Por Carlos Dopico
Carlos Dopico
Intentar definir a Ruben Rada es pretender comprimir en conceptos a alguien que ha hecho todo por evitarlo. Resumir sus multifacéticas virtudes es tan solo mirar una parte de este enorme artista, genuino, indiscutible e identitario. Rada ha alcanzado algo que muchos aspiran sin siquiera buscarlo: abrazar la élite y alcanzar la masa, trabajar duro y divertirse mientras tanto, viajar por el mundo y vivir en el lugar que desea. Omar Ruben Rada Silva acaba de cumplir 80 años de vida (el 16 de julio) y 70 como músico del Uruguay. Arrancó temprano, siendo apenas un niño de 10 años, como cantante en las comparsas de negros y lubolos Añoranzas Negras y Morenada, y desde entonces no se ha alejado jamás de la música y los escenarios. Es el músico uruguayo más prolífico y diverso, por lo que ha despistado tanto a la industria como a la crítica que pretendió encasillarlo. Tocó candombe, jazz, candombe/beat, rock, tango, milonga, pop, murga, bachata, bolero, plena, chachachá, salsa, bossa nova, malambo y todo lo que ha querido experimentar.
“No me gusta tocar una sola cosa. Amo toda la música. Es por eso que la gente demoró en entender a Rada”, explica Ruben.
Ha sido parte importante en alguno de los más prestigiosos proyectos musicales que este país ha dado: El Kinto, Tótem, Opa, y ha construido una enorme carrera en solitario, con la que lleva más de medio siglo y supera la treintena de álbumes de estudio publicados. Para Rada, componer y grabar es una necesidad incontenible y requiere hacerlo más allá de los tiempos de la industria o las pautas del mercado. Al día de la fecha, tiene cuatro discos encajonados esperando el momento para ser editados.
“Eso tiene un sentido: 80 años. Mi intención es dejar algo, y si dejo algo que nunca salió, mejor”, confiesa.
La vida no le ha sido fácil. Sorteó el abandono, la pobreza, la enfermedad, la discriminación y el apremio económico y se repuso con una sonrisa en cada caso. Para cada momento entona una canción y, si no la encuentra, mata el silencio tamborileando.
“Yo uso el tambor, las mesas, los cajones, las paredes. Siempre estoy tocando y componiendo algo”.
Rada es una usina, una central nuclear de melodías y ritmos; un músico autodidacta, que, como tantos, aprendió imitando. Fumó marihuana con Bob Marley; cantó “Satisfaction” con Mick Jagger; recibió elogios de Paul McCartney y hasta le dijo que no a Tom Jones y Joan Manuel Serrat cuando quisieron contratarlo. Todos lo admiran y respetan: Lito Nebbia, Fito Páez, Andrés Calamaro, Pablo Milanés, Carlos Vives, Daniela Mercury, Carlinhos Brown y tantos músicos más del mundo.
Hizo radio, condujo varios programas en televisión, actuó en teatro, protagonizó series televisivas y también realizaciones cinematográficas.
“Con Hugo y Osvaldo, nos volvimos de Estados Unidos porque estábamos perdiendo identidad”, confiesa sin dudarlo.
En Argentina la industria discográfica le otorgó casi una decena de premios Gardel, y en Uruguay, periodistas y comunicadores le entregaron varios premios Graffiti. En 2008 recibió la distinción como ciudadano ilustre del gobierno de Montevideo y cinco años más tarde, la Academia de Artes y Ciencias norteamericana lo reconoció con el Grammy a la excelencia musical de carrera. Recogió el premio, se tomó un taxi y lo dejó en la misma ciudad de Las Vegas donde viajó a recibirlo. Al tiempo, le entregaron una réplica.
Rada tiene tal virtud compositiva que es capaz de producir tanto una pieza refinada como una canción que atraviese a todos. En cualquier caso, para él hacer música siempre es una materia urgente, y tanto la música como la letra deben nacer casi en simultáneo. Si bien es conocida la anécdota de la composición de “Las manzanas” caminando por Roxlo hasta la Rambla, Rada tiene varios hitos de producción fulminante y elaborada.
