayectoria por la principal categoría del automovilismo internacional, lo más destacado fue un segundo lugar en la parrilla de salida del GP de Italia en 2009 y un cuarto lugar en esa misma carrera, seguido de los quintos puestos obtenidos en Malasia 2010 y Mónaco 2013. En la temporada 2011 quedó en la novena posición del campeonato mundial -con un sexto puesto en el GP de Brasil incluido-; por detrás de Sebastian Vettel, Jenson Button, Mark Webber, Fernando Alonso, Lewis Hamilton, Felipe Massa, Nico Rosberg y Michael Schumacher.

Un volantazo a la herencia familiar

Pero no siempre la música de los motores fue la que cautivó a Adrian, a quien todo parecía conducir hacia formas musicales más tradicionales, concretamente las que se hacen con instrumentos. Todo se remonta hasta 1968, cuando gracias a una beca de perfeccionamiento otorgada por el gobierno alemán, el violinista uruguayo Jorge Sutil viajó para estudiar y terminó cuajando una brillante carrera de 30 años tocando en la Filarmónica de Munich. En su nuevo país conoció a Monika, una pianista alemana con la que formó una familia a la que transmitió –además del amor por la música- su nacionalidad. Entre ellos, uno que también haría carrera, literalmente.

La ciudad de Starnberg, ubicada a 23 kilómetros de Munich y con una población de unos 25.000 habitantes, es conocida por haber sido el lugar de fallecimiento de la cineasta Leni Riefenstahl y por ser donde reside el filósofo Jürgen Habermas. También por ser el lugar de nacimiento de Adrian Sutil, quien por lógica influencia de sus padres músicos empezó a aprender piano a los cuatro años y a los doce ya daba conciertos frente a públicos numerosos. En su vida no importaba nada más que la música, su futuro parecía estar entre partituras y clases diarias de piano. Hasta que su vida dio un giro más brusco que las curvas del circuito de Montecarlo.

A los 13 años, el talento para la música perdió la batalla contra la falta de paciencia y Adrian dejó de seguir los pasos de su madre en el piano. En ese momento y por sugerencia de su hermano Martin, empezó a prestarle atención al karting, ya que quería algo más excitante. Beethoven y Bach no pudieron hacer nada, la música para Adrian provenía del rugir de los motores y el chirrido de los escapes. Un año después, a los 14, inició un camino que a los 16 ya lo tenía como un piloto profesional, a los 17 le permitió competir a nivel internacional y a los 19 lo vio arrasar en la Swiss Formula Ford de 2002, donde ganó las 12 carreras del campeonato y las 12 pole positions. Perfeccionista y profesional, Adrian Sutil alcanzaría el subcampeonato en la Fórmula 3 Euroseries en 2005, detrás de un tal Lewis Hamilton. Alguna vez, el padre de Hamilton le confesó a Jorge Sutil que Adrian era el rival que más le había costado a Lewis en su carrera.

Al principio, Jorge y Monika se sintieron decepcionados con el paso de su hijo al automovilismo, porque creían que sería el continuador de la tradición musical de la familia. Sin embargo, Jorge se convirtió en un fanático de las carreras, siguiendo a su hijo por todos lados y financiando el sueño de ser piloto con su trabajo como violinista. Monika, pese al orgullo por la nueva carrera del hijo al que veía como pianista, nunca lo vio correr en vivo. 

Adrian junto a Jorge Sutil, su padre uruguayo, Foto: motorsport.com

Adrian junto a Jorge Sutil, su padre uruguayo, Foto: motorsport.com

La omnipresente aplicación de la física

Como la ciencia exacta que permite estudiar la materia, la energía, el tiempo y el espacio; la física está en todo y siempre funciona, seamos o no conscientes de ello. Es por eso que podemos establecer algunos paralelismos entre los instrumentos musicales y un auto de Fórmula 1, entre los padres y el hijo, entre lo que sea.

Constructores y luthiers saben lo que tienen que hacer para que sus creaciones funcionen adecuadamente, de la misma forma que los pilotos y los músicos interpretan lo que deben recorrer o interpretar, sea un circuito o una melodía, porque tanto los Grandes Premios como los conciertos requieren altos niveles de preparación y competencia.

Tan así es la relación, que podemos ver el paralelismo entre el sistema de notación musical utilizado entre los siglos IX y XII, llamado notación neumática, consistente en una serie de signos gráficos que se escribían por encima de un texto y representaban uno o varios sonidos. Esos signos, cuyo significado etimológico es “espíritu, soplo o respiración”, se llaman neumas. Se representan en forma de bolitas esféricas, tan redondas como redondos son los neumáticos de la F1.

