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Literatura
Gracias, bicho

Con Martín Otheguy, autor de un libro de fábulas no aptas para niños

“Las fábulas originales siempre fueron para adultos, y a veces eran simplemente chistes”, recuerda el autor.

31.10.2022 07:45

Lectura: 6'

2022-10-31T07:45:00-03:00
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Por Gerardo Carrasco
  gcarrasco@m.uy

Desde Esopo a Samaniego, pasando por Iriarte y La Fontaine, las fábulas son un verdadero clásico de la literatura infantil y un ingrediente obligado en libros de Educación Cívica de otros tiempos. La fórmula en la que estos relatos suelen desarrollarse es harto conocida: textos breves y simples en los que, mediante actos de animales humanizados, se arriba a las moralejas más ramplonas.

Sin embargo, las fábulas no siempre fueron esa especie de producto educativo dirigido a la gente menuda.

“Siempre asocié las fábulas a los niños, pero luego descubrí que originalmente no eran así”, cuenta Martín Otheguy, autor del libro Fabuloso: fábulas modernas para adultos confundidos, presentado días atrás en el Museo de Historia Natural Carlos Torres de la Llosa.

El editor Mateo Arizcorreta y el autor durante la presentación del libro

El editor Mateo Arizcorreta y el autor durante la presentación del libro

Autor de libros infantiles y también para público adulto, Otheguy supo disfrutar de fabuladores más modernos y divertidos, como Robert Louis Stevenson o el siempre corrosivo Ambrose Bierce. Y al buscar las fuentes más antiguas, como el griego Esopo, encontró unas narraciones muy diferentes a las que el mercado editorial ofrece para el público infantil.

“En realidad las fábulas siempre fueron para adultos”, explica el autor. “Fue en el siglo XIX cuando, moralidad victoriana mediante, se les hizo un lavado de cara y se las transformó en relatos para niños con moralejas edificantes, pero ese no era su cometido original”, recuerda.

En ese sentido, apunta que “las famosas fábulas de Esopo servían para ilustrar un punto” o reforzar una determinada postura, “y otras eran simplemente chistes”.

Además de eso, “las fábulas siempre tienen una característica que procuré mantener en el libro: tienen finales muy crueles”, expresa.

Y para reforzar la condición de “no aptas para menores” de las fábulas de antaño, Otheguy repasa los nombres verdaderos de algunas de ellas, títulos que luego se modificaron para pasteurizarlas un poco. O un mucho.

“El hombre de mediana edad y su amante”, “El camello que cagó en un río”, “El castor que se mordió sus partes privadas”, “La cierva afectada por una deformidad”, “El eunuco y el sacrificador” y “El niño que se comió las vísceras sacrificiales” son algunas de ellas.

Esas fábulas “tenían unas moralejas horribles”, propias también de las épocas terribles y violentas en las que vieron la luz. Lejos de tan ominosas conclusiones, Otheguy decidió “hacer algo adaptado para la vida actual”, donde las cuestiones abordadas no fueran arcaicas sino —como escribiría un cronista afecto a los lugares comunes— de acuciante actualidad.

Así las cosas, las fábulas de Fabuloso abarcan temas tan variados y actuales como la xenofobia, el capitalismo, la corrección política, el bullying, las teorías de conspiración o la calvicie, mal este último que castigó al autor de manera precoz e inmisericorde.

Y si bien el tono de humor predomina en estos breves relatos, también se puede reflexionar a través de ellos. Sin embargo, el autor advierte enfáticamente que —a diferencia de lo hecho por los recopiladores del siglo XIX— en su labor no hay ninguna intención moralizante ni pretende resolverle la vida a nadie.

“Ese es el problema de las fábulas: que nos dijeron que nos iban a enseñar cómo vivir, cuál era la moral correcta para la vida, y no es buena idea ir por ahí con fábulas como norma de vida”, advierte.

“Estoy seguro de que hay muchas grandes obras existenciales cuyo autor probablemente intentaba hacer un chiste, o no sabía bien qué decir”, concluye.

Fabuloso: fábulas modernas para adultos confundidos es una publicación de Editorial Tajante y ya está en librerías.

A continuación, compartimos una de las fábulas que componen el volumen.

El leopardo que quería ser escuchado

La discusión entre los animales de la selva llevaba ya dos días intensos, en los que una manifestación con pancartas había ocupado parte del claro selvático que usaban para deliberar y votar nuevas leyes. El motivo de tal revuelo era la llegada de una especie exótica, un leopardo que provenía de una jungla lejana y que había sido invitado por el león para dar una serie de charlas ante representantes de todas las especies de la región.

Depredadores y presas solían reunirse en aquel lugar sin mayores inconvenientes, gracias a una serie de leyes que otorgaban derechos y beneficios a los animales más comúnmente perseguidos. Por eso causó tanto alboroto que el leopardo viniera a presentar su libro Comerse a los débiles y los enfermos, en el que —entre otras cosas— defendía la postura de que los animales que no podían valerse por sí mismos no debían ser ayudados sino devorados por quienes estaban en la cima de la cadena alimenticia.

Mientras se instalaba una gran roca para el discurso del leopardo, cientos de animales exigían la suspensión del evento y otros tantos defendían la libertad de expresión.

“Escuchemos primero qué es lo que tiene para decir”, afirmaban quienes apoyaban la realización de la charla.

“Lo que tiene para decir es que está en su derecho de sentir asco por los herbívoros porque ser herbívoro es una desviación”, respondían los opositores, que le exigían al león que no cediera un espacio institucional para fomentar estas ideas. “Yo solo cedí el claro de la selva para fomentar el debate público; es bueno que se escuchen las opiniones de todos”, decía el león. “Vuélvase a la sabana, traidor”, le gritaban las especies más débiles.

“Pero escuchemos primero lo que tiene para decir”, insistían los más acérrimos defensores de la libertad de expresión.

“Lo que tiene para decir es que las orugas que se transforman en mariposas merecen ser aplastadas”, gritaba desesperada una rana que una vez había sido un renacuajo. “Podrá autopercibirse como mariposa, pero sigue siendo una oruga”, le replicaban los partidarios del leopardo.

Ninguna de las protestas evitó que la conferencia del leopardo, con el beneplácito del león y otros felinos, se llevara a cabo en el claro legislativo de la selva. Miles de animales asistieron al publicitado encuentro, incluyendo decenas de aquellos que el leopardo consideraba con menos derecho a vivir que el resto.

“Escuchemos primero qué es lo que tiene para decir”, reclamaron tolerantes muchos de ellos, ante los maullidos, rugidos, siseos y balidos de los demás.

“Salud”, fue lo primero que dijo el leopardo, al eructar luego de comerse al último de los animales sin la fuerza o la rapidez suficientes para escapar del lugar.

Moraleja:

Si no estás de acuerdo con lo que dice un leopardo, no te dejes comer por su derecho a expresarlo.

Sobre el autor:
Martín Otheguy nació en Montevideo a finales de 1978, según consta en registros médicos de la época. Desde 1997 escribe y guiona para distintos medios. Además, publicó novelas y relatos juveniles, obras de divulgación y libros de humor. Actualmente dirige la publicación infantil Gigantes y escribe sobre animales que no hablan en la sección Ciencia del periódico La Diaria.

Por Gerardo Carrasco
  gcarrasco@m.uy