“Nunca demoré más de dos horas para hacer una letra”, señala, no como virtud, sino como un axioma demostrado.
Rada es Ruben y Ruben, Rada, pero también es Richie Silver, Aros Rada, RubenRá, Adar Nebur o el Negro Rada. Es tanto lo que ha producido que se ha inventado toda una serie de alter egos para seguir cantando, sin saturar el mercado.
En su infinito repertorio es capaz de divertir, conmover, integrar, congregar, o denunciar. Él dice que no es un gran compositor; sin embargo, alguno de sus socios históricos, como Hugo Fattoruso, le reconocen el don de la voz y la lapicera.
“Podés tener la mejor voz del mundo, pero si no tenés la canción que le llegue a la gente, estás liquidado”, sentencia Rada, dueño de cientos de composiciones.
Conversar con él es un deleite, una rockola humana capaz de musicalizar toda la charla. Cuando no recuerda un artista o una canción, la canta, la tararea, o improvisa un popurrí melódico hasta que su memoria logra evocar.
La celebración por su 80 aniversario será a lo grande, con un repaso por su carrera, junto a su familia y múltiples invitados. La cita es el 20, 21, 23 y 24 de agosto en la sala mayor del Auditorio del Sodre.
Una vez tu vieja te dijo: “Mijo, si usted sigue cantando como en los cumpleaños va a triunfar”. ¿Eso fue lo que hiciste toda tu vida, cantar como en los cumpleaños?
No, me equivoqué, me encontré con los Hot Blowers, con Cacho de la Cruz, Bachicha Lencina, los Fattoruso, Ringo Thielman, y ellos conocían a otros músicos del jazz del Hot Club, Paco Mañosa, etc. Eran todos músicos increíbles. Arranqué bien, con Manolo Guardia, con “Las Manzanas”, y “Guantanamera”, en un disco súper divertido. Fue el disco Rada (1969). Ahí fue masivo. “Las Manzanas” nació gracias a El Kinto, en un par de horas, cuando volví de Perú y El Kinto estaba tocando en el teatro El Galpón. La hice en unas cuadras. Yo me había ido a Perú porque acá no había laburo. Me fui con Santiago Ameijenda, a trabajar con Mike Dogliotti, Bachicha Lencina y otros músicos. Estuvimos como dos meses en Perú, comiendo sardinas y cebolla para ahorrar algo de guita. Había una baranda tremenda, me acuerdo. (Risas.)
Pero eso a lo que se refería tu mamá, cantar para alegrar, incluir, integrar, eso sí lo hiciste. ¿O sentís que no?
Eso fue lo que hice, pero más que nada después que regresé de Argentina, cuando seguí solo. Grabé con Andrés Arnicho, Miscelanea Negra (1997); Black (1998); el disco de plena que hice con Cachorro López, Quien va a cantar (2000); Alegre Caballero (2002); Richie Silver (2006); todos discos que tenían canciones muy pegadizas, ¿me entendés? Ahí agarré para hacer esa música porque de la elite de Uruguay no vivís, el almacenero no te fía.
Además de cantar para divertir, cantaste para denunciar y llamar a la reflexión. Ahí podríamos nombrar temas como: “Biafra”, “Dedos”, “Rompe la Calle”, incluso de tu proyecto para niños con “Mambrú no fue a la guerra”.
Sí, también. En el disco Las aventuras de Rada & Fattoruso (1991), por ejemplo, hay otra canción que se llama “La nobleza del mundo” en la que hablo del pueblo.
¿Y “Blumana”?
Sí, también. “Siempre en los conciertos / pasan cosas raras, / Tengo mucho miedo, / que venga la mala. / Tocá che negro Rada, / tocá grita la hinchada / tocá y cantá tranquilo, / que acá no pasa nada”.
