Por Agustina Lombardi
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Su primer recuerdo de la infancia es abrir la puerta de su casa y encontrarse con una vecina que lo esperaba para invitarlo a jugar con su hija. Cuando Dani Umpi todavía era Daniel Umpiérrez. Pasaron los años y huyó de Tacuarembó, aunque no lo diga con esas palabras. Pero cuando era más joven, su ciudad natal “era algo de lo que renegaba”. Ciertas “dinámicas de pueblo” no lo hacían sentir cómodo; podrían ser la educación religiosa o los “circuitos” sociales cerrados.
Huyó y dejó atrás la biblioteca gigante de su abuelo y la librería de su madre, donde seguramente pasó muchas horas ojeando bestsellers, su “ambición pochoclera”. Ya en Montevideo, sobre los 17, supo que quería escribir. Las letras estarían siempre. De la fotografía pasó al arte y del arte a la música. Por explorar todos esos lenguajes —literatura, plástica y música— le dicen el polifacético.
—Recién ahora digo que soy artista —a los 47 y pasados alrededor de 20 años desde que empezó a crear. En su perfil de Instagram hasta se presenta como “artista norte uruguayo”, evocando el Tacuarembó renegado.
—¿Cómo ves a la comunidad artística LGBTQ+ hoy?
—Con mucha más camaradería, más compañera y colaboradora para organizar cosas entre nosotros. Creo que antes estábamos más solos y a la defensiva unos de los otros, los que con suerte llegábamos a hacer algo, porque muchos no se animaban a manifestarse. Aunque sigue apartada del resto. Hay una cantidad de artistas re talentosos, con nivel internacional, que a mi me resultan interesantes y al resto muy poco.
—¿Es un consumo cultural que se queda dentro de la comunidad?
—Sí, cuesta mucho salir al resto, tiene que haber más representatividad.
¿El bufón o el duende?
Era 2001 y Umpi ya trabajaba como artista plástico. Decidió hacer una muestra sonora “más conceptual”: la reversión del disco Sur de Jaime Roos, una obra por la que se sintió reconocido, dice. Pero la cuestiona. Le parece “redundante” y “simplista” por ser linealmente antitética. Sur, North; español, inglés; el artista máximo uruguayo, el gay.
—¿Por qué elegís a Jaime Roos y no a otro?
—A mi generación le interesaba mucho el tema de la identidad. Me parecía que había varias cosas en la relectura de opuestos, sobre todo por mi lugar de ser gay. De alguna manera, él representaba la masculinidad por la voz grave.
—Es una obra que, por ser antitética, resulta cómica, paródica.
—Desde que empecé a crear, siempre estuve muy interesado en el arquetipo del clown o bufón. Es un lugar que se me da naturalmente, un espacio al que, de alguna manera, podía acceder o se me veía desde ahí. Creo mucho en la creación desde el arquetipo, porque estamos todos en uno. Es una manera de comenzar y después pasar a otro. Tengo una forma de crear bastante romántica: creo en el camino del artista.
De la exposición en museos, North pasó a la radio y, a partir de esa exploración, Umpi empezó a escribir canciones. Tres discos como solista y al menos cinco junto con otros artistas.
—Después de North volvés a manifestar la sensación autoparódica con los remixes de tu propio disco, Mormazo (2011), en More Maxo (2016).
—Tengo mucha influencia de las drags, eso siempre es muy autoparódico, escénico y exagerado.
—¿Pero dirías que te burlás de vos mismo?
—Sí, es una construcción con la imagen. Una burla y, a la vez, no tanta burla, porque es la expresión de mi personalidad. Tengo recursos del humor, pero nunca tiene el desenlace, es como un subidón pero sin el “chin pum”, el remate. Me gusta más la ambigüedad. Con el tiempo dejé de mostrarme así, a veces ya ni siquiera me pongo peluca para cantar. Voy cambiando, sino no tiene gracia. Ahora uso más el lugar del duende.
Umpi explica que, a diferencia del bufón, el duende es “más amoral”, porque no necesita del contexto para explicarse. Sin Sur, North sería un conjunto de canciones en inglés cantadas por un artista plástico. Es ahí donde el bufón refleja el contexto y dice cosas nuevas desde su propio lugar. North cobra sentido por oposición. Justamente, Umpi relaciona esa época con el resentimiento como motor creativo.
