Por Sofía Durand Fernández
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“Yo pensé que no iba a tocar más la guitarra por la forma en la que había quedado el brazo”, dice y se levanta la manga para mostrar la cicatriz, que va desde la muñeca y se extiende unos centímetros. Fue producto de un siniestro de tránsito que resultó en una triple fractura expuesta. La muestra con orgullo, como si fuera una herida de guerra.
Chacho Ramos forjó su carácter desde pequeño, cuando descubrió su vocación. Y no hay nada que lo pueda apartar de ese centro.
Hijo de un padre empleado rural y una madre profesora de acordeón, recibió su primera guitarra a los 8 años. Tiempo después, lo fueron a buscar para que formara parte de una orquesta. Él tenía 15, pero sus compañeros eran hombres adultos, por lo que antes pidieron la autorización de su padre. “Si ustedes lo cuidan y se hacen responsables, que vaya”, respondió.
El resto es historia, y bien conocida. Pasaron 40 años y ese pibe se convirtió en un hombre. El mismo que 20 minutos antes de sentarse a hacer esta nota estaba arriba de un escenario. Contesta con una certeza tajante, no importa cuál sea la pregunta.
Repite varias veces la idea de “desatornillar los oídos” y adquirir el gusto por la música bien hecha, indiferentemente del género. Recita versos de canciones de Mercedes Sosa, habla de Chalar, recuerda con nostalgia su vínculo con Pepe Guerra y con orgullo la invitación a cantar tango en el Teatro Solís. Ramos define el folclore que une al continente como "la patria grande musical".
El festejo por sus cuatro décadas de trayectoria no podía ser de otra forma: un recorrido por todo el país a lo largo de este año. “Va a ser para los niños, para los padres, para los abuelos y en un contexto sumamente familiar”, explica Ramos en entrevista con LatidoBEAT. Las entradas se pueden adquirir aquí.

Fotos: Javier Noceti
¿Cuál es el primer recuerdo que tenés de hacer música?
De niño. Yo siempre soñé con tener una orquesta porque mi mamá me regaló una guitarra cuando yo tenía 8 años. Ella es profesora de acordeón y me puso a estudiar, y yo sin quererlo tanto me fui encariñando con el instrumento y con empezar a tocar. Después me recibí de profesor, tocaba la guitarra un rato y la dejaba, y fui creando un vínculo mayor.
Después, con 15 años, empecé en una orquesta de mi pueblo. Eran todos hombres, tenían 50 años. Por eso estoy cumpliendo 40 años cantando, porque voy a cumplir 55 años de edad.
¿Qué aprendiste de esa experiencia?
Muchas cosas. Recuerdo el cariño con el que mis compañeros me trataban siendo un niño. Fueron a pedirle permiso a mi padre para que yo pudiera salir en la orquesta. En aquella época pasaban esas cosas —no sé si siguen pasando—, le iban a pedir al padre si dejaban ir a un niño a actuar en un baile de personas adultas. Mi padre dijo: “si ustedes lo cuidan y se hacen responsables, que vaya”. Y ahí empecé a tocar en los bailes y a llevar adelante mis pasiones: jugar al futbol, cursar mis estudios en el liceo y tocar música. Esos son los primeros recuerdos, el estudio, ir a la casa de mi profesora Nilda en Casupá y tocar en la orquesta.
Somos un país con una gran riqueza cultural. Sin embargo, vivir del arte es un desafío, más si venís del interior...
Doblemente difícil.
¿Por qué decidiste tirarte al agua y dedicarte a esto, más allá de las dificultades?
Era lo que yo amaba, lo que necesitaba hacer. Tocar, estudiar el brazo de mi guitarra, mover un dedito para acá, escuchar un acorde. Juntarme con mis amigos que tocaban rock, e ir a tocar rock con ellos. Cuando la Vela me invita a cantar no es un género desconocido para mí, si también me juntaba con mis amigos rockeros a bailar.
Solés tocar “Last Train to London” como introducción a “Qué tiene la noche”, o el punteo de “Sultans of Swing”, de Dire Straits.
Yo toco lo que me gusta, lo que me llega, lo que amo. Amo la música y tengo un concepto de que la música es un todo, no la encasillo. Por más que existan diferentes géneros, soy de los que piensan que en todos los géneros hay cosas buenas. Y creo que, con la globalización, las cabezas han ido cambiando de a poco. En nuestros conciertos en el Antel Arena, tuvimos el honor de que Hugo Fattoruso, ganador de un premio Grammy, fuera a tocar conmigo, hicimos un dúo sobre el escenario y cantamos cuatro canciones juntos. Estuvieron Ruben Rada, Larbanois & Carrero, Emiliano y el Zurdo, Marihel Barboza. La Vela Puerca me invitó a participar a mí en su concierto. Estar con Pepe Guerra en el Antel Arena fue de las cosas más grandes que me pasaron en la vida, no solo por las actuaciones, sino también por las charlas, un vínculo muy especial y muy afectivo, con sus historias y anécdotas. Yo creo que quien ama la música y quien realmente la tiene clara entiende que en todos los géneros hay exponentes y que todos tienen cosas muy positivas.
