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Cuerpos místicos (Primera Sangre): el boxeo como reescritura del circo romano en Las Vegas

El cuadrilátero despierta una pertenencia que nos lleva al abandono de la individualidad, y, mientras duran los doce rounds, somos uno.

29.12.2022 11:14

Lectura: 8'

2022-12-29T11:14:00-03:00
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Por Rodrigo Bacigalupe
   rodri...@gmail.com

(Algún ansioso ya está demandando a la revista por contenido degradante, pero no, esto que vas a leer no va por ahí, fue un anzuelo). Palabras más, palabras menos, así suelen los más famosos presentadores de boxeo hacer efectivo el comienzo de la velada: Here we go, ladies and gentlemens, with the main event of the evening, twelve rounds of boxing for the championship of the world… It’s show time.

Reescritura de los días del circo romano en Las Vegas, Nevada (¡going to Vegas, maaan!). Caben pocas dudas de que los combates de boxeo son la versión moderna de las protagonizadas por los gladiadores hace casi dos mil años. Hasta aquí, poca novedad. Sin embargo, en el hecho en sí, en la declaración de formar parte del main event existe un elemento a considerar.

Cada vez de una manera más exacerbada se enfatiza la presencia común, la idea de que juntos, espectadores, presentadores y combatientes, and millions watching around the world, todos formamos parte de algo que, mientras dure lo que dura (¿dura?), seremos, juntos, algo más (como los Benetton kids). La dimensión voyeurista multimillonaria (en el doble sentido del argentum y del público presente, comparten correlación y causalidad).

Julio César Chávez (análisis onomástico aparte) batió todos los récords de asistencia a un evento pugilístico colapsando el mayor coliseo mexicano: el Estadio Azteca.¹ La presencia del público generó un fenómeno que se deja describir en los términos que el erudito alemán Hans Ülrich Gumbretch definió como cuerpo místico.² La búsqueda de una comunión con alguna forma de trascendencia y nueva amalgama mística tiene un objetivo que parte de la idea de pertenencia y su consiguiente abandono a la noción de individualidad, al menos, en tanto que individuo único y singular (Wagensberg, 2017).³

El ejemplo de Chávez puede transferirse a cualquier otro boxeador cuya presencia dentro de un cuadrilátero genere tal empatía, generalmente conjugada con una relación de representatividad cuasi patriótica que pone de relieve, al menos durante doce rounds, las categorías decimonónicas de Estado y nación, hoy utilizadas con una intermitencia mercantil (no nos olvidemos del Mundial). Su récord personal, unido a la afición de los mexicanos por el box, sumado a la cercanía a los Estados Unidos (¿y lejos de Dios?), lo vuelven un botón excepcional para la muestra. La búsqueda de trascendencia de la individualidad, sumada a un deseo de comunicación con una entidad superior, más la ritualización del conjunto de pasos y acciones que integran estos eventos no son cosa nueva, evidentemente, pero nunca como hoy en día, a partir de la llegada de la red, el presente tiende a ensancharse tanto. Crece hacia el pasado, completándolo, llenando cada hueco, con una capacidad de archivo difícil de soñar, apenas medio siglo atrás, así como se extiende hacia el cada vez menos incierto futuro (según creen en el Silicon Valley), con su potencia predictiva tonificada al límite de la hipertrofia y una fertilidad reproductiva digna de un semental, así está la cosa, de tanto presente, tan eterno y fugaz, señoras y señores (denso, muy denso).

Los púgiles combaten, pero su reyerta se puede extender a los promotores del evento (en una época reciente la rivalidad de Don King y Bob Arum fue cáustica), así como se desplaza a las fanaticadas, torcidas, hinchadas, público en general, extensión pluralizada de la batalla individual que a estas alturas es casi metonimia de cualquier duelo por cualquier cosa. Así pues, el boxeo funciona como reescritura de un enfrentamiento que ocurrió in illo tempore, cuando el mito no era la contrapartida de la realidad, sino su forma aumentada, lo que Kerenyi llamaría mitologema. En cada una de esas dimensiones existe una presencia común y una pulsión similar, la de ser, como en el poema de Benedetti, “mucho más que dos” (lo de “en la calle” y “codo a codo” quedarían para otras modalidades de combate, ¿no?). Este aspecto parece concretarse, como sueño del andrógino platónico, en el abrazo final que, generalmente, suelen darse los gladiadores. En parte, una versión 2.0 de las peleas de esclavos mandingos del siglo XIX, como nos supo mostrar Quentin Tarantino con su Django unchained (2012).

