Por Manuel Serra
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Para cualquier amante de los remates que se precie, Bavastro es una parada obligatoria. Con su salón principal ubicado en calle Misiones 1366, es todo lo que el arquetipo de una casa de subastas tiene que ser: espacioso, lleno de sorpresas y con un aire que remite a tiempos pasados, pero sin dejar el presente de lado.
Es un lugar que invita a quienes entran a sus puertas a dejarse ir y viajar en el tiempo a otro Montevideo, el de una época con otros muebles, decoraciones y sentido del vivir. Observar cada objeto le permite uno hacerse una película mental y preguntarse de dónde habrá salido cada artefacto o en cuántas casas habrá tenido su lugar. Es también animarse a sorprenderse con cosas que uno ni siquiera sabía que existían, o intentar desentrañar para qué es que eran utilizadas. Es, en cierto modo, un museo de historia viva.
Fundado en agosto de 1917 por Eugenio Bavastro, este emprendimiento familiar no cesó de crecer hasta llegar hoy a tener tres locales en total y estar diversificados en todo el rubro de las subastas. Sin embargo, guardando lo esencial: el negocio sigue siendo administrado por la familia, que se encarga de mantener lo más alto posible un legado que ya pasó el siglo de vida.
Hoy está a su cargo Héctor "Pepe" Bavastro, la "cabeza" de la empresa, pero también lo acompañan sus dos hijos, Eugenio - que comparte nombre con su bisabuelo, el fundador del lugar - y Luciana. Ambos le han aportado, además de la pasión por el martillo, un aggiornamiento a los tiempos que corren, de pandemia pero también de redes sociales, que sirve como una bocanada de aire fresco para seguir trabajando en mejorar lo que es, sin duda alguna, uno de los mayores reservorios de cultura que tiene Montevideo.
"Por ahora, en todos estos años, yo he tenido diferencias con mi padre, pero seguimos trabajando; mis hijos tienen diferencias conmigo y también seguimos trabajando. Es congeniar las cosas y evolucionar hacia hoy", asegura a Montevideo Portal Pepe Bavastro, que ya hace casi cincuenta años que trabaja en el lugar, respecto al desafío de emprender en familia.
"Nosotros nos juntamos todos los jueves y los domingos, y hablamos de remate, de trabajo, intercambiamos ideas. Es como que siempre que nos juntamos está presente y se habla", acota su hijo Eugenio.
Si bien la empresa familiar es algo que se puede dar en el mercado actual, aunque cada vez menos, lo que es más raro e incluso, se podría decir, hasta casi único, es que se mantenga durante tantos años. Y no como un lugar con diferentes familias y juntas directivas, sino con el mismo núcleo que se impone diariamente el objetivo de salir juntos a hacerle frente a los desafíos.
"Es un rubro donde vos ves las crisis del país, cómo crece, cómo va para atrás o para adelante. Y a veces ves empresas que crecieron de golpe y a los tres años están liquidadas. Entonces, es tener una conducta también", explica Pepe.
De Héctor o el cambio de siglo
En 2017, con el centenario de vida de Bavastro como excusa, sacaron Locos de remate de la mano de los autores Diego Fischer y Andrés López Reilly, un libro que indaga en la historia de la casa de subastas y que recorre todo lo sucedido en ese tiempo. En el mismo se puede ver y entender cómo el negocio se fue forjando y evolucionando.
Sin embargo, Pepe cuenta que también, y principalmente, es un homenaje a su propio padre, Héctor Bavastro (1917 - 2015), quién fuera una figura fundamental para entender la casa de remates y una "parte del paisaje" de la Ciudad Vieja de su época.
Fallecido hace unos años, Héctor dejó su huella por una personalidad llamativa, conversadora y muy fiel a sus principios, siendo, a su vez, quién terminó de dejar a Bavastro en un lugar de privilegio en las subastas. Según su propio nieto Eugenio, él sí "estaba loco de remate en serio".
"Papá era amante de esto, lo llevaba en la sangre. Cualquiera que lo haya conocido, lo sabe. Le gustó toda la vida y no le importó la parte económica. O si le fue bien o le fue mal, le gustaba rematar, estar acá, hablar con la gente. Eso era lo fundamental para él", cuenta Pepe, que, además, lo recuerda como un "comunicador nato" y enormemente defensor de sus principios.
