Por Jimena Bulgarelli | @jimebulgarelli
A Boris Pasternak (1890-1960) se le ha inculcado más su contexto que su propia obra. Y es que es imposible hablar de la vida y obra del poeta y novelista sin mencionar, mínimamente, la revolución rusa. Ambas se ven subordinadas al contexto histórico social.
Se dice que es un poeta hermético y que se dificulta su comprensión. Esto se ha dicho sobre todo en Rusia, ya que su poesía no es visiblemente “progresista”, sino que es el resultado de un devenir cultural que se mueve dentro del imaginario de la cultura a la que pertenece.
Por eso es necesario entender sus valores, ya que si los ignoramos, sus poemas podrían ser para las mentes más cuadradas, un gran signo de interrogación que se transforma en un revólver. Pero como toda poesía, la de Pasternak también requiere una disposición especial del lector: una educación y conocimiento de este juego del lenguaje por el cual nos comunica una realidad infinita. Y en el instante del verso, una libertad que nos saca de la realidad que sabe muy bien estar con nosotros y nos pesa.
Puede que su poesía sea hermética, ¿pero qué gran poesía no lo ha sido? Y en todo caso, ¿a qué punto algo es o no, hermético? Herméticos se hacen tanto como pueden ser los versos para alguien socializado: son universos independientes, autónomos del poeta.
Hablamos de Pasternak como el “exiliado en su propia patria”, como el autor que ganó un Nobel en el país donde no se le permitió editar su obra. Como el hombre que renunció a esa máxima distinción literaria para que no crean que no es solidario con la sociedad a la que pertenece. Humano, generoso ruso, que se dirige al jefe de su gobierno para que no se le destierre, porque el destierro “significaría la muerte”. Y dijo: "Soy un escritor ruso y exclusivamente ruso, lo seguiré siendo. Nunca, nunca seré emigrante. Nunca abandonaré al pueblo ruso”.

Foto: Boris Pasternak (1959)
No hay nada extraordinario en el exilio —como latinoamericanos lo sabemos—, y él nunca fue realmente desterrado, quedó parado en Rusia como punto clave del mapa. Aquí lo extraordinario siempre es la apuesta del poeta, el peligro de mantener en plena luz y libertad el pensamiento audaz. Siempre es insensato el esfuerzo del artista por acomodar la sensibilidad a la forma del pueblo compañero. El choque siempre se da y siempre sale perdiendo el Poe, el Baudelaire, el Vallejo, el Íbero Gutiérrez, o el Cortázar; estos últimos fueron acusados de no estar lo suficientemente comprometidos con la causa.
Cortázar en Libro de Manuel (1973), fue señalado por no tratar los problemas socio políticos latinoamericanos con la seriedad que se merecían, ¿pero qué es tratar esos temas desde la literatura si la forma es tan rigurosa como un panfleto? La verdad se asoma en la gracia, en la libertad del lenguaje, en el juego. Porque el poeta lo entrega todo, aunque sea su propia libertad, pero no la de su obra. Y la política, la publicidad, el comercio, querrán ir contra él y poner su obra a su servicio, pero el trabajo creativo no cede. La mínima concesión de ella puede significar su pérdida, la pérdida de la razón de ser, su fuente, su centro.
Pasternak subsistió a la censura, a la represión por parte de sus propios compañeros, y en esto no dejó de ser instrumento de su obra. Subsistió sin dejar de trabajar en el orgullo de su soledad; pedir que se le deje estar con su pueblo, con la humildad de mantener sus ideales. No era una opción comprometerse con la transformación de su pueblo, ni con la experimental revolución que incendiaba su país, esto significaría la más alta traición, la traición a sí mismo y con su arte. Henry Lefebvre escribió a propósito del poeta: "Camaradas: si disparáis contra los ruiseñores, ya no habrá más canciones para vuestras noches estivales".
El doctor Zhivago (1957), novela novel de Boris Pasternak, superó los obstáculos de la censura soviética y se convirtió en un clásico literario y cinematográfico. Los censores vieron en la obra una descripción de la barbarie de la guerra entre comunistas y blancos, y un retrato del terror cotidiano en los primeros años de la Revolución, que aludía a la represión y las deportaciones del régimen de Lenin. La novela es un retrato vívido de la sociedad soviética en los años 20.

