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Contenido creado por Manuel Serra
Comiéndome al Mundo
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Atenas: donde la mitología griega se encarna y deambula entre los mortales

Entre ruinas, historia, tragedia y comedia, yace una ciudad mística que inspira de manera divina, con dioses antropomórficos por doquier.

30.11.2022 18:38

Lectura: 11'

2022-11-30T18:38:00-03:00
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Por Daniela Varela
daniela.varela.martinez@gmail.com

Celeste. Así era el color del cielo. Un azul clarito vibrante, limpio, sin ninguna nube. El cielo ateniense tiene eso de divino. Literal. Un cielo despejado que me hace llamarlo un cielo en pleno éxodo de dioses. Parece que hubiesen dejado la comodidad del Olimpo para caminar entre nosotros los mortales. Por eso, los dioses no se verán en el cielo, sino que, desde Zeus hasta Artemisa, se los encontrará en cada rinconcito de Atenas. Homero ya lo escribió en la Odisea y destacó un concepto que me gusta mucho: ese del dios terrenal, de magia divina que se funde, interactúa y vive entre los hombres. Así es como yo entiendo que se debe de vivir la fe, reflejando esa chispa de divinidad que anda rondando por ahí, que a veces nos pecha y nos sacude ese polvo divino propio que está arraigado en cada uno de nosotros y que, si estamos atentos, nos permite despejar toda nube de cualquier día poco celeste que tengamos.

Árboles de granadas y limoneros, decorados con aroma a falso jazmín, toneladas de gatos callejeros, así como alguna que otra mansa tortuga y pajaritos felizmente cantando son el hermoso paisaje que enmarca un paseo por Atenas. Pero, por supuesto, los aspectos más destacados de la belleza se encuentran en la combinación exquisita y absoluta con sus columnas dóricas, jónicas y corintias del siglo IV, las ruinas arqueológicas y los detalles históricos incrustados en cada rinconcito de la ciudad.

Es un gran lugar para pensar —si no me creen, entonces pregúntenle a Aristóteles—, pero, humor aparte, cada vez que me sentaba a comer sola en alguna mesita escondida de Plaka o Monasteraki, barrios icónicos de Atenas, la musa inspiradora decidía acompañarme a tomar una copa del vino blanco de la casa, y casi nunca le erraba en sus ideas. De hecho, le dije “vení, quedate, ponete cómoda y habla conmigo”, según la recomendación de Neil Gaiman. Nueve páginas de cuaderno tamaño A4 después, creo que funcionó.

En Grecia no solamente se piensa al gran estilo de Dionisos, el rey del vino tan amigo del carnaval y la buena vida. También se lo logra caminando. Si uno va al Liceo original, ese campo de deportes increíble donde se forjó el pensamiento aristotélico occidental, logrará, por un instante, volverse peripatético. Rodeada de olivos, de caminos sinuosos y elevados, es evidente entender la necesidad del movimiento a la hora de promover una buena sinapsis. Tuve un profesor de filosofía, Mario, que decía que el verdadero arte de la disciplina era el hecho de preguntarse cosas, donde las preguntas importaban más que las respuestas, ya que funcionaban de tamiz para nuestro pensamiento. Me parece brillante hacer este ejercicio intelectual caminando, vaya la redundancia, ya que creo que es una manera magistral de practicar la unión entre el cuerpo y la mente. Por supuesto, cuando esto pasa, es imposible no invitar al ánimas, coronando así al triunvirato ideal para la creación. A miles de kilómetros y culturas de distancia, los monjes budistas y creencias orishas también articulan su filosofía y religión mezclando mantras, movimientos, danzas y teorías. Aristoteles quizás no era un dios, pero bordeaba su lógica con ese polvo divino del Olimpo que si bien, hoy lo entendemos como estéril y laico, sin duda originariamente era atravesado por la fe.

