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Contenido creado por Valentina Temesio
Cine
Esperando a Dagoth

Arnold Schwarzenegger, Wilt Chamberlain y André el Gigante en cumbre de superhéroes

Conan, el destructor y las andanzas de un trío más grande que la vida. Una historia que ni Samuel Beckett pudo haber escrito, o tal vez sí.

09.05.2023 18:33

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2023-05-09T18:33:00-03:00
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Por Sebastián Chittadini

Cuando en 1953 el escritor irlandés Samuel Beckett —establecido en Francia desde 1938— se instaló en Ussy-sur-Marne, un ignoto pueblito de menos de 500 habitantes a 54 kilómetros de París, inmediatamente pasó a ser el habitante más famoso del lugar. Un año antes había publicado su obra cumbre, Esperando a Godot, una pieza del teatro del absurdo en el que dos personas esperan a una tercera —Godot— de quien el público nunca llega a conocer la identidad.

En la tranquilidad de Ussy-sur-Marne también vivía Boris Rousimoff, un inmigrante búlgaro que había ayudado a Beckett a acondicionar el terreno en el que construiría la cabaña donde viviría hasta el final de sus días, en 1989. Boris era un granjero que estaba casado con una polaca con la que tenía cinco hijos. Uno de ellos, de 12 años, sobresalía del resto por su 1.92 de altura y más de 100 kilos de peso. En aquella aldea del norte de Francia, el pequeño Hércules no entraba en el ómnibus escolar, por lo que tenía que ir caminando a una escuela en la que tampoco había sillas adecuadas para su tamaño. André René Rousimoff todavía no lo sabía, pero estaba destinado a la grandeza.

Cuenta la leyenda que, en una mañana de invierno, el escritor reconoció al hijo de Boris caminando bajo la lluvia y le ofreció llevarlo a la escuela en su Citroën 2 CV convertible. La escena, digna del más absurdo de los absurdos, se repetiría en otras oportunidades. Años después, ya consagrado, con sus inconfundibles patillas y pelo enrulado adornando un cuerpo al que la acromegalia había llevado hasta los 2.20 de altura y 250 kilos de peso, André contaría que en esos viajes a la escuela con el irlandés no hablaban de otra cosa que no fuera cricket. Beckett ni se imaginaba que aquel niño —ya gigante— sería un día conocido como André el Gigante, leyenda de la lucha libre norteamericana. Tampoco que un día confluiría en una película con otros dos personajes mitológicos provenientes de ámbitos muy disímiles: Arnold Schwarzenegger, nacido en Thal (Austria), y Wilt Chamberlain, oriundo de Philadelphia (Estados Unidos).

En 1969, Samuel Beckett fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Y no lo fue por haber escrito la historia en la que un campeón de fisicoculturismo, un hombre capaz de meter 100 puntos en un partido de la NBA y un gigante denominado “la octava maravilla del mundo” se encuentran y se hacen amigos. Todavía falta para que ese encuentro ocurra. Por ese entonces, Arnold Schwarzenegger intentaba por primera vez convertirse en el mejor del mundo en su disciplina y perdería el Mr. Olympia contra Sergio Oliva; André Rousimoff —todavía luchando bajo el nombre de Jean Ferre— dejaba Europa y sería apodado “el monstruo de la Torre Eiffel” en Nueva Zelanda; mientras que Wilt Chamberlain acababa de ser traspasado a los Lakers de Los Ángeles. La ciudad donde está el mágico Hollywood albergaría los sueños de estrellato del austríaco, que ganaría siete veces el máximo certamen del culturismo, y los del gigante del básquetbol, que se retiraría en 1972 con un campeonato de la NBA y el hito de ser el goleador histórico de la liga.

Animación de Arnold Schwarzenegger, Wilt Chamberlain y André el Gigante. Foto: Animation Studios

Animación de Arnold Schwarzenegger, Wilt Chamberlain y André el Gigante. Foto: Animation Studios

Sería en Hollywood donde los caminos de Arnold, Wilt y André se cruzarían. Concretamente, en el rodaje de la película Conan, el destructor, secuela de la exitosa Conan, el bárbaro (1982). En el mismo 1984, Schwarzenegger también protagonizaría Terminator y se consolidaría como una de las grandes figuras del espectáculo.

Por su parte, André el Gigante ya era una de las máximas figuras de la WWF (World Wrestling Federation), que tendría al año siguiente la primera edición de su famoso evento Wrestlemania, y Wilt Chamberlain seguía recibiendo propuestas para volver a jugar en la NBA con 48 años. Muy probablemente, Samuel Beckett —que en 1984 escribiría Worstward Ho, su última novela corta— no estuviera demasiado al tanto de lo que había pasado con la vida del hijo de Boris Rousimoff, ni supiera quiénes eran Arnold Schwarzenegger y Wilt Chamberlain.

