Por Rodrigo Bacigalupe
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Llegué a la obra de Ana Blandiana (1942) leyendo El País de Madrid, en el que se contaba parte de su odisea literaria y su más reciente coronación como la última ganadora de uno de los más prestigiosos premios de poesía en lengua castellana, el Princesa de Asturias —dotado con 50 mil euros—, a estas alturas, toda una tradición en España (han recibido estos laureles artistas tan diversos como Leonard Cohen, Haruki Murakami o Anne Carlson).
Para el caso de Blandiana, el premio tiene sentido como coronación de toda una carrera en el mundo de las letras. En nuestra lengua, ha sido editada principalmente por Visor de Poesía y sus traducciones son —aseguran— de enorme calidad.
Blandiana nació en Timisoara (¿Rumanía o Rumania?) en el año de 1942. Tanto su ciudad natal, como su vocación, resultan proféticas para la fragua de un destino como artista, ya que en ese mismo lugar habría de comenzar la Revolución Rumana que llevó a término el régimen comunista de Nicolae Ceau?escu (1965-1989), combatido por los versos de la autora y de su generación, tras las trincheras de la lírica.
Si uno busca información sobre Blandiana en la red, no es casual que sea identificada con el pomposo epíteto de la Juana de Arco de las letras rumanas, calificación bastante caprichosa, pero no por eso ayuna de sentido, pues, ciertamente, a su modo, la escritora ha hecho de la literatura su forma de rebeldía, de revolución y hasta su arma de combate.
Casi que recuerda, dicha actitud, a la leyenda escrita en la célebre guitarra de Woody Guthrie: “this machine kills fascist”, que a los versos de Blandiana le viene como anillo al dedo. Sí, sus versos, aunque suene grandilocuente, fueron y contribuyeron —siempre en términos culturales— a la lucha contra un régimen que pasó de ser revolucionario a convertirse en el máximo opresor del pueblo, casi tanto como su propio líder. Historias de ayer y de siempre.
La obra de la autora no puede comprenderse fehacientemente si se deslinda del contexto de emisión, de la situación sociopolítica de la época, de su época. Desde muy temprana edad, formó parte del grupo de escritores que concibieron su profesión literaria como una forma de resistencia moral y de lucha contra la censura cuando ésta hubo llegado (sí, hubo, verbo en extinción) para cercenar la vocación de libertad que toda poesía que se precie de tal debe tener.
El llamado Realismo Socialista no fue la plataforma ideal para los versos de esta generación, ni de muchas otras, y los de la Blandiana son una muestra evidente de ese todo que el grupo de artistas (Neomodernistas, si vamos a poner etiquetas) representó desde mediados de los sesenta. Sus textos, por estar prohibidos durante el mentado período dictatorial, circularon por miles de manera clandestina —¡copiados a mano!— y tienen el mérito de haber sido los primeros poemas en samizdat de la literatura rumana (a saber, textos autoeditados de forma clandestina y popular).
Es verdad que Blandiana también ha incursionado en la narrativa y el ensayo. Sin embargo, fue su lira, a la vista de los hechos, la que acabó catapultándola como la poeta rumana más internacional (sus libros han sido traducidos a veinticinco idiomas). Además de haber ganado el mencionado Princesa de Asturias (2024), también ha merecido otros como el Observator (de gran prestigio en el ámbito académico) y ha sido candidata al Premio Nobel de literatura en más de una ocasión.
Son múltiples las preseas internacionales obtenidas por su labor como zurcidora de versos (vaya el recuerdo a Darnauchans junto con el adjetivo). Algunos de sus más célebres poemarios son: La primera persona del plural (1964), El talón vulnerable (1966), El tercer sacramento (1969), Octubre, noviembre, diciembre (1972), El sueño dentro del sueño (1977), El ojo del grillo (1981) y Estrella predadora (1985). Este último es, quizás, el más metafísico de toda su producción, sin embargo, la esencia de su poesía ya está presente desde su primera obra.
