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Contenido creado por Federica Bordaberry
Literatura
Detectives y salvajes

Carta a los infrarealistas o realvisceralistas

La literatura, como otras disciplinas, no tiene sentido, ¿y qué más da otro sin sentido?

18.05.2022 10:17

Lectura: 6'

2022-05-18T10:17:00-03:00
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Por Bruno Guerra
brunogdarriulat

“Todo el realismo visceral era una carta de amor. El pavoneo demencial de un pájaro a la luz de la luna, algo bastante vulgar y sin importancia.”  - Roberto Bolaño                                                                                                             

Dedicado a mis escritores favoritos, sobre todo, a los que están vivos y comparten el pan conmigo.

Hace poco y a través de las redes sociales encontré un grupo mexicano que está haciendo un extenuante trabajo para mantener vivos a los infrarrealistas, o sus pares en la ficción, los realvisceralistas, publicando la “Revista Realvisceralista”. Acopian datos de muchos de los autores pertenecientes al movimiento, material que -dicho sea de paso- es casi imposible de conseguir.

Es importante ser muy claro en lo siguiente: en un movimiento formado desde lo satírico, tan sostenido por jugar en contra; mantenerlos vivos significa leerlos una y otra vez, citarlos, entender que las metáforas son nuestras maneras de perdernos en las apariencias, o de creernos inmóviles en el mar de las apariencias. También buscar las fotos en las que sonríen todos juntos, jóvenes y lozanos, y recorrer las calles de cualquier lugar como lo harían ellos, pero a sabiendas que todo ese esfuerzo es por el pleno goce momentáneo. Nada perdura en las orillas de la posteridad. Shakespeare y fulanito serán lo mismo.

Yo que me he obsesionado con Bolaño y he buscado como loco los versos de Mario Santiago, no pude evitar emocionarme y quise escribir algo pretendiendo hacerlo como lo harían ellos. Pero ante mi clara falta de altura y de conocimiento, no me queda otra alternativa que recurrir al robo alevoso, como lo hacían los infrarrealistas en su juventud con los libros que no podían pagar. O como han dicho que hizo Mario Santiago con un verso de Gilberto Owen usado para el epígrafe de La Pista De Hielo de Bolaño, aunque esto nunca se pudo probar.

Hay pocos infiernos que merecen ser atravesados, pocas locuras, soledades, ruinas y muertes; o al menos hay pocos que yo conozca. Deben saber que a efectos de lo que voy a decir, diferenciar entre realidad y ficción no importa.

Pienso, repito y recuerdo. Hay momentos para recibir poesía y momentos para boxear. Me duelen los resentimientos de los golpes que dejan los versos pobres que se creen buenos, como los de los malos copiones. Me quedo como el más pedante de los voyeur mirándolos caer como una estatua hecha de mierda que se hunde lentamente en el desierto.

Saber de la existencia de la “Revista Realvisceralista” fue un indicio de vida y de muerte. Dos pulsiones que sentí en sincronía. La vida como un empujón de endorfinas haciendo estragos en la anarquía que domina mi mente. La muerte como el recuerdo de un precipicio constante e invisible. La existencia de un mal por sobre todo y por debajo de todos los males. Pero como un nadador solitario y exhausto, sé que la verdad de a poco abrirá paso en el mar negro de mi ignorancia.

Me pregunto hace cuánto estoy intentando mirarme en un espejo negro, un espejo como aquel del que hablaron Bolaño y Lemebel, y si tengo el valor para sostener el éxtasis de la más alta poesía, aunque su ardor deje mis manos en carne viva. Pero primero hay que encontrarlo y, para esto, hay que calar hondo, demasiado hondo.

Lo real es relativo. Lo visceralista, no sé.

El humor y la curiosidad son, sin dudas, la más pura forma de inteligencia.

Ahora los realvisceralistas me parecen vivos en cada capítulo, en cada página, en cada verso. Y además los muertos son una mierda, lo único que hacen es joderles la paciencia a los vivos.

¡Qué más quisiera que cruzarme a Roberto Bolaño o a Arturo Belano y convidarle un cigarrillo! E ir a cualquier lado. Quizá, esa casa en Gerona que él describió como el lugar ideal para suicidarse, donde todo se llenaría de olor a infusión de manzanilla y humo. Hablaríamos de lo cerca que está Juan Rulfo. De Lautréamont y de Rimbaud, y su poesía sublime e inerme de la adolescencia, pero que al tocarla quema. Sobre Baudelaire como el páter familia de la poesía adulta, dueña de todos sus recursos y que abre los caminos a este éxtasis que tanto buscamos y que tan pocos pueden soportar. Y que entre los que lo lograron está Enrique Lihn. ¡Qué más quisiera que escuchar de su voz que nadie le exige a Balzac que sea Stendhal, que a Balzac solo se le exige que sea Dios!

¡Qué más quisiera yo! -como dijo Machado-, que encontrarme a Mario Santiago o a Ulises Lima (como quieran decirle) en cualquier rincón del mundo y hablar pestes de Octavio Paz, aunque sepamos, incluso en contra nuestra voluntad, que en ocasiones escribió bien.

Supe ser capaz de batirme a duelo con tal de encontrar un verso. De rozar ser un criminal, de ser un criminal. Pero ya no estoy dispuesto a volver a mi antepasado más imbécil, aunque sea fácil encontrarle el rastro, las huellas vacilantes del más pelmazo de mis antepasados. No quiero mirar ese rostro huidizo y darme cuenta con estupor, con incredulidad y con horror, que estoy contemplando mi propia cara, que me hace guiños y muecas amistosas desde el fondo de un pozo. Ya tengo el hojaldre caducado. Pero podría soportar, con tal de escribir una página, mudarme a Sonora o a Gómez Palacios en completa soledad, o tatuarme el poema de Cesárea Tinajero, o de ir buscarla, escapando quién sabe qué peligro, aun sabiéndola muerta.

Yo nací del otro lado del Ecuador. Más cerca de Nicanor Parra, de César Vallejo y las hermanas Mendiluce. Nací en el mismo lugar donde nació Auxilio Lacouture o Alcira Soust Scaffo y, como ella, siento que les correspondo a mis queridos amigos sin nombres célebres, sin caras conocidas, que pasean en calles que no conozco y reviven a los muertos para invitarlos a festejos.

Si me aparto, (porque el realvisceralismo tiende a la fragmentación y al escape), sepan que no se me olvida mi origen, mi casa pendiente. Porque yo, como los infrarrealistas, no creo en el exilio. Sobre todo, cuando esta palabra va junto a la palabra literatura. Mi patria es mi familia y mi biblioteca.

Seguiré viviendo, mientras pueda, sin timón y a la deriva. Y a consciencia de que la libertad es como un número primo.

Seguiré en nuestra larga marcha colectiva en pos de una felicidad que en el fondo sabemos inexistente, pero que nos sirve de pretexto, de escenografía y telón para nuestras heroicidades cotidianas.

Todos estamos escribiendo lo mismo, pero esto no debe ser razón para desanimarse. Si parece que no tenemos razones para escribir más novelas, más cuentos, más sonetos, los invito a intentar creer que el único motivo es un enorme “porque sí”. La literatura, como otras disciplinas, no tiene sentido, ¿y qué más da otro sin sentido?

Me alivia el espíritu saber que todavía existen personas como ustedes, que escriben por algo que algunos llaman amor y yo prefiero llamar Georges Perec.

Por Bruno Guerra
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