Congoja (2017), era una historia de pérdidas. Misantropía (2022), de nuevos comienzos y segundas oportunidades. Pero a través de éstas obras, su protagonista descubre que los años no llegan de manera gratuita. Iracundia presenta a un Martín Gaínza más envejecido. Desconfía de lo que le rodea, pero descubre que en el mundo de la vejez también cabe la posibilidad de la maravilla.
Su autor, Álvaro Ojeda, es poeta, narrador, periodista y crítico. Durante su carrera, ha obtenido numerosos premios como el Morosoli, en 2017. Sus obras han sido publicadas en varios países, como Argentina, México, Estados Unidos e incluso Holanda. Entre sus obras más populares, destacan Ofrecidos al mago sueño (1987), Luz de cualquiera de los doce meses (2003), y Maratón de series (2022).
¿Preferirías viajar al futuro o al pasado?
El pasado es terreno conocido. En ese supuesto, cabría la posibilidad de modificar la larga serie de canalladas, negligencias, torpezas e idioteces cometidas, lo que no es poco. Por eso mismo, el futuro podría estar contenido en el tiempo pasado, y así hasta que todo se acabe. Volviendo a la pregunta, el presente no te carga de culpas ni de especulaciones. Dejemos las cosas como están, no porque estén bien, sino porque nos hemos acostumbrado a sus conjugaciones verbales.
¿Qué libro de otro autor/a te afectó de tal manera que te gustaría generar ese mismo efecto en tus lectores?
Voy a nombrar dos, porque los escritores leemos más de lo que escribimos, aunque no lo parezca. En prosa, el Quijote (1605) me demostró que la originalidad está condicionada siempre por la calidad del tratamiento y del escritor, y que, a poco de delimitar esas circunstancias, la originalidad vuelve a su debido lugar: una apariencia de originalidad.
El Quijote me previno del engaño del efecto demoledor de “lo original”, y me hizo descubrir en la novela una especie de cajón de sastre. En poesía, Los Cuatro Cuartetos (1941) de T.S.Eliot, me abrieron la cabeza con su dosis adecuada de belleza (dolorosa belleza), y reflexión (reflexión poética), eufonía y sensibilidad.
Top 3 de libros que más regalaste/recomendaste
Identidad de ciertas frutas (2021), de Amanda Berenguer, El rey de los alisos (1970) , de Michel Tournier, El roce de Dante (2008), de Rodolfo Rabanal.
¿Qué cinco cosas guardarías en una cápsula del tiempo?
La discografía de Los Olimareños, toda la obra de Chopin, Rubber Soul de los Beatles, la obra poética de T.S. Eliot y el Quijote.
Si pudieras coescribir un libro con cualquier autor/a, vivo o muerto, ¿con quién sería y por qué?
Ya lo hice con Mercedes Estramil, pero agregaría a Mario Vargas Llosa y a Richard Ford.
Si estuvieras en la Biblioteca Nacional de Uruguay y te pudieras robar un libro sin que nadie lo sepa, ¿cuál sería?
Más que un libro, me robaría todo lo que hubiese de Juan Carlos Onetti: obra, crítica, originales, epistolarios.
Tu autobiografía en una frase.
Hizo lo que buenamente pudo.
Contanos qué estás leyendo ahora.
En prosa, La suerte de Barry Lyndon (1844), de William Tackeray. En poesía, De qué va (2024), de Hugo Achugar.
Si pudieras tener una conversación de una hora con cualquier escritor famoso, pero después nunca más podrías leer ninguna de sus obras, ¿a quién elegirías para tener esa conversación?
Sin dudarlo Martin Amis, porque es un genio y además está muerto. O sea, leí todo lo que se publicó o casi, y un fantasma de su calibre me explicaría de qué va la vida.
El primer verso que te viene a la mente.
“Morir es duro, más no poder morir, si todo muere, es más duro quizá”. Es de Desolación de la Quimera (1962), de Luis Cernuda.
¿Qué libro prestaste de tu biblioteca y hasta el día de hoy no fue devuelto? ¿Y al revés?
Memorias de Adriano (1951), de Yourcenar. Al revés, nunca. Soy tontamente honesto.
