Por Leo Silveira
LeoSMattiauda
La primera vez que escuché a Sylvia Meyer tenía 12 años. Fue en verano, uno en el que con mi hermano y mi hermana le ganábamos un rato a la obligada siesta y jugábamos a Aquí está su disco en el combinado de casa —un mueble de madera con radio y tocadiscos— mientras nuestros padres dormían. Poníamos sus discos, que eran de Los Beatles, Zitarrosa, Creedence, Los Iracundos, Katunga; había uno con la tapa de una mujer rubia de espaldas caminando entre unas esculturas de hierro: Piano lejos. A nuestra corta edad no entendíamos lo que decían esas canciones, pero esa voz sonaba tan cristalina, pura, como un canto de sirenas que me cautivaba. Abusando de mi condición de hermano mayor, la púa no se levantaba hasta terminar todo el lado del grueso disco de acetato.
Más adelante me reencontré con aquella mágica voz, cuando escuché sus versiones de Eduardo Darnauchans y Víctor Cunha; hace más de 12 años en una de sus visitas a Montevideo estuve en el concierto para la muestra El Reporter Meyer en el Centro Cultural de España (CCE), que resultó su última presentación en vivo Uruguay —si la memoria no me juega en contra—.
Ahora, en 2022, Sylvia vuelve —aunque como dice ella nunca se fue del todo—. Y lo hace con nuevas canciones, con un nuevo disco, titulado ¿Quién?, que lanzó este 16 de octubre. Tal vez, el uso del pronombre juega con el paso del tiempo y busca mantener el misterio de quién es esa chica, o evoca al que le cuenta a otro sobre esta artista y al mencionar su nombre el interlocutor le pregunta con asombroso interés: “¿Quién?”.
Sylvia Meyer inició su actividad artística a comienzos de los años 80. En 1982 grabó su primer disco, Cantar en la oscuridad, y luego, ya fuera del país, grabó Piano lejos, el álbum que escuchaba bajito sentado en el piso frente al mueble con tocadiscos.
Entre agosto de 1987 y mayo de 1988 junto a un grupo de talentos inmenso entre los que estaban Osvaldo Fattoruso y Jorge Galemire, además de José Pedro Beledo, Hugo Jasa y Jorge Camiruaga, grabó Fuera de lugar sobre textos de Marco Maggi y Enrique Fierro en el estudio La Batuta. Sylvia se encargó de los arreglos, el piano, el sintetizador y la batería electrónica.
Durante los años noventa grabó La hija de Gorbachov y el disco con las 15 canciones de Darnauchans, en 2005 la banda de sonido de la película de Álvaro Buela Alma mater y en 2006 Feliz Apocalipsis, un disco que recopila piezas compuestas para teatro y cine que editó el CCE.
Meyer compuso la música de una treintena de obras teatrales y otras películas uruguayas. Es una de las mujeres protagonistas de nuestra música popular urbana, que ha cultivado siempre un bajo perfil, y su música, que se ha compartido de manera subterránea, ha trascendido generaciones. El hecho más notorio de esta vigencia e influencia lo muestra un reciente homenaje realizado voluntariamente a puro corazón y admiración por un grupo de artistas diversos que se juntaron bajo el nombre de Fans de Sylvia Meyer para editar un disco con sus canciones —Un desánimo nada triste— publicado por estos días —con un timing más que oportuno— en las plataformas digitales por el sello Feel de Agua.
Sobre aquellos primeros discos y el nuevo, la escena montevideana de los años 80 y su presentación el 26 de noviembre en el Teatro Solís conversamos para LatidoBEAT, a través de correos electrónicos, previo a su esperada visita.
¿Cuánto tiempo hace que vivís lejos del Uruguay? ¿Qué has podido escuchar de nuestra música estos años?
Hace más de 20 que circula esa calumnia analógica en un mundo digital. Nunca me fui y por eso no puedo volver. En estos años hice la banda de sonido de seis películas uruguayas y la música de más de 50 obras de teatro montevideanas. Vivimos dentro de un teléfono, esa lupa que llevamos en el bolsillo me permite seguir de cerca la música uruguaya.
¿Cómo ha sido el proceso interior de volver a publicar un disco luego de tantos años y al mismo tiempo preparar un concierto en una sala tan especial con tanta historia como lo es el Solís?
Nunca dejé de hacer canciones, las publiqué en desorden voluntario en plataformas de música, en bandas de videos de arte contemporáneo, en largometrajes y salas teatrales al norte y al sur.
No vuelvo de ningún lado ni vuelvo a publicar. La única novedad es un nuevo orden.
Grabé ¿Quién? en un estudio de Nueva York, lo editó Little Butterfly Records en Montevideo y lo difundió una aplicación sueca. Es una nueva naturalidad libre de fronteras, es la misma que me hizo posible trabajar en la nube con César Lamschtein, Martín Blanchet, Adam Torres, Diego Arbelo, Daniela Speranza, Álvaro Buela, Gabriela Guillermo, Sergio de León, María Arrillaga, Mario Ferreira, Gabriel Calderón, Roxana Blanco, Carolina Besuievsky, Marisa Bentancur, Gabriela Iribarren, Mané Pérez, Roberto Suárez, María Dodera, Mariana Percovich, Nelly Goitiño, Levón, Taco Larreta, Sergio Blanco, Dan Jemmet... la misma tecnología que nos permite estar leyéndonos en este momento.
