Documento sin título
Contenido creado por Federica Bordaberry
Personas
Personas

Antón Terni, el uruguayo que pasó por el desierto mexicano y que narra a través del cine

Año de nacimiento: 1979. Lugar: Montevideo. Profesión: cineasta. Curiosidad: su nombre real es Pablo.

17.05.2022 18:11

Lectura: 44'

2022-05-17T18:11:00-03:00
Compartir en

Por Federica Bordaberry

Hablemos de tu nombre.

Mis padres me pusieron otro nombre, Pablo, que lo usé durante toda mi vida. Hasta el día de hoy, también, pero en el medio me lo cambié, o agarré mi segundo nombre y me lo fraccioné. Es Antonio y yo lo dejé en Antón.

Sos Pablo Antonio Terni.

Pablo Antonio Stelardo Terni. Yo agarré mi segundo nombre y lo recorté, en un momento. En México fue esto, cuando me pasaron un montón de cosas. Dije, “a ver qué pasa si me desdoblo, si empiezo a jugar con todo esto”.

Ahí es cuando viene Ánima, tu primera película.

Ahí viene Ánima, el tomar el cambio de nombre, tomar mi segundo apellido.

¿Antón Terni sería, más bien, tu nombre artístico?

Yo no lo llamo artístico porque no fue ese el propósito cuando lo utilicé. Después, terminó siendo el que uso para todas las cosas con las que firmo y demás. Fue más bien mi nombre de transformación, de bifurcación, para conocer dos caras de mí, o una de las dos caras que uno puede llegar a encontrar, y querer profundizar en cómo sería soltar lo que había conocido de mi hasta ese momento. Tratar de reinventarme. Después surgió usarlo para todo lo demás.

Ese hombre que empezó a ser Antón Terni de adulto, ese hombre que en realidad se llama Pablo Antonio, nació un 11 de enero. Vivió hasta los tres años en un apartamento frente al Automóvil Club en Avenida Libertador, en Montevideo. Allí estaba con sus padres mientras que terminaban sus carreras universitarias. Después, se irían a la ciudad de Canelones.

Sus primeros recuerdos son de ahí: “En el Automóvil Club hay como unas gárgolas arriba, hasta el día de hoy las miro y no logro darme cuenta si son caballitos de mar o qué son. Los miraba por la ventana. Todavía los miro cuando paso por ahí. Eso y una pelela celeste de tortuga”, dice.

Ese Antón que era niño, que era Pablo, llevaba los bolsillos llenos cuando volvía de la escuela a su casa, en Canelones. Juntaba objetos pequeños como ramitas y piedritas. Más de adulto, en 2022 cuando le hicieran esta entrevista, mostraría sus bolsillos llenos de semillas que se caen de los árboles de Plaza Zabala en Ciudad Vieja. Sabría qué árboles hay en el jardín del Palacio Taranco y cómo se llaman los de la plaza. Todos. Es decir, los bolsillos se los llenó siempre.

“Junto en la playa muchas piedras que pongo por arriba a macetas que hago. Hago muchas macetas. Germino muchos árboles y, cuando crecen, los paso a una maceta y les pongo piedras que junto en la playa. Caracolitos, no tanto. Las piedras es lo que más me va, las piedras”, comenta.

Sus padres son Claudio y Matilde. Él cardiólogo y “relojero de amor” y ella escribana y cultivadora de “todo tipo de plantas”. “He tenido la suerte de que estén muy unidos y de que transmitieran ese amor que sienten entre ellos, a mí y a mis hermanas que crecimos juntos”, agrega. Hermanas, tiene dos, Carla y Emilia.

Los recuerdos de la infancia son, sobre todo, con Carla. Ella, dos años mayor que él. Emilia, en cambio, tiene diez menos.

“Con Carla vivimos todo. Atrás, en el auto, se le daban vuelta los asientos, y nos armaban una cama cuando íbamos a vacacionar por ahí, íbamos atrás leyendo tirados, tengo recuerdos hermosos con ella. Volver de la escuela también con ella. Íbamos juntos y volvíamos”.

“Cuando Emilia estaba llegando a su adolescencia, fue cuando yo me fui a México. Hasta el día de hoy recuerdo que, antes de irme, nos sentamos, era de noche, y ella me mostró su estrella favorita en el cielo. Sé exactamente cuál es y cuando estaba en México podía encontrar esa estrella”.

Las vacaciones familiares eran en Punta del Diablo, cuando allí no había muchas más casas que las de los pescadores y estaban los puestitos de vértebras de tiburón. También fueron, en algún momento, en Costa Azul, donde sus abuelos tenían casa.

Sobre sus abuelos, dice: “Hoy entiendo que me atravesaron fuertemente. Mi abuelo era escritor, Milton, y un cuento de él fue lo primero que yo realicé como cortometraje en la Escuela de Cine. Mi abuela también era como seria y siempre como muy elegante. A mí me costaba a veces conectar con ella, pero entendía que había una cosa que nos atravesaba. Con mi abuela por parte de madre, porque a mi abuelo no lo conocí, fue donde vivimos hasta los 10 años en Canelones, cuando nos fuimos de Montevideo. Era como otra madre que andaba dando vueltas por ahí. Era una familia de mujeres muy fuertes”.

No recuerda que le disgustara la escuela, pero también se escapaba. Le gustaba ir y no ir. El patio, era bien grande y con unos jacarandás. Jugaba, también se acuerda, a la bolita y a las figuritas. Una vez fue al cine de niño en Canelones, al cine Rodó. Después lo cerraron y, mientras que crecía, no iría a ver películas. El cine llegaría más adelante, mientras que estudiaba una Licenciatura en Comunicación Social.

En liceo se pasó estudiando los primeros tres años y, en tercero, o en cuarto, dejó de ir a clase y empezó a rendir los exámenes libres. “Y sentí una libertad bestial”, dice. Entendía que, si estudiaba y pasaba esos exámenes, tenía todo el verano libre y, además, tenía muchas horas por día que podía dedicar a lo que quisiera.

Por esos años, Antón (o Pablo) ya estaba formando parte de un grupo de teatro de liceo. Ese fue su primer contacto escénico, Luego, se metería con el teatro Eslabón, en Canelonesm y pudo “explorar un montón de inquietudes que tenía”. Inquietudes artísticas.

Además del teatro, ¿en qué ocupabas esas horas libres?

