Por Delfina Montagna | @delfi.montagna
Cuando decimos Mary Shelley, pensamos en Frankenstein, y cuando pensamos en Frankenstein, tendemos a imaginarnos un monstruo verde —cuyas alevosas suturas y cicatrices no dan miedo—. Pero, quizás, hoy pueda convencerlos de lo contrario.
Basta con pensar que la autora nació un día como hoy, pero exactamente 227 años atrás. Todavía había que iluminar con velas y circular a caballo, circulaban el tifo y la viruela y, tal como comenta Esther Cross en La mujer que escribió Frankenstein (2013), existía a nivel social una relación bastante particular con las tumbas y todo aquello relacionado a lo forense. El Monstruo, vale la pena recordar, consistía en pedazos de cadáveres cosidos entre ellos.
En los albores de la primera revolución industrial (y, de éste lado del Atlántico, de nuestra propia independencia) es increíble pensar que la vida de la escritora ponía ya sobre la mesa temas como el feminismo, el amor libre, y la emancipación económica como bastión de la independencia y libertad.
Lo que se hereda no se roba
Los padres de Mary Shelley fueron célebres figuras de la causa de la Ilustración, y abogaban por la libertad del hombre y de la mujer en cualquier aspecto y forma. Eran “inconscientes de toda penumbra salvo la de la que les rodeaba, y (estaban) convencidos de aportar una luz que iba a enriquecer la historia”, según Muriel Spark en su increíble biografía y estudio —digna de ser llamada un análisis historiográfico—.
Mary Wollstonecraft, su madre, publicó en el año 1792 Vindicación de los derechos de la mujer, mientras que su padre, William Godwin, construía su cuerpo teórico y se convertía en uno de los precursores del pensamiento anarquista, además de una figura célebre para los estudiosos contemporáneos.
Vale la pena aclarar que, aunque eran fervientes en su filosofía anticlerical, muchas veces negociaban cosas prácticas en favor de la conveniencia, y se casaron por iglesia para evitarle a Wollstonecraft cierta inseguridad y amargura social. Ella murió poco después de dar a luz a Mary, que siempre estuvo fascinada por el relato de quienes la conocieron y acostumbraba a visitar el cementerio donde estaba para leer.
No eran solo parte de un movimiento intelectual: eran sus centrales exponentes. Para ellos, la posibilidad de elevación yacía en el desarrollo del pensamiento, y Mary se crio inmersa en un clima de libertad.
Lo personal es político
Percy Shelley también era un pensador radical, admiraba a Godwin y, además de visitarlo con frecuencia, muchas veces lo sostuvo económicamente. No era raro en este contexto, donde el dinero era visto como un medio para un fin ulterior (en lugar de un fin en sí mismo). Está —casi— de más decir que fue en estas visitas donde Percy conoció a Mary y se enamoraron irremediablemente. Percy se separó de su anterior esposa, aunque, según conocemos, continuó preocupándose por su bienestar y el de sus hijos (e incluso luchó para tener una custodia compartida).
En 1814, Mary y Shelley se fugaron junto a Claire, la media hermana de Mary por parte de la segunda esposa de su padre. Allí empezaba lo que se constituiría como una vida nómade para este trío, muy singular en su contexto. También en ese momento se empezó a acumular el resentimiento por parte del padre de Mary, que desaprobaba su abandono de Inglaterra. “Sus principales enemigos fueron la convencional rigidez de la época y cierta tendencia a la depresión”, detalla Spark. Partieron hacia el pueblo inglés Dover, después rumbo a Suiza paseando por Francia. En estos inicios, Mary y Shelley concibieron un hijo que murió a los pocos días de nacer.
En varios sentidos, este fue sólo el inicio del viaje; el trío viviría un tiempo en Italia, otro en Grecia, y se separaría por algún que otro período. Las cartas y todo el material de archivo dieron que hablar a los estudiosos de sus vidas, en especial sobre la personalidad de Mary y la actitud filosófica de Shelley ante el amor. El experto Frederick L. Jones escribió: “Las cartas dejan bien claro (por deducción) que Shelley abogaba por una especie de amor comunal y que Mary hacía grandes esfuerzos por llevar esa idea a la práctica”.