Era una época en la que la policía le pagaba a las mujeres, incluso a las menores, recuerdo por ejemplo verlo en Obras Sanitarias. Le puse “la mala" porque si le ponía “la cana” no salía el disco. En el disco Quien va a cantar, está también ese tema (homónimo) que dice: “Cuando se pierde toda la poesía, / cuando la gente solo sobreviva, / cuando el cansancio mate la alegría / seremos una máquina de trabajar”.
¿Dónde te sentís más cómodo dentro de la canción: agitando al público o llamando a la reflexión?
Soy un hambriento del público. Hay un brasileño que me bautizó “O domador do palco”. Fui a Brasil, a acompañar a Julieta que había sido invitada a cantar con Tamy —una brasileña que estuvo viviendo un tiempo acá—, y al final del show subí yo a cantar un par de canciones. Hice lo de siempre, que se parara todo el mundo a bailar, y el tipo no lo podía creer.
Y ese domador de público, ¿cuándo nace?
Desde siempre, desde la época de los Hot Blowers. Fijate que Los Hot Blowers, era un grupo dixieland súper divertido, con Cacho de la Cruz en el medio. Nos disfrazábamos y era un cague de risa. Y después, en el barrio, cuando iba a Ansina y me encontraba con amigos, o en Cuareim. Cuando los grone estaban todos juntos era maravilloso. Eso es algo que nunca le voy a perdonar a los muchachos de verde. Sacaron todos los conventillos, el de Gaboto, Cuareim y Ansina. Todos los negros que tenían allí su gueto, donde se reían y cantaban sus cosas. Porque los chistes son distintos. En una fiesta de negros no precisas animar, empieza la risa, el divague; siempre hay alegría. En otras fiestas, si no se conocen es toda una seriedad.
¿Todavía creés que hubieses sido mejor jugador de fútbol que cantante?
No, sé que hubiese jugado bien al futbol porque ¿viste cómo soy? No pude seguir por las secuelas de la tuberculosis. Pero vos sabes que soy un tipo exigente. Me gusta hacer las cosas bien. Yo siempre fui el primero en llegar, nunca fui un desbolado. En aquella época no consumía ni drogas ni alcohol. Yo siempre estaba rompiendo las bolas. En Argentina, me acuerdo que había un tren que iba de Buenos Aires a Rosario, yo llegué a viajar con los Shakers en ese tren en el que iban: D’Arienzo, Troilo, Sandro, Cacho Castaña. A la vuelta, ese mismo tren traía a todo el mundo; venían todos durmiendo, medio mamados y yo venía cantando a los gritos. Todos decían: Hay que tomar lo que toma Rada. Pero yo no tomaba nada.
¿Qué significó para vos conocer a Eduardo Mateo? En tu biografía [Rada, 2013 Ed. Aguilar] le confesaste a Fernando Peláez que con Mateo deben haber compuesto más de cien canciones, de las que se conocen solo 20. ¿Qué pasó con las otras 80?
Las otras 80 no sé dónde están. Cada vez que compongo una canción y me parece muy comercial, digo: esta canción yo la había hecho antes. Me viene como un déjà vu, ¿viste? Digo: esta canción ya la toqué. Si veo que me gusta, la canto. Primero averiguo a ver si es de alguien.
Y en esos casos, ¿con quiénes cotejás si es una canción preexistente, de otro autor?
Con mi mujer, Patricia; con mi hijo Matías que sabe de todo, o mis hijas Julieta o Lucila.
¿No conservás nada escrito de aquellos encuentros con Mateo, en su casa de Marco Bruto?
No, quizá Mateo se acordaba alguna más que yo. Lo que pasa es que no teníamos ni grabador ni un peso, ni cuaderno ni lápiz. Yo llegaba al día siguiente y le decía: Bo Mateo, vamo a seguir con la canción de ayer. ¿Cuál?, me decía Mateo. Nahh, vamo a hacer otra. Y así estuvimos… Cuando se armó El Kinto, la primera canción que presenté fue “Qué me importa”, mi primer rocanrol. Después hice “Muy lejos te vas”, esa que dice: “Gustas de las flores/ y andas triste. / Andas por los valles / sola y vistes / Luces de color, / de rocío y sol / ahhh”.
