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Contenido creado por Valentina Temesio
Música
Hoy es el día perfecto

Con Manuel Moretti: “Montevideo tiene una relación con la palabra que yo siento propia”

En la víspera de sus 30 años, la banda de rock argentina Estelares regresa a Uruguay para presentarse en Live Era.

05.09.2023 15:18

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2023-09-05T15:18:00-03:00
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Por Carlos Dopico
Carlos Dopico

Comenzó a hacer canciones a los 20 años, envuelto en una nube lisérgica, en una clara necesidad de vinculación con el afuera. Desde entonces, no ha parado de componer. Sin embargo, fue después cuando se transformó en un “cazador de estribillos” como parte de la prensa argentina lo ha bautizado tras esa búsqueda de la canción popular. Manuel Moretti es el cantante, guitarrista y compositor de Estelares, la banda de pop/rock platense que el año próximo cumple sus 30 años y que en diciembre de 2023 lo celebrará al “bailar el rock del rico Luna Park.

El encuentro se produjo una fría mañana de agosto, antes incluso de que amaneciera parte de la ciudad, mientras buscábamos el refugio de un café. Esperamos que alzaran las persianas del lugar en Ciudad Vieja y nos sumergimos en una extensa charla. Bowie, la Velvet, Pescado Rabioso, Charly nos acompañaron en los primeros tramos de la conversación.

Los Estelares han llegado a Montevideo muchas veces desde el año 2003, y el próximo 8 de setiembre lo harán otra vez al presentarse en Live Era. “Montevideo tiene una relación con la palabra que yo siento propia”, señala Moretti.

Las rutas de la composición, los placeres del intérprete, el bálsamo y el desahogo, y los misterios de la canción son parte de este recorrido musical por la historia de una banda cuyas melodías mucha gente debe conocer. “Muchos conocen las canciones y no la banda”, confiesa Moretti, satisfecho, mientras disuelve con la cuchara el dibujo sobre la espuma del café.

¿Cuándo sentiste el primer impulso por componer?

No estaba en mis planes para nada. En el año 86 que agarré la guitarra por primera vez. No te voy a mentir, en el 85 había tocado el bajo algunas veces con amigos. Pero en el 86, cuando tenía 20 años, agarré la guitarra por una necesidad muy especial. Claro que escuchaba mucha música: [David] Bowie, la Velvet [Underground], mucho Pescado Rabioso, Lou Reed. Era una etapa muy lisérgica mía, con problemas personales, familiares. Estaba muy atravesado en el ejercicio lisérgico, entonces agarré la guitarra casi por necesidad. Empezaron a aparecer cosas que yo no sabía y que me dieron un elemento de expresión. Yo estaba mal, y me salvó la palabra y la melodía. Una de las primeras canciones que hice y que terminó cerrando un disco 20 años después, Sistema nervioso central (2006), uno de los discos más conocidos y exitosos de Estelares; se llama “Ardimos” y es la primera canción que escribí. Eran tres acordes muy básicos, con una guitarra que yo tenía emparchada. A partir de ahí, empecé a sentirme con la posibilidad de entrar en un canal expresivo, y no paré. Esto fue en Buenos Aires, yo vivía en Melo y Agüero.

En “Ardimos”, aquel tema iniciático —de épocas pretéritas en Licuados Corazones—, te inspiraste en “Psycho Killer” de David Byrne. Contame aquel proceso.

No sé ni cómo contarlo porque es tan cierto que… Yo no tocaba casi la guitarra. Escuchaba mucho Talking Heads, sobretodo 77 y el disco en vivo. En toda aquella etapa empepado, un día agarré la guitarra para buscar una rítmica que era bien difícil, “chan, chan, tacatacán”. Me empecé a copar, apareció la voz… “Psycho Killer” y “Ardimos” no tienen nada que ver, pero buscar su rítmica me dio autonomía, empecé a sentirme cómodo con la guitarra, a soltarme.

¿A partir de ahí es que emigrás a La Plata?

Exacto, después me fui a vivir a La Plata, donde llegué en el 87 con todo eso. Empecé a trabajar en un bar que se llamaba El Taller, donde iban los Virus, Los Redondos y otras bandas. Por esta cercanía, la primera vez que toqué en vivo fue con Ricky Rodrigo [guitarrista de Los Redondos], y Pepe Fendom [exbajista de Los Redondos] en las primeras etapas de la banda de Patricio Rey. Con ellos toqué por primera vez en el TI, el Teatro Independiente de La Plata, en la presentación de un corto de Guillermo Beilinson, el hermano de Skay. Así de voraz y veloz fue todo. De nunca haber tocado la guitarra en el 86, a tocar en vivo un año después con esa gente y en ese marco. Por suerte me agarré una “motoneta” que no paró más.

