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Cine
Sodoma y Gomorra

Babylon: de la ciudad de los soñadores al Hollywood del sexo, las drogas y la violencia

El director de “La La Land” se aleja de su carta de amor al cine clásico y en su nuevo filme erige una oda a los excesos del séptimo arte.

17.01.2023 11:45

Lectura: 12'

2023-01-17T11:45:00-03:00
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Por Nicolás Medina
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AVISO: Esta reseña contiene spoilers de lo que sucede en la película.

Los Ángeles, California, los años veinte. Solo con esa información bastaría para saber dónde estamos. Estamos en la cuna de la industria del entretenimiento audiovisual, cuyo hijo de casi treinta años, llamado cine, todavía sigue siendo un adolescente. Y no cualquier adolescente: es uno de esos que se lleva el mundo por delante como si no hubiera un mañana, y aunque a este adolescente todavía le falta darse la cabeza contra la pared unas cuantas veces para llegar a madurar, en el momento en el que la película empieza, piensa que la tiene clarísima.

Un mexicano llamado Manny Torres (interpretado por Diego Calva) tiene una misión: hacer llegar a un elefante a una fiesta a la que al parecer todo el mundo quiere entrar, pero no cualquiera puede. Y es que la fiesta es nada más ni nada menos que en Hollywood. Pero no el Hollywood con un atractivo casi turístico que esperamos, sino a otro: el Hollywood de los excesos, depravación, vicios, violencia y cocaína. Mucha cocaína.

Luego de una travesía que incluye calor, coimas, promesas de acceso a la prestigiosa fiesta a oficiales de policía y camioneros y una lluvia de mierda de elefante —literal—, Manny llega finalmente a la mansión. “No preguntes”, le responde a su jefe ni bien este lo ve llegar con el elefante y una caravana de gente cubierta en tierra, sudor y excremento. Y sí, increíblemente, esta es la puerta de entrada a Babylon, escrita y dirigida por Damien Chazelle, quien a principios de 2017 se llevaba a su casa el Óscar al mejor director por su obra La La Land (2016), ese musical dulce, cálido y hasta motivador, musicalizado por Justin Hurwitz, que nos daba canciones tiernas y melancólicas, una atrás de la otra y cada una mejor que la anterior. Ahora, Hurwitz y Chazelle parecen tomar una dirección bastante distinta a la que tomaban en 2016 para establecer el clima de esa película cuyo título se complementa con “Una historia de amor” o “La ciudad de las estrellas” dependiendo del país.

Una vez que entramos a la fiesta, el ruido, el baile, los colores y las multitudes de gente bien vestida pero completamente demente se apoderan de la pantalla. Mientras Manny recorre la fiesta, los invitados le van haciendo diferentes pedidos, que van desde indicaciones acerca de en qué habitaciones se encuentran las drogas, hasta dónde se pueden encontrar “chicas jóvenes”. Orgías, desnudos y una banda de jazz en la cual se destaca el músico negro Sidney Palmer (interpretado por Jovan Adepo) musicalizan el ambiente entre los instrumentos, la percusión, los aullidos y el ruido.

Como era de esperarse, Manny decide tomar un poco de aire de la locura y sale de la mansión, pero, al hacerlo, un auto atropella una estatua y de este desciende con mucha clase una de las coprotagonistas de la película y una cara extremadamente familiar, Margot Robbie, quien le da vida al personaje de Nellie LaRoy, una joven que aspira a colarse a la fiesta para llamar la atención de la persona correcta y con un poco de suerte obtener un trabajo en la industria del cine. Con la complicidad del mexicano, quien parece enamorarse a primera vista de ella, Nellie logra entrar a la fiesta estableciendo desde su inicio varios vínculos temáticos entre Babylon y La La Land, pero desde un punto de vista mucho más maquiavélico y menos amigable. Y si de caras conocidas hablamos, a todo esto llega a la fiesta Jack Conrad, un excéntrico actor adulado y querido por todos los invitados, un galán que parece entender la necesidad de asistir a esta clase de eventos y lo que implican para su imagen, pero que no duda apaciguar su velada con algún que otro trago. Y quién mejor para esto que el mismísimo Brad Pitt.