Leí que esa canción la compusiste luego de dar unas pitadas de marihuana. ¿Es cierto?
Sí, esa canción y “Heloísa” fueron las únicas por aquella época en las que me convidaron con una pitada de marihuana. Y te das cuenta porque son canciones voladas. Yo nunca había fumado y probé esa cosita y empecé a volar, a componer eso: “Dónde está Heloísa, / dónde está, ahahaaa / Hace tiempo se fue Heloísa…”. Nos poníamos a componer y ni nos acordábamos. Después, esa la grabé con Tótem, con Eduardo Useta.
¿“Heloísa” fue una canción de denuncia? Es cronológicamente anterior, pero en algún momento fue interpretada como un alegato por los desaparecidos.
No, aunque es verdad que se interpretó para ese lado y en los conciertos de Tótem se armaba un revuelo bárbaro. Pero nace cuando fui a ver la película Orfeo Negro (Marcel Camus, 1958) y una negrita hermosa [Marpessa Dawn] hacía un personaje que se llamaba Eurídice. Yo salí del cine pensando que se llamaba Heloísa y le compuse la canción. Al tiempo, volví a ver Orfeo Negro y me di cuenta de que nada que ver. (Risas.) Un desastre, pero salió bien “Heloísa”.
¿Cuán importante fue para vos la “cajita musical”, tal como se conoció a El Kinto?
Para mí Mateo fue nuestro John Lennon. Él fue el tipo que cambió la música sin llevarse nada, nada más que ahora el recuerdo de la gente una vez muerto. Para mí Mateo es un músico/pintor. Viste que los pintores una vez que mueren se hacen famosos, se valoran. A Mateo lo empezaron a reconocer después de muerto.
En época de los Shakers, postulaste por ser el baterista del grupo, pero el manager argentino te bajó del proyecto. ¿Cómo fue aquel suceso?
Yo me reunía con ellos acá en Montevideo, en la calle Soriano, donde ensayaban en un garaje. A veces le metía a la batería, porque era la época de tum tum tac, tum tum tac. Me aprendía eso y tocaba. Cuando ellos viajan a Bs.As., Osvaldo me manda llamar y me presenta a [Ángel] Rotta, que era el productor de Los Shakers en EMI/Odeón. Y cuando me ve, les dice: ¡El negrito no va!
¿Y ahí cómo te sentiste? Claramente fuiste discriminado por ese señor.
Y, bien, qué sé yo. Igual me quedé viviendo con ellos, trabajando. Después ellos me acompañaban en un programa que se llamaba “Ritmo y Juventud”, en Canal 11, donde yo me presentaba. Estaba: Sandro, Los Búhos, Los Mockers, y yo me puse Aros Rada. La gente me paraba en la Cueva de Pueyrredon —donde yo siempre iba— y me decían: Aros, qué bien que cantás, me encanta. Y yo les respondía: Bunga lunga manga, combongo longo. No entendían nada. (Risas.) ¿Cómo era que cantaba tan bien español sin hablar el idioma? Hasta que un día pasó un moreno por al lado y me gritó: ¿Cómo andas Radita? ¿Cómo van tus cosas? ¿Qué negocio? Me cagó el chiste.
Por aquellos tiempos fue que hiciste una prueba de grabación en Buenos Aires.
Sí, canté en italiano, portugués, inglés y en español.
Hiciste un repertorio que iba desde Nat King Cole a Brenda Lee, pasando por Frank Sinatra y Ray Charles. Quienes te grababan dijeron: “¿Qué hacemos con Rada? ¿Dónde lo ponemos?”
Sí, en aquella época, los productores no sabían qué hacer conmigo. Nunca supieron. Y hasta que encontré el concepto world music yo tampoco sabía dónde ponerme. Me acuerdo que también estaba probando Yaco Monti, aquel de: “¿Qué tienen tus ojos, / que ya no me miran?” La madre le había regalado un anillo y él lo había vendido para pagarse el pasaje y venir a competir al festival de Parque del Plata, en Uruguay. Lo ganó. Sabían que con él iban a hacer guita como loco.