En total, Mary perdió tres hijos y un embarazo avanzado, además de enviudar por culpa de un naufragio, por lo que —cuenta Spark— “fue siempre consciente de la fugacidad de las cosas”. Todavía ausente el concepto de mujer profesional, la escritora luchó contra muchos problemas para salir adelante con el único de sus cinco hijos que sobrevivió, y estuvo determinada a vivir de su pluma.
Analizando todo el material de sus cartas y sus diarios, la novelista inglesa destaca: “Mary consideraba que el respeto de todos sus conocidos dependía de que éstos reconocieran el lugar primordial que ella había ocupado en la vida de Shelley”. Es curioso que, respecto de los tiempos en los que la pareja vivió, los roles están prácticamente invertidos, y fue Percy quien terminó siendo “el esposo de”.
Vivir de la pluma
Debido a su estilo de vida poco convencional y a los rumores que corrieron sobre ellos, Mary y Shelley se ganaron el resentimiento de los padres de ambos. Cuando Shelley murió, su padre hizo cuanto pudo para pasarles la cantidad mínima de dinero de manutención a su yerna y nieto. Además, le prohibió a Mary editar y publicar obras póstumas de Shelley (para las cuales recibía bastantes ofertas).
En su período como viuda, Mary intentó un delicadísimo equilibrio de ganarse la vida sin ofender a nadie ni desobedecer los cánones de su época. En total, escribió cinco novelas, además de crónicas de viaje y ensayos. Estos últimos fueron en gran parte ensayos biográficos como parte de su trabajo para Cabinet Cyclopedia, que, según aparecieron sus biógrafos, disfrutó enormemente y reflejaron su “interés por la erudición y su capacidad para sumergirse en un estudio objetivo”.
En la biografía, editada en español por Lumen, hay un pasaje bastante gracioso en el que relata como las editoriales desconfiaron un poco cuando la escritora les ofreció temas de textos tan diversos como “Vida de Mahoma”, “Las conquistas de México y Perú”, “Historia de las costumbres y literatura inglesas desde la Reina Ana hasta la Revolución Francesa”, “Vidas de mujeres célebres” e “Historia de la caballería”. Con ese toque humano que Spark logra dar al análisis de archivo, acota que “muchos escritores antes que Mary, y muchos después de ella, han acosado de igual forma a los buenos editores”, con el pequeño detalle de que, para el momento en que le tocó vivir, les escribió con una franqueza y una frecuencia que rayaba la indiscreción.
Frankenstein
Pero, de toda esta obra, es innegable que la más trascendental fue Frankenstein o el moderno Prometeo (1818). Para empezar por el principio, vale la pena considerar su momento de concepción: en el segundo aniversario de su fuga, Mary, Shelley y Claire se instalaron en una casa al lado de un lago en Ginebra, que quedaba ubicada al lado de la mansión de Lord Byron, Villa Diodati.
Fue en parte el mal tiempo lo que nos donó esta historia que trascendió las épocas; cuando el mal clima puso fin a sus paseos en barca por el lago, la comitiva empezó a reunirse a conversar por las noches en la casa de Byron. Un día en que Shelley sacó uno de sus temas preferidos —lo sobrenatural y el alcance de la ciencia—, Byron propuso que cada uno de ellos escriba una historia de fantasmas.
Villa Diodati era una especie de lugar culturalmente sagrado, por donde pasaron autores como Rousseau y Voltaire. Es conocido que gracias a este desafío el mundo vio también la historia de El vampiro por John William Polidori, luego más conocida por el nombre de su protagonista, Drácula. Si Frankenstein fue el monstruo arquetípico del positivismo científico, su novela prima, El vampiro, también concentró en gran medida su espíritu de época. Recordando que estamos en el momento de grandes revoluciones burguesas civiles frente a una autoridad aristocrática, feudal y atrasada a sus ojos, consideremos por un segundo al personaje de Drácula como un aristócrata parasitario que se enfrenta con un abogado, un profesional liberal paradigmático de esta burguesía ascendente.
Mary, en sus propias palabras, se propuso escribir “una historia que hablase de los misterios de nuestra naturaleza y que despertase el más intenso de los terrores, una historia que creara al lector miedo al mirar a su alrededor, que helase la sangre y acelerase los latidos del corazón”. Para ejecutar dicha misión, se distanció notablemente de la estética narrativa de su época: la novela gótica.