¿Qué recuerdos te vienen si te pregunto por la grabación de Piano lejos o Fuera de lugar?
Piano lejos fue una larga caminata, un detenimiento y un distanciamiento en Holanda, Dinamarca y sobre todo en Bergen, Noruega.
Fuera de lugar son Osvaldo, José Pedro, Jorge, Galemire y Hugo Jasa. Una reunión que contaba con la bendición semanal de Eduardo Mateo, que nos visitaba en el estudio, escuchaba, y su único comentario era volver pocos días después para seguir escuchándonos.
¿Cómo fue compartir esos años y grabar con Eduardo Darnauchans? El Darno era bastante tímido para afuera. ¿Cuánto juega en vos la timidez?
Terminé mi primer recital, La balada de John Lennon, y conocí a Eduardo Darnauchans. Fue en el Teatro del Centro, pocos días después de la muerte de Lennon. En un mes, Darnauchans me puso en contacto con la música “impopular uruguaya” y compartió conmigo canciones inéditas. Eduardo estaba prohibido y por eso decidí estrenar sus canciones en en el recital Canciones inauditas. En paralelo, Darnauchans convenció al estudio Sondor de grabar mi primer disco: Cantar en la oscuridad.
Unos años más tarde, grabé con Oscar Pessano en el estudio de Washington Carrasco el disco Darnauchans, en el que solo participó Eduardo.
A los dos nos gustaba más oír que hablar. Hay que escuchar sus discos...
¿Por qué crees que sin estar en las plataformas digitales y casi sin poder encontrar tus discos en YouTube, directores de cine y teatro te han elegido para componer sus bandas de sonido?
El teatro y el cine son producciones colectivas que generan comunidades pequeñas donde todos nos conocemos. En los 90 trabajé mucho en los teatros de Montevideo y eso generó inercias virtuosas. Lo audiovisual tiene además la facilidad de viajar por internet a diferencia del tacto, el olfato y el gusto. Mi música estuvo siempre disponible en YouTube, aunque lo disimulé muy bien y nunca intenté que la gente se enterara.
Cuando te enteraste del disco homenaje con artistas de estas nuevas generaciones, ¿qué fue lo primero que sentiste? ¿Te dieron más confianza y ganas de venir a mostrar las nuevas canciones?
El orden es determinante en estos proyectos del 2022. A finales del año pasado, Gerardo Grieco me hizo una propuesta sorprendente. La encaré con mi desánimo habitual y le contesté: “Lo hacemos si yo solo me ocupo de la música y tú del resto de la realidad”. Como un astrónomo, Grieco trazó un plan sideral que incluía el lanzamiento en Spotify de todos mis discos, lo que implicaba acordar con los sellos Sondor, Orfeo, Bizarro y el lanzamiento de ¿Quién?, un espectáculo en el teatro Solís y otros eventos en proceso. A lo largo del año, logró alinear todo y convocar a Fidel Sclavo para la imagen gráfica, Martín Blanchet en iluminación y Lamschtein en sonido.
¿Quién? encierra muchas cosas, es una búsqueda personal de quién sos ahora, y también juega con la interrogante para el público actual…
El planeta entero se disputa la atención de sus habitantes. Internet instaló una máquina de dispersión multifocal que circula a la velocidad de la luz. Los 15 minutos de fama —a los que se refería Warhol— resultan hoy una eternidad... hoy serían 15 milisegundos. Aquí y ahora, nadie es nadie. La realidad se pregunta todo el tiempo: “¿Quién?”. El título del nuevo disco es en realidad un diálogo... alguien dice “Sylvia Meyer” y el resto del mundo pregunta “¿Quién?”.
¿Qué va a suceder 26 en el Solís cuando subas a ese histórico escenario? ¿Cómo preparás ese concierto tan especial?
La luz será la protagonista del espectáculo. La luz y la música no ocupan lugar en un teatro. Normalmente iluminar es resaltar, subrayar, encadenar o esfumar algo que sucede. Este 26, la luz estará al servicio de la ella en sí misma y el sonido intentará envolverla. En ese plan multimedia se suman una bailarina y dos actrices. Este elenco tendrá a cargo la continuidad de la atención al vacío, oficiará de signos de puntuación, dos puntos, punto y coma, puntos suspensivos y sobre todo el espectáculo, como su título, estará marcado por el signo de interrogación.
¿Cómo te percibís en el mapa de la música uruguaya? ¿Creés que ahora para una mujer cantautora es menos trabajoso darse a conocer, ser escuchada, aceptada, y de alguna manera se revalorizan los trabajos anteriores de estas mujeres entre ellos los tuyos?