Todo esto tan etéreo se manifestó de manera evidente en una casita perdida en el medio de Monasteraki. Si bien es uno de los barrios considerados turísticos, tiene un filtro natural que lo hace menos visitado: se encuentra en una colina y está lleno de recovecos, no apto para aquellos que no se den maña con el calzado todoterreno. También, ir fuera de temporada tiene sus ventajas, no solo en lo que respecta a precios, sino tambien en el experimentar una ciudad de manera más auténtica, es decir, más vacía. Esta casita estaba claramente detenida en el tiempo. Me gusta imaginar que la doña estaba durmiendo la siesta y el patrón estaba tomando una cervecita con unas aceitunas escuchando la radio en el patio interior. Lo más lindo de la casa era esta ventana, que estaba abierta y a través de ella, un buen observador se hacía una fiesta. Reflejaba una Atenas silenciosa y verde, disfrutando el otoño mediterráneo. Espejaba un afuera, que nos incluía a nosotros, en un presente promisorio e igualmente incierto con las oportunidades de hoy y de mañana en Europa. Estaba enmarcada por el Partenón al fondo, ondeando la bandera nacional con orgullo, atestiguando siglos y siglos de vida. En su interior, guardaba el secreto y la intimidad de una familia griega, con retratos familiares, cruces ortodoxas, un juego de café y un televisor a tubo. Bellísimo.

Ese Partenón nos llamaba a gritos, pues allí fuimos, bien tempranito al día siguiente, a encontrarnos cara a cara con la Acrópolis. La Acrópolis es el nombre de la antigua ciudadela y complejo grupo de edificios, así como restos históricos ubicados en uno de los puntos más altos de Atenas. Acrópolis significa justamente eso, aquel lugar alto y separado de una polis, casualmente más cerca del cielo, y por consiguiente, de los dioses. El edificio más icónico de todos es el Partenón, el templo “más nuevo” dedicado a Atenea, patrona de Atenas. Es la estructura más grande en el sitio que permanece en pie y tanto el gobierno griego como las instituciones de la Unión Europea realizan esfuerzos constantes para preservarla. Justo a su lado, con increíbles columnas emulando diosas y ninfas, se encuentra el Antiguo Templo de Atenea. Luego está el famoso Templo de Atenea Niké, que sirvió de inspiración a la legendaria marca deportiva ya que Niké es la diosa de la victoria en la batalla y en los encuentros deportivos. Es un templo más pequeño y aislado, pero es maravilloso e inspirador. El halo de "Just Do It" se extiende por todo el complejo de la Acrópolis e inspira a sus visitantes a cumplir y desafiar cada uno de los deseos que se tienen en las listas de pendientes. Caminando por los pasillos de tierra y pedregullo entre las ruinas, en mi mente sonaba una y otra vez “All the things I've done” de The Killers, ya que sonorizó un tremendo comercial de Nike hace un tiempo para los Juegos Olímpicos, afirmando que “todo lo que se necesita ya está dentro (de ti)”. ¿Cliché? Quizás. Sin embargo, nunca logré saber si era el calor del sol o el fuego del Hades que me hervía el cuerpo de ganas de efectivamente concretar absolutamente todo aquello que tenía archivado cual lista de tareas en la cabeza. Ante la duda, hay que escuchar a la diosa de la Victoria y hacerlo, ya que Niké prevé y garantiza el éxito por delante.

Continuando la exploración de la Acrópolis, nos encontramos con el Teatro de Dionisio y el Odeón de Herodes Atticus. El primero es pequeño y está algo deteriorado en comparación con la magnitud y el estado de conservación del segundo. Sin embargo, el primero tiene una conexión más profunda y significativa conmigo. Tenía un profesor de literatura, Francisco, que se volvía completamente demente con la mitología griega y mientras nos enseñaba los cantos de Homero, mostraba su amado fandom hacia el mundo antiguo. Deliraba sobre el ditirambo y la necesidad del “sacrificio de un macho cabrío”, de verter y beber su sangre, realizar banquetes, fiestas, orgías, y danzas en honor a Dionisio. Imagínese mi entusiasmo al presenciar el lugar que tanto apasionaba a mi profesor, describiéndolo con estruendos de voz aguda, casi como un político, con énfasis y devoción, tratando de ganar la aprobación y la gracia de los dioses, digo, los alumnos, con sus exposiciones. Esas clases fueron increíbles, casi tan buenas como caminar y sentarse en ese mismo lugar en carne y hueso donde sucedieron la comedia y la tragedia, con ofrendas a menudo divinas.

