Por Gustavo Kreiman | @guskreiman
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“La ciudad no tiene rostro, pero sin embargo cuenta con rasgos. No tiene mirada, pero sí un aspecto, o varios. No se capta bajo una identidad; se deja tocar por trayectos, huellas, bosquejos. Entre la tarjeta postal chillona y la descripción geosociométrica —ambas olvidan la ciudad—, hay lugar para este acercamiento que tiene por nombre literatura: una escritura de la ciudad, su crónica, su novela, su poema, una identidad reluciente y escurridiza, huidiza como agenciamientos de frases”.
(La ciudad a lo lejos, Jean-Luc Nancy)
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A veces, cuando le hablaban, cerraba los ojos para oír mejor.
En su cumpleaños número 70 hizo una fiesta en su casa, muy elegante como él, y muy vulgar como todas las fiestas. Los animadores fueron un humorista y un mago.
Puso en papel gran parte de la historia escrita de Córdoba desde el segmento “Quiénes y Cuándo” del diario La voz del interior. Inventó espacios que antes no existían: el cineclub El ángel azul, el Centro Cultural España-Córdoba, el Cineclub Municipal Hugo del Carril, entre otros.
Fue dramaturgo y colaborador en obras teatrales como Revolver, Dale mis saludos a Córdoba y Fahrenheit. Fue letrista de músicos que conocemos como Juan Carlos Baglietto y Pedro Aznar, y tuvo una asociación estratégica y amistosa muy fértil con Jairo. En el disco Ferroviario, Jairo le canta a una Argentina perdida a través de poemas de él, y a algunos temas los canta a dueto con artistas como la Mona Jiménez, Lito Vitale, León Gieco y Sandro.
Le gustaba tomar café en los bares, particularmente en el Sorocabana, al frente de la Plaza San Martín.
Este perfil intentará arrojar una hipótesis acerca de porqué Daniel Salzano fue como fue, a través de tres aproximaciones a su vida y a extractos de algunas de sus crónicas.
Primera aproximación: le gustaba llorar
"No me gustan los gritos / Ni los tipos que hablan por teléfono en el bar y se echan para atrás diciendo, ¿me escuchás? / Me gustan las palabras / Me gustan los nombres: / Ambrosio Olmos / Fino Pizarro / Osmar Maderna / Argentino Peñarol".
Nació el 22 de mayo de 1941. Ante todo, escribía. En 1969 se publicó Oh beibi!, su primer libro. Cincuenta de los grandes, de 2008, fue el último.
"Se escribe como se mea", escribió una vez, asociándolo a lo natural, a algo que fluye, pero también a cierta incontinencia (o al menos al goce que produce hacerlo cuando se tiene ganas). Está claro que no es lo mismo mear que orinar.
Otra vez dijo algo parecido: "Cada vez que me preguntan por qué escribo, cierro los ojos y contesto lo primero que se me ocurre. Si la respuesta proviene del cerebro, mala señal. Si proviene del cinto para abajo, entonces estamos cerca del poema". Resulta apenas escatológico y demodé, pero esas frases se resignifican sabiendo que vienen de un tipo que se permitía hablar así solo por escrito o en estricta intimidad, porque más bien le hubiera gustado ser como Humphrey Bogart y, por eso, le copiaba un poco la forma de hablar y de vestirse en Casablanca.
Pensar en mear al margen de lo fálico resignifica aún más lo que decía: se escribe desde un cuerpo para otros cuerpos, la poesía es como agua que sale del cuerpo. Las aguas que salen son varias. Entre ellas, mear, transpirar, llorar. A Salzano le gustaba llorar. Le gustaba tanto como le gustaba el cine, el jazz, el café, el fútbol, los números, la astrología y las personas.
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"No he visto nada más hermoso que un niño dormido / No he visto nada más hermoso que KING KONG / la versión de 1933 / me gustaría encontrarlo alguna vez / y preguntarle si valió la pena amar hasta morir / Acabo de advertir que las películas que más me gustan son en blanco y negro: / EL BUSCAVIDAS / EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY BALANCE / y una que vi en el salón de actos de Unione e Fratellanza: un padre y un hijo / robaban una bicicleta. / Me gusta llorar / y las mujeres que lloran / Me enamoré de una lágrima propiamente dicha / asomada a los ojos de mi mujer".