Foto: Cortesía Paramount

Foto: Cortesía Paramount

Manny y Nellie serán quienes realmente nos introducirán en este mundo. Jack funcionará como una especie de mentor para Manny —al menos hasta que empiece a luchar sus propias batallas— y Sydney tendrá un rol recurrente pero mucho más secundario en la película. Al terminar la fiesta, la pareja de novatos logra estar en el lugar correcto en el momento correcto. Mientras Manny pasará a trabajar como mano derecha de Jack por un criterio totalmente arbitrario del galán —impulsado por una terrible resaca—, a Nellie se le concederá un lugar secundario en un rodaje al día siguiente, ya que la actriz que debía hacerlo sufrió una sobredosis en la demencial fiesta. Y todo este exceso de descontrol, son solo las primeras escenas de la película.

Foto: Cortesía Paramount

Foto: Cortesía Paramount

El relato es extremadamente dinámico, y el espectador acompañará la progresión en las carreras de Manny y Nellie. Nellie tiene no solo la belleza sino un talento natural para la actuación en el cine mudo, aparte de una convicción que la vuelve capaz de hacer lo que sea por volverse una estrella. Manny, por su parte, se presenta desde un inicio como un trabajador duro, muy inteligente y que siempre logrará que las cosas funcionen, y todo sin dejar de lado el carisma y la simpatía (aparte del humor) que lleva Diego Calva a la pantalla, cuya carrera seguramente se dispare de manera meteórica después de este papel.

Aparte de un gran sentido del humor, todo esto es contado con recursos que van hacia lo excesivo, lo fugaz, lo acelerado. El montaje rítmico marcado por la música de Hurwitz va alternando entre los arcos de cada uno de los personajes de una manera coral que hace que Babylon funcione en muchos momentos como una ópera rodeada por montañas interminables de cocaína.

El segundo acto, y donde las cosas se empiezan a poner difíciles, cae un poco más tarde de lo que esperaríamos, pero de una manera totalmente intencional. El ascenso de Manny y Nellie —principalmente de Nellie— ha llegado muy alto muy rápido y, como con cualquier droga, ha llegado el momento de la bajada.

Llega el año 1927 y un nuevo desarrollo técnico en la industria parece marcar un antes y un después para el cine. Comienza la era del cine sonoro, que llega con la icónica The Jazz Singer, dirigida por Alan Crosland y protagonizada por Al Jonson.

Es importante entender que aunque Babylon es un guion original, con personajes originales, los hechos históricos que acontecen en la industria buscan ser verosímiles a los hechos reales; es así como la aparición de The Jazz Singer no es ni la primera ni será la única referencia a películas, actores, figuras o estudios de la vida real. Thalberg, Garbo, William Randolph Hearst y Marion Davies son solo algunos de los tantos nombres que se mencionan al pasar. De hecho, como muchas películas o series de televisión que hablan sobre el cine, Babylon se nutre de acontecimientos y figuras reales pero toma ciertas libertades para contar algo mucho más grande.

El director de La La Land toma así una osada decisión, y es contar algo que ya se ha contado antes —las implicaciones de la aparición del sonido sincronizado en el cine— y en una de las películas clásicas más icónicas de la historia, Singin’ in the Rain de 1952, dirigida por Gene Kelly y Stanley Donen.

Pero lejos de ignorarla, Chazelle abraza Singin’ in the Rain no solo haciendo referencia a esta, sino también haciéndola parte de Babylon de una manera casi metacinematográfica en reiteradas ocasiones. El director apasionado por la historia del cine clásico busca contar a su manera lo mismo que ya ha sido contado en otras películas, pero desde un lugar un tanto más oscuro, algo similar a lo que hace la serie Hollywood (2020) de Ryan Murphy, solo que sin buscar reescribir la historia.