Esta pretensión de abandonar momentáneamente (mientras dure el evento y el trance) la individualidad parece manifestarse desde la instancia o instancias previas al combate, también parte de otra batalla de tipo dialéctico (a pedido de la prensa) a veces burda, otras, divertida. Estamos hablando de la gira publicitaria de la pelea. Giras por distintas ciudades o inclusive países (cuando el rédito económico lo amerita) suelen sintetizarse como una parte por el todo del acontecimiento, expresada en los nombres de los boxeadores dando forma al cartel promocional que, si es bueno, llegará a ser imposible de no ser visto (gigantescos en las grandes avenidas o interminables en los túneles del metro (no en Montevideo): CHÁVEZ vs. TAYLOR, TYSON vs. HOLYFIELD, MAYWEATHER vs. PACQUIAO, o, en tiempo clásicos: LOUIS vs. MARCIANO, ALI vs. FRAZIER, DURAN vs. LEONARD, solo por citar algunos una célebre aunque arbitraria, selección. La idea aquí, en esa fusión de nombres que la publicidad del evento requiere, es la de lograr una nueva forma de individualidad más allá del individuo, como le gustaría decir a Jorge Wagensberg (in memoriam). La reciprocidad tan necesaria en los dos nombres hechos uno es la que hace que el evento pugilístico (incluso en su versión regresiva y vampírica del UFC) ofrezca, en términos de unión-oposición, la idea del cuerpo místico mejor que ninguna otra actividad.

Pudiera alegarse, y con razón, que cualquier mega evento de dimensiones similares puede generar tal fenómeno. Sí, evidentemente, un concierto al estilo del Live Aid, Woodstock, el Super Bowl o cualquier juego que valga como eufemismo de la guerra y/o la iglesia tiene el potencial, pero ninguno como el boxeo (“por lo menos, así lo veo yo”, decía un exárbitro de fútbol devenido en comentarista deportivo). Es el punto de partida de la unidad-individualidad de los seres, tan magistralmente expresada en un formato casi del ying y el yang (in the red corner […] and in the blue corner) como solo lo consigue el deporte de los puños, como lo llaman los mexicanos. Esa reescritura hiperbolizada y maniquea del arte de la guerra.

¿De qué lado estás? Esta pregunta persigue, más profundamente, una victoria superior: alcanzar a formar el cuerpo místico, la transindividualidad (debieran estar prohibidas las palabras de más de cuatro sílabas), más allá de la unidad corpórea. A la sazón, el show nos hallará reunidos frente al hogar de cincuenta pulgadas o no hallará nada. Pay per view, yeah.

La publicación de lo que bien pudiera quedar en la esfera de la intimidad, o de la privacidad, en todo caso, siempre tiene oculta en su génesis la conversión hacia el cuerpo místico y en él, el encuentro con la deidad. Un conflicto de intereses que deriva en golpes (por cuernos, por deudas, porque le tengo manía al vecino, porque es de la cana o del manya o quién sabe qué) adquiere una dimensión que carece de negatividad, de marcha atrás y contrapartida, al haberse hecho público, decía Enrique Symnms, no te queda otra que encarar, a lo dicho, pecho: “Nos hemos peleado delante de la gente. Oficialmente somos enemigos, por amor al arte, porque el público lo pide, así que proceda a romperme la jeta: toma tú que te toca a ti, diría un rochense”.

La cuestión es que todos somos mirones, peeping Tom, y así vamos, del voyeurismo a la categoría de espectador, del individuo al público. ¿Y para qué? Para que Dios (algún dios) aparezca.

Continuará…

*Rodrigo Bacigalupe Echevarria es un curioso no tan impertinente (como debiera). Ha realizado sus estudios en lengua y literatura entre Uruguay y España, donde cursó su doctorado en la Universidad de Salamanca. Se define como "buen cocinero y cantor de boleros"...

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¹ https://www.eluniversal.com.mx/opinion/mochilazo-en-el-tiempo/el-dia-que-julio-cesar-chavez-lleno-el-azteca

² https://www.youtube.com/watch?v=p8HSLf6R4gE Gumbrecht en Uruguay. CCE / Gumbrecht, H. U. (2014). Our Broad Present. Columbia University Press.

³ Bacigalupe Echevarría, R. (2019). Reseña de Teoría de la creatividad, eclosión, gloria y miseria de las ideas. Jorge Wagensberg. En Humanidades: Revista de la Universidad de Montevideo, (6), pp. 273-76. https://doi.org/10.25185/6.12.

Por Rodrigo Bacigalupe
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