No sabían qué hacer contigo porque no tenías un estilo definido. Esa ha sido una constante en tu carrera. ¿Por qué nunca definiste un perfil musical?
Y porque me gusta toda la música. Yo era un crooner, no era un cantante de un grupo. Yo me crié cantando con Manolo Guardia, con Hugo Fattoruso, en Orfeo Negro; por entonces estaba lleno de boliches. Para mí era laburo. Desupés lo hice en los hoteles, los barcos. Yo cantaba “Garota de Ipanema” y otros temas de Jobim, qué sé yo.
¿Cuál es tu recuerdo del 23 de setiembre del 69? Tu primer show solista en el Galpón, presentando tu álbum debut.
Uh, me acuerdo que la gente de El Show del Mediodía me ayudó mucho, me hicieron mucha publicidad. Hablé con Manolo Guardia, quien me hizo unos arreglos divinos y llamó a parte de la sinfónica. Fue algo increíble. El concierto fue una fiesta. Presenté: “Las manzanas”, “Guantanamera”, “Ahora sí puedo gritar”, “Amigo”… ¡Fue un show de puta madre! Pero como siempre, terminamos en el bar de la esquina comienzo pizza. Ni un mango gané. Habían miles para repartir.
¿Es tras ese concierto que viajás a Río de Janeiro a probar suerte en un importante festival de canciones inéditas?
Sí, fui con los arreglos de Manolo Guardia.
Pero no podías presentar “Las manzanas”, tu gran éxito, porque ya había sido editado.
No, claro. Ahí presenté “Escapa”, aquel que decía: “Escapa, escapa / si ves que mi amor no es verdad”. Había un montón de artistas conocidos y buenos. Yo me alojaba en un hotel, y en la pieza de al lado estaba Serrat que había ido a presentar “Penélope”. No pasó nada con ninguno de los dos. Estaban The Mamas & the Papas; Dorival Caymmi, un montón de artistas. Piero fue el que ganó.
¿Se te pinchó el impulso solista ahí? Porque al regreso es que con Useta conformás el Tótem.
No, yo no tenía control de nada. Para mí, la música en aquel entonces era divertirme, cagarme de risa. Era el bufón de la banda.
Pero ya tenías un repertorio en solitario; habías debutado discográficamente y presentado con arreglos sinfónicos aquel material.
Claro pero fui a cantar a Río y los festivales son así. Fui y volví.
Volviste y enganchaste con Tótem, un nuevo proyecto de banda. ¿Pensaste dejar de lado tu carrera en solitario?
No, pero me junté con Useta —que fue el creador de Tótem— y me dijo: Quiero que hagamos un grupo en serio, pero para eso tenemos que ensayar todos los días. Empezamos a buscar componentes. Llamamos a Lobito Lagarde, y como sentimos que nos faltaba un guitarrista más roquero, llamamos al gordo Rey. Después convocamos al percusionista Chichito Cabral y a (Roberto) Galletti en la batería. Yo tocaba bongó y ayudaba a Chichito con las congas. Fijate que hacíamos “Biafra” con un bongó y unas congas, y Galetti por supuesto que era una máquina infernal. Debutamos en el club Rampla Juniors, en la cueva. Era un baile, pero cuando empezamos a tocar se nos vino toda la muchachada para adelante. Temblaba todo. Fue imponente.
Rubén Castillo sentenció por aquellos días: “La música uruguaya se va a dividir entre antes y después de Totem”. ¿Creés que fue así?
Sí, fue maravilloso. Es verdad, dijo eso cuando escuchó “Biafra”.
Luego de la disolución en el 73, Tótem estuvo por reunirse a mediados de los 90, pero la muerte de uno de los componentes hizo que todo quedara en nada. ¿Qué pasó?