En andar en bicicleta por el pueblo. Por ese tiempo yo empezaba a sacar fotos y me empezaba a emocionar bastante sacar fotos. Iba anudado con todo lo demás, con hacer teatro, cine, sacar fotos, explorar mucho, pero sobre todo dar vueltas en Canelones en bici. Ir hasta el Prado. Siempre iba a lo verde. Estar en lo verde. Estar en contacto con árboles, que es lo que siempre me gustó.

¿A qué le sacabas fotos?

Tenía una camarita que era una Pentax Camille, que fue mi primera cámara, de rollo 35. Lo primero a lo que le sacaba fotos era a árboles, a objetos que estaban tomados por la naturaleza. O cómo la naturaleza se comía un poco lo que iba quedando en el olvido con los objetos que ya no se utilizaban. La naturaleza se los devoraba. Hasta el día de hoy sigue siendo lo que más me llama la atención.

¿Quién te enseñaba de fotografía?

Tuve un profesor que se llamaba Carlos Amerigo, que era un mexicano que vivía acá. Un veterano, hermoso, que fue de las personas que más aprendí en mi vida porque nunca decía qué foto era buena o mala, sino que te enseñaba a darte cuenta. No era la foto buena, sino dónde hay tres o cuatro fotos que hablen de algo. El mexicano me transmitía otra forma de ver. Capaz que, influido un poco por alguien tan luminoso, fue que elegí México para ir a vivir. Por otros motivos también, pero creo que haberlo conocido a él me impulso mucho.

Antón Terni se fue a vivir a México durante diez años. El Antón que se fue, aunque todavía no era Antón, era uno que acababa de terminar de estudiar en la Escuela de Cine del Uruguay y que había optado por el cine después de sentir fuego en el cuerpo filmando un cortometraje universitario. Después de sentirse en un agujero del tiempo.

El que volvió a Uruguay era un Antón, ya mucho más Antón, que había hecho su primera película, Ánima (2011), el que había desdoblado su identidad en el desierto mexicano y el que sintió que ya era hora de volver.

Ese mismo Antón, se desarrollaría en el mundo del cine analógico en Uruguay, formaría una productora de cine y audiovisual llamada Halo, con Patricia Olveira y Alejandro Gómez—Cabrera, haría una serie llamada ficción / poema y, en 2019, terminaría de dirigir su documental Mirador.

Montevideo Portal I Javier Noceti

Montevideo Portal I Javier Noceti

¿Cómo llega la decisión de estudiar Comunicación?

No quería hacer ninguna de las carreras tradicionales. Comunicación era algo bastante amplio. Te podías ir a lo audiovisual, te podías ir al diseño, te podías ir a la publicidad. Había como algo más amplio que todavía yo no lo tenía decidido, pero por lo menos me sacaba de arriba la decisión de las otras carreras que de verdad no me interesaban. Entonces, Comunicación era como algo amplio que me atraía. Todavía no sabía que era cine, pero sabía que para ahí me iba a encontrar con algo que me iba a sorprender. Estaba abierto a sorprenderme, que fue lo que después pasó.

¿Tenías la obligación de hacer una carrera, no importara cuál?

No sé si la obligación. En la familia, el apoyo estaba. Si uno quería realmente dedicarse a lo que quisiera, íbamos a tener el apoyo. Como todos los padres, nos impulsaban a tener una carrera segura, pero en el momento en que dije “cine” también me apoyaron. Cuando hacía teatro estaban ahí sentados en la primera fila. Yo nunca lo sentí como una obligación. Sabía que, a mí, estudiar se me hacía fácil. Me gustaba, dentro de todo, estudiar. No me gustaba estudiar lo que no quería estudiar.

Entonces, quería como focalizar bastante mi energía. Sabía que tenía la suerte de contar con el apoyo de estudiar lo que uno quisiera. Así que, una vez que descubrí Comunicación y después Cine, fue ir para ahí.

Contame de ese momento, de ese taller de cine, que te abrió los ojos.

Éramos un grupo que tenía que hacer un taller. Nunca habíamos filmado, ninguno, de los 4 o 5 que éramos. Nos fuimos a Canelones a filmar porque a mí se me había ocurrido una historia donde entraba una persona completamente desnuda a un bar. Fue un actor del grupo de teatro donde yo estaba, el grupo de teatro Eslabón.

Entraba desnudo a un bar y el dueño del bar le decía que se fuera, y él no se quería ir, entonces llama a la policía y, cuando la policía viene, en realidad, al que se llevan es al dueño del bar. Cuando se despierta el dueño del bar, porque se lo llevan a los forcejeos, mira y estaba todo el mundo desnudo. La famosa vuelta de tuerca para el corto.

Pensé qué demás filmar, elegir la cámara, poner la toma, hablar con un actor. Yo, que ya estaba haciendo teatro, me ponía desde un lugar que nunca había sentido, probado, que era qué quisiera yo. Todo bastante amateur era lo que estábamos haciendo, pero sentí fuego. Eso fue lo que sentí. Sentí como mucho poder, mucha emoción, me había abstraído del tiempo cuando filmamos eso, cosa que yo creo que hasta ese momento no me había pasado, salvo en el teatro cuando salía al escenario a actuar. Era como meterse en un agujero negro y salir del otro lado. Esto fue igual. Distinto, pero igual. Meterse en un agujero negro y de repente ver cuántas horas habían pasado. Pasaron horas y para mí fueron minutos, ¿qué paso? Vamos a seguir filmando, por favor. Del “vamos a seguir filmando, por favor” viene, como siempre, mi ímpetu de “vamos a ir a filmar ya”. Estoy como muy ansioso, a veces. Me tengo que calmar porque me gusta lo que me pasa cuando estoy con las manos en la masa, digamos, mucho.

Cuando decidiste estudiar Comunicación, ¿te tuviste que mudar a Montevideo?

No, viajaba. En Canelones se usa mucho viajar porque son muy cortitos los tramos. Cuarenta minutos demorás. Entonces, viajaba todos los días. Salvo después, cuando ya estaba en la Escuela ahí me vine. Estuve un par de años acá con un amigo de Florida que tenía, compartiendo como un cuarto, una casita. Pero, sobre todo, viajaba.

¿Cómo es que tomas la decisión de empezar a estudiar específicamente cine?