En Primera persona del plural —volumen premonitorio de su posterior recorrido— se aprecia cómo la voz poética asume la poesía como destino. El título expresa simbólicamente el deseo de definir su personalidad en conjunción con el mundo. Los poemas hacen un llamamiento a la regeneración moral, a la recuperación del camino perdido, intervenido por el régimen, que representa, por supuesto, cualquier forma de opresión.
Con un lenguaje puro y vibrante, de una claridad ética inconfundible, Blandiana reflexiona sobre temas como la fragilidad del ser y el asombro ante la vida, describiendo el frenesí de vivir en un universo fecundo y armonioso en consonancia con los ritmos de la naturaleza y que anula, con su idealismo, las numerosas máscaras de la decrepitud. Este libro temprano anuncia las constantes temáticas de su poesía: el deseo de pureza y la inevitable degradación, la firmeza ética, la palabra poética, el silencio cómplice, la nostalgia de un universo primordial y la revelación de la muerte (Patea y Carbajosa, 2021). Buena muestra de lo dicho podemos apreciarla en su poema "Mi patria A4":
¡Qué difícil es acariciar las plumas de un ángel!
Por muy cerca que esté, rehúye el roce;
Por miedo a que lo atrapes,
Da vueltas, regresa su aleteo inaudible,
Es el único sonido que puede producir.
Ellos, los ángeles, no saben hablar,
No son adecuadas las palabras
Para su expresión,
Su mensaje mudo es la presencia.
Suelen acercarse
Para envolverte con su aura,
Pero enseguida se alejan, atemorizados por la intimidad,
Protectores, pero no familiares,
Dejan siempre una distancia por la que
Mis palabras se arrastran para alcanzarlos,
Sin saber si no son demasiado débiles para llegar a su oído.
¡El handicap de la fe!:
No saber si te están escuchando, ni si escuchas.
De todos los sentidos sólo queda el sueño táctil
De acariciar, sin asustarlo, las plumas de un ángel…
“¡Qué difícil es acariciar!”
La generación de los poetas de los 60 a la que la autora pertenece tiene como una de sus características más sobresalientes la recuperación del tono profético, órfico, confesional y, en ocasiones, hasta metafísico del verso.
Son escritores que entablan un diálogo con la gran tradición vanguardista del período de entreguerras, recuerdo de un mundo libre, interrumpido desde la instauración de los gobiernos totalitarios. Son un llamado también a la autocrítica y un mea culpa por la ingenuidad ante las promesas de las grandes corrientes de la Modernidad. Poemas como "Orgullo" resultan casi un himno para su generación, ¿una sucedáneo del benedettiano “Cielito del 69”? ¿Quién sabe? En aquel texto se exalta la valentía de los artistas de la época, poetas que nunca se arrodillaron ni llevaron las cadenas de la censura ni la privación del pasado.
"Orgullo"
¿Quién podría ofenderme?
La semilla de mi sonrisa es ardiente
Incluso cuando, congelada y quieta,
La transformo en los labios en herramienta.
La dicha dibuja aves
Incluso cuando lloran mis ojos.
Cruje el bajo de mi vestido por los años.
Y las cerezas como pendientes cojo.
Laten las alas de los labios
Para alzar mi risa en el viento.
Esta se parece a los prados
De espigas que oro fueran vertiendo,
Pero la dicha es agua solemne
Y del cauce aniñado que conforma,
¿Quién se atrevería a ofender,
De mi generación, su alta honra?
También existen otros textos de la autora que transitan por derroteros no tan proselitistas o, en todo caso, donde la política tiene un lugar profundo que va más allá de la consigna y la barricada. Esto se ve en libros como El talón vulnerable (también traducido como El talón de Aquiles), en el que poemas como "Broma" son parte del cultivo de una lírica eufórica y sensorial, llegando, por momentos, a presentar escenarios casi bucólicos.
En este tipo de composiciones la naturaleza aparece venerada a través de la efervescencia de la creación. Sobre los campos azules de los poemas caen las lluvias que recuerdan la adolescencia. Se celebra así una explosión de energía desbordante. El "yo" se ve abrumado por la abundancia de colores y sonidos y abraza la materia, las formas de la naturaleza con la urgencia de vivir, según se lee en el estudio preliminar de dicha obra.