En realidad, Spark la planea como una especie de bisagra; culminación y fin en un mismo movimiento. Y es que, funcionando el mismo planteo tanto en forma como en contenido, su narración tomó bastante del estilo del empirismo científico. Su abordaje nítido y funcional contribuyó enormemente a su novedad en un momento en el que, explica Spark, “la novela de terror había llegado al límite, y los antiguos patíbulos de castillos embrujados, los niños ahorcados y las escenas a la luz de la luna empezaban a dar más aburrimiento que escalofríos”. Ya hace dos siglos, Frankenstein se convirtió en un best seller instantáneo, y la crítica la reconoció como capaz de “conectar con los proyectos y las pasiones del momento”.
Más allá de la forma en que sea contada, esta historia que todavía no perdió relevancia se debe en gran parte a su trama. Suele confundirse al personaje de Frankenstein con el monstruo al que él da vida. Spark arguye que, más que accidente, es una forma en que el inconsciente colectivo canaliza y expresa, precisamente, la imbricación tejida por la autora, y el hecho de que se perpetúan el uno en el otro. “En la novela hay dos personajes principales, o más bien dos protagonistas fundidos en uno, pues Frankenstein y su Monstruo, expresamente sin nombre, están ligados entre sí por la naturaleza de su relación. La condición de Frankenstein reside en el monstruo; la del monstruo, en Frankenstein, desarrolla”.
Estos seres son complementarios a la vez que antitéticos, y dan forma al conflicto entre la emoción y el intelecto, algo que estuvo en gran medida presente en la vida de Mary. El monstruo atraviesa los mismos ciclos vitales del hombre, con una etapa infantil, adolescente y adulta condensada en un pequeño lapso de tiempo (como tan bien representó Yorgos Lanthimos en Poor Things, su interpretación). Al principio, representa los rudimentarios esfuerzos del humano por vencer a la naturaleza. Luego se rebela contra su creador, e incluso acaba adquiriendo una especie de conciencia social.
Poor Things (2023) por Yorgos Lanthimos es una de las más recientes adaptaciones cinematográficas de esta historia. Doscientos años después, se le dio una versión femenina y un desarrollo, en varios aspectos, feminista.
En este camino en que el Monstruo aprende sobre el mundo, comenta: “Supe del reparto de riquezas, de inmensas fortunas y tremendas miserias; de la existencia del rango, del linaje y la nobleza. Aprendí que las virtudes más apreciadas por mis semejantes eran el rango y abolengo acompañados de riquezas. El hombre que poseía solo una de estas cualidades podía ser respetado; pero si carecía de ambas se le consideraba, salvo raras excepciones, un vagabundo, un esclavo destinado a malgastar sus fuerzas en provecho de unos pocos elegidos". La criatura, entonces, elabora una crítica a la concentración de capital y la desigualdad social, dándol, además, un tinte político a la novela.
Si en todo esto resuenan las ideas por las que abogaban su padre y su difunto marido por una sociedad más igualitaria y justa, no es casualidad. Como ella misma reconoció, “la invención, debe admitirse humildemente, no consiste en crear desde el vacío, sino desde el caos. (...) La invención consiste en la capacidad de atrapar las posibilidades de un tema y en el poder de moldear y dar forma a las ideas que sugiere”. A continuación, detalla que asistió como devota y “silenciosa oyente” a tantos debates entre Byron y Shelley sobre el principio de la vida y diversas doctrinas filosóficas.
En este desarrollo de los personajes protagonistas, Mary logra un juego en el que las simpatías del lector se van alternando. Entre que el científico construye para su monstruo una acompañante de su misma naturaleza, para luego arrepentirse y destruirla —ganándose un resentimiento titánico de su contraparte—, la estructura de su persecución mutua adopta la forma de un infinito u “ocho macabro”, en palabras de Spark. “Nos daremos cuenta de que la estructura va adquiriendo forma de acuerdo a un movimiento de avance y retroceso. Pese a que uno de ellos sigue al otro, ambos se mueven en direcciones opuestas. Existe un punto de intersección en el que casi chocan”.
Así, Mary Shelley logró mostrar una delicada gimnasia en cuanto a estilo, estructura, caracterización de personajes, trasfondo político y filosófico. Sobre esto último, también se filtra un posicionamiento contra la opresión divina y contra la idea de divinidad benevolente, en especial cuando el Monstruo le plantea a Frankenstein que, a pesar de acusarlo de ser malvado, no le tiembla el pulso al querer destruir a su propia creación.
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