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Música
But we like it

Bernard Fowler invocó a Sus Majestades Satánicas y desató la locura stone

El Rolling Stone desembarcó en Buenos Aires y dio un show memorable, acompañado de Zorrito Quintiero y el uruguayo Dinamita Pereda.

13.09.2022 16:38

Lectura: 9'

2022-09-13T16:38:00-03:00
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Por Manuel Serra

Como tantos compatriotas en el último tiempo, aprovechamos para hacerle una visita a nuestros hermanos mayores de Buenos Aires. El tipo de cambio, las ofertas gastronómicas y el ritmo de vida en sí mismo es una conjunción imbatible para escaparse unos días. Viajamos con amigos que, por suerte, nos dieron la manija para animarnos a subir al barco y, si tuviera que dar un consejo, sería simple y claro: si pueden, vengan. Es aterrizar en una ciudad que palpita fuerte, casi con taquicardia. Solo que el gen rioplatense se respira en cada rincón de sus esquinas.

Luego de recorrer infinitos lugares, "vivir la full Argentina experience”, por hablar en términos millenials o centennials —que, de hecho, proliferan por las calles bonaerenses— la noche de domingo nos cruzamos con el amigo Federico Dinamita Pereda, quien cruzó el charco a probar suerte con los mástiles eléctricos de este lado del río. Y, por suerte, le está yendo de la mejor forma posible, es como una ficha que encontró el lugar en el puzzle

Si bien teníamos pasaje para la madrugada, Dinamita insistió, con mucho fervor, que había que quedarse hasta el martes. La razón, muy simple: había ceremonia stone y era imposible perdérsela. Tocaba, nada más ni nada menos, que Bernard Fowler, corista de los británicos desde 1985, con una extensísima carrera musical de todo tipo y color. Por mencionar un detalle, estuvo grabando un disco de tangos en estos días. Y no vamos a seguir enumerando cocardas porque es imposible que no nos falte alguna.

Tras hacer los arreglos logísticos —no fueron fáciles, un boliche a las dos de la mañana no es el mejor lugar para este tipo de menesteres—, pudimos cambiar los pasajes, arreglar los horarios y nos fuimos a dormir. Al otro día nos dispusimos a esperar la noche para que llegara la misa satánica y disfrutarla como espectadores de lujo. Quizá me adelante en la narración, pero no puedo aguantar no decirlo: lo bien que hicimos. La mayoría de las veces le erramos, pero en esta la embocamos. Quedarnos valió cada hora, minuto y segundo que vivimos.

El show estaba pautado a las 21:00 en el Teatro Vorterix (Av. Federico Lacroze 3455), en la zona de Colegiales. Con mi amigo, al que llamaré S., nos decidimos a ir con tiempo, cosa de llegar tranquilos y poder estrujar al máximo cada momento. Quizá hasta arribamos temprano de por demás. Pero, qué importa. Desde el momento que bajamos del taxi, nos dimos cuenta de que estábamos llegando a un acto cuasi religioso. En vez de las cruces y las hostias, la gente tenía otro símbolo de una liturgia completamente diferente: se veía la distintiva lengua stone por todos lados. Como la marca de una secta. Salvo que miraras el cielo, estaban por todos lados. Ya lo sabíamos, pero ahí confirmamos que íbamos a vivir algo único.

Entramos una hora antes de que empezara. La sala era grande, pero no como un estadio. Para colmo de casualidades, la parte de arriba —que generalmente es una entrada diferencial— estaba habilitada. Nos prendimos al mármol en uno de los laterales sabiendo que de ahí no nos sacaba nadie. Por si fuera poco, la barra a escasos metros caminando. No sé cuál será la definición de la felicidad, pero esta debe estar cerca.

Ya birra en mano, euforia incontenible y el corazón en la boca, empezó el espectáculo que antecedió el concierto. Un muy buen conjunto de candombe —siendo sinceros, a nosotros, como uruguayos, no nos impactó mucho, ¡queríamos riffs de guitarras!— empezó a armar el ambiente de lo que sería la liturgia. Cuando terminaron de sonar los tambores, la ansiedad ya era absoluta. ¿Hay invitados? ¿Quiénes vendrán? ¿Con cuál empezarán? Las típicas preguntas antes de un concierto nos devoraban los sesos. 

Y cuando pensamos que no aguantábamos más, apareció The Black Beast acompañado de su séquito de rockers cuidándole las espaldas. La locura ya era total. Empezaron a sonar los acordes de “God Gave Me Everything”. Me animo a asegurar que todos nos vimos reflejados en ese statement. La posibilidad de ser testigos de semejante show nos hacía sentir unos privilegiados totales. Luego de que empezó la música, nada fue lo mismo. La liturgia se transformó en ceremonia y el público en devotos fieles de la única religión más popular en Reino Unido que la anglicana.