"Era comunicador, porque en la época de la dictadura los jueves se juntaba gente acá a escuchar todo lo que hablaba en contra de los militares", explica, y rememora que más de una vez se lo "llevaron" por decir lo que pensaba en una época que eso no era moneda corriente.
"Capaz no venían a comprar nada, sino a escucharlo a él. Y ver cómo hablaba contra los militares", agrega Eugenio, como a quien le han contado mil veces la historia y esta ya pasa a formar parte de sus propios recuerdos.
Por tanto, uno al conocer la historia, empieza a ver retazos de su figura y comprender un poco más el devenir de esta casa que, en realidad, era "su casa". En la propia oficina de Pepe se ven recortes de diarios y fotos, donde se retrata a su padre en diferentes lugares y con diversos gestos, que permiten desentrañar al menos un poco cómo era su paso. Destaca una que se lo ve con una pancarta en la victoria de Alfonsín en Argentina en 1983. Pero como esa hay muchas.
Agarrar el toro por las guampas
Además de esa reverencia por el pasado que se respira en Bavastro, también se siente de forma muy palpable el intento por irse acomodando a los cambios en las costumbres y los usos de los uruguayos, como forma de seguir vigentes en el negocio. Y es ahí donde aparece el rol fundamental de Eugenio y Luciana, que, desde su posición de juventud, buscan nuevos lugares donde expandir el remate.
Uno de los primeros desafíos - u oportunidad, cabría decir - fueron las redes sociales. En un mundo cada vez más pendiente de lo que sucede en la pantalla del celular y de los "Me Gusta", vieron que esto les daba la posibilidad de llegar a un público diferente del habitual de las casas de subasta.
Es por ello que armaron páginas en Facebook e Instagram desde donde podían captar personas que no fueran el típico señor mayor, amante de lo presencial, que, entrado en años, va todos los miércoles a la exposición y el jueves al remate.
"Ahora nos está siguiendo mucha gente joven, que antes no venía al remate", cuenta Eugenio, sobre esta iniciativa a la que uno al verla se da cuenta que le dedican horas, ya que suben una gran cantidad de fotos por día y por la que este "nuevo público", que quizá ni siquiera sabía de la existencia de los remates, descubre que existen objetos, muebles o decoraciones, y que están al alcance de la mano. Y lo más importante: les llegan en su propio lenguaje, con stories de Instagram, post, publicaciones. Es decir, a cada uno según su paladar.
Más hacia acá en el tiempo, en octubre del 2019 para ser específicos, de Luciana surgió otra iniciativa que terminaría siendo fundamental para los tiempos de coronavirus: los remates online. Empezó con esa idea, de a poco fue avanzando, hasta que a mediados de febrero le contó a su padre y hermano que estaba muy encaminada la página con la plataforma web. Y el 13 de marzo de 2020 llegó la pandemia a Uruguay.
Pepe cuenta que trabajaron hasta el 15 de marzo, cuando, como casi la sociedad uruguaya toda, cerraron sus puertas. Entonces, la llegada de la página fue ideal porque, al ya tenerla preparada, no debieron desarrollarla a contra reloj. Y así hicieron el primer remate online, luego otro y otro, hasta que se convirtió en una herramienta muy importante para trabajar.
"Hay un público de remate, que le gusta lo presencial. Pero hoy con lo que es la tecnología, lo que son los remates online, que se instrumentaron con la pandemia, se accede a otro público que antes no conocía el remate y que ahora está conociendo", explica Pepe, que se muestra orgulloso de esta iniciativa de sus hijos.
Más allá de esto, al intentar explicar el porqué del éxito de esta nueva modalidad de subastas o de sus páginas en las redes sociales, la respuesta va mucho más allá de las posibilidades tecnológicas. En realidad, va hacia el pasado, al camino recorrido.
"Lo que ayudó fue la confianza que la gente nos tenía por los remates presenciales. Porque la gente sabe que puede comprar con confianza, que cualquier cosa le vamos a devolver el dinero, no va a haber ningún problema", explica Eugenio.
Por otro lado, cuenta Pepe que, incluso actualmente, que ya están abiertos, hay personas que siguen prefiriendo el online a los presenciales. Algunos por gusto y otros porque por los horarios no podían asistir los jueves. Hasta se podría decir que se armó una pequeña "brecha" entre los amantes de lo presencial y los que no. Un poco como está sucediendo en muchos rubros, producto de la pandemia.