Y más allá de la expresión musical, ¿ya escribías algo en aquel entonces?

Tenía relación con la escritura, pero no era que escribía. Había escrito algo en fanzines, llegué a escribir una contratapa. Me gusta escribir algún verso y me encanta leer, pero escribir —prosa o narración— no lo había hecho. Me encantó siempre leer, la música, la palabra. Te diría desde los 13, 14 años que comencé con la inquietud artística.

¿Y de dónde creés que heredás eso? Porque también tenés una formación cinéfila bastante grande, cantera de la que también se nutre tu repertorio.

Es como que das muchas vueltas hasta que reconocés que el lenguaje artístico es lo que más te gusta. Cuando llegué en el 87 a La Plata hice medio que todo: empecé a componer, iba a la escuela de teatro, después hice bellas artes, hice cine, qué sé yo.

Pero después siguieron los años de relación con los estupefacientes. De todas formas, te diría que el elemento diferencial era que ya trabajaba, escribía canciones y estaba en planos de formación.

Tenes una relación bien clara con las drogas. Te he escuchado varias veces hablar honestamente de tu dependencia. ¿Lo hacés como una manera de tomar distancia y recordártelo cada día?

Bueno, puede ser. Alguna vez mi mujer me recomendó que no lo dijera más, porque ya lo dije. Pero si me preguntan, ¿cómo hago para ser honesto? Hace muy poco, en Junín [ciudad natal de Moretti], me junté con mis amigos de primaria y secundaria. Somos seis o siete que cursamos 12 años juntos. Y uno preguntó: “¿Alguno de ustedes, cuando estábamos en 5º año —que teníamos 17 años— imaginó que Manuel estaría en un escenario cantando?”. Y todos dijeron: “No”. Y yo tampoco.

Yo tenía relación con lo sensible, pero la manera de narrarlo es que hubo elementos que me dispararon eso. Por un lado, fue la angustia personal y, por otro, los elementos químicos a veces me ayudaron y otras me hundieron, pero fueron un montón de cosas por las que terminó existiendo un compositor en mí.

¿Cuándo, además de versos, te encontrás con esa necesidad de ir tras la recordación y la repetición pegadiza que necesita toda canción popular?

Yo empecé en el 86 a escribir canciones y recién en el 96 salió el primer disco de Estelares [Extraño lugar]. Una vez, Juanchi Baleirón [guitarrista y cantante de Los Pericos] nos fue a entrevistar para un programa de radio que tenía en La Nación y yo le dije: “Hasta que comenzamos a trabajar contigo como productor, yo escribía canciones casi como cartas íntimas”. No me importaban los estribillos. Desarrollaba más el lado del compositor de canciones de autor. De todas formas, tenía sí mucha relación con las melodías. Pero Juanchi me dijo: “Vos escribís muy buenos versos, pero no le das bola a los estribillos”. Entonces empecé a prestar un poco más de atención a eso y a hacer el ejercicio. Lo empecé a hacer en Ardimos (2003), el tercer disco de la banda, que fue el que hicimos con Juanchi, pero el resultado se vio en Sistema nervioso central, el disco más cantable de los Estelares.

Aquella fue una etapa cargada de ansiedad para vos. Aún no se veían los resultados del trabajo.

Sí, completamente. Vivía en Buenos Aires de favores de amigos y lo único que hacía era componer. Todo Sistema nervioso central lo compuse durante Ardimos, mientras nos juntábamos con Juanchi y Víctor [Bertamoni, guitarrista de Estelares]. Tardó tres años en editarse y yo no tenía un mango. En esa ansiedad y vorágine compuse todo Sistema nervioso central. Juanchi veía mis demos y me repetía: “¿Por qué no laburás los estribillos?”. Ah, ¿querías estribillos? ¡Tomá Sistema nervioso central!

¿Y ese aprendizaje, lo pones en práctica repetidamente?