Érase una vez en México

Producida por Dino de Laurentiis y dirigida por Richard Fleischer, Conan, el destructor se filmó en México entre noviembre de 1983 y febrero de 1984. Durante el rodaje, que se caracterizó por el buen ambiente entre los actores, su protagonista Arnold Schwarzenegger obtuvo la ciudadanía estadounidense y terminó de convertirse en el héroe de acción de esa década y parte de la siguiente. De ser el fisicoculturista más icónico de la historia, había pasado a ser uno de los actores más famosos del mundo.

Pese a que no alcanzó el éxito de su predecesora, la segunda parte de la saga tuvo en la conjunción de estrellas —también tiene un papel la cantante y modelo Grace Jones— uno de los puntos altos. Aquellos que se reunieron en el desierto mexicano eran súper hombres, superhéroes de la vida real que podían inflar una bolsa de agua caliente hasta explotarla —Arnold en el documental Pumping Iron—, anotar 100 puntos en un partido de la NBA —uno entre los más de 70 récords de Wilt—, o tomarse —como André— 127 latas de cerveza en una noche.

Schwarzenegger, entonces de 36 años, representaba el ideal del hombre fuerte que en 1980 había vuelto a competir en el Mister Olympia tras cinco años retirado, y lo había vuelto a ganar por séptima vez. Y, como hombre del deporte, el Roble austríaco tenía conexiones con otros atletas destacados como Wilt Chamberlain. Esa amistad se había generado justamente en Los Ángeles, mucho antes de que el legendario pivot se uniera al elenco de Conan. El futuro gobernador de California había sabido admirar el juego de Chamberlain como espectador de los partidos de los Lakers y luego lo había visto de primera mano dominando en el volley playa en Santa Mónica, cuando él entrenaba en la Muscle Beach original. Los dos también compartirían sesiones de pesas en el Gold’s Gym y nacería ahí una buena relación, basada en la admiración mutua y en una afinidad natural. Arnold, un hombre acostumbrado a ver entrenar a gente fuerte, dijo siempre que Wilt era fácilmente una de las personas más fuertes que había conocido.

Wilt Chamberlain estaba acostumbrado a ser el centro de atención. Desde su juego y su personalidad había estado siempre en su propia órbita, aunque jugara un deporte de equipo. Hasta hoy, es el único jugador capaz de promediar 40 y 50 puntos por partido en una NBA que nunca había visto una combinación tan impresionante de altura, fuerza y capacidad atlética. Un gigante de dibujos animados, un hombre deslumbrante que había llevado glamour y el primer título de los Lakers a la ciudad de Los Ángeles, la primera celebridad de la mejor liga de básquetbol del mundo. Acostumbrado durante toda su carrera a ser etiquetado por la prensa como un villano siempre decía que “nadie hincha por Goliath”— por su indulgencia e individualismo en pos de demostrar su grandeza, estaba determinado a empezar una carrera cinematográfica. Y sus credenciales eran más que suficientes para ser Bombaata, el malo de la película en la segunda aventura de Conan.

Había una conexión especial entre Schwarzenegger y Chamberlain, esos dos hombres nacidos a casi 7.000 kilómetros de distancia el uno del otro y convertidos en deidades por sus destrezas físicas. También la habría con el gigante nacido en Grenoble, o en Coulommiers, o en Moliens. Como buen personaje mitológico, nunca se supo en qué lugar había nacido verdaderamente el misterioso André el Gigante, otro abonado a las miradas de admiración desde su debut en la WWF en 1973. Alguien había tenido la idea de poner su inabarcable figura dentro del traje de otro de los enemigos del héroe encarnado por Schwarzenegger, con quien terminarían siendo buenos amigos. Alguna vez, Muhammad Alí —con quien Wilt Chamberlain estuvo a punto de realizar una pelea de exhibición en 1971— dijo que era imposible pelear contra un tipo del tamaño de André. Para el boxeador conocido como “el más grande”, el tamaño del francés era demasiado como para enfrentarlo.

Dos gigantes habían cruzado los límites del mundo de Hollywood. Y la producción tuvo algunos dolores de cabeza extra para adaptarse a ellos. Para empezar, había que encontrar un caballo al que Wilt Chamberlain pudiera montar sin que los pies le llegaran al suelo. Encontraron uno lo suficientemente grande en España, que tuvieron que importar hasta México. También tenían que confeccionar un traje de goma capaz de albergar la humanidad de la estrella de la lucha libre y una máscara que iba a ocultar completamente su rostro. Fue Carlo Rambaldi, el artista de efectos especiales que había diseñado a E. T., quien dio forma a Dagoth, la monstruosa deidad encarnada por André Rousimoff.

Un enano y dos gigantes en un circo itinerante

Hay una foto del rodaje en la que Wilt y André levantan a Arnold, que parece un niño al lado de los dos gigantes. Hay historias que cuentan que, durante ese tiempo compartido en el set, Schwarzenegger y Chamberlain no dejaron de levantar pesas ni un solo día. Wilt estaba empeñado en demostrarle al ícono del fisicoculturismo y también al otro gigante lo fuerte que era. Además de sorprender al propio Schwarzenegger en su hábitat natural —el gimnasio— levantando kilajes inusitados incluso para un múltiple ganador del Mr. Olympia, el exbasquetbolista quiso medirse con el mastodóntico as de la WWF y lo desafió a una pulseada. Se dice que, en pocos segundos, André doblegó el brazo del inmenso Wilt y sus 120 kilos de peso. Aquello era una convención de los hombres más fuertes del mundo, quienes además de medir fuerzas y filmar escenas de acción frecuentaban bares y restaurantes.

