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Contenido creado por Federica Bordaberry
Literatura
Los libros y sus autores

Damián González Bertolino, trabajar el metalenguaje en la literatura uruguaya

En su último libro, El origen de las palabras, deshilvana su vida personal con soltura y sin dramas. Una colaboración con HUM y Estuario.

02.07.2022 14:26

Lectura: 7'

2022-07-02T14:26:00-03:00
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Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980) es docente y escritor, obtuvo el Premio Nacional «Narradores de la Banda Oriental» por su libro El increíble Springer en 2009, reeditado luego por Entropía en Buenos Aires y por Estuario editora en Montevideo. Publicó además las novelas El fondo (Estuario editora, 2013; 2015), Los trabajos del amor (Cosecha Roja, 2015), Herodes (Estuario editora, 2018) y El origen de las palabras (Estuario editora, 2021). En 2016 fue seleccionado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como una de las veinte nuevas voces narrativas de América Latina a tener en cuenta. En 2017 fue incluido por el Hay Festival en la selección «Bogotá 39» como uno de los escritores de ficción menores de 40 años más prometedores de la actualidad latinoamericana.

¿Cuándo empezaste a escribir?

A la edad de nueve o diez años, cuando escribí un cuento para una revista de la escuela. El placer de redactarlo y de verlo publicado al poco tiempo fue muy intenso, y supe de algún modo que quería esa experiencia por el resto de mi vida.

¿Te acordás de cuál fue el primer libro que te marcó?

Posiblemente me ocurrió a los diecinueve, cuando leí “Tierra de nadie”, de Juan Carlos Onetti.

¿Dejar de leer o dejar de escribir? ¿Por qué?

Quizás, al final de la vida, dejar de escribir. Dedicarse a la escritura de una novela a veces puede convertirse en una verdadera demanda física que, con los años, puede verse afectada con el deterioro.

Contanos qué estás leyendo ahora.

La fragilidad del bien”, de Martha Nussbaum.

¿Cuáles son tus escritores uruguayos favoritos? ¿Identificás influencias? ¿Cuáles? ¿Alguno que te guste recomendar?

Juan José Morosoli, Ercole Lissardi, Circe Maia, Carlos Martínez Moreno, Eliseo Salvador Porta… De entre ellos, me siento tocado de cerca por Morosoli, y siempre recomiendo leerlo. Su comprensión de la realidad uruguaya y el lugar que ocupó en el panorama literario de su época (de un modo más o menos activo) todavía tienen muchísimo para decirnos hoy en día. Y ni hablar de su capacidad para proyectarnos al interior de sus personajes.

¿Sos de releer? ¿A qué libro solés volver?

Releo a menudo para mis clases en el liceo; pero fuera de eso, por placer, releo poco. Supongo que es algo que me ocurrirá con los años, aunque hay algunos libros a los que vuelvo con una inclinación oracular: “Tierra y Tiempo” y “La soledad y la creación literaria”, de Juan José Morosoli; los apuntes de Elias Canetti; “Luna de enfrente” y “Fervor de Buenos Aires”, de Jorge Luis Borges; varios cuentos de Eudora Welthy.

Para este fin de semana recomendanos un libro, un disco y una película.

Libro: “Tierra madre”, de Paul Theroux. Disco: “Al hombre bueno”, de Santiago Chalar. Película: “Ordet”, de Carl Theodor Dreyer.

Contanos sobre esa vez que un lector te reconoció en la vía pública.

Fue hace poco, en una oficina pública. Estaba leyendo en la sala de espera cuando una adolescente me preguntó si yo era el autor de “El increíble Springer”. Fue muy bonito, pero cuando ella se fue, casi al momento, comencé a sentir una gran vergüenza porque el resto de la gente había oído toda la conversación.

Tu autobiografía en una frase.

Si fuera ave, sería perro.

Tenés que convivir un mes con una autora o un autor: ¿a quién elegís?

Preferiría no hacerlo.

Un lugar para volver.

Barriga Negra.

El primer verso que te viene a la mente.

“Más vil que un lupanar”.

¿Para qué literatura en el tiempo del desamparo?

La literatura es connatural al desamparo de la condición humana en cualquiera de sus ejemplos. No es casualidad que las literaturas inaugurales estén relacionadas con los dioses. La respuesta, de todos modos, sería: para respirar mejor y ver y vivir más.

Lo último que comiste va a ser el menú para toda tu vida ¿qué es?

Pizza con muzzarella.

Tu idea de felicidad y tu idea de miseria.

Mi felicidad, tener tiempo para estar con las personas que quiero. Una idea de la miseria: que cualquier tipo de posesión material se interponga a mis afectos o mis pasiones.

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Sobre El origen de las palabras:

Una obra literaria basada en un magnífico trabajo de metalenguaje a través del cual su autor nos deleita y asiste en el redescubrimiento del placer de la lectura.

Damián González Bertolino deshilvana su vida personal con soltura y sin dramatismos, así como la de su familia, su barrio y variopintos personajes que lo acompañan desde que tiene recuerdo. Con sus luces y sombras, relata todo lugar, persona o situación en la que se vio fascinado por la aparición de una palabra —aquella que definió un contexto o le generó confusiones— como si se tratara de una autobiografía, una novela de aprendizaje o una monstruosa caja de Pandora. Las palabras, e incluso las propias letras, pasan como en un caleidoscopio bajo la mirada del autor y cambian de forma y peso, llevadas por la memoria a conclusiones extrañas y, al mismo tiempo, conmovedoras.

Desde la elegancia de un depurado swing de golf hasta la picardía del raterismo, este libro insiste en ubicar a su autor como una de las más destacadas voces de las letras contemporáneas uruguayas.

Un fragmento:

El primer recuerdo de mi vida es en realidad un injerto.

Cuando tenía un año y medio de edad estuve a punto de morirme. La historia de cómo ocurrió es uno de los hechos más importantes de mi familia, aunque esta familia, a su vez, ya se disgregó y el relato en sí se ha soterrado con los años, aplastado entre tantas otras cosas importantes que nos acontecen. Los integrantes de la familia se ven poco, e incluso han pasado más de dos décadas desde la última ocasión en que todos comieron en la misma mesa.

En el centro de la historia está mi madre. Es una muchacha de 19 años, sola en una casa en la que normalmente hay gente por todas partes. Yo estoy colgando por los tobillos de una de sus manos. Con la otra me golpea en el medio de la espalda. Boca abajo y desnudo, soy un amasijo morado que ni siquiera llora, que apenas hace un ruido que podría ser el resultado de pronunciar dos consonantes como C y J… Cccjjj, cccjjj, cccjjjj… La saliva, invadida por la sangre, baja desde mi labio superior, pasa sobre mi nariz, anega mis ojos y me deja una unción rabiosa en la frente. Más adelante forma un hilo que une mi cuerpo al suelo. Es una calurosa mañana de fines de noviembre. Mi madre está embarazada de ochos meses y el esfuerzo la lleva al límite de sus capacidades físicas. Tiene el brazo izquierdo entumecido, pero no me cambia de mano, porque es diestra y así me puede pegar con más fuerza, precisión y rapidez. Acaba de sorprenderla entonces la conciencia de su agotamiento, que compone la siguiente reflexión: Debe haber un golpe que sea el último de todos, por fin. Mejor dicho: sabe que habrá, fatalmente, un golpe que será el último. La cuestión es que intuya cuál es el instante en que las condiciones hagan posible la realización de ese golpe y pueda dirigir las fuerzas que le restan hacia eso que cuelga de su mano izquierda, para que de allí adentro salga de una vez por todas su hijo tal como había sido hasta un momento atrás.