No, para nada. Aprendí, tomé algo de eso y ahora lo utilizo cada tanto. Pero también sigue en mí el autor “lado B”. Esa es también una línea que le gusta mucho al fan de Estelares. Tenemos unas cuantísimas canciones lados B. Los estribillos me relacionaron con la canción popular. Yo la tengo en el corazón, pero me resistía.

“Le di mi vida a la canciones y no me arrepiento”, cantás en “Melancolía”, una de las joyas musicales de Una temporada en el amor (2009). ¿Cuánto de alegoría y cuánto de realidad tiene ese verso?

Están perfectas las dos palabras que usaste. Alegoría porque representa algo simbólico, representa gran parte de lo que ha sido mi vida. Hasta que nació mi primera hija, y luego armé mi familia con una segunda hija y mi mujer, lo único que tenía en mi vida eran las canciones. En algunos momentos no tenía qué comer, pero sí tenía las canciones. Entonces, de verdad, en realidad le di mi vida a las canciones y no me arrepiento. Es un símbolo precioso y también verdad. Yo tenía dificultades para relacionarme con el mundo y las resolvía componiendo canciones.

Le diste tu vida a las canciones, pero ¿sentís que las canciones te salvaron la vida?

En la pandemia fue un poco eso. Por suerte pude. Mucha gente no pudo hacer nada. Yo, además, podía trabajar en mi casa. Compuse 29 canciones, de las cuales 11 terminaron en el último disco [Un mar de soles rojos]. Así que el compositor de canciones se convirtió en el elemento que soy.

Manuel Moretti. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Manuel Moretti. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

¿Componer es un bálsamo o un desahogo?

Bueno, no sé. Es un oficio. Hay veces es un bálsamo y otras una tortura. Algunas veces querés que la canción sea buena y al mismo tiempo un éxito, por decirte algo. Y pienso, ¿por qué me torturo de esta forma? Te acostumbrás a que las canciones gusten y les vaya bien. Es una apuesta a la canción popular, a la que antes no le daba bola.

“Ella dijo” debe ser probablemente tu primera canción popular.

Esa fue mi primera canción popular, sí. Lo sentí, inmediatamente. Sentí que era una canción que iba mucho más allá. Y la segunda fue “Un día perfecto”. Después ya aparecieron más, no muchas más, pero algunas: “Es el amor”. Esa la compuse con mis hijas y es un súper hit, una canción popular. Dos cosas muy importantes para mí son el oficio de compositor y “pertenecer” —entre comillas— al ámbito de la canción popular, que me gusta y que los Estelares defendemos mucho.

En aquella primera búsqueda artística formativa en La Plata te sumergiste en la canción, en la música. ¿Seguiste explorando algo del mundo del teatro o las artes plásticas?

No. Siempre con la voluntad de observación, pero no ejercitando. En casa mi mujer es bailarina, psicoanalista y pinta muy bien. Mi hija más chica también baila, toma clases de música y pinta. Son cosas que me gustan mucho, pero yo el único ejercicio que hago es el de compositor, ya sea con notas de voz, sobre el piano, la guitarra, haciendo maquetas o ensayando con los Estelares. Y tocar en vivo, algo que no planeamos mucho y hoy es una realidad. Hoy en día, nuestra vida se convirtió en una vida de giras y estar tocando en vivo. Eso me llevó bastante al intérprete, el cantante, una actividad más nueva que disfruto mucho.

Y en esa vida de giras, ¿por dónde se están moviendo los Estelares, tanto local como regionalmente?

En Argentina estamos tocando por todos lados. Pero también empezamos a ser más repetitivos fuera del país, a trabajar mucho. En setiembre estuvimos en México, con siete u ocho shows en 10 días; en marzo hicimos Vive Latino y otros shows en Santiago de Chile; estuvimos en Lima; les visitamos a ustedes en Montevideo y luego vamos a un festival en Paraguay y de ahí volvemos a México. Mucho viaje para respaldar las canciones. Nos aturdió un poco, pero enhorabuena. Vamos a ver qué pasa con las canciones nuevas. La frutilla para nosotros es llegar de la mejor forma al Luna Park del 1º de diciembre. Nos encanta el camino.

Y más allá de la composición, ¿cómo te llevás con el intérprete?