Desde el primer momento, Fowler vivió un intercambio fluido con la gente que lo había ido a ver. Como un predicador, no se salteó ninguno de los pasos de que tiene que haber en un concierto de rock and roll en el sentido más estricto del término. Bastaba con ver a las personas para entender que Argentina es uns nación stone por antonomasia. Desquiciados quizá sea una palabra leve. Dicen que, si vas a La Bombonera y no cantás las canciones, te miran mal. Acá era lo mismo, solo que todo el mundo, no solo las cantaba: las gritaba, las vomitaba, las vivía.

Casi no terminábamos de caer y ya se estaban procediendo hits como una metralleta prendida fuego. “You Wreck Me”, “Troubles A Comin”, “Tumblin Dice” —echando dados, qué lindo suena en criollo— fueron algunos de los temas que ya tenían al teatro completamente poseído, una misa que, en vez de ser en la mañana del domingo, cambió de hora para la noche del lunes. Pero qué importa, los dioses pueden permitirse esos caprichos. Y Fowler, sin duda, entra en esa categoría.

Tras esto, el neoyorquino se dispuso a tocar uno de sus temas, “Second Place”, que retumbó en todas las paredes del local. A esta altura, todo el mundo transitaba un estado de trance y la cerveza volaba, los puchos quemaban como si estuviéramos en el mismísimo averno y hasta algunas lágrimas que asomaban en las caras. Luego serían mares.

Empezaron a llegar los invitados a la fiesta: el primero que subió al escenario fue el propio Dinamita, el culpable de que estuviéramos ahí. Al mirarlo subir, con su indumentaria setentera en toda regla, se veía que su vida se había desarrollado para llegar a ese momento. Era un animal en su estado natural, estaba cumpliendo su sino. Tuvo uno de los mejores momentos de la noche cuando se vistió de Mick Taylor y ejecutó un solo de “Love In Vain” con slide, que parecía teletransportarnos a 1972. Fue como viajar en el tiempo. Realmente, en ese momento nos miramos con S. y estábamos completamente desorientados. ¿Estamos en Londres? ¿En Nueva York? ¿O en Buenos Aires? Y nuevamente lo mismo: qué importa, siga la música, maestro.

Hablando de 1972, también tuvo su turno a uno de los himnos de Exile On Main Street. Nada más ni nada menos que la gloriosa “Loving Cup”. No sabemos si éramos los hombres en la montaña, pero vaya si se sentía así. Joder. Y para colmo, subió a cantar Andrés Ciro Martínez. ¿Querías rock and roll, baby? Dos platos. Obvio que las copas ya estaban llenas: de amor, de música, de ganas de vivir. La simbiosis entre el argentino y Fowler fue completa. Una versión para la historia.

A la velada también le llegó el momento Bowie. Inesperado, por lo menos para nosotros, pero recibido como un éxtasis. “Rebel Rebel” y “Heroes” fueron las encargadas de representar al Starman en esta visita a la Tierra. Estamos seguros de que en el cielo se contorsionó de placer. La gente ya no sabía cómo reaccionar: tanta información en tan poco tiempo nos tenía a todos completamente hipnotizados. Era difícil de procesar. Y lejos estaba de terminar. 

Después de una hermosa interpretación de “Beast of Burden” con Ike Parodi cantando, el show llegó a la cúspide y ya no había forma de bajar. “Miss You” transformó el lugar en una pista de baile y le dio lugar a Fabián Zorrito Von Quintiero para lucirse con ese hermoso bajo groovy que tiene la canción. Y el saxo, ¿qué decir del saxo? Aunque originalmente no sea suyo, fue como una invocación a Bobby Keys. Te abrazamos donde sea que estés, Robert Henry.

Vino “Out Of Time”, “She's So Cold”, “Jumpin' Jack Flash” y más y más hits. La misa estaba completa, la gente, sin duda, ya había llenado su alma. Todos esos himnos —porque no hay otra palabra para llamarlos— pusieron patas arriba el poco resto de cordura que quedaba, si es que todavía quedaba algo. Sospecho que no. Y así, en lo más alto del cielo, con todos en un estado de completa euforia, Fowler se fue del escenario. “Before I say goodbye I must say how I love you”, dijo antes. Y los aplausos, gritos, llantos y alaridos retumbaban por todo el teatro.

Pero andá a desalojar a la gente después de semejante catarata de emociones. Obviamente, empezaron los cánticos rockeros y barrabravísticos que en Argentina son básicamente lo mismo. El “Olé, olé, olé, Bernard” se intercalaba sin escalas con el “Olé, olé, olé, Stones, Stones”. También se escuchó un “volvé Bernardo” totalmente desaforado.

Y el hombre, como un gentleman, no solo volvió, sino que nos regaló un chute más de locura stone. Empezaron los riffs de “Satisfaction” y ahora sí, si a alguno le faltaba alguna motivación para que le broten las lágrimas de emoción, ya no más. Si la canción dice “I can't get no satisfaction” esta vez estaba equivocada. Porque la satisfacción fue total. Nos miramos con S., sonreímos, gritamos y le dimos un trago bien largo a la cerveza. Mission acomplished.

Por Manuel Serra