Sí, eso fue en el 97. Yo vine en el 95 de México y en el 97 Useta me llamó para juntar al Tótem. Yo le dije: Vamo arriba, yo estoy afín. Llamamos al gordo Rey —aquel estaba en Venezuela— y se puso recontento. El día que venía para acá, de la emoción le dio un infarto. Desde ese día dije: Nunca más Tótem. Murió cuando venía a Montevideo a ensayar, ¿entendés? Yo toco temas de Tótem pero nunca más reflotamos la idea de juntarnos.
Pero con Useta ¿nunca volviste a tocar?
Sí, en algún lugar nos juntamos a hacer bossa nova, pero no Tótem. Tocábamos en el Hotel Lancaster, en la plaza Libertad. Ahí jazzeabamos. Estaba muy de moda la música brasilera. Y yo hacía cualquier disparate. Le cambiábamos las letras a las canciones. Era muy divertido. (Risas)
Luego de la experiencia con Tótem viajaste a grabar con Opa trío. Hugo y Osvaldo Fattoruso, junto a Ringo Thielman, ya habían grabado el disco debut (Goldenwings), que de hecho incluía temas tuyos (“Muy lejos te vas” y “African Bird”). Pero en el 76 te convocan a grabar Magic Times. ¿Qué recordás de esa experiencia?
Sí, fue increíble, era un proyecto de ellos, mis hermanos. Estaban en EEUU desde fines de los 60 y ya eran muy respetados. En Opa había unos músicos increíbles, además de Hugo, Osvaldo y Ringo. Ahí nace “Montevideo” en un cuarto que compartíamos en Hollywood: “Patira patira tará riré, patira tará riré”. No se puede creer lo suena eso. Yo cantaba como si fuera un instrumento, una trompeta.
Luego de aquella experiencia, te instalás en Argentina y conformas S.O.S. (Sonido Original del Sur), un proyecto con el que trabajaste mucho. ¿Cómo valorás aquel período?
Sí, ahí grabé con una banda increíble, S.O.S., con [Héctor] Finito Bingert. Ahí fuimos a tocar hasta a la Antártida, a Las Malvinas. Tocábamos abordo de un crucero griego, de ida y vuelta. Además, en esa época se había inaugurado el hotel Sheraton en Argentina y tocábamos en el boliche Golden Horn. Un día vino Tom Jones a tocar al Luna Park y paró en ese hotel. Una de esas noches, dos días antes de que ellos tocaran, cayó el que arreglaba los coros de Tom Jones. Yo estaba cantando todo el repertorio: “Ohh my, Delilah”, uno de sus temas; “That's the way, aha, aha I like it, aha, aha” de KC and the Sunshine Band; “Everybody was kung fu fighting/ Those cats were fast as lightning” de Carl Douglas, y temas de Earth, Wind & Fire, como ese: “Do you remember / the 21st night of September?” y bajó Tom Jones, escondidito entre la gente. Después del show, me saludó y me propuso si quería irme con ellos a Inglaterra.
¿Y qué le respondiste?
¿Qué le dije? Ahora, en este momento, no puedo. Es que recién había llegado a Bs.As. y la banda se había prestado a tocar mi música. En S.O.S. había solo un tema de Finito Bingert, el resto eran todos temas míos. No podía decirles me voy a la mierda. Así que me quedé ahí. Esa fue la primera. Después, yo estaba en México y me habló Serrat para ir a Barcelona. Pero yo estaba con Tania Libertad, que me había dado laburo porque en Argentina estaba complicado. Estaba de moda aquella onda “Qué tendrá el petiso” o “La pollera amarilla”, de la Bomba tucumana. Estaban arrasando. Y yo venía cantando rocanrol, no podía pasarme a cantar “Oye picorito que pico la cola” o qué se yo… La tropical me gustaba, pero más del tipo Rubén Blades. Me fui solo, dejé mi familia en Buenos Aires y después la mandé buscar a los tres meses. A Serrat le tuve que decir que no podía dejar a Tania Libertad, por que ella me había dado trabajo.