¿Como lector/a, qué te gusta encontrar en un cuento?
Un tópico recreado sabiamente: no más, ni menos.
Tu idea de felicidad y tu idea de miseria
Mi familia viva, toda. Mis amigos vivos, todos. La miseria es saber que no cambiamos lo que debe ser cambiado, porque no discutimos lo esencial y perdemos el tiempo enredado en trampas bien diseñadas como si fuésemos inmortales.
¿Qué libro nunca te aburrís de releer?
La tía Julia y el escribidor (1977).
Si pudieras invitar a tres personajes literarios a cenar, ¿quiénes serían y por qué?
A Elizabeth Finch, para que hablemos de Juliano el Apóstata. Al Quijote, para hablar de Alonso Quijano el bueno, y a Oscar Wilde para hablar de Oscar Wilde.
¿Por qué Iracundia?
Porque Martín Gaínza sigue vivo, porque el que lo inventó también sigue vivo, y porque en la novela se habla desde la más completa libertad sobre las diferentes maneras de aceptar o no aceptar lo dado como verdad. Lo practicado como honesta virtud en la larga retahíla de comisariatos que los seres humanos nos hemos dado, por eso y por la felicidad de escribir. Aunque genere ira.
¿Cuánto tiempo te llevó escribir este libro, desde la concepción de la idea hasta la publicación final?
Iracundia nace en 2021, al poco tiempo de terminar Misantropía, la anterior novela de Martín Gaínza como protagonista y voz narradora, que se publicó en 2022. Nació como una necesidad ineludible y se terminó cuando terminé de corregirla a fines del año pasado.
¿Por qué elegiste ese epígrafe?
En homenaje a Hugo Fontana: narrador, poeta y amigo personal, fallecido en 2022, y porque cuadraba con la personalidad del narrador, al borde del desmadre siempre.
Si tuvieras que describir tu libro en una sola frase, ¿cómo la formularías?
Pese a todo, decidí no hacerlo y seguir vivo.
¿Qué consejo o frase inspiradora darías a otros escritores que están buscando su voz y estilo literario?
Que escriban poco y lean muchísimo.
Si de la noche a la mañana pudieras hablar de manera fluida cualquier idioma, ¿cuál sería y a qué lugar viajarías para probarlo?
Latín, y viajaría con Julio César a las Galias.
Escribir para ...
Seguir vivo.
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Fragmento de Iracundia:
La silla, muy diferente a las que ocupaban los futbolistas, sobresalía desde mi posición por la derecha del banco de los suplentes. La silla parecía un marsupio precario envolviendo al entrenador, como nombran ahora a los antiguos directores técnicos, y había sido colocada en ese lugar debido a que el entrenador no podía sentarse junto a sus dirigidos. En todo caso, la extravagante silla era la consecuencia de un problema físico: el entrenador estaba enfermo de alguna parte de su aparato locomotor y por eso había quedado fuera y dentro, en esa especie de hornacina que, paradójicamente, le aseguraba una sólida devoción popular transformándolo en un verdadero santo laico. Se le notaba molesto por la posición insólita que le había tocado en suerte. Incluso les recriminó a sus asistentes con gesto airado, algo así como: «Miren desde dónde tengo que dirigir y eso que avisé a la organización de la Copa América». Las cámaras de la televisión lo tomaron con detalle, la imagen se repitió por las pantallas del estadio y todos los que estábamos presentes vimos el ofuscado perfil del entrenador. Los admiradores del entrenador, los seguidores incondicionales del llamado «proceso» comenzaron a exigir un buen trato para el exdirector técnico, un trato inclusivo —maldita Conmebol, maldita fifa, todos están contra nosotros como siempre, no ven que es casi un lisiado, por eso los puteó el Pepe cuando cagaron a Suárez— ofendidos por la ofensa inferida al santo en su precario capullo. Pensé que se trataba de magnitudes de adoración, no del paradójico homenaje indirecto en el que el entrenador había caído involuntariamente y al que comenzaba a acostumbrarse cuando se hablaba de él, cuando comparecía en una conferencia de prensa, cuando hacía declaraciones a los medios, generalmente en un aeropuerto. Se sabe, el camino es el camino.
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