Creo que se me alinearon todas las cosas. Me acuerdo de que, como estaba en Comunicación, una profesora que es escritora, que se llama Ana Solari, nos dijo que fuéramos a ver Smoke de Paul Auster. Yo en Canelones no tenía cine, cuando venía a Montevideo solo venía a estudiar y después me iba. Yo nunca iba al cine. Me acuerdo de escucharla y decir bueno, “voy a ver Cigarros”, Smoke, al cine. Y wow, ¿por qué me tienen escondidas estas películas?

Ya era grande y dije “me quiero meter acá adentro”, “si está esta película, debe haber millones de películas más que yo no estoy viendo que están notables y que nadie me dice que hay que verlas, que están escondidas”, y así empecé a rascar. Empecé a descubrir que había cine y que no eran las pelis que también a mí me decían, igual que las carreras que había que seguir. Yo creo que, definitivamente, ahí fue donde dije es Cine, porque si nadie me está diciendo es porque hay un misterio de los lindos acá.

¿Cómo comunicaste tu decisión de especializarte en Cine?

No recuerdo que haya habido una gran charla de comunicarlo. Lo que recuerdo fue como una seguridad extrema. No había duda, ya estaba ahí. Cuando dejé el liceo había dudas para tomar Comunicación, pero cuando fue cine fue como con mucha seguridad. No tengo recuerdo del día exacto, pero es como si siempre hubiese sido la carrera que me estaba esperando. Es lo que siento y el apoyo era medio incondicional, así que tenía la suerte de decir. “¿Estás seguro?”, creo que me dijeron. “Estoy seguro”, creo que dije.

¿Por qué optaste por la Escuela de Cine, la ECU?

En ese momento a mí me parecía que era la mejor opción. Me acuerdo de investigar, me acuerdo de ir, me acuerdo de ver, me acuerdo de saber que la generación del ´95 hizo mucho ruido en aquel tiempo con 8 días de amor. Me acuerdo de entrar y recorrer un poco los lugares. Yo decía “escuela de cine” y estaba seguro de que tenía que ser ahí.

Ya no quería nada que tuviera relación con Comunicación. No quería ir a ninguna facultad donde uno podía tomar para un lado o para otro, era Escuela de cine, era solo cine. Yo ya estaba seguro de que era solo cine lo que quería, que el cine abarca después todo lo que vos quieras, pero yo quería estudiar cine, quería ir para ahí y meterme de lleno. En ese momento era la opción. Hoy sigue siendo una buena escuela, la verdad, así que en ese momento me pareció que era el lugar para ir.

¿Cómo fueron esos 4 años de ECU?

Tuvieron de todo. Estuvieron muy lindos, muy disfrutables. Me pasó lo mismo que me pasaba con la escuela, en primaria. Me encantaba ir y me encantaba, de repente, juntarme con mis amigos en esas 2 o 3 materias que yo sentía que no pasaba nada, quién sabe por qué, o porque no conectaba con el profesor, y nos íbamos a hablar de cine al Horno de Pizza que estaba a la vueltita.

Yo aprendía de cine ahí. Yo venía de Canelones sin ir al cine. Entonces, de repente, me encontraba con un montón de compañeros que sí habían visto cine, y yo me sentía esponja, la verdad. Esos años fueron increíbles. Sobre todo, por el grupo humano que se armó de compañeros de Escuela, donde yo iba como esponja absorbiendo. Sentía que era algo que tenía como atrás, como que tenía que ver muchas pelis para ponerme a tiro, para empezar a aprender, y lo hacía. Entraba al Cine Pocitos abajo, que era en el mismo horario que la Escuela. Tenías que elegir entre entrar a las películas o entrar a la Escuela. A veces, entraba a las películas, a veces, entraba a la escuela y, a veces, me iba a la vuelta con unos amigos. Estaban las materias infaltables a las que no faltaba nunca porque había muy buenos profesores. Lo que era lenguaje, lo que era montaje, lo que era realización, eso era la religión.

Has incorporado varios roles dentro de todos los que hay en el cine, pero ¿te definías en algún rol en ese momento? ¿Te encaminaste hacia la dirección o la producción?

En la carrera, en un momento, tenías que elegir si ibas para Sonido, Fotografía, Dirección. Yo elegí Dirección. Yo salí de la Escuela tomando el camino de Realización. Lo que sucedió, después, fue que estando en México todo me cambió y yo ya no quería solo dedicarme a elegir los planos. Me gustaba fotografiar, el montaje. Me gusta un poco meter la mano en todo y ya la realización empezó a tomar más forma.

Me doy cuenta de que me empieza a gustar todo. De la Escuela salí más como realizador, que creo que es la columna vertebral de lo que me gusta, pero después me di cuenta de que realizar para mí era realmente meter las manos en varias tareas. Me gusta realmente. No concibo mucho realizar algo y no montarlo yo. No puedo no estar ahí. Algo así me pasa con la fotografía también.

La realización que hoy yo tomé como camino es eso, realizar fotografiando y montando. Lo disfruto como niño chico, todo. El tiempo dirá y los proyectos.

Ya que estabas en modo esponja en aquellos años, ¿qué películas te marcaron fuertemente y te definieron artísticamente?

Después de Cigarros que me marcó, ya estando en la Escuela de Cine me acuerdo de ver El sabor de las cerezas de Kiarostami. Esto era, dentro del Nuevo Cine, un nuevo cine para mí. Era como una mamushka y había que seguir rascando. Esa me acuerdo de que me voló la cabeza. Creo que he llegado a mamushkas más adentro y realmente me gustan películas que me es muy difícil encontrar programadas en algún lugar. Realmente tengo que rascarlas, buscarlas, pero en aquellos tiempos fue El sabor de las cerezas.

Después, me di cuenta que estaba Primer Plano, una película también de Kiarostami, donde jugaba con la ficción y con la no ficción, y yo decía “acá ya ni siquiera hay un género definido, todo lo que aprendí lo tengo que soltar porque si no, ni siquiera puedo ver esta película”. Además, yo la veía como adolescente, como todo lo que no había visto. No la miraba como estudiante de cine. La miraba como con ojo abierto y sin tratar de ver dónde habían puesto la cámara, hasta el día de hoy.

En todo caso, después me siento, pienso y voy analizándola o no, pero yo las veía como el adolescente que no había visto y las veía en ese momento. Hoy siguen apareciendo sin parar. Es infinita la mamushka de películas escondidas que ha,y que de repente nadie te las nombra.