Foto: Boris Pasternak (1910)
Nadie como Pasternak plasmó esa búsqueda humana de mantener la dignidad cuando todo está en contra. Entrañó una dinámica que tenía su base en el propio contenido de la obra como en el contexto político en el que se levantó. La Guerra Fría, la CIA norteamericana, la KGB soviética. Su libro se convirtió tanto en una obra literaria consagrada, como en un vívido retrato de la época.
Esto significaba un problema en un país como la Unión Soviética, donde la ciencia y la literatura estaban controladas por el Estado, donde no había libertad de investigación o de creación, y no podía aceptarse que se amenazara el desarrollo del régimen socialista. Los resultados del régimen en sentidos prácticos fueron lamentables: violencia, extremo control y sentimiento de paranoia, y como resultado, la impotencia.
Pasternak pudo apartarse de esa decadencia porque se negó al servilismo, aunque tuvo cercanía hacia Lenin y Stalin, e incluso en 1930 no fue perseguido porque el propio Stalin lo protegió, y se comentó en la época que este último pronunció: “No toquéis a este habitante de los cielos”. Esto evidentemente ayudó a la permanencia de Boris Pasternak en su país, pero en la segunda mitad de la década el escritor toma otra decisión y concibe un nuevo proyecto al que seguirá fiel durante toda su vida. Esta determinación significaba dos cosas: vivir de una manera diferente y desafiar las convenciones literarias del comunismo gobernante.
En 1933, en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, Stalin había calificado a los escritores como “ingenieros de almas”, allí Pasternak fue reconocido como uno de los maestros de la poesía, y fue miembro de la Unión de Escritores Soviéticos: una organización de los creadores literarios del régimen comunista para el control del modo de hacer literatura dentro de la URSS. Pero, como se mencionó anteriormente, Pasternak tomó otra dirección.
En la década del 40, afirmó en una carta que su vida se había despertado gracias a la influencia de amigos occidentales: “Mi destino está determinado y no tengo elección” (citado en La novela blanqueada, de Iván Tolstói). Hacía 1945 comenzaba a escribir El doctor Zhivago. Mario Vargas Llosa, en un comentario sobre la obra, dice: “En las antípodas de la visión optimista y grandiosa del hombre, de Tolstoi, El doctor Zhivago es un libro antiheroico, ensimismado y pesimista. Su héroe es el hombre común, sin cualidades excepcionales, básicamente decente, de instintos sanos, que carece de aptitud y vocación para la grandeza, al que la revolución, fuerza transformadora y destructiva, aplasta sin misericordia” (en La verdad de las mentiras, Madrid, Alfaguara, 2002).

Foto: Boris Pasternak (1959)
En la obra, Pasternak expuso sus propias concepciones sobre el arte, la religión, y la vida del hombre dentro de la historia, que tras diez años de trabajo, en 1955 le hizo expresar en una carta a Nina Tabidze: “¡No puede imaginarse lo que he alcanzado con esta obra!”. Y agregaba: “He hallado y dado nombre a toda esta hechicería que ha atormentado y generado perplejidad, disputas, aturdimiento y desdicha durante tantos decenios… Todo se ha refrescado de un modo nuevo y se ha definido lo más preciado e importante, la tierra y el cielo, los grandes sentimientos, el espíritu del trabajo creador, la vida y la muerte” (citado en Iván Tolstói, La novela blanqueada).
La novela está regida por esa fuerza inexorable del destino, la casualidad, la predestinación, mientras guerras y revoluciones ocurrían. La trama de El doctor Zhivago se desarrolla durante los años de la guerra civil y la revolución bolchevique de 1917. La esperanza con la que la sociedad rusa recibió la caída del régimen zarista se vio muy pronto derrotada por la deriva burocrática y represiva de los nuevos dirigentes. Algunos de los revolucionarios que habían conocido la cárcel del viejo régimen inauguraban la de los nuevos tiempos del estado revolucionario. Boris Pasternak trató de reflejar la decepción de la sociedad rusa desde unos personajes atrapados en una revolución en la que al poco tiempo se olvidaba.
El protagonista, Yuri, testigo de la caída de la revolución, se declara partidario de un cambio pacífico que sea guiado por valores humanos que acabe con el sufrimiento, y exclama: “Fui un revolucionario entusiasta, pero la meditación me hace pensar que nada puede obtenerse mediante la fuerza bruta”.
El doctor Zhivago es una novela poética que describe las experiencias de espíritus sensibles, de humanos vulnerables a los acontecimientos históricos, expuestos a las miserias sociales y a la destrucción. El tema central de la novela es “la indefensión del individuo frente a la historia, su fragilidad e impotencia cuando se ve atrapado en el remolino del gran acontecimiento” (Vargas Llosa, 2002). El doctor Zhivago comprende los sucesos históricos que acontecieron en Rusia entre 1903 y 1929. Los personajes principales de esta novela son trasformados por los grandes fenómenos históricos como la etapa prerrevolucionaria, la primera guerra mundial, la revolución bolchevique y la guerra civil entre bolcheviques y rusos zaristas que dieron origen a la ex Unión Soviética.

