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Cine
Tenías el sol en tu rayuela

Aldo Garay: “No podés buscar un lugar cómodo narrativo cuando la vida es incómoda”

El director presentó “Carmín”, un retrato social que narra la historia de Sofía Saunier y Carmen, y atraviesa la sensibilidad trans

09.11.2023 15:24

Lectura: 7'

2023-11-09T15:24:00-03:00
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Por Valentina Temesio

La noche cayó en la Ciudad Vieja y la Pensión Cultural Milán está despierta. Dentro, la gente baila, festeja, grita, celebra a Sofía Saunier y Carmen, su concubina. Entre vermú, ánimo de fiesta y colores, la pista se vuelve una pasarela, un espacio con gente expectante, con brillos. 

Sofía viste un traje negro, tiene el pelo lacio, un gorro y un bigote pintado. El momento cúlmine de la noche es cuando canta “Carmín”, un tango escrito por Marsilio Robles que también le da el nombre a la última película de Aldo Garay, en la que es la protagonista.  

Lo canta y la gente la aplaude, la escucha, la celebra. Ella lo devuelve y mira a Carmen, le habla con el micrófono y le recuerda que esta noche, estos aplausos, este espacio es de las dos.

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Sofía dice que fue la “creación de un polvo de dos adolescentes de una noche de furia”. Después, “cada uno hizo la suya”. Sofía, que al nacer fue identificada varón, dice también que le hubiera gustado ser planeado, vivir “como la gente común”. Sofía no se identifica como mujer, sino como una persona no binaria. Sofía lleva adelante Transur, un proyecto que documenta historias y relatos de la comunidad trans en Uruguay.

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Aldo Garay, director de cine uruguayo, conoció la existencia de Sofía por Transur. Una vez, recuerda, vio uno de sus capítulos y se convirtió en seguidor. Primero, sintió curiosidad de par a par, de realizador a realizador. Le interesaba saber cómo trabajaba Sofía: cómo lo plantea, cuál es su estrategia, cómo lo aborda. Porque los Transur nunca son iguales. A veces, Sofía pregunta detrás de cámara. Otras, está ahí, se muestra, registra su propia imagen. 

Sofía ya conocía a Garay por su película El hombre nuevo, de 2015. Se juntaron y, sin querer, empezaron una nueva historia. 

“Al principio no se sabía cuál era nuestro vínculo y luego le propuse desarrollar un proyecto, aunque, en realidad, no había mucha premisa: era verla hacer los Transur”, dice Garay. Después comenzó a conocerla a ella, a su casa, a Carmen. Se encontró con la vida de Sofía, con sus vínculos y “su historia retrospectiva”. 

El interés de Garay por la vida de Sofía tiene “varias facetas”. Por un lado, su registro, su forma de expresión. Pero también su “pulsión artística”, que derrama por varios lados. Es, además, artista visual y performática.

“Sofía tiene una personalidad y una actividad que, si las unís, resulta una cosa muy interesante y atractiva como para intentar, por lo menos, hacer algo”, considera el realizador audiovisual.

Y aunque Garay tiene “una dificultad” para definir a Sofía, porque tiene “muchas zonas que le interesan”, el desafío de Carmín fue “cómo hacer convivir” todas las cosas que la rodean, sumado a la compañía de Carmen.

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Sofía cuida de Carmen, quien primero fue su vecina y luego terminó siendo su concubina. A veces no se entienden, se sofocan, pero da la sensación de que su lazo es inquebrantable. Es una explosión de dos generaciones, de formas de pensar, de maneras de vivir. Pero no explota, se amaina, se calman. Es, entonces, una ebullición constante; un vínculo de afecto, de cariño, de cuidado.

Para Garay, Sofía y Carmen “generan una simbiosis interesante”; la tensión entre “el presente y el pasado”.

“Por un lado, Sofía está detrás de la memoria, haciendo estos collages que son Transur, y esta señora Carmen tiene una memoria que se diluye, que se pierde. Hay como una cosa muy fuerte, muy interesante”, explica el director. 