Montevideo Portal I Javier Noceti

Montevideo Portal I Javier Noceti

¿En qué momento aparece Ciudad de México como opción?

Terminando la escuela de cine yo tenía muchas ganas de romper un poco con estar en Canelones, incluso también con estar en Montevideo. Ya que venía con esto de que cada vez que hacia un cambio encontraba un mundo nuevo decía, “si puedo ir a una cultura completamente distinta, voy a encontrar un mundo completamente nuevo”. Me quería quedar en América, no tenía esas ganas de irme a Europa. Quería algo mas que realmente fuese un cambio de paradigma. De alguna manera, creo que en ese tiempo y ahora también, tenemos los ojos puestos en Europa.

Entonces, para mí pensar en México realmente era ir contra el propio impulso de irme a vivir a otro país. Era otro país y era otra cultura, realmente. Iba a tener que transformarme para poder vivir ahí. México creo que surge por eso, creo que me llamó mucho la atención Carlos Amerigo, mi profesor de fotografía, todos los colores y collares con los que andaba. La muerte, como hablaba de la muerte, su altar. Cada vez que iba a su casa tenía un altar lleno de colores, de sus amigos que habían fallecido, pero que estaban como vivos. El vínculo con la muerte era completamente distinto. Su alegría con la muerte era completamente distinta y yo quería alimentar mi vida con eso. Quería ir a una gran ciudad. Tenía una locura por irme a ver qué sería yo en una ciudad grande. Ciudad de México era la más grande, la más habitada en el mundo. Era cambiar de Canelones, de 20.000 personas, a Ciudad de México, con 20.000.000. Eso era cambio de cultura, de dimensiones. Era lo que estaba buscando. Después, encontré cosas que ni soñaba, pero a eso me iba yo, abierto a conocer.

¿Qué edad tenías?

23.

¿Habías salido del país antes?

De niño habíamos ido a las Cataratas, pero vía terrestre. No sé si había ido a Brasil, ya, al sur, vía terrestre. Sentir que me estoy yendo de Uruguay, creo que fue ahí. Había hecho algún viaje alguna vez, familiar, pero no lo siento tanto como que me fui del país. Fue subirme a un avión y, además, solo.

¿Con qué te encontraste cuando llegaste?

Allá esta siempre igual, siempre con calorcito. Me fue a buscar Miriam Bustos, una compañera de la Escuela de Cine que se había ido a vivir allá, que se estaba quedando en la casa de unas amigas. Ana y Beatriz. Ana era una uruguaya que vivía y vive allá hace mucho tiempo. Miriam se estaba quedando en la casa de ellas dos y había un cuartito en el fondo donde yo podía quedarme. Me había llevado un colchón inflable, iba con una mochila, ahí estuve 6 meses.

¿Ibas con eso planificado o era un poco a ver qué pasaba?

Sabía que Miriam me iba a esperar. Sabía que estaba allá ella, así que la contacté. Ella me iba a buscar al aeropuerto, nos fuimos en taxi a donde ella trabajaba, esperé a que terminara de trabajar y nos fuimos al barrio, a la colonia se le llama allá. La colonia Guerrero afuera del metro Tlatelolco. Me acuerdo perfecto. Fuimos a esta casa y yo me sentía súper poderoso, la verdad. Era todo nuevo, todo era increíble. Llegar ahí, armarme mi cuarto y decir, “acá empiezo una vida nueva, acá me van a pasar millones de cosas”. Tenía un entusiasmo brutal, la verdad.

Así con ese entusiasmo, muy rápido, me metí a trabajar de Asistente de Dirección en algunos comerciales. Empecé con esa fuerza. Medio rápido empecé a recorrerme todas las productoras que andaban ahí en la vuelta, para empezar a tener trabajo porque me quería quedar, quería estar en México, quería quedarme ahí. Tanto, que me quedé diez años ahí.

Tuviste la suerte de que apenas llegaste pudiste empezar a trabajar, no en cine, pero en el mundo audiovisual.

Sí, tal cual. Trabajaba unos meses y me iba de mochilero a recorrer. Me encantaba trabajar, pero me encantaba también no trabajar. Además, a México quería conocerlo. Trabajaba, juntaba un dinero, y con la mochila me iba a la terminal, a alguna de las terminales que hay, hay como 3 en el D.F., elegía algún lugar o iba con un lugar medio pensado, me subía al ómnibus y me iba. Y desaparecía un mes. Y volvía, y otra vez. Costaba que trabajara fluido porque tenés que estar, pero yo también era eso. Lo que más quería era trabajar y conocer México.

Aunque viajes toda la vida nunca lo vas a conocer, pero tuve la suerte de tener un trabajo que no era diario, sino que era esporádico porque era por proyectos. Entonces, trabajaba y me iba a recorrer a donde quisiera. Así conocí muchos lugares, no de paso, me quedaba mucho rato, que era lo que yo más ganas tenía.

¿Cuál fue el lugar que hayas conocido que más te impactó?

Wirikuta, el desierto de San Luis Potosí, que es donde viví una de las transformaciones más grandes que tuve. Fue ahí. Me entró por todo el cuerpo, digamos, porque primero fui con un grupo de danza a danzar ahí como una semana. Luego, fue tan fuerte el impacto de estar ahí, fue tan fuerte el impacto de quedarme en el desierto, que esperé a que ellos se fueran y me quedé solo. Se quedó una compañera también de danza, nos queríamos meter más adentro del desierto, como más lejos de cualquier poblado, de cualquier lugar.

Caminamos como 3 horas y encontramos una montañita y nos quedamos ahí a la intemperie, también como una semana. Yo tenía ganas de probar peyote, de tener como un cambio sensorial y de tratar de entender qué era lo que me estaba pasando y de qué me estaba escapando, de qué me quería escapar, por qué estaba viajando, porque quería conocerme. Muchas preguntas, tenía. No se contestó ninguna, pero me tranquilicé.

La cuestión es que ella se fue y yo me seguí quedando ahí. Fui como quedándome solo en ese lugar, al cual volví varias veces, al cual espero volver varias veces más. Es un lugar de peregrinación muy hermoso donde, la verdad, el cielo que encontré ahí y la soledad que encontré estaba llena de todo. Es el lugar donde realmente siento que tengo como un nodo que me conecta con el desierto de San Luis Potosí. De ahí surgió Ánima. Había soltado hasta el cine caminando hasta ahí. Me acuerdo de que tenía una remerita con una cámara de 16 milímetros estampada, negra.