—Por momentos me libero de eso y, cuando menos lo espero, me vuelvo un viejo resentido. Pero está lleno de viejos resentidos, por eso quiero salir de ese lugar. Hago un esfuerzo para no caer en eso.
—¿Por qué?
—Me parece que no es una estrategia creativa saludable, pero lo entiendo cuando otros lo hacen porque yo ya estuve ahí. Atrasa mucho el estado conciliador al que, irremediablemente, todo artista llega.
En cambio, explica que el arquetipo del duende es más libre a la hora de crear, porque hace su propio contexto. Cuando lo cuenta, es inevitable pensar en cierta analogía entre su vida y los arquetipos que usa para crear. ¿Será que Umpi se soltó con los años?
—Durante muchísimos años, cuando tenía que explicar qué era lo que hacía, siempre decía que era medio bizarro, creepy. Y recién ahora está la palabra cringe. Es esa sensación, tiene que incomodar.
Ser un collage
—Decís que creés en el camino del artista, ¿cuál es tu camino?
—Siempre buscar un nuevo lugar a dónde ir, una nueva etapa de mi creación y de mi vida. Creo que uno va evolucionando su obra, por eso trabajo y tengo constancia. Valoro las cosas espontáneas, pero me fascina mucho más un artista de carrera que es consciente de que está haciendo una obra para llegar a otra.
—En ese camino se mezcla la literatura, el arte y la música, ¿cuál es el hilo conductor?
—Al final siempre es el lenguaje; el relato, las palabras, las letras. Cuando hago collage, todos tienen ritmo; texto, texto, texto. Hay una lucha entre las letras y los colores. Uso siempre el papel, que es un soporte del discurso. También escribo, hago novelas, canciones. Incluso cuando hago letras, es medio collagístico; son cosas que voy escuchando y anotando.
Umpi dice que mantiene un hábito que adquirió de chico, cuando leía en la librería de su madre o en la biblioteca de su abuelo. Agarra un libro “random” y lee cualquier parte. Toma apuntes y clasifica. Subraya como un estudiante. Para probar el toc, saca su celular y muestra la evidencia; un documento de Google en el que tiene apuntes sobre distintos temas. Entre ellos, el peligro del metaverso, el misterio del ser, las cuatro fases del control mental, entrevistas varias. Umpi recorta la vida.
—¿Es como un coleccionismo de conocimiento?
—Es un coleccionismo sin melomanía, porque es completamente random, sin tanto interés. No es un conocimiento que quiero completar. Me aporta, pero creo que es más del consumo, de degustar. Tengo una manera dispersa.
¿El artista norte uruguayo o el nómade?
Dani Umpi está por lanzar su cuarto disco solista, Guazatumba, que, como el anterior, Lechiguanas, lo percibe más vinculado a su origen.
—Es el nombre de un yuyo, no sé si hay en todos lados, pero en Tacuarembó era muy común. Se usaba contra la mordedura de víboras.
—¿Por qué te definís como artista norte uruguayo? ¿Qué tiene que ver tu arte con Tacuarembó?
—Creo que es lo que más me define. Soy bastante uruguayo y a la vez medio nómade. Cuanto más lejos estoy, más me reconozco de Tacuarembó.
—¿Cuál es tu relación con ese lugar?
—Tiene una lógica de pueblo que siempre encontré en todos lados. Cuando empecé a entrar en galerías y ferias de arte estaba re nervioso porque era gente que yo no conocía, me presentaban y sentía que tenía que conocer. Después me di cuenta que el círculo era muy chiquito, como en Tacuarembó.
—¿Te sentís cómodo en Uruguay?
—Es una comodidad que va y viene. Siempre pude hacer mis cosas con lo que tenía a mano. Pero sí, estoy bastante cómodo porque siempre vuelvo a Uruguay, es como un eje. No me voy muy lejos tampoco. También es chico, no somos tantos. Te sentís aislado y, cuando querés ver, estás en representación de todos. Sos under pero sos recontra oficial. La pregunta del artista uruguayo es cómo hacer una carrera para no ser un funcionario público, no sé.
***
Umpi se presenta el sábado 29 de octubre en Dulce Travesura, un espectáculo en Plaza Mateo junto con Muñe Cach, Goro Gocher y Los Caramelos. Ya compartieron escenario en otras ocasiones, pero Umpi adelanta que esta vez será más “mezclados” en formato de banda.
Por Agustina Lombardi
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