Hace un par de meses me invitaron a cantar tango en el Solís, seguramente muchos pensaron: “¿cómo invitan a un cumbiero?”. Pero cuando empecé a tocar la guitarra, porque antes que cantante, soy músico y guitarrista, tocaba tangos y folclore. La música tropical vino después. El tango y el folclore, la chacarera, la samba, una vidala, una milonga, no son géneros desconocidos para mí. Al contrario, son los géneros con los que yo crecí. Pasa que la gente me conoce arriba del escenario tocando música tropical y piensa que es lo único que hago, pero me crie haciendo todo ese tipo de música. Cuando me invitaron a cantar tango fue como retroceder a mi infancia y a mis raíces. Además, la música latinoamericana es parte del folclore de Latinoamérica. Cuando hablamos de la cumbia y el vallenato, es parte del folclore de Colombia, y por ende, de Latinoamérica.

Fotos: Javier Noceti
Una vez asociaste este fenómeno con el concepto de Patria Grande.
Es que es la Patria Grande musical. Si vos escuchás la letra de una cumbia con raíces folclóricas —como las que tocamos nosotros—, hablan del rio, del pescador, de la piragua, de los amores, de nuestra ciudad, de nuestra idiosincrasia. “Me contaron los abuelos que hace tiempo navegaba en el Cesar una piragua, repartía del banco al viejo puerto a las playas del amor a Chimichagua”, habla del río, del pescador. Vos escuchás una samba de Mercedes Sosa y dice: “ay, lunita tucumana”, habla de la Luna, de Tucumán, de los gauchos. Es prácticamente lo mismo.
En Uruguay hay exponentes como Santiago Chalar, Los Olimareños, entre otros. ¿Cuándo eras chico los escuchabas y sentías que querías hacer música que evocara las mismas cosas?
Crecí escuchando eso, sentía que la música latinoamericana reunía una identidad en común. ¿A quién se le puede ocurrir dividir en vez de unir? ¡Yo quiero unir! Quiero juntar las cosas, no separarlas. Reconozco que hay diferentes géneros, y el nuestro, al ser tan masivo, tan grande y popular, obviamente que tiene de todo. Pero creo que los músicos en general, los que son cracks, no discriminan y tienen claro que en todos los géneros hay cosas positivas. Y aquellos que no son tan cracks también se han dado cuenta de eso. Creo que hay un avance en cuanto a la forma de encarar los géneros en Latinoamérica y ya no hay tanta discriminación. Es algo mundial, no solo ocurre en nuestro país. Antes la gente paseaba por las calles de Europa y si ponía un tema de salsa subía los vidrios para que no escucharan los demás. Ahora los bajan, y la gente baila salsa, baila cumbia, y baila lo de todos lados.
Un siniestro de tránsito te dejó mucho tiempo sin poder tocar la guitarra. ¿Cómo fue tener que empezar de nuevo? ¿Pudiste encontrar algo positivo en esa experiencia?
Fue una desgracia e hizo que tuviera una triple fractura expuesta en el brazo, tres operaciones y un año y pico para recuperarme. Pero la guitarra me ayudó mucho. Después de tener los fijadores externos y de tener un yeso, después de intentar de varias formas, optaron por ponerme una varilla en cada hueso. El brazo no tenía ninguna movilidad, entonces la guitarra fue como una fisioterapia, porque yo tenía que mover la mano e ir haciendo fuerza con los dedos.
Yo pensé que no iba a tocar más la guitarra por la forma en la que había quedado el brazo, porque los huesos se partieron y quedaron lejos. Me enyesaron, sacaron una ecografía y seguían estando lejos, Me pusieron los fijadores externos, parecía el brazo de Frankenstein, y los huesos estaban lejos. El médico me dijo: “lo único que me queda es volverlo a operar y ponerle una varilla por arriba con tornillos que unan los huesos”. Y ahí es que empecé a tocar con las chapas, que todavía las tengo, no me las sacaron nunca, quedaron ahí como testigo de la recuperación.
¿Qué propone el tour que vas a hacer este año?