Foto: Boris Pasternak (1959)
La historia en la novela se escribe simple, se corresponde a un individuo como a pueblos enteros, seres que no ansían ser parte importante de la historia, sino que sufren sus consecuencias. Lo realmente importante en la novela, es que defiende los derechos individuales, ideas y convicciones, verdades ante las ideas que el mundo impone. Las intenciones literarias difieren con las ideas del realismo socialista porque todo regimiento era privación de la libertad del escritor. Es una novela existencialista porque es introspectiva, pero aunque el personaje elija ignorar o no estar subordinado a una realidad social, el escritor sí lo sabe, y esto es lo que elimina la opción de catalogarlo de ingenuo. Es decir, el existencialismo de una obra no se encuentra en pasajes o personajes, sino en la misma razón de ser, en el sentido de la obra.
Así, temas como la libertad, la elección y la muerte están por encima de la historia, pero no por encima de lo problemático de la conciencia de la propia existencia. Jaspers (filósofo alemán) por ejemplo, dice: “Cuando vemos disolverse nuestra vida en meros momentos, arrebatada la incoherencia de azares y sucesos sobrecogedores, a la vista de la historia que parece haber llegado a su fin dejando tras de sí sólo el caos, tratamos de elevarnos sobre nosotros mismos superando a la vez la historia entera” (Jaspers, Karl, La filosofía, 2001.).
La existencia del individuo frente a la historia es un tema central dentro de la novela. Los sucesos crean una unidad de situaciones enfrentadas por los personajes, situaciones específicas que llevan a definir su propia perspectiva, y que en lo literario sirven para ampliar la memoria histórica. Aunque apartarse de la historia, como decide hacer Zhivago, es un acto existencial de introspección, haciendo del existencialismo un acto vital no regido por la historia.
La realidad histórica de la revolución y sus consecuencias es lo que se opone a Yuri Zhivago, dando paso al conflicto propio de una oposición, como se entiende por ejemplo en este pasaje: “Los tiempos daban la razón al viejo adagio: el hombre es un lobo para el hombre. Un caminante, cuando encontraba a otro, daba siempre un rodeo, porque el caminante mataba a quien encontraba para que éste no lo matase a él. Incluso hubo algún caso de canibalismo. Las leyes de la civilización humana se vinieron abajo. Se vivía según la ley de la selva. El hombre tenía los sueños prehistóricos de la edad de piedra”.

Foto: Boris Pasternak (1908)
La novela crea una dialéctica entre lo histórico y la visión individual de Zhivago, cerrando la estructura en la renuncia al devenir histórico, porque es necesario apartarse de la misma historia para poder contemplarla y hacer un juicio sobre ella. Todo esto Pasternak lo escribe y cuenta en un ritmo poético con el objetivo de contar lo histórico desde la propia individualidad, si se quiere desde lo biográfico que, junto a otras individualidades, se unen a los acontecimientos que describe bajo la representación de un universo autónomo. La novela, como género, parece ser un elemento necesario en la interpelación existencialista.
El doctor Zhivago en lo literario reflexiona sobre la historia como un suceder trágico que se corrompe a través de las decisiones individuales, donde la vida se entiende como existencia. Así, la obra describe la historia y renuncia a esta, confirmando el ámbito literario como espacio de problematización existencial. Por lo tanto, tiene una pluralidad de temáticas (por el mismo hecho de ser existencialista), amor, guerra, familia, poesía, política, todas problematizadas. En todo caso, y por encima de esto, la novela es un testimonio histórico porque documenta sucesos que integran a una pluralidad de individuos, no sólo uno, aunque la novela en sí y el propio hecho histórico este estructurada desde la individualidad, creando un quiebre que hermana “lo natural con lo sobrenatural, la razón con lo arbitrario, la política con lo teológico”, (Földényi), lo histórico con lo individual.
Boris Pasternak se propone con esta obra una percepción del conflicto bélico y de la revolución como el sinsentido absoluto que conducirá a la anulación del individuo en todo ámbito. Plantea una crítica a la opresión, por lo tanto defiende el espacio de libertad, en un territorio que lo arraiga, pero que, por alguna razón, difiere a tal punto que no se identifica. Es decir, un lugar en el que las cosas acontecen de tal manera que no logra ser parte, un lugar devastado, que por oposición dan vida a la reflexión.
Entre los intelectuales fuertemente comprometidos que no dudaron en manifestar su rechazo a la guerra, a un lado existe Boris Pasternak, manifestando su desilusión con el sistema tras la revolución rusa con un trasfondo individualista que enojaría al poder soviético, porque cuestiona pacíficamente la ética soviética del sacrificio del individuo por el sistema comunista.
Se le acusó de subjetivismo y esteticismo porque se negaba a aceptar las doctrinas literarias oficiales desarrolladas a partir de una teoría de la lucha de clases. Pasternak culmina la obra con un epílogo, 25 poemas que hace decir a su alter ego Yuri, como manera de descompresión pacífica, sirviéndose de la palabra. Estamos parados frente a una obra que podemos usar como bandera, hecha de lirismo y reflexión, una novela como confesión audaz, una novela dirigida a “niños y niñas” —primer título de la obra— que no comprendieron la revolución.
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