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También estaba enamorado de Córdoba. Vivió un tiempo en Europa durante la última dictadura militar, pero volvió apenas pudo. Jodía con que cuando se murió Jerónimo Luis de Cabrera —el español "fundador" de la ciudad, que venía de Córdoba de Andalucía— los cordobeses quedamos huérfanos y ahí comenzaron nuestras desdichas. Obviamente, era un chiste, pero él había diagnosticado en serio que Córdoba no tenía identidad y se propuso construirla a través de sus textos.
El diagnóstico es discutible y su voluntad muy ambiciosa, pero es cierto que a los cordobeses se nos asocia principalmente con una tonada chistosa, el cuarteto y el fernet. Él quería darle a Córdoba lo que creía que le faltaba: un pasado mejor escrito, una tradición, anclajes simbólicos, poesía.
Dentro del mundo textual de Salzano, Córdoba es hermosa. Sus barrios tienen magia, su gente tiene épica, su historia tiene sentido. Dicen que en psicoanálisis para intentar sanar hay que empezar por hacer trama del trauma, es decir, elaborar una narrativa posible, en lo posible una narrativa ordenada. Sus textos hacían bien en tanto entramaban el histórico desorden de la vida social local: es una ciudad en la que convive el conservadurismo más recalcitrante con el legado de la Reforma Universitaria de 1918 y el Cordobazo de 1969, por ejemplo, para citar sólo una de sus contradicciones. A quienes les gustaba leerlo, leyéndolo podían procesar ese quilombo de una manera sensible.
Escribir era para él una manera de tender puentes entre las personas y, así, reescribir los mapas que configuran un territorio. Eso se puede hacer encontrando nuevas maneras de habitar los lugares y también instrumentando la sensibilidad para tener una percepción nueva de los mismos paisajes. Salzano hizo las dos cosas de manera alternativa y simultánea, hasta que murió el 24 de diciembre de 2014. Cristina —su compañera y la madre de su único hijo, León— le había pedido que no se muriera antes de la Navidad. Él no le hizo caso.
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“Hay veces que pienso en el pasado y no sé si me gusta o no me gusta / ¿A quién no le gusta tomarse un cafecito en la vereda del Sorocabana? / El Sorocabana es un bar que me gusta mucho / Una vez estaba solo / en la vereda del bar / y empecé a llorar / Pero eso ya lo dije / me gusta llorar / y odio estar solo”.
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Salzano lloraba. Lloraba porque le gustaba y porque no podía evitarlo. Lloraba por todo lo que el viento se llevó, pero también por todo lo que el viento puede traer, si se lo orienta en la dirección correcta, si se construyen los molinos adecuados.
Unos años antes de morir, los médicos le recomendaron que no fumara más y que le aflojara al café. Entonces, cuando en un bar le preguntaban qué iba a tomar, él contestaba “una lágrima”. Así se le dice al cortado al revés, leche caliente con sólo un trago de café.
Cuando murió, hubo muchos que lo lloramos en Córdoba. En el velorio todos coincidimos en que, cuando las lágrimas nos llegaban a la boca, tenían sabor agridulce.
Segunda aproximación: andaba bien
Salzano dijo que vivía en Nueva Córdoba porque no le gustaba caminar tanto, pero a las ciudades se las conocía caminando. Quizá, si no hubiera vivido por ahí, no le hubiera sido tan fácil gestionar todos los espacios culturales que generó entre el Centro y ese barrio.
Cuando no había tantos cineclubes, fue de los primeros en inventar uno: El ángel azul. Cuando los cineclubes ya estaban pasando de moda, inventó otro: el Cineclub Municipal Hugo del Carril —lo más parecido que existe en Córdoba a una Cinemateca—.
Él presentó el proyecto con el nombre Cineclub Metrópolis, pero a la gestión provincial le pareció más pertinente ponerle el nombre de un cineasta nacional asociado al peronismo, que el de una película clásica de ciencia ficción. Se instaló en el edificio viejo de Unione e Fratellanza, antigua sede de la asociación de unión y fraternidad italiana, donde él había visto El ladrón de bicicletas por primera vez.
Entre la inauguración de los dos cineclubes generó también otro espacio cultural que transformó la ciudad, asociándose con entidades europeas que otorgaban presupuesto: el Centro Cultural España-Córdoba, de quien fue su primer director. Desde su perspectiva, el arte era necesario y los espacios culturales eran lugares de encuentro que reconfiguraban el devenir ético, poético y político de los ciudadanos.