¿Sentiste que habías perdido la oportunidad?
Mirá, nosotros los uruguayos, nuestra manada, Hugo, Mateo, Pippo, Urbano, yo, tocábamos para los músicos. Y cada vez que le dábamos un disco uruguayo a un extranjero, le decíamos fíjate en la música no en la grabación. Durante muchos años no tuvimos estudios de grabación como la gente.
¿Cómo era laburar en época de la dictadura en Argentina?
Tocaba mucho en pubs, como en La Trastienda, de Thames y Gorriti. Entraban 60 personas. Siempre hacíamos dos pasadas. En la primera vuelta estaba todo divino, pero en la segunda siempre caía la cana y se llevaba 15 o 20. Imaginate, terminábamos tocando para 8, 10.
¿Se metieron alguna vez contigo?
No, pero viví momentos duros. En Jazz&Poop, el primer día que abrió, fue la cana y mató una persona de un balazo. Otra vez, Gustavo Bergalli que es trompetista, estaba recolgado tocando. Viste que en el jazz/blues tocas unas largas frases: Paparaparipa paripapara, bruam! Un corte. Y en seguida de nuevo: Praparaparipa paripapara, bruam! Otro corte. En cada corte de 8 compases, un policía le gritaba: Bo, el del acordeón. Pará, ¿no ves que estamos acá? Y aquel, recolgado, arrancaba otra vez: Paparaparipa paripapara, bruam! Y así. El policía se acercó y le sacó la trompeta de la boca. Cuando Bergalli vio que era la cana, se quedó helado. Tuve que ir yo a explicarles. No sabían ni qué instrumento era. La ignorancia al poder.
Otra vez, Horacio Guaraní —que en verdad se llama Eraclio no sé cuánto [Catalín Rodríguez]— iba en un auto de Santa Fe a Rosario y lo pararon. Le dijo: No me demore oficial que estamos llegando tarde al concierto. Soy Horacio Guaraní. Le dio el documento y el milico no sabía ni leer, decía otro nombre.
A mí nunca me hicieron nada porque yo había grabado “Las manzanas”. Y cada vez que nos paraban, me reconocían y decían: Mirá el negrito de “Las Manzanas”. ¡Cantate Las Manzanas! ¡Cantate Las Manzanas! De “Biafra” o “Dedos” no habían entendido nada.
En ese momento te vas a México, apretado económicamente a trabajar con Tania Libertad, pero te llaman para grabar.
Sí, allá estuve cuatro años. La primera vez me llamaron para grabar Rada Factory (1993), con los New York Voices, Fran Centeno, Stephen Rooney, Anton Fig; una banda de músicos de puta madre. Y el disco al final nunca salió. Había costado 70 mil dólares, me acuerdo. Lo que pasa es que por un lado estaba Oscar López, el productor, y por otro Jesús López, que era el presidente de la compañía a nivel regional. A él no le gustaba lo que yo hacía. Me encajonó. Se grabó hace exactamente 25 años. Era el que tenía “Funky Salsa”.
¿Y los derechos de esas canciones están liberados?
No, podría regrabarlos pero no editar esa grabación. ¡Rada Factory es tremendo!
Después, volviste a Estados Unidos para grabar Montevideo (1996). ¿Esa fue una de las mejores bandas que armaste para grabar?
Bueno, no sé. Era un enganche, no era una banda. Estaban: Hiram Bulloc, Bakithi Kumalo que era un bajista negro y Anton Fig que era el baterista, blanco. Los dos eran sudafricanos y se llevaban muy bien; les recalentaba lo que pasaba en su país. (Hacía recién dos años que había terminado el Apartheid). Fue un disco precioso. Cuando vinimos a Montevideo tocó Martín Ibarburu. Pero ta, no pasó nada.
La banda que yo respeto y quiero mucho es Ricardo Nolé, Ricardo Lew, Beto Satragni y Osvaldo Fattoruso.
Esa fue tu banda eterna en Argentina.