Al igual que en la famosa foto, en la que un hombre del tamaño de Arnold luce diminuto entre los dos colosos, no había cena compartida entre los tres en la que André y Wilt no debatieran entre risas acerca de quién era capaz de hacer lucir más insignificante a Conan. Una noche, Schwarzenegger quiso ganarle de mano al gigante francés —que quería pagar la cena siempre— y se dirigió a la caja del restaurante con su tarjeta de crédito. Le dio al personal la indicación de desestimar cualquier tipo de reclamo de André, pero el problema surgió cuando este se dio cuenta de que su amigo estaba intentando pagar. En ese momento, el hombre que acostumbraba a levantar por los aires a tipos como Hulk Hogan (2,01 m y 136 kilos) o Gorilla Monsoon (184 kilos) decidió levantar al imponente Arnold Schwarzenegger como si fuese una mosca y, diciendo que lo había hecho enojar, lo sacó del restaurante para sentarlo sobre el techo de su propio auto. Entre risas, Chamberlain aprovechó para unirse y le dio una mano a su compañero. Solo imaginarse este tipo de escenas hace pensar en que debe ser difícil de encontrar un traveling trio más interesante.

En el documental de HBO Andre the Giant, Schwarzenegger menciona esa historia del restaurante y habla de su amigo André con una sonrisa en el rostro. Esa amistad se mantuvo hasta la muerte del gigante, en 1993.

Esperando a Dagoth

La historia del premio nobel Samuel Beckett llevando todos los días a un joven André el Gigante a la escuela es tan absurda como fascinante. Y eso lo sabía muy bien el propio André, que era consciente de que tenía una muy buena para contar y alimentar la leyenda. La imagen del viejo sabio y el niño enorme hablando de críquet mientras atraviesan la campiña francesa en un 2CV es difícil de superar, aunque Antoine, el hermano de André, haya dicho años después que varios vecinos —incluido Beckett— llevaban a los niños —entre ellos André— a la escuela y que realmente no había tal relación especial.

El padre del teatro del absurdo podría haber pensado en una historia que lo involucrara a él mismo con una futura estrella de la lucha libre que llega a Hollywood, incluso disputándole el lugar como el más ilustre vecino de Ussy-sur-Marne. ¿Hubiera podido? Porque la historia, además de incluir a Arnold Schwarzenegger y Wilt Chamberlain, también incluye a otros personajes: la pelea entre André el Gigante y el boxeador Chuck Wepner, en 1976, se dio como previa de otra exhibición protagonizada por Muhammad Alí y el luchador japonés Antonio Inoki. Como sabemos, Alí casi pelea contra Chamberlain —a la postre compañero cinematográfico de André y Arnold— y peleó contra Chuck Wepner. Esa pelea contra el sangrador de Bayonne inspiró a un joven aspirante a actor y guionista que estaba mirando por televisión. Su nombre: Sylvester Stallone, futuro amigo y archirrival de Schwarzenegger en esa carrera del espacio del cine de acción de los años 80 y 90. La película se llamó Rocky. Porque todo está conectado, como se dijo tantas veces, el autor de Esperando a Godot pudo perfectamente haber imaginado una historia mitológica protagonizada por dos Goliaths y un Conan. A veces, la vida se empeña en que los caminos de extraños compañeros de viaje se junten. Podría ser literatura, también.

Poco después de ganar el Premio Nobel, Beckett dijo que su más famosa creación era una pieza “horriblemente cómica”. Tanto como debe haber sido esa escena en la que dos fenómenos de la naturaleza levantan a una bola de músculos con acento austriaco como si fuera un muñeco. También era una historia sobre la angustia de dos personajes que esperan en vano a ese misterioso ser al que llaman Godot y algunos le atribuyeron carácter divino. No había manera alguna de que Beckett, versátil autor de teatro, poesía y novela, imaginara que el hijo de Boris tendría un día un rol como Dagoth, ese dios al que los Guardianes del Cuerno esperan ver regresar para servirle y reinar sobre el mundo a su lado.

Spoiler: acaso como venganza por haberlo avergonzado frente a la gente en aquel restaurante, Conan mata sucesivamente a Bombaata y a Dagoth en las escenas finales de la película. Y, al igual que en la obra de Beckett, el público nunca llegaría a conocer la identidad de ese dios: el rol de André Rousimoff como Dagoth no figura en los créditos. Tal vez la imaginación, las palabras y el destino se cruzan siempre en algún momento, como se cruzó el Citroën de un renombrado intelectual en el camino de un niño gigante al que nunca volvió a ver.

Por Sebastián Chittadini