Quienes fuimos adolescentes en los 2000 y nos gustaba el arte y las personas que se juntan alrededor del arte, encontrábamos un lugar en el mundo tanto en el Centro Cultural España-Córdoba como en el Cineclub Municipal Hugo del Carril. Eran lugares a donde podíamos ir y volver tarde sin dar demasiadas explicaciones a nuestros padres porque se entendía que eran seguros, que aunque había gente rara, pasaban cosas buenas. Veíamos cine, teatro, danza, obras plásticas, bandas en vivo, leíamos libros ahí, y también hacíamos amigos nuevos, a veces más grandes. Hablábamos boludeces, nos hacíamos los importantes, tratábamos de que la gente que nos gustaba gustara de nosotros, pero de un modo un poco más estético que cuando lo intentábamos en el liceo, en las plazas o en los bailes.
Estar en el Cineclub era un poco como estar adentro del cine. No de un cine. Del cine mismo. Probablemente eso era así porque Salzano era así: le gustaba vivir como si estuviera en una película, porque en el cine los espectadores entran prejuiciosos, pero salen empáticos y compasivos, porque quien mira rodeado de otros una película sabe que la risa es colectiva y que en comunidad el llanto duele menos.
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“De amigos ando bien / Supongamos que estoy en un bar / rodeado de sillas / ¿Qué hora tiene mozo? / Son las once y diez / ¿Qué hora tiene mozo? / Son las once y veintitrés / De amigos ando bien / pero son las doce menos cinco / y las sillas siguen vacías / De libros ando bien / en eso las cosas no han cambiado / sigo calentándome / con libros / debajo de las sábanas / Estoy esperando / ir al psicoanalista / para darle mi opinión: / duermo con libros / doctor / porque soy un niño / de sesenta años / que le teme a la ignorancia / De penas ando bien / las penas se meten en la vida / a una cierta edad / y van aumentando de peso / Cuando digo que de penas ando bien / quiero decir que me usan el champú / el teléfono / y me ocupan el sillón / como Clint Eastwood / con las botas encima de la mesa. / De penas ando bien / y de lluvias / también / Podría describir / con lujo de detalles / cómo quedan las botas de la pena / después de pisar el agua de la lluvia / Ando bien / en serio / ando muy bien”.
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No sonreía demasiado, pero andaba bien. Y a los setenta y pico de años seguía andando bien. Caminaba más lento, nomás. No era raro encontrártelo caminando con un gesto intempestivo, contemporáneo, fuera de tiempo. Había quienes decían que se había quedado en el tiempo. Más bien, nunca fue actual: nunca estuvo tan adentro de uno como para no poder verlo.
Como gestor cultural —incluso antes de que se le llame así a eso— Salzano hizo de Córdoba un lugar más amable para el encuentro. Y algunas de las personas que habitaron los espacios que él reinventó, salieron de ahí contagiados de ideas para construir otros espacios nuevos que también puedan ser habitados por otras personas. Transformar una ciudad puede tener que ver con caminarla como si estuvieras dentro de una película vieja e imaginarte qué podrías hacer para hacerle bien en el presente. Caminarla como si estuvieras en una película del futuro también es otra forma de hacerlo.
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“De sueños ando bien / cuando no sueño que reparto besos al voleo / es que viene el chico de La isla del tesoro y me pregunta no se qué cosa / quiero decir que de pibes ando bien / De penas ando bien / Y de ausencias: / en el diario busco la página de los muertos / y paso la yema del pulgar / sobre las palabras / y las fotos / De fotos ando bien / Tengo una de Orson Welles / otra del Pato Donald / y una del año 1983 / en la que salgo / después de las elecciones / levantando los brazos / oé oé oé / Del corazón en cambio / no ando bien / me parezco al cieguito / que vende lotería / en la puerta de Barujel / tengo el 77 / los puñales / tengo el 18 / la sangre”.
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Tercera aproximación: cultivó la perseverancia
En el segmento “Quiénes y cuando” del diario La voz del interior, Salzano desarrolló su oficio de cronista. La crónica es algo así como una hija extramatrimonial del periodismo y la literatura, es lo que nace cuando conciben algo juntos siendo infieles a sí mismos.