Sí, estuvimos 8 años. Nos cagábamos de hambre. De repente le decía a Lew: Mirá tenemos un show en tal lado; son dos días de viaje y quizá nos quedan 100 dólares a cada uno. Y me decía: Negro por 100 dólares me meto en la boca de un león. Volaba esa banda, ¡volaba! Es al día de hoy que los músicos argentinos me dicen: Nunca vi una banda así. Le pasaban por arriba a todo el mundo.
Aquella fue una banda en la que dejaste participar mucho, a la que no le dabas todas las coordenadas. ¿Es así?
Sí, es vedad. Había mil solos de Lew, de Nolé, de Beto. Era algo tremendo. Vinimos a tocar al cine Miami, dónde está hoy la Trastienda de Montevideo. Estaba lleno. Después vinimos al Galpón. No solo se tocaban todo, sino que nos divertíamos muchísimo. En Jujuy, por ejemplo, un tipo le decía a Osvaldo: ¿Vos sos el negro Rodó? (Ellos les dicen negro a todos.) Y Osvaldo le decía: Sí, sí claro. Y estaba yo, el negro Rada al lado. (Risas.) Hicimos un concierto increíble en Jujuy. Nos mandaba Oscar López y nadie conocía nada de mí música. Arrancaba a tocar y los hacía parar a todos. Eran las épocas de “Matías, el nuevo embajador”, “La Mandanga”, “Martuan” esa de: “Trabajaba todo el día, para darle de comer, / mamá canta noche y día, cuando duerme a su bebé”.
En ese período agarraste una época de gran bonanza musical. Si bien estaba instaurada la dictadura y estaba a punto de estallar la guerra de Malvinas, el bloqueo a todo lo anglo hizo que la música argentina, en especial el rock, tuviese gran desarrollo.
Sí, es increíble que gracias a los militares es que sale adelante el rocanrol, porque no querían pasar música en inglés. Yo empecé a trabajar bastante en esa época. De todas formas, yo no era el boom, yo era el músico de los músicos.
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A mediados de los 90, Rada se radicó, finalmente, en Uruguay. Rearmó la banda y comenzó a producir un nuevo repertorio solista. En aquellos años, trabajó bajo el management de Lea Bensasson, figura desequilibrante en su producción general. Con mediano éxito publica Miscelanea negra (1997), y emprendió la búsqueda del impacto comercial. En el 98 editó Black (1998) bajo la producción del argentino Carlos Villavicencio, y, con el tema “Loco de amor", junto a la grupo gitano-español Ketama, logra cierta notoriedad.
Por aquel entonces, además, Rada hacía un personaje en Gasoleros, una popular serie argentina de ficción por la que crece en popularidad. Edita Montevideo II (1999), la segunda parte de su proyecto musical para el sello Big World, y comienzó a desarrollar una estrategia productiva. Su búsqueda de un cancionero refinado, popular que no descuidara la veta comercial hizo que contactara al ex Abuelos de la Nada, el productor Cachorro López, con quien desarrolló “Cha-cha Muchacha” y a partir de aquel tema definir la sonoridad de Quién va a cantar (2000), un álbum desequilibrante de su masividad. El impacto de aquel chachachá y otros temas como el epitafio musical “Muriendo de plena” o el reflexivo “Quién va a cantar” fue inmediato y el resultado permitió que Rada se quedara definitivamente en Uruguay.
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Muchas veces te retiraste de este oficio, argumentando que no era posible vivir de la música. De todas formas, claramente nunca estuviste en este negocio por la plata. ¿Sentís que componer es algo incontenible para vos?
Sí, realmente. No puedo parar de componer. Cuando estoy en mi casa dando vueltas, mi mujer me pregunta: ¿hoy no vas a lo de Montemurro? Ella sabe que, si no me pongo a cocinar, me acuesto, esperando que llegue el otro día. Eso tiene un sentido: 80 años. Mi intención es dejar algo, y si dejo algo que nunca salió, mejor.
Por Carlos Dopico
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