Esa misma noche estaba caminando en búsqueda de una buena azotea para tomar una copa o dos y encontré el Cine París. Un cine al aire libre donde estaban pasando el Guasón, justo al lado de la Acrópolis. Era una señal: pocos minutos después de su hora de inicio, entré, agarré una manta, una bebida y una pizza, ya el pop se había acabado. Recién había vivido la génesis del drama que se les ofrecía a los dioses, y ahora tenía la oportunidad de ver esta obra maestra contemporánea en la que estos dos elementos, comedia y tragedia, son retratados exquisitamente por Joaquin Phoenix. Sentí que estaba en la sección de la orquesta mientras Atenea, Ares y Poseidón lo miraban desde el palco principal. Me tentaba decir, “Dionisio, calmate, que no dejas ver y te van a echar”. Me reía sola.

En el triángulo histórico de Atenas hay una pequeña taberna en un patio trasero llamada Avli. Es un sucucho común y corriente, que nada dice de afuera, por lo que es una taberna fácilmente escurridiza y difícil de encontrar. Dentro de un pequeño callejón, detrás de una puerta no tan encantadora, se pueden escuchar voces fuertes, risas y música griega de fondo. Parece una casa de familia, por lo que hay que animarse a entrar sin pruritos. Estaba atiborrada de gente y buena energía. El siempre sonriente dueño, Takis, opera el recinto desde 1985. Fingió conocerme, y después de un amable “Kalimera, te recuerdo, cómo has estado, por favor, tomá asiento” en un inglés bastante áspero, me senté en una de las últimas mesas libres del callejón. Lo hice justo al lado de Stellios, este señor que resultó ser un personaje. Me recibió con pasas de uva amarillas, maní y otros bocadillos picantes estilo pickles mientras ambos esperábamos a que nos sirvieran.

Él pidió un poco de queso y tomate, mientras que yo pedí el delicioso saganaki, que es un trozo de queso grillado y unos pimientos asados que estaban excepcionales. Estaba tan emocionada que decidí copiar a Stellios y pedí una cerveza nacional llamada Manos. Stelios me contó sobre su familia, su encantadora esposa, sus dos hijos y su perro. Cabe destacar su destreza y ganas de entablar conversación, ya que todo lo realizó con una sonrisa en un inglés muy entrecortado. Yo, por mi parte, le comenté que vivía en Nueva York y le mostré la foto de mis padres. Le comenté que era de Uruguay, la tierra del fútbol y la carne. Es así… algunos tienen a Aristoteles, otros a Benedetti y ambos compartimos una Manos. Entre historia e historia, se me cruza un gato por las piernas. Stellio lo acaricia, y logro entenderle que resulta que, en Grecia, parece que hay tantos gatos, que, en realidad, son gatas, pues son todas novias de Zeus. Cuenta la leyenda, que cuando Zeus embarazó a Alcmene, su celosa esposa Hera intentó evitar que el bebé naciera. Pero Galantis, la sirvienta de Alcmena, burló los planes de la diosa por lo que, una vez descubierta, fue convertida en una comadreja o en un gato, misterio que las traducciones no podrán resolver, pero que la abundancia de felinos en dicho país se encargan de afirmar.

Luego de varias Manos y pocas horas de sueño en mi haber, eran ya casi las 7 de la mañana. Tenía a la luna poniéndose a mi izquierda y el sol saliendo a mi derecha. Yo estaba en el tren rumbo al aeropuerto para volar a Santorini. Entre las colinas atenienses y los cables de alta tensión, lo único que me imaginaba a ritmo de The Killers era al mismísimo Apolo conduciendo su carruaje de lado a lado del tren, persiguiendo a la luna, trayendo al sol a ese nuevo día de cielo celeste, ansioso por (re)nacer.

*Daniela Varela es comunicadora, escritora y directora creativa. Entre otras cosas, estudió gastronomía profesional, antropología cultural y periodismo gastronómico. Comparte sus pasiones de viajar, comer y escribir en Bites&KMs. Actualmente, es creativa publicitaria en la ciudad de Nueva York. Es frecuente encontrarla escribiendo sus historias en distintos cafés de Brooklyn.

Por Daniela Varela
daniela.varela.martinez@gmail.com