Desde 1968 hasta su muerte, todos los sábados, el diario publicaba crónicas de Salzano. Luego él compilaba las que más le gustaban, las corregía una vez más, y las editaba en forma de libro. Es decir que desde el año del mayo francés no paró de escribir y publicar. El procedimiento era sencillo. El resultado, complejo. Tomaba algún acontecimiento histórico o de actualidad, y pensaba en eso para fracasar en el intento de no pensar en él. Los textos resultaban inclasificables precisamente por ese fracaso y, justamente, por eso se volvían honestos. Roberto Arlt lo había hecho tiempo atrás con las Aguafuertes porteñas. Hoy lo hace increíblemente bien, entre otras, Leila Guerriero.
En 1996 se publicó una crónica titulada “Sanguinetti”, que tomaba como excusa la asunción de ese presidente, y le daba lugar a Salzano para decir algunas cosas sobre Uruguay:
“Pocas cosas más gratificantes que apretar la ‘U’ de la computadora para leer en la pantalla la historia tabulada de la República Oriental del Uruguay, el ‘paisito’, la añeja Suiza de la América del Sur que mantiene su hidalguía como puede en medio de una economía que cíclicamente se sangra y se desangra. / Uruguay melancólico. Nada tan parecido a un viaje al país de nunca jamás como una tormenta bien llovida en el atardecer de Montevideo. En los recuerdos de Felisberto Hernández, Uruguay tenía el efecto hipnótico de "un gato sobre las rodillas". / Uruguay cantor. En plena dictadura militar (las fuerzas armadas orientales llegaron a tener proporcionalmente más generales que el ejército norteamericano), alguien escribió sobre una tapia una consigna inspirada en las milongas homéricas de Daniel Viglietti: "Los uruguayos se la aguantan". De noche lo tapaban con pintura negra, de día reaparecía escrito con amarillo (los colores de Peñarol). / Uruguay en bajada. Las estadísticas sentencian una verdad amarga. La banda oriental es un país de jubilados en el que la tasa de mortalidad es superior a la de nacimientos. ¿De quién es la culpa? ¿De sus dimensiones limitadas? ¿De la sangría económica? ¿De su confesada pasión por el ajedrez? ¿De la susodicha melancolía?”.
Una tormenta bien llovida en el atardecer de Montevideo sigue siendo lo más parecido a un viaje en el tiempo. Y alguna de las preguntas que Salzano le hace al Uruguay de los 90 se resignifican en 2024. En 2022 estuvo en Montevideo el dramaturgo catalán Josep-María Miró, quien dirigió a la Comedia Nacional en su obra Tiempos salvajes. En esa visita, el dramaturgo dijo algo que resuena con esto: “La escritura que perdura no habla de la actualidad. Habla de su tiempo”.
Como si hablar de la actualidad volviera más efímero al discurso en la era de la posverdad y de la ansiedad por el exceso de información; como si hablar del tiempo, en cambio, fuera un ejercicio que cultiva y propicia la perseverancia.
Daniel Salzano vivió la mayoría de sus días en Córdoba y escribió para contarlo. Él ya no está, pero su escritura sí y su legado como gestor cultural también. Es muy posible que por su forma de dialogar con la tradición, su vínculo con el presente, no sería cómodo, ni para él ni para los que se vinculen con él. Algo de eso ya empezó a suceder en sus últimos años. A pesar de que tenía las ideas cada vez más jóvenes, hacia el final algunas personas que trabajaban con él agradecían la proximidad, pero otras lo consideraban un viejo inteligente aunque demasiado rompe huevos. Aún así, él insistía en el gesto de ser contemporáneo. Perseveraba.
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“Dedicar años a un trabajo / cualquier trabajo / y volver la cabeza para verlo / Empeñar una Remington portátil / Hacer la plancha / Tirarte de cabeza / Aprender a fumar / Olvidarlo. / Recorrer la calle San Martín formando parte de la gente. / Sostener la mano de tu padre / por última vez / liviana como una mosca. / Meterte en la cabeza el orden de las calles / Es una de las preguntas favoritas de Dios en el examen de ingreso / A ver Salzano / ¿Independencia está antes o después de Obispo Trejo? / Estamos hechos para esto / para perseverar / para descubrir quiénes somos / para empezar de nuevo. / Hasta que en algún momento la vida pega un salto / y desaparece”.
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