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Contenido creado por Agustina Lombardi
Literatura
Los libros y sus autores

Agustín Acevedo: “Foster Wallace te enseña a mirar, Amy Hempel te enseña a escribir”

A pesar de que para él “la literatura no es garantía de nada”, el escritor renueva su obra con “Un río de aguavivas”.

26.10.2022 16:07

Lectura: 7'

2022-10-26T16:07:00-03:00
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Agustín Acevedo Kanopa es psicólogo, periodista y escritor. Desde el 2008 escribe semanalmente sobre cine y música en La Diaria, pero su pluma pasó también por The New York Times, Vice Magazine, Revista Quiroga y Revista Lento con crónicas y perfiles. Su debut en las letras uruguayas fue con su poemario Caja Negra (2007), y su primera novela fue Antes del crepúsculo. Más tarde escribió libros de cuentos: Eucaliptus e Historias de nuestros perros. Ahora su obra se renueva con Un río de aguavivas.

¿Cuándo empezaste a escribir?

Escribí cosas desde muy chico, pero la primera vez que sentí que lo que escribía estaba dentro de una especie de proyecto literario fue a mis dieciséis años, con una serie de cuentos excesivamente cortazarianos.

¿Te acordás cuál fue el primer libro que te marcó?

Fue la edición de Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga, que salía en grandes fascículos en El País. Específicamente recuerdo “El paso del Yabebiri”, todo aquel festín de sangre en la matanza entre rayas y tigres me conmovió un montón. 

¿Dejar de leer o dejar de escribir? ¿Por qué?

Dejar de escribir, porque leer es ya una forma de escribir.

¿Qué estás leyendo ahora?

Estuve leyendo y releyendo Historia(s) de cine, de Jean Luc Godard, en esa coqueta edición llena de notas al pie de Caja Negra. Recordar la grandeza de Godard ahora que se murió es casi un cliché, pero es increíble lo totalizador de ese libro/filme/ensayo, debe haber solo seis o siete cosas de tal envergadura poética en el siglo XX. Después estuve leyendo I lost it at the movies, de Pauline Kael, la escritora que dio a la crítica cinematográfica su más verdadera dimensión de literatura.

¿Cuáles son tus escritores uruguayos favoritos? ¿Identificás influencias? ¿Cuáles? ¿Alguno que te guste recomendar?

Mis escritores uruguayos favoritos son Carlos Martínez Moreno y Felisberto Hernández. De Felisberto rescato el misterio, esa especie de dispositivo que me parece más una forma de componer una máquina que escribe su historia y “la” historia. De Martínez Moreno rescato el estilo, su fiereza y la polifonía de sus oralidades. No creo que se haya escrito en Uruguay nada tan fuerte como Tierra en la Boca y el primer capítulo de El color que el infierno me escondiera. Da miedo, literal y metafóricamente, lo bien que escribía.

Foto: Javier Noceti

Foto: Javier Noceti

¿Sos de releer? ¿A qué libro solés volver?

Soy de releer bastante porque mucho de lo que leo es en el afán de buscar recursos o entender cómo un escritor escribe, cómo un escritor piensa. Es un arma de doble filo porque el estilo de ciertos escritores es medio pegajoso y uno tiene que andar con cuidado (amo a Thomas Bernhard, pero leo dos páginas y ya ando imitándolo, mal). Siempre vuelvo a Amy Hempel cuando quiero podar ideas y excesos que tengo en mi literatura, y siempre vuelvo a David Foster Wallace cuando busco ideas sobre qué hablar y cómo hacerlo. David Foster Wallace te enseña a mirar, Amy Hempel te enseña a escribir. Hace poco entré en la dinámica de releer una y otra vez pasajes aleatorios de Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, como quien abre una Biblia y busca un versículo al azar. Ese libro es increíble porque te pone directo (aun con la traducción al español) con la textura misma de lo narrativo, como acariciarle el lomo a un cocodrilo. Te da un poco de angustia ver que alguien puede escribir así.

Recomendanos un libro, un disco y una película para el fin de semana.