Y, así como entre el piano de la madre y el auto del hijo existe una coincidencia innegable que es que los dos tienen pedales, no se puede dejar de lado que la carrera en cuatro ruedas de Adrian Sutil fue financiada e impulsada en sus comienzos por las cuatro cuerdas del violín que tocaba Jorge Sutil. Con la misma velocidad que el hijo se movía en las pistas, el padre movía sus dedos para tocar más y ser el sponsor que aportaría los 70.000 euros que costó la primera temporada en la Fórmula Ford. Mancomunados, igual que el padre y el hijo, el violín y el auto vivieron del vértigo y las emociones, cada uno haciendo música a su manera.

Pensando en la física; los dos dependen mucho de la aerodinámica y deben evitar tanto los choques como los rompimientos de cuerdas. Ya lo dicen los ingenieros mecánicos, el mecanismo de un violín es muy similar al de un auto de Fórmula 1. Cuando el instrumento no funciona, se puede abrir y variar el montaje hasta que suene bien. Lo mismo que pasa con un F1, al que se le puede cambiar el motor o las ruedas.

Tracción uruguaya

Fundamentalmente por un tema económico, los pilotos latinoamericanos en la F1 son casi una especie en extinción, más allá del buen momento que vive Checo Pérez. Es un mundo caro, exclusivo y elitista en el que es todavía mucho más difícil poder llegar a ver algún día a un uruguayo.

Pero un día, antes del GP de Mónaco 2013, el piloto alemán con nacionalidad uruguaya anunció en la conferencia de prensa que llevaría en su casco la bandera del país de su padre, algo que quería hacer desde hacía muchos años. Antes de eso, Adrian Sutil ya había hecho guiños que denotaban una uruguayez auténtica y sentida. En 2011, tras el noveno puesto en el Campeonato Mundial, estuvo en Uruguay dando una conferencia en el Automóvil Club del Uruguay. Allí, le dieron una camiseta con el número 10 de Diego Forlán y fue ovacionado por aproximadamente 250 personas como si fuera el propio Balón de Oro de Sudáfrica 2010.

Precisamente en ese inolvidable Mundial, antes del enfrentamiento entre Uruguay y Alemania por el tercer puesto, Sutil declaró a medios de su país de nacimiento que hinchaba por la selección de la tierra de su padre. Aquel 10 de julio de 2010, Alemania derrotó a Uruguay por 3 a 2. Unos días después, del 23 al 25, Sutil –que, en su anterior visita a Uruguay, en 2007, dijo que sentía orgullo de llevar sangre charrúa y que se sentía uruguayo – sería el quinto alemán en la clasificación de una carrera ganada por su compatriota Sebastian Vettel.

Volviendo a 2013, el uruguayo Sutil llevaría la bandera desde esa carrera en Mónaco hasta el resto de la temporada y también hasta el final de su carrera. Así, como homenaje a las raíces, Uruguay se paseó en el casco del hijo del violinista entre los Alonso, Hamilton y Vettel en la meca del automovilismo.

Lo sutil no es invisible a los ojos

Las habilidades necesarias para tocar un instrumento musical y para manejar un Fórmula 1 tienen puntos de contacto. De acuerdo a su etimología, la palabra sutil –del latín “subtilis”- es un adjetivo que indica a todo aquello que es delicado, tenue, fino, ingenioso. Por una cuestión de determinismo, se utiliza en el deporte para describir a aquellos que ejecutan movimientos de esas características. Y también, por supuesto, aplica a lo que debe ser un ejecutante de violín o de piano, cosas con las que Adrian Sutil convivió desde antes de tener uso de razón.

Para el violín, el piano o el auto; hay que tener ritmo, pasión, fuerza de voluntad, concentración, destreza, reflejos, constancia y disciplina. Esas y otras cualidades son útiles en estas y en otras actividades humanas, algo que Adrian siempre dio por sentado. Durante su carrera como piloto, nunca dejó de tocar el piano, algo que siempre hizo en privado o cuando se lo pedían en algún programa de televisión. Nunca olvidó tres o cuatro piezas clásicas que aprendió en su niñez, cuando ni soñaba con llevar un día la bandera del país de su padre al volante de un F1. También se anima a tocar un poco el violín, como para dejar contentos tanto a su padre como a su madre. Su amor por la música convivió con su carrera como piloto y persiste desde su retiro en 2015.

Aunque entre sus principales gustos musicales se encuentran el House, la electrónica, el hip-hop y las bandas sonoras de cine clásico, además de su banda preferida, los Guns N’ Roses, la mejor música para los oídos de Adrian Sutil fue la del rugir de los motores. Y aprender esa música requiere tanto enfoque y disciplina, dedicación y práctica como pusieron sus padres –y él mismo – para tocar el piano y el violín. Lo supo desde la primera vez que escuchó sonar un motor, aunque la música nunca dejó de estar en su cabeza. Solo cambiaron los instrumentos.

Por Sebastián Chittadini