Me percibo imperceptible. Para hombres o mujeres es inviable comparar los años 80 con la actualidad. A partir de 1980, en medio de una dictadura cruel e infame, la lista de personas que me abrieron la puerta de la música en Montevideo es única e infinita. Al intentar reconstruirla voy a ser injusta, porque la memoria es caprichosa. Aunque peor sería no intentarlo: Renée Pietrafesa, Fanny Ingold, Amilcar Rodríguez Inda, Yolanda Rizzardini, Miguel Ángel Sparano, Nelly Pacheco, Vida Bastos, Dante Magnone, Fernando Yañez, Marcos Gabay Vigil, Carlos Da Silveira, Quique Cano, Roberto Lieschke, Fernando Cabrera, Hugo Fattoruso, Irene Kaufmann, Enrique Cotelo, Nancy Bacelo, Rubén Castillo, Felipe Silveira, Raúl Forlan Lamarque, Elbio Rodriguez Barilari, Victor Cunha, Atilio Peréz Macunaíma, Juan Carlos Taborda…
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¿Quién es Sylvia Meyer?
Sylvia dice que nunca espera ni quiere que pase nada: “Vivir sin planes, metas ni certidumbres espanta la tristeza. ¿Hago música para qué? ¡Para nada! Soy partidaria de la calma dispersa, la delicadeza subversiva y la fragilidad de todas las certezas”.
Entonces, quién es esta mujer que vive, desde 1996, casi todo el año en un pueblo del Valle del Hudson, en Nueva York, rodeada de montañas, pantallas, osos negros, manzanos, zorros amarillos, manadas de ciervos y un piano negro.
Creció en una chacra en la falda del cerro Pan de Azúcar con tambo, huerta y bodega, ubicada muy cerca del mar, a la altura de Piriápolis. Un día, su padre decidió vender una vaca Holando, que saltaba los alambrados, y con su venta le compró un oboe Marigaux. Unos años antes, su madre le había regalado un piano que estacionaron en el alero, al aire libre. Un piano de campo helado que tocaba con guantes de lana de lana gris en invierno.
Años después, esa chica continúa esa búsqueda esencial en la música y el arte, busca ese “¿quién?” que la define, el mundo fascinante del encuentro con la sensibilidad.
Pero ¿quién es Sylvia Meyer? Para el poeta Víctor Cunha, uno de las personas que siempre estuvo cerca del irradiante influjo de su voz: “Cantar no era un tema menor en Sylvia. Cantaba muy alto, llegaba a notas con ventisqueros y acantilados, siempre con una dulzura que la hacía particular. Con su melena rubia y sus vaqueros, con su natural descuido que no era falta de gracia, con el Darno siempre embromábamos que Sylvia parecía una ‘estudiante belga en París’ porque una belga podría pasar por francesa, incluso en París, pero siempre sería algo más. Algo así pasa con Sylvia, esté donde esté, siempre puede tener un secreto que la amplíe, una arista creativa para descubrir, una respiración más en el canto, un algo que la siga haciendo impredecible y que nos sorprenda”.
“Sylvia Meyer es la posibilidad de bordar sonidos entre palabras. Es comprender que las palabras son música, descubrir que la música está poblada de imágenes. Es la certeza de que el teatro y la música se articulan entre sí”, dice la actriz Roxana Blanco.
Por otro lado, Fidel Sclavo sostiene que “Sylvia Meyer es alguien de otro mundo que disimula muy bien haciéndose pasar como si perteneciera a este”.
Para conocer un poco más quién es, este 26 de noviembre se presenta en la sala principal del histórico Teatro Solís. Allí se descubrirá un recorrido, un juego de la mosqueta, una búsqueda esencial a la música de Sylvia y a ese quién.
Un espectáculo que conjuga música, imagen, sonido y poesía. Climas y canciones sutiles, tan sutiles que adquieren una singular dimensión. Crecen y devienen en un lirismo esencial que reivindica el arte y la música. Sus atmósferas musicales y los universos de belleza a los que nos transportan las letras que conforman este disco rescatan ese sonido tan completo y, a la vez, tan inevitablemente montevideano que transita absolutamente libre.
Al momento de terminar esta nota, Sylvia Meyer recibió de parte del Departamento de Cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo la declaración de Ciudadana Ilustre de la ciudad, distinción entregada por María Inés Obaldia en una ceremonia con la presencia de la directora de Cultura de la Dirección Nacional de Cultura y personalidades del teatro y la cultura. Como agradecimiento, la artista compartió un pequeño versito escrito para la ocasión: “Muchas gracias a los culpables de este precioso regalo, muchas gracias a los que están y los que no. La vida es un misterio (punto) y basta. Según parece, ahora soy una bandolera ilustre, ya en casa me dicen la pequeña Larousse ilustrada. La música es para todos en todos los lugares”.
Quizás nunca sabremos quién es Sylvia Meyer, pero ahí, en el fin del mundo, con un poco de belleza en el minuto del milagro, allí nos vemos, en los tiempos que no tienen tiempo.
Por Leo Silveira
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