Una de esas noches que quedé solo y que estaba a la intemperie, y que tenía un fuego prendido, me acuerdo de quemar esa remera, de prenderla fuego ahí. Fue como decir “suelto esto ahí, suelto mis ganas de hacer cine, de ser algo, ya sea director o lo que sea, suelto mis ganas de ser algo o alguien”. No sé qué pasó, pero fue un ritual importante. Al otro día yo ya sabía que quería volver ahí a filmar. Se ve que al soltarlo fue como que algo pasó adentro mío, así que ese lugar es el que tengo como guardado con mucho amor.

Montevideo Portal I Javier Noceti

Montevideo Portal I Javier Noceti

El desierto justo es un lugar re solitario, ¿cómo pasas de sentirte solo a nivel social a sentirte conectado con lo que tenés enfrente?

Me ayudó a todo. A partir de ahí, nunca más estoy solo. Capaz que antes era un poco más nostálgico. Realmente, siento que me transformó, como que realmente no me siento más solo y creo que la nostalgia que tanto me caracterizaba como que se fue un poquito. Se fue bastante, te diría.

A partir de ahí me doy cuenta de que puedo estar más solo y que puedo estar más con personas, también, que puedo disfrutar de las dos cosas de una manera increíble. Ninguna de las dos son extremadamente necesarias, pero sí son complementarias para que yo esté en equilibrio, digamos. Poder estar días, incluso conmigo, y estar días compartiendo. Antes no, antes eran necesidades, necesidades de estar con alguien, o si estoy solo siento como un sentimiento que me arrastra a un lugar que no me gustaba. Eso cambió. Hoy disfruto estar solo o estar con amigos y creo que tiene mucho que ver con esa experiencia.

Se habla mucho de la inseguridad de México, sobre todo en los desiertos, ¿nunca tuviste una experiencia en ese sentido?

En el desierto no hay mucha inseguridad, a nivel social. Hay peligros, serpientes, coyotes que pueden estar en manada. Te podés perder si te da por tener un viaje espiritual o ir a buscarlo. Tenés que saber, más o menos, dónde estás para poder volver. Esos son un poco los peligros. El mayor peligro creo que es la mente de uno y el miedo que uno siente, o por lo menos yo así lo entendí. El mayor peligro era el miedo que yo sentía a estar solo o a quedarme solo en el mundo. Creo que era algo así y una vez que estuve ahí ese miedo se desvaneció.

Luego en México, en el D.F., cuanto más grande sea una ciudad, por lo menos en América Latina, incluyendo México, y a veces pasan cosas. Pero yo andaba como muy suelto, yo pude estar en todos lados en la Ciudad de México, incluso filmando. Siempre me sentí bastante seguro, bastante bien.

Me pasaron cosas, me robaron, pero también me robaron acá en Montevideo y tampoco me siento inseguro acá en Montevideo. Es un estado en que uno tiene que entender que hay que estar alerta siempre, hasta en el lugar más seguro del mundo. Pero alerta quiere decir estar consiente, saber dónde estás, qué está pasando alrededor, qué personas hay ahí, cómo estás vos. Capaz que hay lugares donde está más complicado que en otros, pero la seguridad está, creo, que más en uno, en donde sea que esté, que en los lugares a los que uno va.

¿Cómo llega Ánima, tu primera película, a partir de esa experiencia en el desierto?

No sabía qué iba a pasar, solo sabía que quería volver ahí a filmar, en 16 mm, con una cámara, que era el formato con el que yo me sentía más identificado. Me gustaba venir con algo análogo. No quería venir con cámaras digitales. Quería estar como más en contacto con una forma análoga, con todo lo que sucedía, y quería venir yo. Todavía no sabía qué era, pero capaz que podría recrear lo que sería un camino hasta perderte y que eso que estás buscando te encuentre a vos. Algo así sentía que quería hacer.

Así que volví, volví con una cámara súper 8, primero solo, a filmar. Luego volví con un crew bien chiquito cuando conseguí un poco de financiación. Ya con rollos 16mm y una cámara, y con un crew con un fotógrafo. En ese momento yo no metía mucha mano a la cámara todavía, no había tenido ese cambio, digamos, de empezar a filmar, pero como venía de todo ese pasado de teatro, me quería poner delante de la cámara. Así que yo actuaba y dirigía, digamos. Actuar era un decir, me puse delante de la cámara y me puse atrás, quería desdoblarme.

¿Ahí es cuando nace Antón?

Sí, antes de filmarla. Después de ese viaje, en todo eso, me acuerdo de que hice todo un ritual para mí, donde me fui caminando también. Soy mucho de hacer simbolismo, que le hablen a mi inconsciente para poder entenderlo, o por lo menos para que mi inconsciente entienda. Mandarle lenguaje sin razón, símbolos.

Entonces hice un pozo en el Ajusco, es una montaña que está ahí en México en el D.F. Me subí hasta el Ajusco, hice un pozo, escribí Pablo Stelardo, lo puse en la tierra. Había llevado miel para que fuese una muerte dulce, digamos, le tire mucha miel y lo enterré. Se ve que tan dulce fue la muerte que siguió vivo porque hasta el día de hoy soy Pablo para muchas personas. En Canelones todo el mundo me conoce como Pablo. Muchos me conocen como Pablo y como Antón y algunos me dicen de las dos maneras. Eso que yo pensaba que iba a ser como un cambio fue como una suma. Ahora, incluso, tengo más nombres que no se los digo a nadie porque me permite como jugar un poco.

O sea que, en la película, en realidad, el protagonista es Antón Terni.

Le puse los dos nombres. El protagonista dice Pablo Stelardo y el realizador dice Antón Terni. Pude poner esas dos caras. Hoy ya me tranquilicé bastante, ya no me interesa tanto. Como me llamen, yo respondo. En ese momento estaba en esa búsqueda y quería poner todo lo que era, todo lo que yo pensaba que había encontrado hasta ese momento. Así que usé mi nombre como actor, Pablo Stelardo, y mi nombre como director, Antón Terni. Ahí ya de Pablo me fui despidiendo y quedé como Antón en todo lo que hago.