Por un lado, Chazelle propone una divertidísima secuencia de escenas donde la ya consagrada Nelly LaRoy, estrella del cine mudo, se enfrenta a uno de los primeros rodajes de películas con sonido sincronizado y todo lo que esto implica. Y lo que empieza como un chiste o algo divertido, comienza a convertirse en una situación extremadamente tensa en un set de rodaje que va aumentando al punto de que de ver Babylon en una sala de cine, todos los espectadores terminarán por morderse los labios, aguantar la respiración y aferrarse a la butaca intentando no emitir ningún ruido que pueda de alguna manera irreal perjudicar a LeRoy, cuya carrera parece empezar a prender de un hilo. Y es que para este momento, tanto para los personajes de Robbie como de Brad Pitt, la realidad empieza a caer lentamente sobre sus hombros. A pesar de ser estrellas, ellos son simplemente otra herramienta más dentro del set de filmación, descartables o sustituibles en caso de no funcionar o adaptarse a los cambios dentro de la industria. Algo que realmente llegó, en esa época, a acabar con la carrera de importantísimas estrellas de cine por el simple hecho de que su voz no cumplía los estándares que se buscaban en el cine sonoro. En el caso de Pitt, se lo nota extremadamente cómodo en el papel que es prácticamente una extensión y una combinación del que en 2019 él y su colega Leonardo DiCaprio presentaban en la Once Upon a Time in Hollywood de Tarantino.

También comienzan a darse cambio en los valores de Manny, quien ha encontrado su lugar como ejecutivo de estudio detrás de las cámaras y en Sydney, quien ahora que el sonido es un factor importante para las películas, su música y su carrera crecerá, pero esto dejará cada vez más expuesto al músico negro en una industria dominada por la gente blanca.

Es luego de este caos es que la película de Chazelle comienza a perderse un poco en sus excesos y en sí misma. La duración empieza a hacerse sentir; la película dura tres horas y para este punto todavía queda un tercio de película. Los personajes se sienten, y están —diegéticamente—, agotados, y nosotros como espectadores comenzamos a agotarnos con ellos, algo que aunque se sienta intencional, puede ser tedioso de sobrellevar. No obstante, cabe mencionar que Chazelle logra entretener, sitúa situaciones atractivas en puntos clave, y va cocinando a fuego lento la verdadera caída del éxtasis que sin duda será dura para todos los protagonistas a los que venimos acompañando mientras monta la película al ritmo de Voodoo Mama, la cual cuanto más la escuchamos más parece incluir en su composición fragmentos que remiten al leitmotiv musical de La La land.

El tercer acto de la película toma un rumbo totalmente dramático, algunos personajes comenzarán a tener que hacerle frente a las decisiones que los llevaron a los lugares en los que se encuentran , mientras otros deberán entender cuál es su verdadero lugar en Babylon y elegir qué camino seguir. En esto, se destacan los arcos de Jack Conrad y su relación con la prensa, y el de Sydney Palmer y la realización del lugar que la industria del cine realmente le daba al hombre negro en ese momento.

Y como si todo esto no fuera suficientemente duro, Chazelle introduce a un inesperado personaje al que da vida Tobey Maguire —el actor conocido por interpretar a Spider Man en la trilogía de Sam Raimi—, y quien convierte a Babylon en una película de terror durante un buen rato y que hará que el espectador y sus personajes desciendan —literalmente— a las entrañas de esa industria de la que disfrutamos durante ya casi tres horas. Provocándonos, pero, a su vez, enfatizando lo que casi funciona como una marca de agua temática en la filmografía de Chazelle: el hecho de elegir el éxito implica muchas veces elegir el sufrimiento o la tortura —al menos por parte del autor hacia sus personajes—, algo que el director ha tratado tanto en La La Land como el Whiplash (2014).

Pero el amor de Chazelle por el cine y su historia es más fuerte que todo esto, y es así como, a través de una suerte de epílogo, lo que el cine realmente significa para él, y de cómo aquello que en su momento fue visto como una de los tantos atentados para la integridad del cine como arte —la aparición del sonido sincronizado—, fue simplemente una de las tantos cambios que hacen que sea un arte en constante destrucción y reinvención, lo cual el director de Babylon firma con una suerte de homenaje que interpelará a diferentes tipos de espectadores.

Y mientras tanto, Babylon, ese título curioso que se pensó hacía referencia al libro Hollywood Babylon de Kenneth Anger —acerca de los escándalos del cine de esa época—, parece hacer más referencia a la ciudad de Babilonia, la cual a pesar de la grandeza que supo tener, en el imaginario popular también es un símbolo de la caída y de la decadencia de un imperio, solo que en esta Babilonia, el imperio fue el construido en aquella mansión que abre la película.

Babylon se estrena en salas este jueves 19 de enero en Uruguay. Enterate de todo cuando se estrene en Cartelera.

Por Nicolás Medina
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