Yo componía y no me importaba mucho cantar. De hecho, en el 2013, cuando hicimos el primer Gran Rex, a todo el mundo le gustó mucho. Eso se editó Estelares: vivo en el Gran Rex. Pero a mí no me gustó cómo cantaba. Comenzar a tomar clases con Raúl Cariola hizo que me empezara a sentir mejor. Al mismo tiempo, comencé a salir con el Rata [Eduardo Minervino, tecladista de Estelares] y Natalia Pedraza [bandoneonista] a tocar tangos. Apareció una cosa nueva en mí, el cantante. Yo diría que es el elemento artístico más nuevo ese. El otro día le decía a los pibes de la banda: “Traigan canciones que tengo ganas de cantar”. Pali [Silvera, bajista de Estelares] es un gran compositor, y Víctor también, pero en Estelares el 98% de las canciones son mías. Ahora me agarró ganas de que traigan canciones. Yo voy a llevar temas para un disco nuevo, pero no sé si todas las canciones. Por eso quiero convocar al intérprete.

Hay canciones de Pali Silvera en varios discos.

La canciones de Pali son preciosas. Es un compositor súper sensible. La canción “Usted” que está en Las antenas; “No hay más” que está en Una temporada en el amor; “Jardines secos” que está en Sistema nervioso central, y “Tu partida”, que está en Las lunas, son canciones exquisitas. Cantar las canciones de Pablo me gusta mucho.

Me hablaste del tango y recuerdo que “Melancolía” nació como un tango y luego le dieron tono más folk-rock. ¿Cómo es hoy tu relación con el tango?

Se lo mostré a los pibes y les gustaba, a Juanchi también, pero a la parte de tango no le daban mucha bola porque tenía la otra más canción canción, digamos. Hicimos un arreglo y cambió, salió la parte tanguera. Pero de hecho tiene una letra tanguera. Nació con corazón de tango. [Risas.]

Sobre esas cartas a vos mismo, ¿les das otra interpretación cuando son parte del repertorio o las vivís como originalmente fueron compuestas?

Las maquetas tienen una vida que, cuando las llevo a la banda, un poco se me olvida; me meto en el mundo de la grabación. Y sí, hay veces que me pasa que escucho la maqueta y siento que, por más que la banda le da otra vida, digo qué espectacular eso que estaba originalmente acá. Mis maquetas son más lado B, con arreglos más caprichosos. Ni bien aparece la banda, se convierten en canción de banda.

Mañana, de hecho, entramos a grabar tres canciones, un cover y dos nuevas.

¿De quién es el cover?

“El gato que está triste y azul” [“Un gato nel blu”] de Roberto Carlos. Y, además, vamos a grabar “Terciopelo”, una canción nueva mía, y una tercera, que es una versión de “200 monos” [de Sistema nervioso central]. Y ayer, justamente, estábamos ensayando con la banda, con Germán Wiedemer [arreglador y pianista de Andrés Calamaro] que es el productor, y yo dejaba que crezca con la banda, pero algunas partes corrosivas las tenía que defender, pequeños retoques de banda pero que no abandone mi corazón. Yo pongo la canción y hay cuatro líneas que no muevo, después es laburar y recibir opinión de todos.

“200 monos” es una versión con el español Nacho Vegas. Ya mandó la grabación.

Manuel Moretti. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Manuel Moretti. Foto: Javier Noceti / Montevideo Portal

Hay un parentesco fuerte Moretti-Vegas.

Bueno, es el autor lado B mío. [Risas.] Es un lado poético intimista. En el caso de él es un cantautor total. Así que bueno, mandó las voces y estamos muy contentos. Es primicia, no le dije a nadie aún esto.

En “Las antenas” hay una clara inspiración en Charly García, no en lo musical sino en el concepto del canal de conexión y aquellos versos de “Chipi chipi”: “Yo solo tengo esta pobre antena, que me transmite lo que decir”.

Es una de las frases que más me representan a Charly. Es una frase preciosa del artista de música rock popular que más me emociona. Yo andaba con esa idea y rodeado de los molinos de viento al sur de la provincia de Buenos Aires y nació Antenas, el álbum. “Las antenas”, el tema que abre el disco —es del caso que hablábamos más temprano—, la maqueta me gusta tanto o más que la canción de banda. Todo estaba en la original, en versión de autor, con menos ataque, más intimista. Hace unos días pensaba en retrospectiva que es uno de los grandes discos de Estelares. Fue además el que ganó el Gardel. Lo tiene merecido.

¿En algún momento sentís que te baja la señal y te llega con claridad la canción o siempre hay que trabajar en ella e ir a buscarla?