Voy a hacer lo mismo que vengo haciendo hace 40 años: recorrer todo el interior. La única diferencia es que no lo vamos a hacer en bailes, no vamos a tocar a las 5 de la mañana detonados después de viajar 1.000 kilómetros y estar cinco horas esperando. Los shows van a ser una especie de festivales a las 10 u 11 de la noche y van a ser para todo publico, no solo para el que va a una discoteca. Va a ser para los niños, para los padres, para los abuelos y en un contexto sumamente familiar.

Fotos: Javier Noceti
Por primera vez, tras 40 años de carrera, tenés un manager. ¿Qué cambió para que recién ahora tomes esta decisión?
Digamos que me acostumbré a tomar la sartén por el mango. Nunca quise tener intermediarios en nada, siempre me manejé por mi propia cuenta. Pero ahora la cosa creció mucho y ya no la puedo manejar yo solo. Además, Leandro es muy buena persona y un amigo que tiene la experiencia absoluta, porque es el dueño de Medio y Medio, entonces tiene un trato constante con los músicos del mundo, y una óptica y forma de trabajar que me va a permitir a mí dedicarme a lo mío, que es la música. Yo no soy un empresario ni un hombre de la industria de la música, compongo canciones, las canto y hago los arreglos con mis compañeros, que son palabras mayores. La violinista tocaba en la orquesta del Sodre y ella es profesora ahí, nuestros pianistas también, la percusión es el fuerte de la orquesta, tengo a mi acordeonero. Es una orquesta muy rica, musicalmente hablando.
Teniendo en cuenta que te gusta “tomar la sartén por el mango”, ¿cómo es ser parte de la banda del Chacho Ramos?
Mirá, yo sería un necio si no escuchara a los compañeros que tengo. Yo hago los arreglos de la orquesta, me junto con mis compañeros, les paso la idea que tengo de determinado tema, elijo las canciones y después les pido la opinión a cada uno de ellos. A veces cambio lo que pienso. Muchas veces, de hecho. Porque, te repito, sería un necio si no escuchara a los compañeros que tengo. Yo no estoy solo, nunca estuve solo, soy parte de un grupo en el que yo soy la cara visible, pero tengo un grupo humano que es nuestro fuerte, hace 20 años que estamos tocando.
En estos 40 años recorriste boliches de todo el país, ¿no cansa mantener ese estilo de vida durante tanto tiempo?
Estamos cansados, pero no de tocar. Estamos cansado de los viajes, de las esperas, del frío en los meses de invierno.
Algo te tiene que retribuir si lo seguís eligiendo como forma de vida.
Dos cosas fundamentales. Primero, la vocación y el amor por lo que hacemos. Segundo, el respeto por la gente y el respeto de la gente hacia nosotros. No tenemos una relación de idolatría, es una relación de respeto mutuo, que se ha dado de forma natural. Esto nunca fue una estrategia, nunca hubo un plan, eso que le gusta a un niño de 5 años y a un abuelo de 80 es algo natural.
Nosotros tocamos en La Trastienda de Buenos Aires y tocamos en campaña. Nos encanta, y tocamos de la misma forma en ambos lados. La palabra “responsabilidad” en lo nuestro y en estos 40 años ha sido fundamental. Te aseguro que nunca salimos “de jodita” a tocar, salíamos a hacer lo que nosotros amábamos y es nuestro trabajo, con lo que todos mis músicos y yo mantenemos a nuestras familias. Hay doce músicos, tres utileros y dos choferes, todos vivimos de nuestro trabajo, ¿cómo no tomarlo en serio? A veces te dicen, “es brava la noche”. Sí, es brava si no te lo tomás con responsabilidad.
Pero arrancaste en esto a una edad en la que uno es más susceptible a caer en vicios. ¿Qué te permitió mantenerte centrado y al margen en ese momento?
Es algo que siempre pienso. Yo tenía absolutamente todo para ser un fumador empedernido y un alcohólico, porque empecé a los 15 años a tocar en bailes donde todo el mundo fumaba y tomaba. Tampoco me obligué a no fumar, no me tengo que obligar a esas cosas, no sé por qué. Todos mis compañeros fumaban y yo no fumo. A mí me gusta hacer deporte, entreno con un profesor todas las semanas, juego al fútbol, salgo a caminar, me gusta la vida sana. Lo que sí me plantee es tratar de ser responsable, tratar de llegar en hora, de que la orquesta suene bien, de que convivamos bien.
¿Es algo que te inculcaron en tu casa?
Yo creo que a los hijos se los cría con ejemplos y no con palabras. Tuve y tengo la suerte de tener dos padres fantásticos, y desde la humildad de mi casa crecí viendo buenas cosas. Era una familia muy humilde, nosotros crecimos en el campo, mi padre era empleado rural. Pero creo que ver cómo tus padres se manejan en la vida termina siendo el ejemplo que vos después seguís y lo que querés para tus hijos.
Por Sofía Durand Fernández
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