¿Alguna vez sentiste la presión de la ópera prima?

No, cero. En ese momento, la verdad, fue como “yo voy a romper el hielo como me salga”. Es más, sabía que mi película iba a ser un rompe hielo, más que las ganas de tener una buena película. De hecho, como que me importaba muy poco. Tanto, que me importaba muy poco hasta su distribución. Solo quería romper el cascarón, el hielo, así que la presión de ópera prima no la sentí. Sentí el impulso y otra vez sentí como una energía. Solo tenía que hacerle caso a esa energía y hacerlo. Sentí cero presiones. Más bien, ganas. Fuego, de vuelta.

Teniendo en cuenta que incorporaste, incluso, película de cuando vos eras niño, ¿qué genero le atribuirías a esa película?

Tiene algo de ficción, tiene algo de autobiografía, y tiene algo de subirse a lo que sucedía con una especie de producción de documental. No porque atraviese todos los géneros, sino porque me alimenté un poquito de todas las cosas. No me había propuesto hacer algo en concreto.

Solamente quería ficcionalizar algunas cosas, pero también dejar muy libre a que lo que pasaba fuese registrado en forma documental. Creo que me marcó la línea, porque es lo que más me atrae, poder alinear algunas cosas, pero luego dejar que vaya solo. Así que no sabría decirte un género. Trato de no encasillarlo porque es así, fui descubriendo esas cosas que me gustaban y de todo me gusta un poco. Entonces, tenía un poco de todo lo que en ese momento me parecía que estaba bueno meter adentro de Ánima. Más que nada, por dejarme llevar de vuelta, no por querer hacer algo en concreto, sino por dejarme llevar como tenía que ser.

¿En qué momento te volviste autoconsciente de lo que estabas haciendo? Al ser director y actor de la propia película, vos estás actuando, pero sos consciente de que eso está siendo filmado. ¿Te alteró para las cosas que hicieras o dejaras de hacer?

Lo que más me paso es que tenía muchas más ganas de estar filmando que de estar delante de la cámara. Lo disfruté, creo que así tenía que ser. De hecho, así son las cosas. Cuando pasan, así son, y tenía que ser así. Pero me di cuenta de que yo quería más filmar, yo quería más crear detrás de cámara, algo más oscuro. No me interesaba tanto estar adelante, casi que tuve que ser yo porque no había otra, pero no tanto por elección real.

Está bien, es mi historia, voy a romper el hielo, voy a ser yo, tengo dos nombres, dos apellidos, ¿cómo resuelvo este relajo? Me meto adelante, me pongo atrás, y trato de aprender de esta experiencia para hacer lo que estaba buscando que era, de alguna manera, transformarme, cambiar, aprender diferentes puntos de vista. Lo que más siento es eso. Me di cuenta de que quería realizar, quería meter mano a la cámara, quería estar del otro lado.

¿De dónde sale el nombre? ¿De la psicología?

Sí, de Jung. Soy muy lector de Jung. Me gusta mucho. Creo que me ayudó mucho en todo el proceso de autoconocimiento que hasta el día de hoy sigue y seguirá.

Es la parte del inconsciente que esta personificada por el ánima, es como el lado femenino de lo masculino. Como hombre yo quería descubrir esa parte que siempre está como esquiva, que es eso que no sos, pero que seguro también sos, que es la parte femenina del hombre. Así como el ánimus es la parte masculina, simbólicamente, de la mujer, yo quería descubrir qué era eso que estaba en las sombras, qué era eso que hablaba más en el lenguaje de los sueños, qué era eso más intangible. Me parecía que, si iba a querer encontrar algo, que fuese lo que estaba en el mundo de los sueños, guiado por la luna. Me parecía bastante bueno utilizar ese nombre. En ese momento estaba leyendo arquetipos de Jung y estaba leyendo bastante, y dije “esto es con lo que quiero conectar, con lo desconocido”.

Ánima — Antón Terni from HALO CINE on Vimeo.

¿Cuándo volvés a Montevideo y por qué?

Vuelvo en el 2012, ya había estrenado Ánima. Había cumplido un proceso, según entendí. No tenía más ganas de estar en la ciudad, por lo menos en una grande, de la que no pudiese escaparme rápidamente a estar en la naturaleza. Las idas al desierto, las idas a las sierras en México, las idas a las playas, a lugares increíbles, me habían dado muchas ganas de conectar con la naturaleza fuerte.

A parte, cuando yo me fui de Uruguay no tenía todo esto que me había pasado. Qué pasaba si llevaba todo esto a todo eso que yo recordaba que esta increíble también, qué pasaba con Canelones, qué pasaba si iba con todo esto que me acaba de pasar allá. Seguro lo podía ver de otra manera. Vamos a probarlo.

Eso, unido a que había terminado la peli y la había estrenado, había sentido como que ya hacía muchos años que no veía mucha gente. No viajé tanto para Uruguay. De hecho, estuve varios años sin ver a mi familia, como 4 o 5 años sin venir. Dije, “voy a Montevideo, también presento Ánima”.

En Canelones no me sentía muy de Canelones, por haber nacido en Montevideo, porque viajaba mucho a estudiar. En Montevideo era el canario y en México era el uruguayo. Decía, “me voy a Canelones de vuelta, capaz que puedo llevar un poco de esto que acabo de descubrir y ver si puedo sentirme en casa allá también”. Creo que fue esa mezcla de querer ver gente querida, amada, familia, amigos y ver todo lo que había visto, pero con estos ojos, con una cierta transformación, a ver qué pasaba si veía cosas nuevas o aprendía cosas nuevas.

¿Cómo es recibida tu película acá en Uruguay? Convengamos que no es tan común que un director se ponga como actor y hable de sí mismo en una película.

Creo que paso bastante desapercibida, pero por mérito propio. Creo que es una peli que estuvo bien, hizo lo que precisaba hacer, salir a la luz, estuvo en el Festival de Invierno en Cinemateca.

Yo en ese momento también estaba trabajando ya en una productora como Asistente de Dirección, donde conocí a mi socia, con la que después formamos algo y filmamos Mirador, así que todo sucedió muy lindo digamos. Esa gente con la que estaba trabajando fue toda a ver Ánima al Cinemateca 18. Fue la última vez que fui al Cinemateca 18. Me traje mis latas de 35 mm de México y poder pasarlas en el cine Cinemateca 18 para mí era como un sueño.