Muchísimas canciones vinieron caminando, podría responder. [Risas.] Una de las frases más lindas de Calamaro se llama “No tengo tiempo” [comienza a cantar], y la letra dice: “Y las canciones las compongo caminando, / entonces algunos versos se me van. / Hoy mis amigos se fueron a la fiesta / y esta noche muy solo me quedé”. Hay algunas que vienen así, varias… “Un día perfecto” me vino en el baño; “Ella dijo”, caminando; “Es el amor”, el verso surgió jugando con mis hijas y el estribillo en un semáforo. Las melodías son las que más llegan, tengo mucha relación con la melodía. Las voy chiflando, es muy de caminata. Por supuesto que hay otras que nacen más apesadumbrado, en las que me dejo caer sobre el piano o resuelvo en la guitarra. Pero sí, la melodía funciona generalmente como una entidad liberadora.

“Un sol de mares rojos” es el noveno y más reciente disco de la banda. Un álbum intenso, de encierro, miedo y futuro incierto, pero también de gestación y optimismo del despertar. ¿Cómo viviste el proceso?

Usaste las palabras necesarias. [Risas.] Las canciones vienen porque fueron mi forma de defensa en la pandemia. No podía dormir. Todos estábamos aterrados. En mi casa, estaba con mi familia y me despertaba en la madrugada sin poder dormir. Era insoportable. Escribiendo las canciones exorcicé una parte, porque la angustia quedó igual. Se convirtió, de nuevo, en un proyecto. Me decía: “Hacé maquetas para ofrecer luego de que pase esto”. Nunca quise hablar directamente de la pandemia. Sí, hay momentos simbólicos de exorcismo, de salvación.

Pero “Miedo” es más directa. “Melancolía”, tanguera, aires folk-rock, pero también una atmósfera triphopera. Contiene una bruma Massive Attack.

Sí, es la única que tiene directa referencia. “Miedo” es donde hablo del insomnio, la angustia por la falta de contacto, un espanto. ¿Qué novedad? Fue un trabajo que no podía cursar sin generar esperanza. Volvieron a aparecer inseguridades y pavores que me acompañaban sin molestar. De pronto, ahora es continuo.

Has venido varias veces a Montevideo. ¿Cuál es tu relación con esta ciudad vecina?

Mirá, Montevideo tiene ese universo rioplatense y a mí me genera la sensación de bajar un cambio. Pero, además, Montevideo tiene una relación con la palabra que yo siento propia. No olvides que soy Argentino y le pongo al lugar lo que yo siento. Me gusta mucho Fernando Cabrera; Eduardo Mateo es uno de los cancionistas rioplatenses que más me emocionó; Zitarrosa. Cuando camino por Montevideo todo eso se me hace cercano. Ya vine más de diez veces y lo tengo más naturalizado, pero eso me transmite.

El año próximo año se cumplen tres décadas exactas desde la fundación de Estelares. Tienen algún evento pensado para celebrarlo? El Luna Park podría ser una anticipación.

Es una buena época para la celebración, por suerte estamos juntos, tocando. Sin dudas que es una celebración. Pero, por qué mentirte, nos tiene muy inquietos nuestro primer Luna Park. Venimos del Gran Rex, donde entran unas 3.200 personas, pero el Luna son como siete mil. Hay que trabajar bastante. Estamos muy contentos. Pasan los años y cada vez sumamos más gente. Muchos conocen las canciones y no la banda. Pero lo más importante, en la sala de ensayo, ayer, estábamos copados entre nosotros.

¿Cuán sumergido estás en estos tiempos de confrontación ideológica y ansias de poder en Argentina, donde abundan “noticias que asustan, que zumban oídos”, tal como cantás en “Habrá que aprender…”?

Escribí “Habrá que aprender a amar?” en marzo de 2016, y era un poco el sentimiento que tenía sobre un montón de cosas. Somos muy raros los argentinos, vivimos arrasándonos, llenos de dificultades. Nos cuesta construir y, cuando se logra, todo vuela por los aires. Es muy incierto. No lo digo con alegría, pero apareció el escéptico que me corría a tomar un poco de aire de semejante confrontación eterna. Como dice la canción: “Soy uno más de los rehenes”, así me siento. Es muy angustiante ser argentino, bomba tras bomba, simbólica y literalmente.

Por Carlos Dopico
Carlos Dopico