Con el pasar de los años, la obra de Blandiana fue fusionando su compromiso ético con el estético. Se conjugan con gracia en sus poemas de madurez, como si se tratara de una perfecta simbiosis, la pureza de los registros simbólicos con la corrupción del tiempo, dando lugar a una sensibilidad asediada por los estímulos del mundo. Al mismo tiempo, comprometida con la lucha contra todas las formas de degradación de la existencia, tanto física, como en el caso de las torturas, la persecución y la prisión, como moral, tratándose de una época en la que la falsificación de la verdad prolifera en los ámbitos históricos, social y cultural de su país y de media Europa (Patea y Carbajosa, 2021).
Esa amalgama entre el deber y la belleza se convertirá en el sello distintivo de la poesía de la autora, en su propio imperativo categórico. Así lo evidencia en “El don” con versos como los siguientes: “No puedo morder el cielo… se nubla con palabras,/ ¿Cómo morder manzanas empaquetadas en colores?/ Incluso si alcanzo el amor, se moldea en oraciones,/ Pobre de mí, ay, con elogios castigada”.
En la obra poesía de la escritora rumana el viaje es un tema significativo, no siempre referido dentro del marco de lo real. En ocasiones, el tránsito de un lugar a otro es imaginario, los habitantes de las ciudades no van a ninguna parte, se embarcan en navíos que permanecen en el puerto, vigilados por la mirada metafórica de los faros, representación de una figura paternal, generalmente negativa, que se opone a la aventura y a la libertad y recuerda al célebre libro de Foucault, Vigilar y castigar (1975).
En textos como “Cruceros” se hace ostensible tal temática, con alusiones solapadas —y no tanto— al régimen totalitario rumano y a cualquier tipo de sucedáneo. Se deja entrever allí, por lo tanto, que la exploración de un mundo sin libertad es ficticia, no tiene sentido.
Ya en Poemas como “Intolerancia” se hace evidente que el deber del poeta es detener el proceso de corrupción y degradación existencial. Por eso la autora aboga por una estética de colores nítidos, de formas sin equívocos ni ambigüedades, de valores firmes e inviolables que se sobreponen a los constantes espejismos entre la realidad y la apariencia, la verdad y la mentira. Para la poeta la poesía tiene la obligación de expresar el rigor ético, aspirar a una geometría de formas puras y apostar por los colores esenciales de la vida (“Quiero tonos claros/Quiero palabras claras”).
Al adentrarnos en su bibliografía podemos encontrarnos con textos como el del poema “Deberíamos”, que intentan salvaguardar la pureza del ser cambiando el sentido natural del tiempo, proponiendo una suerte de juego de nacimiento en retrospectiva (“Deberíamos nacer ancianos,/Llegar sabios al mundo”) que recuerda la famosa narración de Francis Scott Fitzgerald “El curioso caso de Benjamin Button” en la que el personaje nace en la vejez hasta morir en un viaje hacia la infancia.
Otra vez se aprecia una concepción cíclica de la vida en la que los seres humanos tenemos como destino el regresar al estadio de la semilla. En la poesía de Blandiana está presente a través de este tipo de imágenes el mito del eterno retorno, el flujo de la materia desde un plano terrenal hacia otro que dialoga con lo metafísico. De este modo, el final de nuestra trayectoria vital es un avance contrarreloj hacia la inocencia perdida.
En “Hasta las estrellas”, se plantea un constante juego alegórico donde lo dicho no solamente funciona en el plano de lo literal sino también en el de lo figurado y lo simbólico. Así pues, la referencia a asuntos de índole política aparecen implícitos, camuflados en los versos de la escritora rumana.
El anhelo de libertad se deja entrever a través de imágenes como la del perro aullando a la luna que evoca a la Carta XVIII del Tarot (al menos para los más esotéricos de sus lectores), pero también, este tipo de poemas, parece condensar, como sucede en las grandes sátiras políticas del siglo XX —al estilo de Rebelión en la granja de George Orwell—, una crítica despiadada que recupera la potencia del discurso de las fábulas y al mismo tiempo nos recuerda el destino del ser humano se encuentra fijado en su propia vocación de libertad.
Por Rodrigo Bacigalupe
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