Estaba otra vez mis viejos ahí, otra vez estaban mis hermanas, y un montón de nuevos compañeros de trabajo que estaba teniendo en ese momento, que estaba trabajando. Fue hermoso, fue lo que fue, no estuvo en salas más que eso, en el Festival de Invierno.

Yo, en ese momento, no tenía los canales para distribuirla, ni las ganas. La presenté ahora hace poquito de nuevo, con un proyector 35, en proyecciones que hago yo independientes. Tengo como una veta también que me gusta mucho proyectar y encontrar canales donde se puedan ver pelis. Así que es una película que pasó en ese momento, pero que otra vez uno puede reflotarla. Así que lo hice otra vez, proyectarla de vuelta.

¿Cómo llega Halo, tu productora, y con qué necesidad?

Y medio enseguida después de llegar, como al año, a los dos años, de estar trabajando con Patricia en Transparente. Una amiga me pidió para hacer en Carmelo unos videos de un lugar de aceite de oliva, de un hotel. Se habían unido como tres o cuatro empresas y querían hacer videos. Yo ya sabía filmar, sabía realizar, sabía montar. Patricia, en ese momento, era la productora del lugar donde trabajábamos. Se daba mucha maña para hacer de todo.

En ese momento, ella podía hacer el sonido. Dijimos, “vamos a hacerlo nosotros dos esto, vamos a Carmelo, presentamos un presupuesto y lo hacemos”. Fuimos, lo hicimos, estuvo notable, nos quedaron re lindos. Nos gustaban las mismas películas, teníamos muchos gustos, hasta el día de hoy, de cine similares.

Podíamos trabajar muy bien juntos. De hecho, estábamos trabajando juntos en Transparente. Entendimos que podíamos hacer nosotros cualquier filmación y que nos complementábamos muy bien. Yo en ese momento estaba viviendo en un hostel acá en Montevideo, porque andaba muy todavía en la vuelta. En ese hostel estaba un amigo que se llama Alejandro, un argentino, que era diseñador gráfico y hacía páginas web, y es músico. Hasta el día de hoy es el que hace las músicas de todo lo que hacemos. Hace las páginas web, hace los diseños de todos los afiches de Mirador. Dijimos, “nosotros tres está demás, podemos hacer lo que queramos”.

Me acuerdo de que estábamos en el hostel, subimos a la azotea, miramos para arriba y en la luna había un halo enorme, salado. Nos miramos y dijimos, “halo”, y ahí nació, en el hostel. Ya sabíamos que íbamos derecho para el cine porque era el propósito.

Pero, como cualquier productora, se sustentan también con lo comercial.

Ahora ya no. En un principio, hicimos muchos videos, institucionales, sobre todo. Trabajamos para el Mercado Modelo, hicimos videos para la ANII, empezamos a hacer un montón de cosas. Patricia es productora de cine, tiene muchos otros proyectos en los que la llaman. Yo empecé mucho con el análogo, a revelar, a filmar, a dar talleres de filmación en 16 mm. Entonces, empezamos a dejar de lado todos esos videos institucionales y ahora estamos como queriendo dedicarnos a levantar nuestro proyecto. De ahí salió Mirador. Ahora tenemos otro proyecto, hicimos Ficción Poema, que es una serie de poesía audiovisual, y ahora estamos ahí directo.

¿Cómo llega la historia de Mirador?

Estando en Costa Azul con Patricia. Estábamos tomando una cerveza afuera del club y Pablo, el protagonista, que es ciego, pasa caminando y esquivando unos autos. Y con Patricia nos miramos y dijimos, “vamos a ver si precisa ayuda o a ver si quiere que lo llevemos a algún lado”. Fuimos hasta ahí y Pablo nos dijo que sí. No estaba perdido, ni nada, después nos enteramos, pero nos dijo, “vamos sí”, y cuando arrancamos a caminar nos perdimos. Lo hicimos perder porque él estaba exactamente clarísimo de dónde estaba, pero se dejó guiar igual.

En esa caminata nos fue contando millones de cosas, los licores que hacía, a dónde iba, cómo se perdía por todos lados y no le importaba, cómo se iba a acampar, cómo le gustaban las bandas de rock, cómo se iba a los conciertos. Yo decía, “no puede ser, este hombre está re loco, cuánto ímpetu, cuánta fuerza, cuánta valentía”. Esa misma noche quedamos como muy concentrados en que queríamos conocerlo más y filmar. Creo que ya se venía cocinando que queríamos filmar, que queríamos hacer cine, y él cayó ahí justito. Aparte, él es muy histriónico y tiene una voluntad muy linda. Nos abrió las puertas de su intimidad, de su casa. Fue derecho, no había que esforzarse para hacerlo, estaba todo puesto para hacerlo.

¿La historia llega o se busca?

Llega. Hay que estar abierto y atento. Siempre que la busco no la encuentro y cuando uno está abierto y receptivo, y capaz que en un estado más hasta meditativo, las cosas llegan. Y eso llegó porque estábamos re relajados, mirando el cielo, y las coas te suceden cuando estás en ese estado.

Si te pregunto por qué esta historia y no otra, dentro de las millones de historias que se pueden contar, ¿la respuesta es: porque llegó?

Porque esa es la historia que teníamos que vivir y, una vez que estábamos ahí, la queríamos vivir. Porque uno ahí puede elegir, pero es la que nos tocaba y queríamos vivirla. Además, sentimos, en ese momento, que teníamos mucho para aprender, que también creo que es el otro gran motivo por el que uno se embarca en un proyecto. Aprender, transformarse de nuevo, cambiar el punto de vista. Tenía todo, de eso tenía todo.

Montevideo Portal I Javier Noceti

Montevideo Portal I Javier Noceti

¿Cuándo uno decide dejar de filmar? ¿Cuándo ya es suficiente material?

Se siente. Es el mismo estado. Vos estás abierto. Sentis que ya estuvo, sentís que falta, pero si vos tenés que forzar algo, ya no. De por sí hacer cine es difícil, y congeniar un montón de energías para filmar, pero cuando vos sentís que ya está, ya está. Ahí también estamos súper alineados, todos, no solo el equipo que filmamos con Patricia, sino Pablo, Valeria, todos. Sentimos satisfacción de algo terminado.