Película: Smooth talk, de Joyce Chopra. Me fascina cómo es un filme que parecería salido del rejunte de Casino Montecarlo, con actuaciones que, por momentos, podrían parecer hasta malas, y, de golpe, en el último tramo, hay una escena entre Laura Dern y Treat Williams que subvierte todo y lo vuelve algo con un doble fondo súper fascinante. 

Libro: Los Pichiciegos, de Rodolfo Fogwill. Amo cómo Rodolfo lo escribió en unos días, apenas imaginando cómo debía ser la guerra de Malvinas, y dio con algo poético y terrible que accidentalmente era más real que los trabajos de no ficción que abundaron sobre el hecho.

Un disco: me costó bastante elegir el disco, pero creo que sería Your Blues de Destroyer. Dan Bejar es el músico más importante de mis últimos diez años, no solo por sus letras, sino por su voz y su cadencia, que se convirtieron como un coro griego de lo que ha venido pasando en mi vida. 

Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.

Recuerdo una vez en una fiesta, estaba bastante borracho con amigos, y apareció un chico que tenía en su mochila un ejemplar de Eucaliptus. Me pidió que se lo firmara, pero le pedí a mi futura novia y a unas amigas que se pintaran los labios y besaran la primera página. Creo que no le copó demasiado. Me encanta dejar dedicatorias que, por lo que dicen, hacen imposible que el dueño preste su libro.

Tu autobiografía en una frase.

Honrar el error como una intención desconocida.

Tenés que convivir un mes con una autora o un autor: ¿a quién elegís?

Creo que la mayoría de los escritores o escritoras que me fascinan serían insufribles en un mes de convivencia. Elegiría más bien a alguien por su estilo de vida o temperamento que por su calidad literaria. Igual, creo que un fin de semana con Amy Hempel, su ingenio y sus golden retrievers estaría muy bien. 

Un lugar para volver.

La casa de mis abuelos en Atlántida.  

El primer verso que te viene a la mente.

“Ama rápido, me dijo el Sol. Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino, a cumplir con la vida: Yo soy el guardián del hielo”, de José Watanabe.

¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?

La literatura no es garantía de nada.

Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida, ¿qué es?

Bulgogi coreano hecho por mí. Es ojo de bife cortado en finas láminas, maceradas por un día en aceite de sésamo, salsa de soja, azúcar mascabo, cebollas de verdeo y gochujang. No está para nada mal.

Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.

El vértigo del tercer vaso de whisky con la gente que quiero. La luz filtrada tras el liquidámbar de la casa de mis abuelos en Atlántida. Algunos goles. Cuando Audrey Hepburn se asusta al meter la mano en la boca de una estatua en Roman Holiday. Toda Linda Linda Linda de Nobuhiro Yamashita. Mi idea de miseria: un asado al que no fue nadie. 

Sobre Un río de aguavivas

Montevideo, invierno de 2000. Una banda de pop latino, liderada por un mánager tan poco confiable como verborrágico, se lanza a la carretera mientras intenta hacer encastrar un enrevesado tetris de conciertos, casamientos, fiestas de quince, eventos empresariales y presentaciones en estudios. Podría ser cualquier banda, podría ser cualquier otra noche, pero a medida que Tensión 2000 atraviesa los confines de la ciudad en su Renault Trafic algo empieza a desprenderse, una voz omnisciente que al narrar los pasados, presentes y destinos de sus integrantes los entremezcla hasta dar con una extraña espuma en la que ya no se sabe qué es de uno y qué es del otro. Una historia enloquecidamente coral donde, detrás de los retratos minuciosos de hombres poderosos caídos en desgracia, imitadores de Luis Miguel, querubines epilépticos, empresarios escatológicos, ludópatas heroicos, señoras hipocondríacas, quinceañeras implacables, rottweilers asesinos y comadrejas inmortales, deambula, silencioso, el fantasma de la crisis del 2002. A veinte años de este suceso, Un río de aguavivas es una novela inusual dentro del mapa de la literatura uruguaya, que se mete a diseccionar en su pasado reciente, aun cuando el cuerpo de la historia está todavía caliente.