Sofía y Carmen, señala Garay, son distintas, pero están unidas por la vida: el sentido de la soledad, el tener al otro ahí, cerca. Su vínculo es “como una convivencia negociada”.

Sofía Saunier. Foto: Carmín

Sofía Saunier. Foto: Carmín

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En los próximos días comenzará a funcionar el tren de UPM, la empresa finlandesa que instaló su segunda planta de celulosa en el país e impactó (a favor y en contra) en la opinión pública uruguaya. Para que las locomotoras se trasladen, se necesitan vías. El despliegue vino de Europa y atravesará a todo el país. Pero, en medio de este despliegue, había quedado una historia sin contar: la de Sofía y Carmen. 

Cuando el Gobierno de Tabaré Vázquez aprobó el proyecto, las casas de las protagonistas quedaron “amuradas”. Lo mismo pasó cuando asumió Luis Lacalle Pou. 

Carmín, entonces, además de ahondar en la vida de Sofía y Carmen es un “retrato social”. El ambiente; el acceso a la vivienda; la violencia. “El Estado las aisló y eso es muy potente, como invisible también. Porque, en realidad, ellas estaban ahí y nadie sabía, quedaron solas en una cuadra con unas chapas, cercadas, no podían ni salir casi a la calle. El Estado demoró mucho en hacerse cargo, con los dos gobiernos”, dice Garay.

Carmen. Foto: Carmín

Carmen. Foto: Carmín

El realizador señala que en el documental “hay historias centrales”, pero siempre hay que “arreglarlas con otras cosas”. Por eso, dice y recuerda, que “toda narrativa tiene que tener un conflicto para que avance”. Y Carmín “está llena de microconflictos” que, a veces, son ajenos a las protagonistas, porque “no pueden hacer nada”. 

“Si la vida está a la deriva, el documental también está a la deriva, vos no podés resolver cosas de la vida encuadrando o revalorizando los montajes. Tenés que plegarte a eso, no podés buscar un lugar cómodo narrativo cuando la vida es incómoda”, expresa el director. 

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A lo largo de su camino en el cine, Garay ha retratado, de alguna manera, la “sensibilidad trans”. Comenzó en 1993, con el cortometraje Yo, la más tremendo. En 2011 llegó El Casamiento y, cuatro años después, El hombre nuevo

Sin embargo, el director insiste en que “lo trans es la condición de la persona, pero no es el asunto de la película en ninguno de los casos”. Para Garay, la situación de las personas que protagonizan sus películas “le propicia situaciones y condiciona su exposición en la sociedad”, pero el relato no se aborda desde esa perspectiva.

“Encontré en personas de condición trans buenas historias, ni más ni menos, y dignas de contar. Me parecía que, en realidad, y me sigue pareciendo, son historias que generalmente no se cuentan”, considera.

Las películas de Garay muestran relatos de una determinada clase social, van más allá de la identidad sexual. Sus protagonistas, las personas que elige documentar, suelen compartir ciertas condiciones: familia ausentes, el vacío, los baches de su propia historia. 

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Cuando Garay termina una película, dice, no va al cine a verla. En ese momento en que se estrenó, en que culminó el proyecto, para él, pasa a ser del resto. 

“Que cada uno agarre lo que quiera con eso, que lo revuelva y mastique como quiera. No tengo mucho apego”, sostiene.

A Garay las historias que cuenta se le cruzan, otras decantan. Las desarma, mira sus pliegues, sus posibilidades. Y, aunque dice que no tiene un requisito puntual, cuenta que sus películas, por lo general, tienen un denominador en común: “historias personales muy fuertes”. 

Carmín, que se proyecta en Cinemateca y en la Sala B del Auditorio Nelly Goitiño, le gusta. Para él, tiene “zonas duras y ásperas, pero también luminosas”. 

Quién sabe si alguna vez la volverá a ver.

Por Valentina Temesio