Después, había que ir a montaje. Siempre se puede filmar de nuevo. Esto también lo filmamos en muchas etapas, pero sentimos que estaba bien, que el material estaba ahí adentro. Había que sentarse a montar.

¿Dónde está el límite de la intimidad? Una discusión típica del género documental.

En el montaje. En la filmación, no. Uno filma con respeto y con confianza, pero filma. Una vez que las reglas del juego están planteadas, están bien claras, ahí se filma. Luego del montaje, vas de vuelta. Por eso yo decía que no hay manera de no montar uno, porque realmente ahí están los límites en que uno se puede llegar a expandir o limitar, valga la redundancia.

Es ahí donde uno decide de verdad qué mostrar, porque en la filmación es casi como salir de casería. Es ir a tratar de traer la mayor cantidad de cosas posibles. Estableciste las reglas, se respeta, ahí está todo bien, la intimidad es hasta donde el otro me deje porque yo siempre siento que voy hasta ahí con mucho cuidado, respetando lo prestablecido. Si te incomodo también lo voy a saber, voy a sentirme yo incómodo antes que vos. Eso es lo que yo siento y luego el montaje es donde uno ordena, y decide.

Hablando de la incomodidad de tener una cámara enfrente, sobre todo si no son actores, que es lo que suele pasar en un documental, ¿creés que ellos eran más conscientes de sus actividades porque sabían que había una cámara cerca?

No, porque estuve mucho con ellos sin cámara y eran igualitos. Realmente se olvidaron de la cámara, esa es la magia. Creo que esa es de las cosas más bellas que sucede porque todos lo pueden hacer. Fue parte de lo que ellos pusieron a disposición para que todo saliera. Fue la confianza que ellos entregaron y eran así, así tal cual. Soy consciente de que se olvidaron de mí completamente.

¿Eso es mérito del director o de las personas que tenés enfrente?

Creo que fue del equipo completo. Esa historia con ellos o con otras personas hubiera sido distinta. Ellos nos permitieron ir hasta ahí, nosotros que realmente éramos bastantes silenciosos y podíamos fluir de una manera que creo que fue lo bueno y fue la virtud del rodaje, no estar siempre con la cámara prendida molestando. Cuando había que bajar y volver otra vez a un convivio para generar un nuevo vínculo que cambiara la energía, lo hacíamos. Decíamos, “no estamos filmando” y no estábamos filmando. Y otra vez volvíamos todos a interactuar. Fue muy orgánico entre ellos y el crew. Patricia, yo, Pablo, Valeria, Óscar, hicimos un buen equipo la verdad.

¿Qué significan para ti los premios a nivel cinematográfico?

El único valor capaz es que le da un impulso a que lo vea más gente. Estar esperando por un premio creo que afecta a la creación, o hacerlo para. Así que no, me tiene sin cuidado. Creo que donde cambia en algo es que a veces puede impulsar a que la película se vea más y, en ese caso, sería positivo.

También das talleres de cine analógico, ¿por qué lo analógico en un mundo donde ya lo digital es la opción, quizá, más barata?

Yo pongo un poco en tela de juicio lo barato. Hoy también. Porque hoy, si se quiere hacer un rodaje con una cámara digital de las buenas, digamos, con todo lo que lleva tener esa cámara funcionando, también es bastante caro. Eso, por un lado.

Segundo, creo que hoy un pintor puede elegir entre pintar en acrílico, en acuarela. Hoy un escritor puede sentarse a escribir a mano, puede escribir en la compu. Creo que es una opción más, estética y conceptual, que al cine le hace muy bien que esté viva. De hecho, ya no murió, como todos pregonaron. Hoy creo que empezó a crecer de vuelta y te da a tener una paleta más, no solo hablando de estético, sino también de cómo afrontar una producción, de cómo filmar, de cómo crear un proyecto con nuevas paletas, nuevas formas de relacionarte con la realidad, distintas maneras de filmar, es una opción más, súper valiosa, que abre la cancha, de verdad.

Se dice que lo que tú haces es cine independiente, ¿hay cine que no sea independiente en Uruguay?

Cuando se le nombra cine independiente, todos aplicamos a los mismos fondos y todos queremos ganar los mismos fondos para hacer las películas. A veces, la variable está en el tipo de proyecto que llega a la sala, cómo sería esa película, a dónde apunta, dónde, en qué se basa para contar una historia. De esa historia, qué tanto está permeado por una historia del cine independiente, o qué tanto está permeado por una historia de un cine más industrial.

Creo que se lo nombra más por eso que por los medios de financiación. Nosotros, a Mirador, la levantamos toda independientemente. Además, fue independiente de financiación, hasta la última etapa donde ganamos un fondo para poder acabarla.

Entonces, para poder contestarte son como dos vías. Creo que se le llama independiente a la forma de financiación, pero todos más o menos nos financiamos de la misma manera, con los mismos fondos, o lo hacés por tu cuenta. Pero también habla de la estética, creo, y habla conceptualmente en dónde se basa para contar una historia, en qué corriente cinematográfica.

¿Cuál fue el día más feliz de tu vida?

Este, acá, que estoy vivo. Puedo ir al pasado, seguro, y reír, pero hoy me siento bien. Me siento feliz de estar vivo, de estar con salud, de estar rodeado de seres que quiero. Así que hoy, estar acá contigo charlando.

¿El más triste?

El más triste fue una vez que me caí en la bicicleta en México y me fracturé parte del cráneo, y vi todo negro. No sé si fue triste, pero sí fue negro. Un ser extraño me levantó y me llevó. Se ve que le pude decir el nombre de la casa de un amigo y me llevó a la casa de este amigo. Ahí empiezo a tener recuerdos otra vez. No sé si fue triste, pero seguro el más oscuro.

¿En qué momento de tu vida sentiste mayor libertad?

Creo que cuando me estaba yendo a México. Y dentro de México cuando estaba caminado por el desierto. Sobre todo, cuando estaba caminado por el desierto, y casi seguro que nadie sabía en ese momento dónde estaba yo ese día.

¿Algo que la vida te haya hecho aprender a los golpes?

Que cuando me enojo no aprendo nada, realmente. Cuando me enojo siempre me hago daño.

Si murieras hoy, ¿irías al cielo o al infierno?

A ninguno de los dos. No los visualizo y no creo en ninguno de los dos.

Por Federica Bordaberry