El museo que no cambia de lugar
Una de las cosas que destaca más Pepe es cómo las personas pasan y ellos quedan. De hecho, al local de calle Misiones se mudaron en 1938, es decir, hace 82 años. Como ejemplo de esto, habla de las personas que se van del país, regresan y eventualmente vuelven al remate, que sigue en el mismo lugar, impertérrito.
"Lo bueno de esto es que se fue mucha gente en los ochenta, vuelven después de treinta años y vienen al remate. Y nosotros seguimos acá. Para mí lo más increíble es eso", dice, de algo que visiblemente lo llena de orgullo.
Además de esto, junto a Eugenio hacen énfasis en otra cosa: lo que venden en los remates es una pieza, pero es un mucho más que una pieza también. "Comprás la historia que viene con el objeto, aunque no la conozcas", explican, y agregan que "son recuerdos de uno que pasan a otro".
"Todo lo que ves acá son cosas que tienen su historia. Entraron en una época muy buena del Uruguay, que todas las familias podían tener acceso a ese tipo de cosas. Se usen o no se usen, son el recuerdo de otra época", asegura Pepe, quizá dando en el meollo de la cuestión.
El remate cumple un rol mucho mayor que de compra y venta de piezas, en cierto sentido, es la llama viva de un pasado que se fue - o que, en realidad, lucha por resistir en sus objetos - y una marca de lo que sucedió. Es que entrar por las puertas del remate es casi un viaje en el tiempo, que te invita a descubrir cosas que ni siquiera sabías que existían. Pero esto es algo que también a los propios Bavastro les pasa.
"A mí me pasa seguido que estoy rematando y me pregunto qué es lo que remato. O para qué sirve. Todas las semanas aprendés con algún lote algo nuevo que no tenías ni idea qué era. Eso pasa muy seguido", dice Eugenio.
Es un aprendizaje constante en el que incluso los propios clientes terminan entrando. Porque la pregunta de dónde salió el objeto, de quién era o para que servía, termina retumbando constante en las paredes del salón de subastas. A fin de cuentas, los humanos somos memoria y para poder mantenerla necesitamos saber de dónde venimos, o en su defecto, de dónde vienen nuestros objetos. Es hasta una necesidad vital.
No obstante, no siempre se pueden obtener esas respuestas, así que queda en cada uno encontrarlas. "Muchas veces te preguntan la historia de las piezas. Pero son tantos clientes y tanta mercadería, que es muy difícil saber las historias de todas", explica Eugenio. Y en un perfecto contrapunto, acota su padre, "la pieza en sí te va a dar la historia".
La herencia martillera
Un término que se repite hasta el cansancio en Locos de remate es el de "martillero". En el libro queda bien claro que para los Bavastro es casi una palabra santa, sienten orgullo de serlo y es algo que los define como personas. ¿Pero qué es un martillero? Al escuchar la pregunta a ambos le brillan los ojos.
"Es subirte a la tarima y dirigir como un director de orquesta. Ver la gente que va a ofertar, conocerla. Entonces es eso: dirigir una subasta y que te mueva", responde Pepe primero. Y su hijo no demora en agregar que "es una tradición también". ¿Y cómo no iría a serlo sin son cuatro generaciones que se vienen montaron a la tarima?
"Mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre y yo nos subimos a rematar. Perfectamente podría no gustarme, pero la realidad es que es lo que más me gusta del trabajo", confiesa Eugenio, que explica también que se está "toda la semana organizando para que el jueves salga todo perfecto".
No obstante, Pepe cuenta que no hay jueves iguales y que cada uno tiene sus particularidades. "Capaz un músico va a un festival y le cuesta más conectarse, y otra vez le cuesta menos. Esto es exactamente lo mismo", asegura.
Y quizá no es casualidad que los dos ejemplos que da para definir lo que es ser martillero sean un director de orquesta y un músico. Porque a fin de cuentas ellos son lo mismo: artistas del remate, que se presentan ante su público y los llevan a través de una experiencia que trasciende lo monetario. Porque sí, rematar es mucho más que ponerle un precio a algo.
Un agradecimiento especial a Guzmán Vila, quien me inició en los remates y me ayuda constantemente a arropar mi casa, con consejos de extrema lucidez martillera y cultura. Y sin nunca perder la paciencia ni el humor.
*Esta nota salió originalmente en 5 de octubre de 2020, pero la quisimos publicar nuevamente en la inauguración de Beat por nuestro amor por los remates y porque representa una de las culturas que más nos gusta: la viva.
Por Manuel Serra
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